miércoles, 18 de octubre de 2017

LA NEO-FSSPX Y EL ABANDONO DE LA CRUZ





La FSSPX ha abandonado la cruz, o el Neo fariseísmo tradi-liberal


“No se reforma la Iglesia sino sufriendo por ella: no haciendo pavadas. No se reforma la Iglesia visible sino sufriendo por la iglesia invisible. Todos los que han querido reformarla de otro modo, se han salido della”.

Padre Leonardo Castellani

Acertadísimas palabras de nuestro Padre Castellani, en un editorial de su revista Jauja que versaba sobre el modernismo conciliar (Revista Jauja N° 7, Julio 1967).

En efecto, como dirá en otro de sus grandes textos, en referencia al fariseísmo, los males de dentro de la Iglesia –o de hecho, los males todos, pero muy especialmente los de adentro- no se limpian ni se arreglan sino mediante el sacrificio, el sufrimiento, la cruz, que consiste en dar testimonio de la verdad hasta el fin:

“Es el drama de Cristo y de su Iglesia. Si en el curso de los siglos una masa enorme de dolores y aun de sangre no hubiese sido rendida por otros cristos en la resistencia al fariseo, la Iglesia hoy no subsistiría”
(Cristo y los fariseos, Ed. Jauja, Mendoza, 1999, pág. 17).

Cristo nos redimió padeciendo. La verdad se afirma con la propia vida hecha verdad.

Es menos la acción que la inmolación lo que convierte. Nuestro Señor tiene menos necesidad de nuestros servicios que de nuestros sacrificios Fue necesario que Él muriese para dar su Vida a la humanidad. Es la gran ley” (P. Vayssière O.P., « Le Père Vayssière », Marcelle Dalloni, pág.124).

Pero lejos de haber alguna vez comprendido esto, los liberales que se han alzado con la FSSPX han pretendido o desean o hacen creer que los males más graves en la historia de la Iglesia podrán corregirse, limpiarse, acabarse, mediante diplomacias, diálogos y negociaciones.

Mons. Fellay ha cambiado las excomuniones y rechazos por reconocimientos y bienvenidas. Ha cambiado la sangre por el azúcar.

La intemperancia final de Nuestro Señor (que los llamó “sepulcros blanqueados”) por la dulzura blandengue que todo está dispuesto a discutirlo (cordialmente).

(Claro que no hay dulzura sino dureza intolerante para con los antiliberales).

Nuestro Señor se anonadó hasta lo increíble para tratar de sacar a los fariseos de su diabólica condición. Y luego de tronar contra ellos, dio muestras de su supremo acto de amor, que no consistió en seguir diálogos interminables, sino en el sacrificio por la verdad, que no transige.

La Fraternidad se eleva sí misma para buscar una mejor ubicación en la mesa de negociaciones. Entonces deviene más importante la “unidad” (que haría la “fuerza”) que la “finalidad” de la propia congregación.

Todavía no se llega al final en esta búsqueda, pero se continúa en el mismo rumbo. El último Cor Unum de Mons. Fellay viene a confirmarlo plenamente.


Monseñor Lefebvre, cuando realizó las consagraciones episcopales que le costaron ser falsamente excomulgado por las autoridades modernistas de la Iglesia, no realizó un acto de diplomacia, sino un acto de guerra. Luego de haber agotado todos los intentos por hacer entrar en razón y sacar del error a los conciliares. Y ese acto de guerra contra el modernismo conciliar, no contra el Papa o la Iglesia en cuanto tal, por supuesto, lo refrendó después de mil maneras, pero sobre todo afirmando hacia el final de sus días, en su “Itinerario espiritual”, estas palabras que deben tenerse siempre presentes:

“Para todo sacerdote que quiera permanecer católico, es un deber estricto separarse de esta iglesia conciliar mientras ella no regrese a la tradición del magisterio de la iglesia y de la fe católica”. ("Itinerario Espiritual", 1991).

Podríamos decir que toda esta caída se aceleró en la FSSPX cuando se aceptó el levantamiento de las “excomuniones”. Se dijo entonces que Roma las “levantó” sin la que la FSSPX hubiese cambiado su posición. Pero la verdad fue lo contrario. Porque Roma no dijo “Levantamos esta lamentable sanción que les fue impuesta, y declaramos que fue injusta y que Ustedes han sostenido siempre la verdad y la verdadera fe”. Por el contrario, el mensaje romano fue: “Somos tan misericordiosos y paternales que hemos decidido levantar esta sanción que ustedes merecieron. Esperamos ahora que ustedes se acerquen a nosotros ya sin desconfianza”. Y la Fraternidad aceptó esa ficción, ese paso de teatro. Las mismas autoridades de la Fraternidad reconocieron puertas adentro (véase, por ej., las declaraciones de entonces de Mons. de Galarreta) toda esta insinceridad y tramoya puramente negociadora.

Pero, ¿por qué no recordar lo que en su momento había afirmado Mons. Fellay?:

“Permítanme ayudarlos a entender lo que “las excomuniones” significan para la Fraternidad. Primero, yo estoy absolutamente seguro que esas excomuniones han sido una gran bendición y una protección de Dios. Sí, con esas excomuniones, nosotros hemos estado protegidos. ¿Por qué? Porque Roma ha construido una pared entre ellos y nosotros, de tal manera, que todas las balas que puedan dispararnos, van directamente hacia la pared y a nosotros ni siquiera nos tocan” (Mons. Fellay, conferencia dada en la Iglesia San Vicente de Paul de Kansas City, Missouri, el 10 de noviembre de 2004).

¿Hemos de creer que las autoridades super modernistas romanas, luego dejaron de disparar balas para disparar “rosas” por un acto de magia, o de encantamiento ante Monseñor Fellay, o porque se sienten “presionadas” por los famosos “Nicodemos” que hay en Roma (Burke, Schneider y algún otro)?

¿Alguien sinceramente es capaz de creer eso?

El derribo de esa “pared” fue el acto más astuto de la serpiente conciliar, y su aceptación –o ante todo, procuración- el más estúpido de la ambiciosa FSSPX.

Anteriormente, la bendición de Dios era permanecer protegidos y alejados de los modernistas por aquella sanción. Posteriormente, para Mons. Fellay la bendición de Dios pasó a ser el ser “reconocidos” paso a paso por Roma.

Sabemos lo que mueve a los modernistas, y sabemos los fines que se propone la iglesia conciliar surgida en el concilio. Miremos el problema de fondo de la Fraternidad: el rechazo de la cruz.

Si se quiere vencer el modernismo, si se quiere convertir las almas, hay que pagar un precio. Ahora la Neo-FSSPX quiere que a ella le paguen un precio por “solucionar” el problema del modernismo. El precio es “ser reconocida” y “aceptada” por los modernistas.

Dice San Bernardo:

Dios nos amó primero (I Juan 4,19) y sin que le hubiésemos dado pruebas de nuestro amor. ¡Oh! ¡Cuán verdadero es el amor de esta majestad divina que, al amarnos, no busca sus propios intereses!”.

San Bernardo dice esto en el sentido de que Jesucristo en tanto hombre se anonadó a sí mismo, por buscar los intereses de su Padre, que eran de salvarnos a nosotros. ¿Cuál fue la prueba suprema de ese amor por nosotros? La Pasión y muerte de su Hijo en la Cruz. Los santos han comprendido que sin la cruz no hay redención. ¿Qué hicieron por la conversión de los pecadores, por la conversión de sus enemigos? Afirmaron la verdad con la palabra pero obtuvieron los frutos regando con sus lágrimas, con sus sufrimientos, con sus mortificaciones, con los oprobios recibidos, con su sangre, con su propia negación. Buscaron sólo los intereses de Dios, a costa de sí mismos. Y soportaron hasta el ser perseguidos por sus propios cófrades, por sus superiores, por los malos hombres de su Madre la Iglesia. Imitaron a Nuestro Señor, que para convertirnos y salvarnos a nosotros pecadores, sus enemigos, se entregó a la pasión y a la cruz.

No hicieron pavadas.

La FSSPX se mira a sí misma, y bajo la ilusión de hacer la caridad a los otros, no deja de buscar su propio bien. Está sucumbiendo por la “exterioridad” (como dice Castellani, el mismo mal al que sucumbió la Sinagoga), porque el “exteriorismo” sería la demostración palpable de sus virtudes ante una Roma a la que busca convencer. Luego, tan convencida está de su propio valor ella misma, que todo cuestionamiento es considerado subversivo. En palabras del Padre Castellani:

Todo el que no tiene espíritu como el mío, tiene mal espíritu”, es el pensamiento recóndito del fariseo.
Y lo contrario es justamente lo verdadero”.
(Ob. Cit. Pág. 34).

¿Qué actitud tener? Santificarse mediante la cruz y la unión con los Sagrados Corazones de Jesús y María. Sin tocar los “sepulcros blanqueados”.  Afirmándose en la verdad. Y recordando siempre que “no se reforma la Iglesia sino sufriendo por ella”. O en palabras del Padre Calmel:

“Confesar la fe en la Iglesia de cara al modernismo, ser feliz de tener que sufrir para dar un buen testimonio en la Iglesia traicionada de todas partes, es vigilar con ella en su agonía, o vigilar con Jesús que continúa, en su Esposa afligida y traicionada, su agonía en el Jardín de los Olivos”
(Brève apologie pour l’Église de toujours, Maule, Difralivre, 1987).


Ignacio Kilmot