"Silencio".
La película impía de Scorsese que justifica y promociona la apostasía, jaleada
y promocionada por la Compañía de Jesús
La película
"Silencio", estrenada en Estados Unidos el pasado 23 de diciembre y
en España el pasado día de Reyes (6 de enero), ha sido dirigida por Martin
Scorsese, de 74 años, y está basada en la novela del escritor japonés Shūsaku
Endō, publicada en 1966. Tanto la novela como la película, narran la
persecución y el martirio que sufrieron los católicos en el Japón del siglo
XVII: dos jesuitas, el P. Ferreira y el P. Rodrigues, son enviados a Japón tras
tenerse conocimiento en Roma de la apostasía, en 1633, del misionero jesuita
portugués Cristóvão Ferreira, interpretado por Liam Neeson. La película ha
costado 46 millones de dólares y el equipo ha contado con 750 personas durante
el rodaje, que se realizó en Taiwán.
En la novela, los
jesuitas llegan a Japón para predicar el Evangelio, que no tiene buena acogida
en una sociedad como la japonesa, tradicionalmente pragmática y materialista, y
allí se enfrentan a la persecución, por lo que plantea preguntas como si merece
la pena perseverar, cómo perdonar a los perseguidores o cómo resistir las
torturas. El portugués P. Sebastião Rodrigues, enviado a Japón para consolar a
los perseguidos y juzgar al jesuita apóstata, llegará, también él, a dudar de
Jesucristo y a preguntarse por el silencio de Dios ante el sufrimiento de sus
fieles.
El
"silencio" que da título a la película es el supuesto silencio de
Dios ante el martirio de los primeros católicos japoneses. Sin embargo, el P.
Rodrigues oye la voz de Jesucristo que le pide apostatar pisando una
representación de su rostro. Es significativo que, cuando lo hace, un gallo
canta en la distancia, en clara referencia a la traición de Pedro; pero, en
este caso, al contrario de lo narrado en los Evangelios, justificando la
traición y la apostasía: los jesuitas que abjuran lo hacen por misericordia hacia
los simples fieles que, por el contrario, están dispuestos a sacrificar su vida
por fidelidad a Jesucristo. Tras la apostasía, el Estado
proporcionaba a los sacerdotes apóstatas un nombre nuevo, una esposa japonesa y
una vida cómoda. Así, el P. Ferreira y el P. Rodrigues se somenten a la
sociedad japonesa de la época, en la que se les da un puesto de prestigio como
recompensa por haber abjurado de Cristo.
El
título, pues, llama a engaño, pues aunque se nos intente convencer del silencio
de Dios ante el sufrimiento y el martirio de los pobres católicos japoneses y
el dilema de los jesuitas entre apostatar o permitir ese sufrimiento, Jesús
acaba hablando... ¡para pedir la apostasía! Dios calla ante el sufrimiento
ajeno, pero habla al P. Rodrigues para perdirle que renuncie a su fe. Lo que se
pedía a los jesuitas para probar su apostasía era pisar una imagen de
Jesucristo, el cual le dice al jesuita: "Písame". O sea,
que para animar a renegar de la fe sí habla. Sólo calla cuando sufres, pero
habla para que caigas. Conclusión: es Dios quien incita a pecar y, por tanto,
es el responsable del mal.
Pero, ¿cuál fue la
realidad histórica? El catolicismo llegó a Japón de la mano de San Francisco
Javier, jesuita, en 1549. En apenas sesenta años se logró la conversión de unos
trescientos mil japoneses sin recurrir a la fuerza. Ochenta y seis señores
feudales se bautizaron oficialmente, y muchos más simpatizaban con el
cristianismo. Las primeras generaciones de conversos japoneses tuvieron que
enfrentarse a diferentes persecuciones locales instigadas por ingleses y
holandeses -protestantes-, por los monjes budistas o por la nobleza local, pese
a lo cual hubo muchas conversiones en los primeros años. Pero, el 25 de julio
de 1587, el gobernador Hideyoshi decretó el exilio de los jesuitas y a partir
de 1600 pasó a ser una Iglesia clandestina, perseguida y que dio muchos
mártires, aunque consiguió sobrevivir oculta durante los siguientes 250 años,
hasta que las persecuciones, que tuvieron un alcance imperial, finalizaran en
1873. En el perído de persecución hubo 93 jesuitas mártires de la fe, de los
que tres ya han sido canonizados -San Pablo Miki, San Juan de Goto y San Diego
Kisai-, 37 han sido beatificados y los demás tienen abierta la causa de
beatificación. Hasta 1908 los jesuitas no regresaron a Japón.
El sacerdote portugués
Cristóvão Ferreira, que había quedado como superior de los jesuitas en Japón
tras el martirio de sus predecesores, apostató tras cinco horas de tortura en
la fosa de Nagasaki. Su apostasía la detalla el historiador jesuita Hubert
Cieslik, experto en Japón, en un estudio realizado en 1974. El P. Ferreira
tenía 53 años, era jesuita desde hacía 37 y había sido un misionero clandestino
durante 19 años. Había vivido dos décadas de persecución y peligros. Era él
quien enviaba a Europa la crónica de los martirios de sus feligreses y
compañeros. Pero él cedió en tan sólo cinco horas. Por eso los historiadores
hablan del "enigma Ferreira".
Cuando un sacerdote
apostataba era liberado y asignado a un templo pagano japonés -sintoísta,
budista o confucionista-, y se le obligaba a casarse con una mujer de la clase
social más baja: la viuda de algún criminal ejecutado. Por supuesto, permanecía
bajo vigilancia. A Ferreira le casaron con la viuda de un criminal extranjero
ajusticiado y durante varios años vivió en la pobreza. Usaba nombre y ropas
japonesas y se le asignó un templo budista. Después, las autoridades empezaron
a contratarlo como traductor de español, portugués y latín en los
interrogatorios y juicios de otros misioneros capturados. Más tarde tradujo
obras de matemáticas y astronomía. Incluso se le atribuye el libro
anticristiano "La superchería desvelada", un libelo
propagandístico budista-confucionista escrito en japonés en 1636, que pretendía
refutar la doctrina católica. Este panfleto, del que sólo existe una copia
manuscrita, fue descubierto por un historiador en la década de 1920.
Novicios jesuitas de
todo el mundo comenzaron a ofrecerse voluntarios para morir mártires allí donde
la Compañía decidiese, para así expiar la apostasía de Ferreira. Además, al
menos tres expediciones de jesuitas llegaron a Japón con el objetivo de traerle
de nuevo a la Iglesia. La primera de ellas, comandada por Marcello Mastrilli,
llegó en 1637. Mastrilli fue descubierto y torturado durante tres días en la
fosa, para finalmente morir decapitado. El segundo grupo estuvo encabezado por
Pedro Kibe, que llegó en 1639 y también fue descubierto, muriendo mártir en la
fosa. El tercer grupo, el de Antonio Rubino, fue atrapado en 1642. A su juicio
acudió el mismo Ferreira como traductor, nueve años desde que apostatara,
quien, al parecer, animó a los jesuitas a apostatar para salvar su vida. Tras
su muerte en 1650, el apóstata Ferreira fue sepultado en el templo budista de
Zuirinji, en Tokio, en una tumba en cuya lápida aún puede leerse su nombre
budista: Chuan Joko Sensei.
En el juicio a Rubino y
sus compañeros -en el que estuvo Ferreira- las autoridades insistían en que los
católicos japoneses, generalmente gente sencilla, sufrían torturas por culpa
del fanatismo -las creencias católicas- que los jesuitas, extranjeros, les habían
inculcado. Evidentemente, es injusto presentar al apóstata Ferreira como un
creyente "razonable" y a los jesuitas mártires que viajaron hasta
allí para intentar salvar su alma, arriesgando sus propias vidas, como
fanáticos. Igualmente, es impío sugerir la salvación del alma de un sacerdote
que renuncia a Cristo por salvar la vida terrena de otros fieles que no están
dispuestos a renegar de Él aunque les maten. Y más impío aún plantear que,
aunque no salvaran sus almas, a los jesuitas apóstatas les merecía la pena
condenarse eternamente para así salvar a sus feligreses.
Como dice S. E. Mons.
Robert Barron, obispo auxiliar de la Archidiócesis de Los Ángeles, que ha hecho
una crítica de la película, lo que ésta difunde está al servicio de la élite
cultural de hoy, bastante similar a la élite cultural japonesa que aparece en
la película, que prefiere a los cristianos vacilantes, inseguros, divididos y
ansiosos por privatizar su religión, y están dispuestos a desechar a las
personas apasionadamente religiosas tildándolas de peligrosas, violentas y,
seamos realistas, no tan brillantes. Es justamente la clase de cristianismo que
le gusta a la cultura dominante: totalmente privatizado, escondido, inofensivo.
Martín
Scorsese ha tardado veinte años en materializar este proyecto. Pero es justo
ahora, en pleno papado de un jesuita, cuando por fin ha logrado hacerlo
realidad. Y no es casualidad que los jesuitas se hayan implicado en esta
película. La Compañía de Jesús está detrás del asesoramiento al director, a los
actores y de la promoción de la película. "Silencio" se proyectó hace casi dos meses en el Pontificio
Instituto Oriental de Roma ante 400 jesuitas, que calificaron la
película como "obra maestra, excelente, cargada de espiritualidad y
profundidad".
Veamos por qué:
- El jesuita estadounidense James
Martin fue asesor del director durante todo el rodaje. Para él, la
película es una obra maestra.
- La supervisión de las escenas
religiosas y la preparación de los actores corrió a cargo del jesuita
español Alberto Núñez.
- Durante el rodaje estuvieron
presentes otros dos jesuitas: el estadounidense Jerry Martinson y el
italiano Emilio Zanetti.
- El departamento de prensa de la
Compañía de Jesús en España ha elaborado el extenso dosier de prensa
-elogioso, naturalmente-.
- El nefando jesuita Antonio Spadaro,
director de "La Civiltà Cattolica", no ha
escatimado medios para promocionar la película, incluyendo una larga
entrevista a Martin Scorsese -de 22 páginas- en su último número.
- Hay varias páginas web jesuitas
-que obviamente no pienso enlazar- que publican artículos elogiosos de la
película y su "espiritualidad".
- Asimismo, los jesuitas están
difundiendo vídeos sobre la película, como el del P. Adolfo Nicolás, ex
Superior General de la Compañía de Jesús hasta el año pasado, o la
entrevista al jesuita James Martín, mencionado más arriba.
Hasta
el Papa Francisco recibió en audiencia privada a Scorsese el pasado 30 de
noviembre de 2016, a las 8.45 (antes de la Audiencia general), en el Palacio
Apostólico -no hay que olvidar que Martin Scorsese fue el director de la
escandalosa y blasfema película "La última tentación de Cristo"
(1988). Según un periodista de Variety que
asistió al pase privado de la película en el Vaticano, "la
audiencia papal privada reunida en el Palacio Apostólico dio el martes, a
través de la prensa oficial vaticana, una clara muestra de apoyo a
"Silencio", proyecto pasión de Scorsese". La verdad, llama la atención que la
apostasía sea celebrada en el Vaticano. [Nota
de Syllabus: No, no nos llama la atención, pues el Vaticano está en poder de
los enemigos de Cristo. Pero desde luego escandaliza, indigna y asquea hasta
qué punto llega el atrevimiento judeo-masónico, ante el Silencio de la mayoría
de los católicos]
Dos jesuitas españoles
misioneros en Japón han sido Padres Generales de la Compañía de Jesús: el P.
Arrupe (1965-1985) y el P. Adolfo Nicolás (2008-2016). Como también tiene en
aquel país su base de operaciones el infame jesuita apóstata Juan Masiá, que el
mes pasado -diciembre de 2016- negó la virginidad de la Santísima Virgen María
en un libelo publicado en Herejía Digital -que tampoco pienso
enlazar-: es coadjutor de la parroquia de Rokko, en Kōbe (Japón) e imparte
clases de Bioética en la Universidad Católica Santo Tomás de la diócesis de
Osakaes; además es consiliario de la Asociación de Médicos Católicos de
Japón, colaborador en comisiones de Bioética de la Conferencia Episcopal
Japonesa, colaborador de la Comisión Católica de Justicia y Paz en
Tokio, así como de la sección japonesa de la Conferencia Mundial de
Religiones por la Paz.
Como ya he señalado más
arriba, "La Civiltà Cattolica" ha hecho un gran
despliegue para promocionar esta película, incluyendo una reseña de la novela
de Endō escrita por el jesuita Ferdinando Castelli en 1973, y publicada de
nuevo íntegramente. Además, en el último número de la revista hay un artículo
sobre lo que debería ser hoy "la misión en el Japón secularizado", en
el que el autor, el jesuita japonés Shun'ichi Takayanagi, considera que es
obligatorio realizar "un cambio de paradigma respecto al concepto
de misión y a los modos de ejercerla". ¿Será porque el proselitismo es
"pecado", como asegura el Papa Francisco, también jesuita? Según
Takayanagi, intentar como objetivo el lograr que la gente se bautice, hoy "ya
no es posible" y debe ser cambiado por completo. ¿El motivo?
Porque "nuestro tiempo está caracterizado por un rápido progreso
de la cultura material y por un elevado nivel de vida. El diálogo debe
profundizar nuestra concepción de las otras religiones".
Según "La
Civiltà Cattolica", el "anticuado" concepto de misión, es
decir, "hacer proselitismo y proporcionar conversos a la
Iglesia", debe ser sustituido por el "diálogo".
Sobre todo en un país como Japón, en el que es normal "ir a un
santuario sintoísta y participar en las fiestas budistas y, también, en una
liturgia cristiana en Navidad", sin esa "extraña
obligación de seguir un determinado credo religioso" y "en
una atmósfera cultural vagamente no monoteísta". Takayanagi subraya
que los japoneses, aunque están muy abiertos al pluralismo religioso, "se
quedan turbados ante ese episodio brutal que puede ser atribuido a raíces
religiosas", islámicas pero no sólo -acusación velada de que el
cristianismo es criminal y se impone por la fuerza, comparándolo con los
terroristas islámicos-.
Takayanagi
continúa: "Ciertamente, la religión puede hacer crecer y madurar a
los hombres, pero en casos extremos la pertenencia a una religión también puede
pervertir la naturaleza humana. ¿Es capaz el cristianismo de impedir el
fanatismo y esta especie de perversión? Ésta es para nosotros una pregunta
acuciante, que debemos plantearnos en el ejercicio de nuestra actividad
misionera. La historia pasada del cristianismo, a este respecto, no es
ciertamente intachable[...] En concreto, algunos intelectuales
japoneses, aunque de manera vaga y casi inconsciente e inspirándose a la
cultura politeísta japonesa, empiezan a preguntarse si las religiones
monoteístas pueden mostrarse, en última instancia, verdaderamente tolerantes
hacia los miembros de otras religiones [...] Estos intelectuales
consideran que el terreno cultural politeísta del sintoísmo japonés puede
asegurar un enfoque suave hacia las otras religiones".
El pasado 4 de enero se
publicaron amplios pasajes de este artículo de "La Civiltà
Cattolica" y en "L'Osservatore Romano" -ya
en otras ocasiones "L'Osservatore Romano" ha hecho
apología de un paradigma de misión cuyo fin es la "común exigencia
humana de valores religiosos", como el que propugna ahora la revista
dirigida por Antonio Spadaro-. En resumen, y como señala Sandro Magister, es
tiempo de "silencio" también para las misiones católicas. A pesar del
decreto "Ad gentes" del Concilio Vaticano II, de la exhortación
apostólica "Evangelii nuntiandi" del beato Pablo VI
y de la encíclica "Redemptoris missio" de San Juan
Pablo II. [Nota Syllabus: Bueno, de todo esto no son precisamente inocentes los
liberales y modernistas beato Pablo VI, San Juan Pablo II y el infame
Vaticano II, que abrieron las puertas para que el “humo de Satanas” nos trajera
la falsa religión del hombre que se hace dios a sí mismo. Invitams a leer los
libros del R.P. Calderón sobre el Vaticano II, para comprender la profundidad
de la revolución anticatólica instalada en Roma]
La revista Ecclesia recoge
las palabras del jesuita James Martin, para quien Scorsese es "muy
religioso, muy católico", y que "cuando la he visto por
primera vez he llorado: es una gran historia, una gran película". Por
lo visto, el director se puso en contacto con él en 2014 para pedirle
asesoramiento porque quería entender a los jesuitas -cosa
extraña y bastante difícil de creer, porque el mismo Scorsese fue seminarista
jesuita: fue novicio jesuita un año en el pequeño seminario del Cathedral
College en Nueva York-.
Para "L'Osservatore
Romano", donde se publicó la reseña de Ecclesia el 3
de diciembre de 2016, esta película es, en definitiva, una "reflexión
sobre la dificultad del discernimiento y de las elecciones que hay que tomar en
la propia vida, 'también cuando no está tan claro qué hacer', según explica
Martin: 'Por eso veo en la película un mensaje hacia la Iglesia de hoy, con una
espiritualidad fuerte, que inspira la fe en Dios'".
Es
sospechoso que la novela de Shūsaku Endō se difundiera tanto en los años 60,
mientras que las historias de autores cristianos japoneses que muestran
ejemplos de mártires constantes no se hayan difundido. Las novelas sobre la fe
no son populares entre los editores occidentales, se ha argumentado. Las de
apostasía, por lo visto, sí.
El dosier de prensa de
los jesuitas explica los hechos históricos y asegura que según "algunas
fuentes los padres Chiara y Ferreira recusaron después su apostasía; Ferreira
murió por defender la fe en un segundo martirio y Chiara acabó sus días en una
inhumana celda de castigo". Lo que no explica el dosier es cuáles son
esas nada fiables fuentes que mencionan.
Pero,
¿en qué consiste la impiedad de esta película? Pues, por un lado, en la
justificación y disculpa de la apostasía, que se presenta no sólo como
aceptable, sino incluso como compatible con la fe. Y, por otro, en que quienes
apostatan son sacerdotes, lo cual es más grave, si cabe.
Es malvado presentar como "misericordiosos" a
quienes niegan a Cristo y como virtud la debilidad de los apóstatas, en lugar
de presentar como modelo a quienes resisten el martirio por amor a Él y como
virtud su fortaleza en la fe. De
esta forma, predisponen al espectador a justificar su propia apostasía llegado
el caso, pues lo importante para la sociedad actual es evitar el sufrimiento en
esta vida a cualquier precio. Es, llanamente, un rechazo de la cruz, escándalo
para los judíos y necedad para los gentiles, como dice la primera Carta a los
Corintios (I Cor 1,23-24). Además, pone en duda verdades de fe, intenta
enmendar la plana al mismo Jesucristo y contradice la Verdad revelada contenida
en los Santos Evangelios. El martirio es presentado como algo malo, a evitar,
contradiciendo así el punto 2473 del Catecismo de la Iglesia Católica -para
los católicos, salvar la efímera vida terrena apostatando supone perder la Vida
eterna, que quien muere mártir tiene asegurada-.
También subyace el
mensaje de que el budismo y el cristianismo en el fondo son lo mismo, y que
todos los credos son iguales. Naturalmente, esto contradice el mandato de
Cristo: "Id y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar
todo lo que os he mandado" (Mt 28,19-20). Si todas las religiones
son igualmente válidas, ¿para qué la evangelización, las misiones y el
proselitismo de la Iglesia? Antonio Spadaro lo tiene claro: para él no tienen
sentido. Además, en la película queda claro que el cristianismo no puede cuajar
en Japón, aunque eso contradiga las palabras del Señor mencionadas antes. Los
malos de la película son quienes se obstinan en su fe, que podrían haberse
evitado el sufrimiento siendo razonables y renunciando a la
misma. Los ganadores, en cambio, son los perseguidores, tanto por la apostasía
de los jesuitas, como por la eliminación casi completa del catolicismo en
Japón. Los católicos son, claramente, los perdedores de la película, tanto los
apóstatas, como los mártires.
Paul
Elie en su artículo del New York Times, dice que "como
en la novela, la película pone en cuestión la idea misma del martirio
cristiano, al proponer que hay casos en que el martirio -que el creyente se
agarre a Cristo hasta el terrible final- no es santo, ni siquiera
correcto". Paul Elie cree que Scorsese está
intentando decir lo mismo que cuando estalló la polémica con "La
última tentación de Cristo": Scorsese se creía con derecho a hacer
algo "blasfemo" -una escena de sexo de Cristo y María Magdalena-
porque tenía una buena intención: mostrar el lado humano de Cristo, mostrar fe
y amor por esta dimensión de Cristo. Un acto "malo" para lograr un
fin "bueno", algo totalmente condenado por la tradición cristiana,
que sostiene que el fin no justifica los medios.
Piden a los cristianos
apostatar pisando el "fumie", una imagen de metal de Cristo y la
Virgen. Al final, en la novela, el jesuita pisará el "fumie", y lo
hará por salvar a sus feligreses, por el amor a los fieles: sentirá que él se
pierde, pero salva a otros. Eso se presenta como algo sacrificial, cristiano.
Sin embargo, el padre Rodrigues arrastrará, bajo el nombre de Okada Sanemon,
una vida humillada e insulsa, una vida anónima y sin entusiasmo, en apariencia
alejada de la fe. Según Paul Elie, la opción de Ferreira, una fe interna,
disimulada, camuflada, que pacta con el poder, es una forma de inculturación,
eficaz y aceptable.
Visto lo visto, no sorprende que uno de los protagonistas
de la película sea el actor anticatólico y pro-abortista Liam Neeson, cuyos
ataques a la Iglesia Católica y la promoción del aborto en su país natal,
Irlanda, fueron públicos y notorios hace poco más de un año (ver aquí).
Además, el director de la película ha
declarado que el personaje más interesante es, en su opinión, Kichijiro, el
traidor o Judas -figura ésta, la del apóstol que traicionó a
Cristo, sorprendentemente reivindicada por el propio Papa Francisco como una
"pobrecita" víctima arrepentida-
Esta película, además de ser más larga que un día sin pan, es, en definitiva, una película anticatólica y una auténtica ofensa a los católicos, a la Iglesia y a Cristo mismo -de cuyo mensaje se hace una enmienda a la totalidad-, así como una plataforma para promocionar sibilinamente y justificar lo injustificable: la apostasía y la sumisión al poder terrenal de turno para evitar el sufrimiento. Con estas virtudes, no sería raro que le cayera algún Óscar -o más de uno-. Nada recomendable, pues -pese a lo que digan ciertos escritores cursis y redichos que son -eso se creen ellos- más listos y cultos que nadie -y muchísimo más católicos, naturalmente-.