El Corazón Inmaculado
de la Santísima Virgen debe, en justicia, ser honrado especialmente.
1.° Documentos de los Romanos Pontífices.—El
Sumo Pontífice Pío VII concedió a muchos varones principales, cardenales,
arzobispos, obispos, congregaciones eclesiásticas seculares y regulares que
dedicaran un día determinado al honor del Santísimo Corazón de María, con el
oficio y misa, mutatis mutandis, de Santa María de las Nieves y lecciones del
segundo nocturno, como están en el día quinto de la octava de la Natividad de
María.
Su
Santidad Pío IX aprobó el oficio propio y la misa del Corazón Inmaculado de la
Santísima Virgen con rito doble mayor.
Pío
X alaba a San Juan Eudes, propagador principal del culto a los Sacratísimos
Corazones de Jesús y de María, diciendo: “Pero,
además, crecieron sobremanera los méritos de San Juan para con la Iglesia
cuando, abrasado en singular amor hacia los Santísimos Corazones de Jesús y
María, pensó antes que nadie, y no sin inspiración divina, en tributarles
culto litúrgico”
Y
Pío XI colocó en el número de los santos al mismo siervo de Dios, insigne en
virtudes y milagros, el primero en introducir y propagar el culto litúrgico de
los Sagrados Corazones de Jesús y de María.
2.°
CONCILIOS PROVINCIALES Y OBISPOS, que recomiendan el culto del Inmaculado
Corazón de María:
a)
El Concilio provincial de Reims del año 1853 dice: “Nunca la Madre ha de
separarse del Hijo. Porque, como dice San Bernardo (Serm. de duodecim stellis),
“para con el mediador es necesario otro
mediador, y ninguno más útil a nosotros que María. De ahí que, cuando en la
Iglesia, al correr de los tiempos, se establecen festividades nuevas para
gloria de Jesús, poco después se instituyen otras análogas en honor de María. Y
expresamente consta que esto ha sucedido siempre. Instaurado públicamente, con
el favor divino, el culto del Corazón de Jesús, los fieles comenzaron a dar
culto al Corazón de María. Por tanto, a los que en nuestro clero trabajan
movidos por el espíritu de Dios, es decir, nuestros cooperadores en la obra de
Dios, les exhortamos amorosamente a que, sirviéndose del celo que los inflama
por las almas, procuren promover solícitamente el culto al Corazón de la
Virgen”.
b)
Muchos obispos de Francia, a mediados del siglo xvii,
aprobaron y recomendaron los libros escritos para explicar y defender el
culto del Corazón Purísimo de María, y procuraron que se erigieran cofradías
en honor, ya del Corazón de la Santísima Virgen solamente, ya también de los
Corazones de Jesús y de María juntos, cofradías que los Sumos Pontífices
ratificaron y enriquecieron con privilegios y gracias.
3.° Doctores y
piadosos escritores que, antes de
que la Iglesia determinara cosa alguna sobre este culto, se mostraron
devotísimos del Corazón de María, celebraron su santidad y purísimos afectos y
recomendaron su devoción a las almas.
Así,
Eadmero: “¿Qué alabanzas —dice—, qué gratitud debe no sólo la humana
naturaleza, sino toda criatura, a esta Santísima Virgen? La pura santidad y la
santísima pureza de su Corazón piadosísimo, superando con incomparable
sublimidad la pureza y santidad de toda criatura, merecieron dignísimamente
fuera constituida reparadora de todo el orbe”.
San
Bernardo escribe: “Abre, por tanto, ¡oh
Madre de misericordia!, la puerta de tu Corazón benignísimo a las angustiosas
súplicas de los hijos de Adán... Tú no aborreces ni desprecias al pecador, por
más corrompido que sea, si a ti suspira y pide tu intervención con corazón
penitente... Ni es extraño, ¡oh Señora!, si el consuelo ha sido derramado con
el óleo copiosísimo de la misericordia de tu Corazón, ya que aquella obra
inestimable de la misericordia, que predestinó Dios ab aeterno para la
redención humana, fue primeramente realizada en ti por el Artífice del mundo”.
Ricardo
de San Lorenzo expone bellamente los servicios que de su Corazón nos prestó
María: “Del Corazón de la bienaventurada
Virgen procedieron la fe y el consentimiento por los cuales se inició la salud
del mundo, y su mismo Corazón fue hallado digno, con preferencia a todas las
criaturas, de recibir al Unigénito de Dios, cuando el Corazón del Padre rebosó
el Verbo bueno que, saliendo del seno del mismo Padre, se acogió al seno de la
Madre Virgen. Así también en su Corazón y en sus entrañas se encontraron la
misericordia y la verdad, cuando la divina justicia dio a la paz el ósculo de
salvación. Además, su Corazón, dulce siempre y amantísimo, llenóse de amargura
sobre cuanto puede imaginarse viendo al Hijo crucificado, y el álveo todo de
su alma fue henchido por la compasión con el torrente de la pasión, vulnerada
entonces por nuestras iniquidades y triturada a su modo por nuestros crímenes.
Ella llevó en las entrañas de su misericordia nuestros dolores y los del Hijo,
nuestras enfermedades y las del Unigénito, porque entonces toda plaga fue
tristeza para su Corazón dulcísimo (Eccli. 25)”.
Raimundo
Jordán (Idiota) dice: “Tú, ¡oh beatísima
Virgen María!, amaste a Dios tal como lo manda la Escritura. Amaste a Dios
también con todo tu corazón; porque tu Corazón a ningún otro amor fue más
inclinado que al amor de Dios.”
"Amaste
naturalmente, ¡oh Virgen María!, a tu Hijo unigénito, Dios y hombre
verdadero... Tú... amaste a tu unigénito Hijo en su carne, con santo amor,
porque fomentaste y nutriste la carne de Cristo con tanto afán y devoción que,
distraída del amor de tu propia carne por el amor de la suya, le rendiste los
afectos todos de tu Corazón sagrado... Tú, ¡oh gloriosa Madre Virgen!, amaste a
tu unigénito Hijo espiritualmente, que es tanto como decir con toda tu
alma...”
"Con dilección plena, ¡oh beatísima Virgen!,
observaste el precepto divino del amor de corazón y de obra, porque amaste al
prójimo como a ti misma, a saber: para servir a Dios, para ver a Dios, para
poseer la vida eterna”.
San
Bernardino de Siena exclama: “¿Qué mejor
tesoro que el mismo amor divino, con el cual ardía hecho hoguera el corazón de
la Virgen? De este Corazón, como de un horno de amor divino, sacó María
palabras buenas, es decir, palabras de caridad ardentísima”.
Y
San Pedro Canisio dice: “Hablando del
Corazón de María debe decirse que fue purísimo de tal modo, que ella, antes
que nadie, emitió su voto de virginidad; y fue humildísimo hasta el punto de
que, si también por alguna otra cosa, fue principalmente por la humildad por la
que mereció concebir del Espíritu Santo al divino Emmanuel; y fue ferventísimo,
hasta abrasarse en un amor increíble a Dios y al prójimo, y fue, por último,
fidelísimo en conservar y guardar todo lo que obrara en su infancia, en su
juventud y en su madurez”.
4.°
Por las Congregaciones religiosas, que,
fundadas en los días de San Juan Eudes, y principalmente a fines del siglo xix,
se propagaron extensamente, no sólo en Europa, sino también en otras muchas
regiones del orbe cristiano separadas entre sí por espacios inmensos de mar y
de tierra. Estas Congregaciones, llamadas o de los Sagrados Corazones de Jesús
y María o del Inmaculado Corazón de la Virgen bienaventurada, tienen por fin
establecer y difundir el culto de los Sagrados Corazones juntamente con otros
trabajos apostólicos de piedad y de beneficencia, según las posibilidades de
cada una. Entre dichas Congregaciones, ya de hombres, ya de mujeres
consagradas particularmente al Corazón de María, merece citarse la de los
Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de la Virgen bienaventurada, que en la
ciudad española de Vich, y por los años de 1848 fundara San Antonio María
Claret, antiguo arzobispo de Cuba, preclarísimo por su singular prudencia, mansedumbre
y celo de la salvación de las almas.
5.°
Razón teológica.—El objeto
adecuado del culto que se tributa al Corazón Inmaculado de María es, como ya dijimos,
el Corazón simbólico, o sea, el Corazón físico o de carne de la Santísima
Virgen, en cuanto que es símbolo de su amor, de su vida íntima y de todos sus
purísimos afectos. Ahora bien, este Corazón de María es digno de honor y de
veneración especial bajo los dos aspectos, física y simbólicamente
considerado.
a) El
corazón físico está íntimamente unido, como ya se ha dicho, a los afectos y
pasiones humanas, ya del apetito sensitivo, ya de la misma voluntad, y, dada
esta unión, aunque el corazón no sea la sede o el órgano propio de las pasiones,
es, sin embargo, instrumento del amor y de las otras afecciones de la vida
psicológica, cuyos movimientos es el primero en percibir y recoger. Por tanto,
el Corazón de María fue también instrumento del amor, del dolor, de la compasión
y de los demás afectos con los que concurrió a la redención humana. ¿Y quién
no ve que estos sentimientos y afectos salvadores de la Santísima Virgen exigen
y merecen un honor especial y la gratitud de los hombres?
b) El
corazón, simbólicamente considerado, es el símbolo del amor y de toda la vida
afectiva. Por ello, en el Corazón de carne de la Santísima Virgen, en cuanto
que es el símbolo de su vida afectiva, estaba toda su vida interior, toda su
perfección moral, todo el tesoro de sus méritos y virtudes incomparables, todas
las angustias y aflicciones que padeció en su vida, los dolores, más acerbos
que la muerte, sufridos junto a la cruz de Cristo, sus gozos temporales y
eternos y, principalmente, su inmenso amor a Dios, a su Hijo y a los hombres,
de tal modo que el Corazón Inmaculado de la Santísima Virgen era la expresión
abreviada de todos sus santísimos afectos, y en especial de su caridad ardiente
hacia Dios, hacia Cristo, Hijo suyo, y hacia los hombres y de todo aquello que,
movida de esta caridad, sintió, obró y padeció y ahora siente y obra por la
salvación humana. Por tanto, debe afirmarse que es convenientísimo el culto con
que veneramos y celebramos todos estos santísimos afectos de la Santísima
Virgen, simbolizados y expresados en su Corazón purísimo.
Gregorio Alastruey, “Tratado de la Virgen Santísima”.