La situación que vivimos es gravísima y no podemos ignorarla. Esta es la respuesta adecuada que deben dar a todos aquellos que preguntan si la crisis actual va a acabar pronto, si no sería posible una autorización para la Liturgia tradicional, para nuestros Sacramentos...
Sin ninguna duda que el problema de la Liturgia y de los Sacramentos es muy importante, pero más importante todavía es la cuestión de la Fe. En cuanto a nosotros esta cuestión está resuelta, pues profesamos la Fe de siempre, la del Concilio de Trento, la del Catecismo de San Pío X, la de todos los Concilios y de todos los Papas que han precedido al Vaticano II, sencillamente la Fe de la Iglesia...
Pero, ¿y Roma? El mantenimiento y la obcecación de las falsas ideas y de los graves errores del Vaticano II siguen. En esto no hay duda.
Hemos recibido varios recortes de l’Osservatore Romano, y entre ellos hay discursos del Papa, del Cardenal Cassaroli, del Cardenal Ratzinger. Todos ellos son documentos oficiales de la Iglesia, de autenticidad innegable, que nos dejan verdaderamente estupefactos.
He vuelto a leer en estos días —(ya que más o menos estoy en el paro)— un libro muy conocido, de Barbier, sobre el catolicismo liberal. Es impresionante cuando se advierte que nuestro combate es exactamente el mismo que llevaron a cabo los católicos del siglo XIX, tras la Revolución Francesa, y el mismo combate de los Papas Pío VI, Pío VII, Pío VIII, Gregorio XVI, Pío IX, León XIII, San Pío X, hasta Pío XII. ¿Cómo podemos resumir este combate? Este combate está plasmado en Quanta Cura y en el Syllabus de Pío IX, como también en Pascendi dominici gregis de San Pío X Todos estos son unos documentos sensacionales que produjeron una gran impresión en su tiempo, exponiendo la doctrina de la Santa Sede frente a los errores modernos. Es la misma doctrina que la Iglesia levantó contra los errores manifestados en la Revolución Francesa, de forma especial en la Declaración de los Derechos Humanos.
Hoy, en nuestros días, esa lucha es también la nuestra: frente a los partidarios del Syllabus, de Quanta Cura y de Pascendi, están los que se sitúan en contra. Así de sencillo.
Los “anti-SylIabus” han adoptado los principios de la Revolución
Los que están en contra de estos documentos han adoptado los principios de la Revolución, los errores modernos. Por el contrario los que los aceptan permanecen en la verdadera Fe católica.
Es público y notorio que el Cardenal Ratzinger ha dicho oficialmente que el Vaticano II ha sido un anti-Syllabus. Si su posición es claramente contra el Syllabus, es seguro que ha adoptado los principios de la Revolución. Además lo ha afirmado con toda claridad: “La Iglesia se ha abierto a las doctrinas que no son las suyas sino que provienen de la sociedad civil, etc...” Nadie ignora que se trata de los principios de 1789. los Derechos Humanos.
Nos encontramos exactamente en la misma situación que el Cardenal Pie. Monseñor Freppel. Louis Veuillot. el diputado Keller en Alsacia. Monseñor Ketteler en Alemania o el Cardenal Mermillod en Suiza. Todos ellos combatieron por un buen fin, junto a la gran mayoría de los Obispos, pues en ese tiempo tenían la gran suerte de contar con la gran mayoría de los Obispos. Es cierto que Monseñor Dupanloup, y tras él, algunos otros Obispos de Francia se quedaron al margen. Lo mismo ocurrió en Alemania y en Italia. También en estos países algunos Obispos se opusieron al Syllabus y a Pío IX, pero en realidad fueron casos excepcionales.
Estaba en pie esta fuerza revolucionaria de los herederos de la Revolución Francesa, y dispuestos a ayudarles también estaban los Dupanloup. los Montalembert, los Lamennais.... que se obstinaban en no invocar los Derechos de Dios frente a los Derechos Humanos. “No queremos otro Derecho distinto al resto de los ciudadanos”; es decir el Derecho que engloba al común de los hombres, al común de las religiones, a todo el mundo. El Derecho común, no los derechos de Dios...
Hoy en día estamos en la misma situación, no nos hagamos ilusiones. Nuestro combate es terrible. Pero apoyados en los Papas que se han sucedido a lo largo de los siglos, no tenemos por qué tener miedo ni por qué dudar.
Algunos desearían cambiar esto o aquello, llegar a un entendimiento con Roma o con el Papa... Nosotros también estaríamos dispuestos a ello si estuvieran con la Tradición y fueran los continuadores del trabajo que llevaron a cabo los Papas del siglo XIX y los de la primera mitad del siglo XX. Sin embargo las autoridades de Roma reconocen que han emprendido un nuevo camino y que el concilio Vaticano II es una nueva era y en esta era la Iglesia recorre una nueva etapa.
Esto es lo que hay que inculcar a nuestros fieles para que así se sientan solidarios con toda la Historia de la Iglesia. En realidad este combate data antes de la Revolución: es el combate de Satanás contra la ciudad de Dios. ¿Qué solución tendrá? No sabemos, es el secreto de Dios, es un misterio. Pero no nos inquietemos, tengamos confianza en la gracia de Dios.
No hay duda que nuestro combate se dirige contra las ideas actualmente vigentes en Roma, las ideas expresadas por el Papa, Ratzinger, Casaroli, Willebrands, y muchos más. Y si las combatimos es porque estas ideas afirman lo contrario de lo que dijeron y afirmaron solemnemente los Papas durante siglo y medio.
No hay más remedio que elegir. Esto mismo se lo dije yo al Papa Pablo VI. Estamos en la necesidad de elegir entre Su Santidad, el Concilio y los Papas que le han precedido. ¿A quién hay que escoger? ¿A los Papas que han reafirmado la doctrina de la Iglesia durante siglo y medio o a las novedades del Concilio Vaticano II aprobadas por Su Santidad? “¡Oh, no estamos aquí para hacer Teología!”, fue su respuesta. ¡La cosa está clara!
No podemos dudar ni un momento si no queremos encontrarnos como aquellos que han caído en la trampa de los pactos y componendas. Hay siempre algunos que se sitúan en el campo del adversario. No se sitúan en el propio campo de batalla, de los que combaten en las mismas trincheras, sino que su mirada se dirige siempre hacia el lado enemigo.
Como siempre, dicen que debemos ser caritativos, tener buenos sentimientos y evitar las divisiones. A pesar de todo... si dicen la Misa tradicional, no serán tan malos como algunos comentan...
Y sin embargo nos traicionan, dan la mano a los que están destruyendo la Iglesia y a los que profesan ideas modernistas y liberales, condenadas por la Iglesia. Y ahora son los que realizan el trabajo del diablo, ellos que se ufanan de trabajar, como nosotros, por el Reino de Nuestro Señor Jesucristo y la salvación de las almas.
“Con tal que nos permitan celebrar la Misa tradicional, podemos pactar con Roma, ¿por qué no?” Así discurren. Se encuentran en un verdadero callejón sin salida, pues no se puede dar la mano a los modernistas y querer guardar la Tradición.
Si se tienen contactos para atraerlos a la Tradición, convertirlos, podría ser. Esto sería un sano ecu-menismo. Pero dar la impresión de que se les rechaza y después decir que sería bueno hablar con ellos, no es posible. ¿Cómo es posible hablar con ellos cuando nos acusan de estar congelados como cadáveres? Según ellos, nosotros no somos la Tradición viva, somos gente triste, “sin vida y sin alegría”. ¡Sin duda alguna nunca han conocido lo que es la Tradición! Es inverosímil. ¿Cómo pretenden que tengamos relaciones con esa gente?
Esta es la razón por la cual a veces tenemos problemas con determinados seglares, muy buenos, que están junto a nosotros y que aceptaron las consagraciones de 1988, pero que guardan como una especie de amargura por no poder seguir relacionándose con sus amistades de antes, que no aceptaron las consagraciones y que en la actualidad están contra nosotros. “Es una pena, me gustaría volverles a ver, estar un rato juntos y estrecharles la mano”. Pues eso es una traición, porque a la primera de cambio se irán con ellos. Sepamos bien lo que queremos.
Eso ha sido lo que ha destruido a la Cristiandad en Europa. Francia, Alemania, Suiza... Son precisamente los liberales los que han permitido a la Revolución tomar asiento, justamente al tender la mano a aquellos que tienen principios contrarios.
No queremos colaborar en la destrucción de la Iglesia
Hay que saber si también nosotros queremos colaborar en la destrucción de la Iglesia, en la destrucción del Reinado social de nuestro Señor Jesucristo, o por el contrario si estamos decididos a trabajar por el Reino de Nuestro Señor.
Todos los que quieran unirse a nosotros y trabajar con nosotros, Deo gratias, serán bienvenidos sin preguntarles siquiera de dónde vienen, pero que no nos digan que nos dejan para colaborar con los otros, los de los pactos y componendas. Es imposible.
A lo largo del siglo XIX los católicos se han destrozado, literalmente, a propósito del documento del Syllabus, unos a favor, otros en contra...
Acordémonos del Conde de Chambord, criticado al no aceptar la realeza por una cuestión de bandera. Pero ésta no era la cuestión. lo que no quería el Conde de Chambord era someterse a los principios de la Revolución. Dijo que no consentiría jamas ser el rey de la Revolución. Tenía razón, pues hubiera sido elegido por el país y la Asamblea, pero a condición de aceptar el Parlamentarismo, es decir los principios de la Revolución. Fue en ese momento cuando dijo al país y a la Asamblea, que le otorgaban su plebiscito, que no aceptaba la Revolución. “No, debo ser rey, pero según mis antepasados que precedieron a la Revolución”.
Tenía razón, hay que escoger. Y con el Papa escogió los principios anteriores a la Revolución, principios católicos y contrarrevolucionarios. Nosotros también, con el Syllabus, hemos escogido ser contrarrevolucionarios, contra los errores modernos, permaneciendo en la verdad católica y defendiéndola.
Este combate entre la Iglesia los liberales modernos es el combate del Vaticano II. No hay que romperse la cabeza. Y este combate lleva muy lejos. Cuanto más se analizan los documentos del Vaticano II y la interpretación que ha dado de ellos la Iglesia Católica, más se apercibe uno que no es cuestión sólo de algunos errores, ecumenismo, libertad religiosa, colegialidad, un cierto liberalismo, sino más bien de una perversión del espíritu. Es una nueva Filosofía, basada en la nueva Filosofía del subjetivismo. El libro de Jean Dörmann, —La extraña teología de Juan Pablo II y el espíritu de Asís— es muy esclarecedor en este sentido. Comenta el pensamiento del Papa, en especial un retiro que, siendo todavía Obispo, predicó en el Vaticano. Nos muestra que todo es subjetivo en el Papa. Cuando se leen de nuevo sus discursos, se da cuenta uno que su pensamiento obedece a esta característica. A pesar de las apariencias, no es un pensamiento católico. La idea que el Papa tiene de Dios, de Nuestro Señor, tiene su origen en lo más profundo de su conciencia, y no en una Revelación objetiva a la cual asiente por su inteligencia. Es él quien construye la idea de Dios. Últimamente ha dicho en un documento inaudito que la idea de la Trinidad llegó muy tarde, pues fue preciso que la psicología del hombre interior pudiese ser capaz de llegar a la Santísima Trinidad. Así pues la idea de la Trinidad no nos ha sido revelada, sino que proviene de lo más hondo de nuestra conciencia. Es una idea totalmente diferente de la Revelación, de la Fe y de la Filosofía, es una total perversión. ¿Qué salida hay? No lo sé. Pero es un hecho.
No son pequeños errores. Nos encontramos ante una corriente de Filosofía que se remonta a Descartes, a Kant, a toda una serie de filósofos modernos que prepararon la Revolución.
El texto que sigue pertenece a Juan Pablo II y fue publicado por l'Osservatore Romano el 2 de Junio de 1989:
“Mi visita a los países nórdicos viene a confirmar el interés de la Iglesia católica por el Ecumenismo, que quiere promover la unidad entre todos los cristianos. Hace veinticinco años que el Concilio Vaticano II insistió claramente en la urgencia de este desafío que se le presenta a la Iglesia. Mis predecesores desearon alcanzar este objetivo permaneciendo atentos a las mociones del Espíritu Santo, que es fuente divina y garantía del movimiento ecuménico. Desde el inicio de mi Pontificado, he hecho del Ecumenismo una prioridad dentro de mi solicitud por la acción pastoral”. Está claro.
Y sin parar el Papa pronuncia discursos sobre el Ecumenismo ya que constantemente recibe a delegaciones de ortodoxos, de todas las religiones en general y de todas las sectas.
Y a pesar de todo se puede decir que este Ecumenismo no ha supuesto ningún progreso para la Iglesia. En realidad no ha supuesto nada si no es confortar a los no católicos en sus errores, sin intentar convertirlos. Todo lo que se dice respecto a esto es un verdadero galimatías: la comunión, el acercamiento, deseos de estar en una comunidad perfecta, esperanza de poder comulgar dentro de poco en los sacramentos de la unidad... Y así sin parar. Pero no hay ningún avance y será imposible que lo haya.
De nuevo en L’Osservatore Romano encontramos un discurso del Cardenal Casaroli en el que se dirige a la Comisión de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas:
“Es para mí un placer muy grande haber sido invitado para hablar en esta Asamblea, y aprovecho la ocasión para comunicarles las palabras de ánimo que les dirige la Santa Sede, deseando también hablarles -y ustedes lo comprenderán- sobre un aspecto específico de la libertad fundamental de pensar y actuar según su conciencia, es decir la libertad de religión (¡Oír estas cosas en la boca de un Arzobispo!). Juan Pablo II no dudaba en afirmar el año pasado, en un mensaje para la Jornada mundial de la paz, que la libertad religiosa constituye como una piedra angular en el edificio de los Derechos Humanos.
“La Iglesia Católica y su Pastor Supremo, que ha hecho de los Derechos Humanos uno de los grandes temas de su predicación, no han dejado de recordar que en el mundo hecho por el hombre y para el hombre (¡dixit Casaroli!) toda la organización de la sociedad tiene sentido en la medida en que la dimensión humana es su preocupación central. (De Dios no se habla, nada de la dimensión de Dios en el hombre, horroroso. Es puro paganismo). Y el Cardenal continúa: “Todo hombre y todo el hombre, ésta es la preocupación de la Santa Sede, y también la vuestra, sin duda”.
¡No digamos más! No tenemos que hacer nada con esa gente, no tenemos nada en común con todos ellos.
El famoso Cardenal Ratzinger se encuentra un tanto molesto por haber dicho que el Vaticano II era un contra-Syllabus, pues a menudo se le reprocha esta frase. Por eso encontró una explicación que dio a conocer el 27 de junio de 1990.
En Roma se ha publicado un documento interminable para explicar las relaciones entre el Magisterio y los teólogos. Como no saben ya que hacer con los problemas que se les plantean por todas partes, tratan de atraerse a los teólogos sin condenarles tampoco demasiado. Páginas y páginas en un documento en el que se pierde uno fácilmente.
Es precisamente en la presentación de este documento donde el Cardenal Ratzinger nos comunica la posibilidad de poder decir lo contrario de lo que los Papas han afirmado siempre desde hace siglo y medio.
“El documento, dice el Cardenal, afirma, quizá por primera vez, (desde luego que la primera vez), que hay decisiones del Magisterio que no pueden ser la última palabra sobre determinada materia, pero sí son un anclaje substancial en el problema (¡qué picaro!) y sobre todo una expresión de prudencia pastoral. Una especie de disposición provisional. (¡Calificar de disposiciones provisionales a las declaraciones oficiales de la Santa Sede!). El núcleo permanece estable pero los aspectos particulares, sobre los que ejercen una influencia las circunstancias temporales, pueden ser susceptibles de rectificaciones posteriores. A este respecto puedo señalar las declaraciones de los Papas del siglo pasado sobre la libertad religiosa (¡por favor!) como también las declaraciones antimodernistas de principios de siglo. (¡No le importa nada!). Y sobre todo las decisiones de la Comisión bíblica de la misma época” (¡Sí, sobre todo!).
Así pues tres decisiones del Magisterio que pueden arrinconarse. Que pueden cambiar. En este mismo sentido podríamos sacar a la luz las declaraciones papales del siglo pasado, ¡porque también ellas tendrán necesidad de ser rectificadas tras el paso del tiempo!
“Las declaraciones antimodernistas han prestado un gran servicio pastoral en su tiempo, en circunstancias muy determinadas, pero ahora están superadas”. (Y así queda atrás la página del modernismo. Se terminó y no hay que hablar más).
El Cardenal se defiende de la acusación que se le hace de estar en contra del Syllabus, en contra de las decisiones pontificias y del Magisterio: permanece un núcleo (¿qué núcleo?, ¡no se sabe!), pero los aspectos particulares sobre los que tienen una influencia especial las circunstancias temporales pueden ser susceptibles de modificaciones posteriores. El juego sigue... ¡es increíble!
¿Cómo podemos tener confianza en esas personas?
¿Cómo podemos tener confianza en gente así? Gente que justifica el rechazo de Quanta Cura, de Pascendi, de las declaraciones de la Comisión bíblica, etc...
Una de dos, o somos los herederos de la Iglesia Católica, de Quanta Cura, de Pascendi, junto a los Papas de antes del Concilio y la gran mayoría de Obispos, todos a favor del Reinado de Nuestro Señor y la salvación de las almas, o si no somos los herederos de los que, sin importarles la ruptura con la Iglesia y su doctrina, admiten los principios de los Derechos Humanos, basados en una verdadera apostasía, con la única intención de poder estar presentes, aunque sea como lacayos, en el gobierno mundial revolucionario. En el fondo se trata de eso: tanto decir que están a favor de los Derechos Humanos, de la libertad religiosa, la democracia y la igualdad entre todos, obtendrán un puesto en el gobierno mundial, pero será meramente de lacayos.
Si digo todas estas cosas es porque me parece que es necesario unir nuestro combate a todo lo que le ha precedido. Todo esto no ha comenzado con el Concilio, este combate durísimo y penosísimo en el que muchos han quedado exhaustos. La separación de la Iglesia y del Estado, la expulsión de los religiosos, la expropiación de los bienes de la Iglesia, todo esto ha sido una auténtica persecución no solamente en Francia, sino también en Suiza, en España, en Alemania y en Italia.
Cuando los Estados Pontificios son ocupados, el Papa se confina en el Vaticano, presa de sucesos abominables. ¿Vamos a aliarnos con ellos, contra la doctrina de los Papas, sin hacer caso de los lamentos que éstos han lanzado para defender los derechos de la Iglesia y de nuestro Señor, en definitiva para defender las almas?
Estoy convencido que tenemos unas fuerza y una solidez que no provienen de nuestra propia lucha. Pues el combate que llevamos a cabo no es algo nuestro, es el combate de Nuestro Señor Jesucristo por amor y para defender a la Iglesia. No podemos dudar: o estamos con la Iglesia o en contra de ella. No podemos admitir a esta iglesia conciliar que cada vez tiene menos de la Iglesia católica, prácticamente no le queda ya nada.
Cuando el Papa hablaba en otros tiempos de los Derechos Humanos, hacía también alusión a los deberes propios del hombre. Ahora no. Todas estas reflexiones son para sentirnos fortalecidos y convencidos y llevar adelante este combate, con la gracia de Dios. No existiríamos ya si Nuestro Señor no estuviese con nosotros. En cuatro o cinco ocasiones la Hermandad ha estado en peligro de desaparecer. Gracias a Dios no ha sido así. Una de ellas fue el momento de las consagraciones episcopales, nos lo habían dicho. Los falsos augures e incluso gente cercana a nosotros nos lo habían dicho: “Monseñor, no haga eso nunca, será el fin de la Hermandad”. Pero Dios no lo quiso así. Eso es todo.
A lo largo de este combate ha habido también mártires, los de la Revolución Francesa y todos los que moralmente han estado perseguidos. San Pío X sufrió el martirio a causa de tantos Obispos perseguidos, monasterios expropiados, religiosos expulsados fuera de sus fronteras y tantas cosas más. ¿Y eso ahora no tiene ningún valor? ¿Va a ser una lucha inútil, absurda, que va a acabar condenando a las propias víctimas y mártires? No, no es posible.
Inmensos en este combate, en esta lucha, demos gracias a Dios por ello. Es cierto que somos perseguidos, los únicos excomulgados, pero no podemos dejar de ser lo que somos.
¿Qué va a pasar? No lo sé. Podemos leer en la Escritura: “Vendrá y todo volverá a su lugar”, Omnia restituet. ¡Que venga pronto!
Humanamente hablando no veo por el momento la posibilidad de llegar a un acuerdo. Me dicen que si Roma llegase a aceptar a los Obispos consagrados por mí, dejándonos libres de la jurisdicción ordinaria de los Prelados diocesanos... Primeramente están muy lejos de hacer algo así, y haría falta además que nos hiciesen de verdad tal ofrecimiento, cosa que no están dispuestos a hacerlo. El fondo de la cuestión, en 1988, ha sido precisamente la concesión de un Obispo tradicionalista. Lo que nos ofrecían siempre era un Obispo de acuerdo a la Santa Sede. Pero todos sabemos lo que esto quiere decir. Concediéndonos lo que pedíamos sabían muy bien que nos erigiríamos en una gran fortaleza tradicional y eso no lo quieren y no están dispuestos a dárselo a nadie, ni a los que han pactado con ellos. Por eso el protocolo que firmé no ha sido el mismo que el que firmaron los otros. Nuestro protocolo incluía un Obispo tradicional y dos miembros en la comisión romana. Mientras que los otros que han firmado el pacto con Roma no cuentan ni con obispo alguno ni con miembros suyos propios. Roma no quiere en los protocolos que se firmen clausulas de este tipo.
Dios ha querido la Hermandad
El 1 de Noviembre de 1990 se cumplen los 20 años de nuestra Hermandad, y estoy plenamente convencido que esta Hermandad representa lo que el Señor quiere para guardar y mantener la Fe, la verdad de la Iglesia, y todo lo que aún se puede salvar en la Iglesia. Este objetivo se cumple también gracias a los Obispos que están junto al superior General y que cumplen su papel de guardianes y centinelas de la Fe, predicando y administrando los Sacramentos del Orden y de la Confirmación. Todo esto es absolutamente necesario, insustituible.
Nos llenamos de un gran consuelo al meditar estas cosas y en verdad que podemos dar gracias a Dios, siguiendo en nuestra labor con perseverancia; de esta forma podremos recibir un día el premio por lo que hemos hecho. Aunque la visita del Cardenal Gagnon no haya dado muchos frutos, sin embargo ella es signo de nuestra presencia y del bien que se hace en la Hermandad. Y aunque no lo digan claramente, no es menos cierto que tienen que reconocer que la Hermandad representa una fuerza irreemplazable para la Fe, de suerte que si ellos llegan a reencontrar la Tradición, podrán tener la alegría y la satisfacción de servirse de esta institución. Pidamos a la Santísima Virgen, nuestra Señora de Fátima, especialmente en las peregrinaciones, que ayude a nuestra Hermandad con abundantes vocaciones. Nuestros Seminarios no están totalmente llenos, necesitamos más vocaciones. Con la gracia de Dios las tendremos. Muchas gracias por todo. Ahora lo único que pido es tener una buena y santa muerte, no me queda otra cosa que hacer.
Mons. Marcel Lefevbre, Ecône, septiembre, 1990.