Jesucristo tiene ahora
muchos amadores de su reino celestial, mas muy poquitos que lleven su cruz.
Tiene muchos que desean
su consolación, y muy pocos que quieran la tribulación.
Muchos compañeros para
la mesa, y pocos para la abstinencia.
Todos quieren gozar con
Cristo, mas pocos quieren sufrir algo por El.
Muchos siguen a Jesús
hasta el partir del pan; mas pocos a beber del cáliz de la pasión.
Muchos honran sus
milagros; mas pocos siguen el vituperio de la cruz.
Muchos aman a Jesús
cuando no hay adversidades; muchos le alaban y bendicen en el tiempo que
reciben de El consolaciones, mas si Jesús se escondiese y les dejase un poco,
luego se quejarían o desesperarían.
Mas los que aman a Jesús
por el mismo Jesús, y no por su propia consolación, bendícenlo en la tribulación
y angustia tan bien como en la consolación.
Y si nunca les quisiese
dar consolación, siempre lo alabarían y bendecirían, y harían gracias.
¡Oh cuánto puede el
amor verdadero de Jesús, sin mezcla de amor propio!
Muy claro está que se
pueden llamar mercenarios los que siempre buscan consolaciones.
Ciertamente más se aman
a sí mismos que a Cristo los que de continuo piensan en sus ganancias y
provechos
¿Dónde se hallará uno
que sea tal, que quiera servir a Dios de balde?
Pocas veces se halla
alguno tan espiritual, que esté desnudo de todas las cosas.
¿Quién hallará el
verdadero pobre de espíritu, desnudo de toda criatura? De muy lejos y muy
preciado es su valor.
Si el hombre diere su
hacienda toda, aún no es nada.
Si hiciere gran
penitencia, aún es poco.
Aunque tenga toda la
ciencia, aún está lejos.
Y si tuviere gran afección
y muy ferviente devoción, aún le falta mucho.
Y es una cosa que ha
mucho menester, que dejadas todas las cosas deje a sí mismo, y salga de sí del
todo y muy del todo, que no le quede nada de amor propio.
Y cuando conociere que
ha hecho todo lo que debe hacer, piense haber hecho nada, y no tenga en mucho
tener de qué le puedan estimar por grande: mas llámese en verdad siervo sin
provecho, como dice la verdad: Cuando hubiereis hecho todo lo que os he
mandado, aún decid: Siervos somos sin provecho. Y así podrá ser pobre y desnudo
de espíritu, y decir con el Profeta: Uno solo y pobre soy. No hay alguno más
rico, ni más libre, ni más poderoso que aquel que sabe dejarse a sí y a toda
cosa, y ponerse en el más bajo lugar.
Imitación
de Cristo, Kempis, Libro II, Cap. XI.