Una carta insulsa,
blandengue, piadosita, tibia, incapaz de desatar ni el entusiasmo
ni el rechazo de nadie, en la que no hay ninguna crítica a Francisco (más bien
lo tiende a disculpar, planteando sólo una duda respecto de él).
Una carta mediante la cual se notifica a los sacerdotes y fieles que la FSSPX adhiere al "Año Santo de la Misericordia" decretado por este nefasto Papa.
Una carta que manifiesta perfectamente el nuevo estilo melifluo, ambiguo y cobarde que el Superior General ha impuesto en la FSSPX.
Dici
3-06-2015
Resumen: En una conferencia del 20 de enero
de 2015 el Cardenal Maradiaga considera que la misericordia debe insuflar un
nuevo espíritu a las reformas introducidas por el Concilio Vaticano II, para
abrir la Iglesia al mundo de hoy. Así instrumentalizada, la misericordia es
amputada del arrepentimiento de las faltas; y ya no parece sino una mirada
complaciente sobre el pecador y su pecado.
En vistas al próximo Año Santo, se debe
realizar un discernimiento serio entre esta misericordia truncada y la
misericordia cabal que invita decididamente a la conversión, al rechazo del
pecado. Nuestras oraciones y penitencias, en el curso de este Año Santo, deben
ser una respuesta al pedido del Corazón doloroso e inmaculado de María hecho en
las apariciones de Fátima, cuyo centenario celebraremos en el 2017.
Queridos amigos y bienhechores
No es necesario extenderse mucho para
comprobar el estado de crisis en el que se encuentra nuestra Santa Madre
Iglesia. Sin embargo, en estos últimos tiempos un cierto número de indicios
inquietantes nos llevan a pensar que entramos en una fase todavía más intensa
de desórdenes y confusión. La pérdida de la unidad en la Iglesia se hace cada
vez más visible, tanto en el ámbito de la fe y de las costumbres, como en el de
la liturgia y del gobierno, y no es aventurado presagiar un período muy difícil
ante nosotros. A no ser por un milagro, se debe temer un tiempo en el que las
almas estarán aún más abandonadas a sí mismas, sin encontrar un apoyo – tan
necesario sin embargo– de parte de la jerarquía en su conjunto.
Una nueva misericordia al rescate de las
reformas conciliares
Entre otros tantos ejemplos,
consideremos para ilustrar lo que decimos una conferencia dada por el Cardenal
Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, coordinador del grupo de cardenales a los que
el Papa Francisco ha confiado la reflexión sobre la reforma de la Curia Romana.
Esta conferencia, impartida el 20 de enero de 2015 en la Universidad Santa
Clara (California) tiene el mérito de ofrecer un panorama de la visión que guía
a los más cercanos consejeros del Papa. Una primera idea es que este último se
propone realizar sus reformas – con lo que se debe entender el conjunto de las
reformas emprendidas después del Concilio Vaticano II – de un modo tal que se
conviertan en irreversibles. Además, en otros pasajes de la misma conferencia
vemos expresada también esta voluntad de ya no volver para atrás.
El cardenal hondureño reconoce, no
obstante, que las reformas que ya se han realizado se encuentran en peligro por
haber provocado una grave crisis en la Iglesia. La razón es que toda reforma
debe estar animada por un espíritu, que constituye su alma. Ahora bien, las
reformas conciliares no respetaron este principio. Por el contrario, ellas se
realizaron, nos dice, dejando intacto el viejo espíritu, el espíritu
tradicional, lo que tuvo por consecuencia que estas reformas en parte no fueron
comprendidas, y que no produjeron los efectos esperados, hasta el punto de
provocar una especie de esquizofrenia en la Iglesia.
Con todo, el Cardenal Rodríguez
Maradiaga afirma que no hay que volver para atrás. Empero, según él, lo que
falta es infundir un espíritu que se corresponda con las reformas para así
poder motivarlas y dinamizarlas. Este espíritu es la misericordia, y
precisamente el Papa acaba de anunciar un Año Santo de la Misericordia…
La verdadera misericordia según el
Sagrado Corazón
¿De qué se trata exactamente? En sí, la
misericordia es una palabra que todo católico valora mucho, pues expresa la
manifestación más emotiva del amor de Dios para con nosotros. En los siglos
pasados, las apariciones del Sagrado Corazón no son sino una revelación más
intensa de esta misericordia de Dios para con los hombres. Hay que decir lo
mismo de la devoción al Corazón doloroso e inmaculado de María. Sin embargo, la
verdadera misericordia, que implica ese primer movimiento tan conmovedor de
Dios para con el pecador y su miseria, continúa en un movimiento de conversión
de la creatura hacia Dios: “Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se
convierta y viva” (Eze 33, 11). De allí la insistencia de los Evangelios sobre
el deber de conversión, de renuncia y de penitencia. Nuestro Señor llegó a
decir: “Si no hacéis penitencia, todos pereceréis” (Luc 13, 5). Este llamado a
la conversión constituye el centro del Evangelio, que podemos ver tanto en San
Juan Bautista como en San Pedro. Cuando los pecadores, conmovidos por la
predicación, preguntan qué deben hacer, escuchan sólo estas palabras:
“convertíos y haced penitencia”. La Santísima Virgen en sus apariciones en
estos últimos siglos, tanto en La Salette como en Lourdes o Fátima, no dice
otra cosa: “oración y penitencia”.
Ahora bien, los actuales predicadores de
una nueva misericordia insisten tanto en el primer paso que hace Dios hacia los
hombres perdidos por el pecado, la ignorancia y la miseria, que demasiado a menudo
omiten ese segundo movimiento que debe proceder de la creatura: el
arrepentimiento, la conversión, el rechazo del pecado. Finalmente, la nueva
misericordia no es sino una mirada complaciente del pecado. Dios os ama… pase
lo que pase.
La nueva misericordia amputada del
arrepentimiento
Desgraciadamente los ejemplos de
misericordia dados por el Cardenal Maradiaga no dejan lugar a dudas, pues
concede un lugar pleno en la vida de la Iglesia a los cristianos que han roto
su matrimonio y han fundado una familia “recompuesta”. Sin más…. E incluso
anuncia un cielo igual al de los santos para las personas que han abandonado la
Iglesia cuando se encontraban en situaciones de pecado y, por supuesto,
reprocha a los ministros el haber expresado su reprobación a estos pobres
pecadores… ¡He aquí la nueva misericordia, la nueva espiritualidad que ha de
fijar para siempre las reformas de las instituciones y de las costumbres de la
Iglesia, tanto las que ya se han realizado desde el Concilio, como las nuevas
que ahora se prevén! Esto es gravísimo, pero puede también ayudarnos a
comprender por qué nos oponemos tanto a lo que se llama “el espíritu del
Concilio”. En efecto, las reformas se han introducido en nombre de este nuevo
espíritu, un espíritu que ciertamente no es tradicional. Nosotros afirmamos que
este espíritu ha echado a perder todo en el Concilio, incluso las partes que se
pueden entender de modo católico… Se trata de un espíritu de adaptación al
mundo, de una mirada complaciente de sus caídas y tentaciones, en nombre de la
bondad, de la misericordia, del amor. Así, por ejemplo, ya no se dice más que
las otras religiones son falsas, afirmación que, sin embargo, es la del
magisterio de siempre. Ya no se enseñan más los peligros del mundo, e incluso
el diablo ha desaparecido casi por completo del vocabulario eclesiástico desde
hace 50 años. Este espíritu explica los actuales sufrimientos de nuestra Santa
Madre Iglesia, cuya autoridad disminuye a pesar de sus aperturas en la
dirección del mundo, y que va perdiendo cada día más miembros, sacerdotes, y ve
cómo disminuye su influencia en la sociedad contemporánea. Irlanda, antes tan
católica, donde el “matrimonio” entre personas del mismo sexo acaba de ser
legalizado, es un ejemplo patente.
¿Se puede mutilar la misericordia,
separarla de una necesaria penitencia, como lo hace el Cardenal Maradiaga, con
el fin confeso de devolver un nuevo espíritu a las reformas conciliares que
están en ruptura con el espíritu tradicional? ¡Decididamente no! En esta
conferencia que pronunció tres meses antes de la bula de convocatoria del Año
Santo, ¿es el intérprete de las ideas del Papa Francisco? Es muy difícil
saberlo siendo tan contradictorios los mensajes que llegan de Roma desde hace
dos años, como reconocen ciertos cardenales en privado y muchos vaticanistas
abiertamente.
Saber discernir entre una misericordia
truncada y la misericordia cabal
¿Habrá que privarse por ello de las
gracias de un Año Santo? Todo lo contrario. ¡Cuando las compuertas de la gracia
se abren, hay que recibirla en abundancia! Un año Santo es una gran gracia para
todos los miembros de la Iglesia. Vivamos, pues, de la verdadera misericordia,
como nos lo enseñan todas las páginas del Evangelio y de la liturgia
tradicional. En conformidad con el “discernimiento previo”[1] sobre el cual
Mons. Lefebvre fundó el proceder de la Fraternidad San Pío X, en estos tiempos
de confusión, rechacemos una misericordia truncada y vivamos plenamente de la
misericordia cabal.
Una palabra que encontramos tan a menudo
y que manifiestamente debe encontrarse en nuestros labios es miserere. Esta
palabra señala, de nuestra parte, el reconocimiento de nuestra miseria y el
llamado a la misericordia de Dios. La conciencia de nuestra miseria nos hace
pedir perdón, nos llena de contrición, y va acompañada de la voluntad de no
pecar más. El verdadero amor que inspira este movimiento nos hace comprender la
necesidad de hacer reparación por nuestros pecados. De ahí el sacrificio
expiatorio y satisfactorio. Estos diferentes movimientos son necesarios para la
conversión que alcanza el perdón del Dios misericordioso, que – en verdad – no
quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Pretender la
felicidad eterna es completamente ilusorio en quien no quiere romper con sus
hábitos de pecado, no quiere seriamente huir la ocasiones de pecado, ni tomar
la resolución de no volver a caer.
Predicar una misericordia sin la
necesaria conversión de los pobres pecadores sería un mensaje vacío de sentido
para el cielo, una trampa diabólica que tranquilizaría al mundo en su locura y
su rebelión cada vez más abierta contra Dios. El cielo lo dice claramente: “de
Dios, nadie se burla” (Gál 6, 7). La vida de los hombres en el mundo de hoy
clama por todas partes la ira de Dios. La masacre, por millones, de los
inocentes en el seno materno, la legalización de las uniones contra natura, la
eutanasia, son otros tantos crímenes que claman al cielo, sin hablar de todas
las clases de injusticias…
La misericordia según el Corazón
doloroso e inmaculado de María
Tomémonos en serio este llamado a la
misericordia, pero ¡igual que los habitantes de Nínive! Vayamos en busca de las
ovejas perdidas, recemos por la conversión de las almas, practiquemos en la
medida de lo posible, todas las obras de misericordia, materiales y sobre todo
espirituales, pues son ellas las que más se necesitan.
Si hace más de un siglo Nuestra Señora
pudo decir que le costaba retener el brazo vengador de su Hijo… ¿qué no diría
hoy?
En lo que a nosotros se refiere,
queridos fieles, debemos aprovechar este Año Santo para pedir al Dios de la
misericordia una conversión a la santidad cada vez más profunda, e implorar las
gracias y los perdones de su misericordia infinita. Vamos a preparar el
centenario de las apariciones de Nuestra Señora en Fátima practicando y
propagando con todas nuestras fuerzas la devoción a su Corazón doloroso e inmaculado,
como Ella nos pidió. Seguiremos suplicando ahora y siempre que sus pedidos, en
particular la consagración de Rusia, sean por fin escuchados como se debe. No
hay ninguna oposición entre estos pensamientos dirigidos a María y el Año de la
Misericordia, ¡todo lo contrario! No separemos a quienes Dios quiere ver
unidos: los dos Corazones de Jesús y de María, como lo ha explicado Nuestro
Señor a Sor Lucía de Fátima. Cada distrito de la Fraternidad os comunicará las
obras particulares a practicar para beneficiarse con todas las gracias que la
Misericordia divina nos concederá durante este Año Santo.
Así colaboraremos de la mejor manera
posible con la voluntad misericordiosa de Dios de salvar a todos los hombres de
buena voluntad.
Que Nuestro Señor os bendiga por vuestra
generosidad, y en este día de Pentecostés, os conceda sus gracias abundantes de
fe y de caridad.
+Bernard Fellay
Domingo de Pentecostés, 24 de mayo de 2015
Domingo de Pentecostés, 24 de mayo de 2015
[1] “En la práctica, nuestra actitud
debe fundarse en un discernimiento previo, necesario para la circunstancia
extraordinaria que significa un papa ganado por el liberalismo. He aquí ese
discernimiento: cuando el papa dice algo que es conforme a la tradición, le
seguimos; cuando dice algo contrario a nuestra fe, o cuando alienta, o deja
hacer algo que daña nuestra fe, ¡entonces no podemos seguirle! Y esto por la
razón fundamental de que la Iglesia, el papa, la jerarquía están al servicio de
la fe. No son ellos quienes hacen la fe; deben servirla. La fe no se hace, es
inmutable, se transmite.” Mons. Lefebvre, Le destronaron, Voz en el Desierto,
México, 2002, pág. 263.