“La vida imita al arte
mucho más que el arte imita a la vida”.
Oscar Wilde.
Luis Buñuel
fue uno de los más talentosos directores del cine español, pero fue también uno
de los más corrosivos, irreverentes y provocativos, en su relación con el
catolicismo. Su temprana educación con los jesuitas se cruzó en su juventud con
la influencia de los surrealistas; del anarquismo adolescente pasó luego a
formar parte del Partido Comunista en los años del stalinismo. Luego de un
breve paso por Hollywood, tras salir de España -al parecer con funciones de
espía de la República-, y sin llegar a trabajar allí, recaló en un México que
daba la bienvenida a revolucionarios de diversas latitudes, para finalmente volver a
España en los años ’60. Aunque había roto tempranamente con la escuela
surrealista, su caracter provocador seguiría incorregible. Del surrealismo
apreciaba Walter Benjamin “un concepto radical de la libertad que había quedado adormecido al
decaer la influencia de Bakunin: la liquidación, además, de un ideal de
libertad esclerótico-liberal-moral-humanista”. Así las cosas, una de las obsesiones de Buñuel era quitarse de encima
la “represión” sufrida en su temprana edad por la rígida educación católica, por
lo que recurrió una y otra vez en sus películas a temas y referencias de la
cultura católica heredada. A la vez que lo fascinaban las ceremonias
religiosas, habiendo perdido la fe, recurría al fetichismo o lo erótico para
manifestar su gusto por blasfemar, poniendo en escena tales ceremonias pero
insertándoles algún elemento irreverente. Quizás en una búsqueda desesperada
por tapar el vacío que no se atrevía a llenar aceptando la fe, recaía una y
otra vez en caricaturizar aquello que no podía digerir ni olvidar. El mismo
Buñuel perverso que no creía en la verdad, el libertario que no se cansaba de
alborotar, el que afirmaba “soy ateo gracias a Dios”, era también el que alguna
vez dijo: “No me gustan los herejes, ni Lutero, ni Calvino. Con
ellos la misa se convierte en una conferencia aburrida pronunciada en una sala
triste por un hombre vestido de negro. La Iglesia Católica, al menos, ha tenido
el mérito de crear un arquitectura, una liturgia, una música que me conmueven.”
El poeta comunista Rafael Alberti dijo por su parte de este director: “Creo
que Buñuel, en el fondo, es un hombre religioso y completamente católico, que
cree en el infierno y que tiene terrores nocturnos...A él le preocupa
enormemente la religión, y que es ése el pensamiento central de casi todas sus
cosas...Y hace Nazarín, Viridiana...El
hombre que hace eso es que ha tenido una formación como yo, de colegio de
jesuitas...esas cosas las tenemos a flor de piel...Y Buñuel ha tenido la
valentía de...mostrarla...Se ve que le preocupan de una manera extraordinaria
estos problemas. Está latente en todas sus obras...es el pensamiento central de
Buñuel...Es realmente curioso que a la persona que parece más avanzada en las
artes nuestras, y que es la vanguardia más absoluta, le preocupen las cosas más
viejas. Estas preocupaciones son las de una beata española de provincias, llena
de terrores y de cosas...Esta preocupación de Luis es tan fantástica...que de
pronto se queda uno atónito de que Buñuel tenga la sinceridad de atreverse a
exponerla. Pero lo hace con miedo. Porque creo que Buñuel tiene miedo de hacer
una profanación...Sólo el que cree blasfema o alaba a Dios; hay que tener una
creencia para blasfemar o alabar.” Como fuere, esta contradicción se
manifiesta en sus películas, tirando la piedra a la iglesia como un niño que se
las da de “comecuras” pero luego no se atreve a ir por más. Un amigo del cineasta contó que la madre de Buñuel
había recibido una carta de su hijo en la que le decía “Mira mamá, estoy buscando la fe hasta con cerillas”. Como suele
decirse, sin Dios no habría ateos, y sin la verdad católica no habría
blasfemos.
Como
Francisco, Buñuel era popular entre los enemigos de la Iglesia, incluyendo desde
luego los que hacían daño adentro mismo de su estructura visible. Ambos son
considerados “transgresores”, y, en el fondo, no tomados muy en serio. Ambos
jesuitas, lucharon por quitarse el pesado lastre de encima que representaba la
Iglesia de otros tiempos, con la proclamación de sus dogmas y su férrea disciplina.
Lo cierto es que la Iglesia del actual Francisco –y la invadida por la secta
modernista desde el Vaticano II- está superando la imagen paródica e
irreverente con que el cineasta español quería soterrar lo que lo obsesionaba.
Si Buñuel viviera hoy probablemente miraría con espanto aquello que él mismo
intentara desfigurar en vano. Recientemente observaba Juan Manuel de Prada una
excelente ilustración de la falsa caridad provista por la película “Viridiana”,
en relación a lo que ocurre hoy con la falsa caridad francisquista. Otra de sus
películas nos sirve para indirectamente advertir de qué modo la iglesia
conciliar ha llegado en su monstruosa degradación más allá de donde el comecuras Buñuel osó llegar.
En esta escena
de “La Vía Láctea”, por ejemplo, se nos muestra el resultado del ecumenismo
interreligioso o la igualdad predicada por Francisco ahora hasta con videos
incluidos:
La labor
destructiva de Buñuel se queda muy pequeña cuando vemos lo que ocurre en estos
tiempos dentro de los templos supuestamente católicos. Una de las obsesiones de
Buñuel era el fetichismo por los pies de las mujeres, o los zapatos que retrata
en muchas de sus películas. Su película “Él”, filmada en México en 1952, es el
retrato meticuloso de un "católico ejemplar" que es en verdad un enfermo que pasa de la neurosis obsesiva a la
paranoia. Varios años antes había afirmado que uno de sus intereses
cinematográficos era exponer “el origen y desarrollo de diferentes enfermedades
psicopáticas. La vida del enfermo, su tratamiento, sus delirios". Esto lo hizo vinculando tales delirios con
un ambiente religioso el cual, desde luego, no está en la realidad exento de
tales casos, mas la visión de Buñuel, como ya dijimos, lejos de ser la de un
católico que descubre la realidad del pecado y de la gracia, más bien expresa
sus miedos ante lo terrible del misterio que no puede sucumbir del todo en
quien perdió la fe. Y es exactamente la pérdida de la fe lo que trae esta serie
de casos de aberrantes desquicios y personajes psicopáticos como los que
abundan en la iglesia conciliar, “liberada” de la “rigidez” de los dogmas. Igual
que en tales películas, lo antirreligioso hoy se disfraza de religioso. La
piedad se vuelve mórbido sentimentalismo. La autoridad se esclerotiza o se
vuelve inane. La interioridad religiosa es afectada o demencial. La sacralidad
de las ceremonias es profanada. La pureza de la fe, ensuciada. Todo vale.
En la escena inicial de la película "Él" se muestra la ceremonia del mandatum
o lavatorio de pies del Jueves Santo. Creemos que el torturado protagonista de
la película vería excitantemente consumado su sueño fetichista si hoy fuera feligrés de la
iglesia conciliar, donde a sus anchas podría toquetear y besuquear los pies
femeninos a elección. Por lo menos si visitase la diócesis de San Isidro, una
de las más aberrantes de Argentina, quizás por estar integrada por “gente bien”,
liberales que se han hecho una religión a su medida y a su gusto, para no
sentirse incómodos sino “buenos
cristianos”. Las imágenes que incluimos son de la Semana Santa realizada en la
iglesia “Ntra. Sra. del Carmelo” de dicha diócesis:
Todo el mundo a lavarse los pies (el cura, los homres a las mujeres, mujeres a mujeres, etc.):
¿Quizás habrán ofrecido una terapia de “reflexología
podal” gratis?
Guitarreada de peña folklórica durante la “solemne”
ceremonia.
¿El barman preparando los tragos en el
boliche?
No puede faltar la foto de la “gente
feliz”. Esto nos hace acordar a cierto sacerdote caído en desgracia muy
aficionado a las “selfies” de conjunto, publicitarias de sus "excelentes" frutos.
La foto en sí misma no tiene nada de malo, pero el pretender que eso es una
prueba de las bondades de su apostolado “victorioso” es ridículo. El fruto
bueno de todo apostolado son las obras de caridad y la humildad de vida, cosas
que ninguna “polaroid” puede retratar.
Un escriba
de los que pululan por internet, mugió lo siguiente, sobre la película de Buñuel:
“El vehemente deseo de
Francisco por encontrar a Gloria prueba que el deseo puede más que la piedad,
que el amor es más fuerte que la religión. Francisco pasa del masoquismo al
sadismo, encontrando tormento en el placer y placer en el tormento”.
Ah, sí, no lo habíamos dicho:
el protagonista de la película se llama Francisco.
“Creo en el amor”,
dicen los protagonistas del video interreligioso del porteño Francisco. No
dijeron esto, pero se entiende que es el mensaje implícito: “Creo en el amor,
que es más fuerte que la religión”, o al que no le importa la religión.