“Por reverencia a este
Sacramento, nada lo toca sino lo que está consagrado”
Santo Tomás de Aquino
A lo largo de los siglos,
nuestros padres nos han hablado sobre nuestra Fe y sobre el Santísimo
Sacramento. Nuestros padres nos dijeron que la Sagrada Eucaristía es el
verdadero Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo. Los Padres del
Concilio de Trento definieron el Santísimo Sacramento con precisión y cuidado.
Santo Tomás de Aquino nos enseñó que por reverencia a este Sacramento, tocarlo
y administrarlo corresponde solamente al sacerdote. Nuestros padres en el hogar,
tanto como las Hermanas en nuestra escuela, nos enseñaron que era sacrílego
para cualquiera, salvo para el sacerdote, tocar la Sagrada Hostia. A lo largo
de los siglos, los Papas, obispos y sacerdotes nos enseñaron lo mismo, no tanto
con palabras sino por el ejemplo, y especialmente por la celebración de la
Antigua Misa en Latín, donde la profunda reverencia por el Santísimo Sacramento
como verdadero Cuerpo de Cristo estaba en cada movimiento que hacía el
sacerdote. Nuestros padres nos enseñaron estas cosas no por transmitirnos una
venerada tradición sin fundamentos, ellos nos han enseñado estas cosas con
la palabra y el ejemplo, para mostrarnos fidelidad a la Fe Católica y
reverencia hacia el Santísimo Sacramento. Nuestros padres nos dijeron esto porque
era la verdad.
Pero la introducción de la
Comunión en la mano y de los ministros laicos de la Eucaristía muestra un
descuido arrogante por lo que nos enseñaron nuestros padres. Y aunque estas
prácticas han sido introducidas con el pretexto de ser una “auténtica”
evolución mandada por el Vaticano II, la verdad es que la Comunión en la mano
no es una auténtica evolución, no fue mandada por el Concilio Vaticano Segundo,
y muestra ante nosotros un absoluto desafío y desprecio por siglos de enseñanza
y práctica católicas. La Comunión en la mano fue introducida so capa de un
falso ecumenismo, que pudo crecer debido a debilidad en la autoridad, aprobada
por compromiso y por un falso sentido de tolerancia, y ha llevado a una
profunda irreverencia e indiferencia hacia el Santísimo Sacramento como el
lugar común del abuso litúrgico y deshonra de nuestra época.
No se menciona en ningún lugar del Concilio
Vaticano II
En los dieciséis documentos del
Vaticano II, no hay ninguna mención de la Comunión en la mano, y no fue
mencionada durante ninguno de los debates durante el Concilio. Antes del
Concilio Vaticano Segundo, no hay registro histórico de obispos, sacerdotes o
laicos pidiendo a nadie la introducción de la Comunión en la mano.
Absolutamente lo contrario,
cualquier persona educada en la Iglesia del pre-Vaticano II recordará
claramente que se le enseñó que era sacrílego que cualquiera tocara la Sagrada
Hostia, salvo el sacerdote. La enseñanza de Santo Tomás de Aquino, en su gran
Summa Teológica, lo confirma. Así lo explica:
La administración del Cuerpo de
Cristo corresponde al sacerdote por tres razones:
Primera, porque él
consagra en la persona de Cristo. Pero como Cristo consagró Su Cuerpo en la
(Ultima) Cena, así también Él lo dio a otros para ser compartido con ellos. En
consecuencia, como la consagración del Cuerpo de Cristo corresponde al
sacerdote, igualmente su distribución corresponde a él.
Segunda, porque el
sacerdote es el intermediario designado entre Dios y el pueblo, por lo tanto
corresponde a él ofrecer los dones del pueblo a Dios. Así, corresponde a él
distribuir al pueblo los dones consagrados.
Tercera, porque
por reverencia a este Sacramento, nada lo toca sino lo que está consagrado, ya
que el corporal y el cáliz están consagrados, e igualmente las manos del
sacerdote para tocar este Sacramento. Por lo tanto, no es lícito para nadie más
tocarlo, excepto por necesidad, por ejemplo si hubiera caído en tierra o
también el algún otro caso de urgencia.” (Summa, III, Q. 82, Art. 13)
Santo Tomás, quien es el príncipe
de los teólogos en la Iglesia Católica, quien se destaca por sobre todo el
resto, cuya Summa Teológica fue puesta en el altar al lado de las Escrituras
durante el Concilio de Trento, y de cuya enseñanza San Pío X dijo que era el
remedio contra el Modernismo... Santo Tomás enseña claramente que corresponde
al sacerdote y solo al sacerdote tocar y administrar la Sagrada Hostia, porque
“solo lo que está consagrado” (las manos del sacerdote) “podría tocar lo
Consagrado (la Sagrada Hostia)”. Note la reverencia y el amor por Jesucristo en
el Santísimo Sacramento, y la antigua costumbre de colocar un mantel de puro
hilo sobre las manos de los comulgantes.
La controversia rodea la
pretensión que la comunión en la mano fue practicada en la Iglesia primitiva.
Hay algunos que afirman que fue practicada hasta antes del Siglo VI e incluso
citan un pasaje de San Cirilo para pretender justificar esa aserción. Otros
sostienen que nunca fue una costumbre católica, aunque la comunión en la mano
fue practica en forma limitada en la Iglesia primitiva, e institucionalizada y
difundida por los arrianos como signo de su rechazo a reconocer la Divinidad de
Jesucristo. La misma escuela de pensamiento sostiene también que la cita de San
Cirilo es de erróneos orígenes arrianos apócrifos. Cualquiera fuera el caso, es
claro que la comunión en la lengua es de origen apostólico (eso es, enseñada
por el mismo Cristo); la comunión en la mano fue condenada como un abuso por el
Sínodo de Rouen en el a.D. 650, y además la práctica de la comunión en la mano
nunca fue reflejada en las obras de arte de ningún período, tanto en el Oriente
como en el Occidente... esto es, hasta después del Concilio Vaticano II.
La reverencia hacia la Eucaristía en la Antigua
Misa
La enseñanza que solo los
sacerdotes pueden tocar la Sagrada Hostia, que las manos del sacerdote están
consagradas para ese propósito, y que ninguna precaución fue demasiado grande
para salvaguardar la reverencia y evitar la profanación, había sido incorporada
en la liturgia de la Iglesia; eso es, en la Antigua Misa en latín. Los
sacerdotes fueron instruidos en la Antigua Misa en latín a celebrarla con
rúbricas precisas que salvaguardan la merecida reverencia al Santísimo
Sacramento. Estas meticulosas rúbricas fueron grabadas en piedra y nunca fueron
opcionales. Todos y cada uno de los sacerdotes del Rito Romano debieron
seguirlas con precisión inflexible. En la Iglesia pre-Vaticano II, cuando la
Misa Tridentina en latín era la norma, los hombres entrenados para ser
sacerdotes no solo fueron instruidos, sino ejercitados en esas rúbricas.
Algunas rúbricas en la Antigua Misa en latín son como sigue:
1. Desde el
momento en que el sacerdote pronuncia las palabras de la Consagración sobre la
Sagrada Hostia, conserva el dedo índice y el pulgar juntos, y cuando eleva el
cáliz, vuelve las hojas del misal o abre el sagrario, su pulgar e índice no se
separan, no tocan nada sino la Sagrada Hostia. También es digno de notar que
nunca se deja la Sagrada Hostia sobre el altar para caminar por las naves de la
iglesia (especialmente antes que los dedos hayan sido purificados), para dar la
mano a la gente en una muestra torpe de forzada familiaridad.
2. Sobre el
fin de la Misa, el sacerdote raspa el corporal con la patena, y la limpia
dentro del cáliz para que si hubiera quedado la menor partícula, se recogiera y
consumiera reverentemente.
3. Los dedos
del sacerdote se lavan sobre el cáliz con agua y vino, luego de la Comunión,
para ser consumidos reverentemente, para asegurar que la menor partícula no sea
susceptible de profanación. Estas son solo algunas de las rúbricas incorporadas
a la Antigua Misa. Estos no son escrúpulos absurdos, sino que mostraron que la
Iglesia creyó con certeza que en la Misa, el pan y el vino se convertían verdaderamente
en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, y que ningún cuidado fue
lo suficientemente grande para estar seguros que Nuestro Señor, en el Santísimo
Sacramento, sea tratado con toda la reverencia y el homenaje que merece Su
Majestad. Ahora, cuando se trata de mostrar reverencia, ¿es posible que estas
rúbricas no sean cultivadas?
Una verdadera renovación católica
debería, o dejar intactos estos gestos de reverencia, o aumentarlos. Pero
eliminarlos sin explicación y sin argumentos convincentes, como ha sido el caso
durante los últimos 30 años con la introducción de la Nueva Misa, no es signo
de renovación católica genuina, sino que se aproxima al neo-paganismo del que
nos advirtiera Belloc, y a su desprecio arrogante por la Tradición. Y para agregar
insulto a la injuria, la introducción de la Comunión en la mano hace que todas
estas rúbricas cruciales del pre-Vaticano II parezcan sentimentalismos
supersticiosos sin ningún fundamento en la realidad – nuevamente, desprecio por
lo que nos enseñaron nuestros padres y obvio desprecio por el Santísimo
Sacramento mismo.
¿Cómo apareció la Comunión en la mano?
Hace 400 años fue introducida la
comunión en la mano en el culto “cristiano” por hombres cuyos motivos estaban
animados por el desafío al catolicismo. Los protestantes revolucionarios del
Siglo XVI (más cortésmente, pero inmerecidamente llamados protestantes
“reformadores”) re-establecieron la comunión en la mano como un medio de
mostrar dos cosas:
1. Que ellos creían que no
había tal “transubstanciación” y que el pan usado para la comunión era solo pan
corriente. En otras palabras, que la Presencia Real de Jesucristo en la
Eucaristía era solo una “superstición papista”, y que el pan es solo pan y
cualquiera puede manejarlo.
2. Su creencia en que el
ministro de la comunión no es en nada fundamental diferente de un laico.
Pero es enseñanza católica que el
Sacramento del Orden da a un hombre un poder espiritual, sacramental, que
imprime una marca indeleble en su alma y lo hace fundamentalmente diferente de
los laicos. El ministro protestante, por lo tanto, es solo un hombre ordinario
que dirige los himnos, lee las lecciones y da sermones para mover las
convicciones de los creyentes. Él no puede cambiar el pan y el vino en el
Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor, él no puede bendecir, él no puede perdonar
los pecados. Él no puede hacer nada de lo que un hombre normal no pueda hacer.
El establecimiento de la comunión en la mano por los protestantes fue su forma
de mostrar su rechazo por la creencia en la Presencia Real de Cristo en la
Eucaristía, su rechazo del Sacerdocio Sacramental – en suma, de mostrar su
rechazo por el Catolicismo en conjunto. Por ese motivo, la Comunión en la mano
cobró un significado distintivamente anti-católico. Fue una práctica reconocidamente
anti-católica arraigada en la incredulidad en la Presencia Real de Cristo y en
el sacerdocio. Así, si la imitación es la forma más sincera de la
adulación, no es exagerado preguntar ¿por qué nuestros modernos hombres de
iglesia imitan a los autoproclamados infieles que rechazan la esencia
sacramental de las enseñanzas del Catolicismo? Esta es una pregunta que esos
hombres de Iglesia, intoxicados por el espíritu liberal del Vaticano II aún
deben contestar satisfactoriamente.
Gracias al ecumenismo...
Aunque la Comunión en la mano no
fue mandada por el Concilio Vaticano II, lo que fue “canonizado” por el
Vaticano II fue el “Ecumenismo” – ese falso espíritu de fingida unidad que
había sido anteriormente condenado por la Iglesia, particularmente por el Papa
Pío XI en 1928 en su encíclica Mortalium Animos –
ese movimiento de católicos que se está volviendo más compadre y va del brazo
con las otras religiones, y especialmente con los protestantes. Ese movimiento
exagera aquellas cosas que supuestamente tenemos en común con otros credos, y
calla aquellas cosas que nos dividen; para celebrar nuestros “valores”
compartidos. (“Valores” es un término subjetivo que usted no encontrará en los
manuales de teología previos al Vaticano II). Ya no tratamos de convertir a los
no-católicos. En su lugar, nosotros entablamos “diálogos” interminables e
inútiles en los cuales el Catolicismo siempre sale perdedor por tal diálogo y
dan la impresión inequívoca que el Catolicismo ya no cree que es el poseedor de
la verdad teológica. Aunque el Ecumenismo no será tratado en este artículo,
alcanza decir que este novel espíritu ecuménico, que Dietrich von Hildebrand
llamó “ECUMANIA”, se volvió desenfrenado durante y después del Vaticano II. El
espíritu ecuménico se convirtió en el principio formativo primario de todo el
rango de las nuevas formas litúrgicas establecidas desde el Concilio. Es por
eso que la nueva liturgia se parece tanto a un servicio protestante.
Después del Vaticano II, algunos
sacerdotes holandeses de mentalidad ecumenista comenzaron a dar la Comunión en
la mano, imitando como los monos la práctica protestante. Pero los obispos, más
que cumplir con su deber, lo toleraron. Como los jerarcas de la Iglesia
permitieron que el abuso avanzara sin obstáculos, la práctica se extendió a
Alemania, Bélgica y Francia. Pero si los obispos parecieron indiferentes a este
escándalo, los laicos fueron agraviados. Fue la indignación de gran número de
fieles la que apuntó a Paulo VI para que actuara, quien sondeó a los obispos
del mundo sobre la cuestión, y estos votaron abrumadoramente por conservar la
práctica tradicional de recibir la Santa Comunión solo en la lengua. Debe
hacerse notar que en ese entonces, el abuso estaba limitado a unos pocos países
de Europa y no había comenzado aún en los Estados Unidos.
Memoriale Domini
El 28 de mayo de 1969, el Papa
promulgó la Instrucción Memoriale Domini. En
resumen, el documento afirma que:
1) Los obispos de
todo el mundo estuvieron abrumadoramente en contra de la Comunión en la mano.
2) Debe
conservarse la forma tradicional de dar la Santa Comunión (esto es, el
sacerdote colocando la Hostia sobre la lengua de los comulgantes).
3) La Comunión en
la lengua de ninguna manera disminuye la dignidad del comulgante.
4) "Cualquier
violación podría conducir a la irreverencia y a la profanación de la
Eucaristía, tanto como a la erosión gradual de la correcta doctrina”.
5) El Supremo
Pontífice juzgaba que la antigua forma de administrar la Sagrada Comunión a los
fieles no debía cambiarse. La Sede Apostólica, por lo tanto, urgía a los
obispos, sacerdotes y pueblo a observar celosamente esta ley.”.
Luz roja y luz verde simultáneas
Uno debe preguntarse entonces,
¿si esta Instrucción está en el papel, por qué la Comunión en la mano está tan
extendida? Puede ilustrarse la situación con la historia de la respuesta de los
obispos canadienses a la Humanae Vitae, la
cual reafirmó debidamente la enseñanza de la Iglesia contra la
contracepción. Pero cuando fue promulgada, hubo una marea de oposición por
parte de los sacerdotes católicos y de los médicos. Los obispos canadienses
escribieron una carta pastoral supuestamente apoyando dicha encíclica, pero en
ese documento los obispos usaron esta curiosa frase: “normas para un disenso
lícito”. Esta frase da la impresión que podría haber lugar para que los
católicos rechazaran legítimamente la Humanae Vitae. Así,
sabiéndolo o no, sabotearon su propia carta pastoral, dando simultáneamente luz
roja y luz verde al rechazo de la encíclica papal. Luego, que un vasto número
de católicos rechazara la mencionada encíclica basándose en la carta de los
obispos canadienses, resultó apenas sorprendente. Aún los padres más mediocres
son lo suficientemente sagaces para no dar a sus hijos la opción de aceptar o
rechazar las órdenes paternas. Hacer eso sería un claro signo de debilidad y de
liderazgo vacilante. Pero desafortunadamente, eso fue lo que ocurrió con el
documento supuestamente anti-Comunión en la mano de 1969. Esta fue la época del
compromiso, y el documento contenía la semilla de su propia destrucción, porque
la Instrucción decía que donde el abuso ya se hubiera establecido firmemente,
podría ser legalizado con una mayoría de dos tercios en una votación secreta de
la conferencia nacional de los obispos (a condición de que la Santa Sede
confirmara su decisión). Esto cayó en manos de los liberales. Y debemos notar
que la instrucción decía “donde el abuso ya se hubiera establecido”.
Así, países donde la práctica no se hubiera desarrollado, fueron,
obviamente, excluidos de la concesión – y todos los países anglo-parlantes,
incluyendo los Estados Unidos, cayeron en esa categoría. Naturalmente, el clero
liberal de otros países concluyó que si esa rebelión podía ser legalizada en
Holanda, podía ser legalizada en cualquier parte. Ellos imaginaron que si
ignoraban la Encíclcia Memoriale Domini y
desafiaban la ley litúrgica definida de la Iglesia, esa rebelión no sólo sería
tolerada, sino eventualmente legalizada. Eso es exactamente lo que ocurrió, y
es por eso que hoy en día tenemos la Comunión en la mano.
Comenzó como un desafío y se perpetuó mediante el
engaño
La Comunión en la mano, que
comenzó por desobediencia, no se perpetuó solamente por el engaño. El espacio
no permite dar todos los detalles, pero la propaganda de los años 70 que se usó
para vender la Comunión en la mano a la gente confiada y vulnerable, fue una
campaña de calculadas medias-verdades que no contaron toda la historia. Un
rápido ejemplo se puede encontrar en los escritos de Monseñor Champlin, de los
cuales proporcionamos a continuación una sinopsis:
1. Dio al
lector la falsa impresión que el Vaticano II emitió un mandato para el abuso
cuando en realidad ni siquiera se encuentra insinuado en ningún documento
conciliar.
2. No le
mencionó al lector que la práctica fue iniciada por clérigos en desafío de la
ley litúrgica establecida, sino que hizo parecer como si hubiera sido un pedido
de los laicos.
3. No puso en claro a los
lectores que los obispos del mundo, cuando fueron consultados, votaron
abrumadoramente en contra de la Comunión en la mano.
4. No mencionó que la
permisión fue solo una tolerancia del abuso cuando éste ya se había instalado
en 1969. No fue una luz verde para propagarlo a otros países, como los Estados
Unidos.
Una cuestion "no optativa" para el clero
Ahora llegamos al punto en que la
Comunión en la mano está vista como una forma superior de recibir la Eucaristía
y la inmensa mayoría de nuestros niños está siendo mal instruida para que
reciba la Primera Comunión en la mano. A los fieles se les dijo que esta era
una práctica optativa, y que si a ellos no les gustaba, podían recibirla en la
lengua. La tragedia de todo esto es que si es opcional para los laicos, en la
práctica no lo es para el clero. Los sacerdotes están falsamente instruidos de
que deben administrar la Comunión en la mano, les guste o no, a quien quiera
que la pida, arrojando por eso a muchos buenos sacerdotes a una angustiosa
crisis de conciencia. Después del Concilio Vaticano Segundo, un muy sabio
Arzobispo observó que el golpe maestro de Satanás fue sembrar la desobediencia
a la Tradición Católica por medio de la obediencia. Es obvio que ningún
sacerdote puede ser legalmente forzado a administrar la Comunión en la mano, y
nosotros debemos rezar para que más sacerdotes tengan el coraje de salvaguardar
la reverencia debida a este Sacramento, y no sean trampeados con la falsa
obediencia que les hace cooperar en la degradación de Cristo en la Eucaristía.
Deben reunir la valentía para oponerse a esta novel práctica, recordando que incluso
el Papa Paulo VI, a pesar de su debilidad, predijo correctamente que la
Comunión en la mano llevaría a la irreverencia y a la profanación de la
Eucaristía, y a una gradual erosión de la correcta doctrina – y nosotros hemos
visto que esa profecía se ha cumplido. Y, si la oposición de los
sacerdotes a la Comunión en la mano debiera ser ardiente y firme, su oposición
a los “Ministros Extraordinarios” debería ser aún más inflexible.
Los Ministros Extraordinarios
En su best-seller, The Last Roman Catholic?, James W. Demers dijo:
"De los responsables por la falta de belleza en la Iglesia, ninguno es más
culpable que los ministros laicos de hoy. La conducta fuera de lugar de estos
laicos superficialmente entrenados introduce en el santuario una pomposidad que
es tan desconcertante como deplorable de observar”. Los laicos dando la Santa
Comunión durante la Misa hubiera sido considerado un acto impensable de
sacrilegio e irreverencia hace solo 35 años, y durante los siglos precedentes.
Pero ahora, los laicos administrando el Santísimo Sacramento son cosa habitual
de ver regularmente en las iglesias parroquiales del Novus Ordo, y muchos
católicos no lo ven mal, probando que los hombres pueden volverse insensibles a
la profanación. Parece que hubieran salido de la nada. ¡De repente, ya estaban
allí! ¿Y de dónde aparecieron?, ¡Aparecieron de la nada! Pero si se piensa
detenidamente, hay algunos pasos que debemos analizar para poder observar el
desarrollo que sentó las bases para que esta plaga de manos sin consagrar,
comisionadas por los pastores para degradar la Eucaristía, usurpe el deber de
los que recibieron las Órdenes Sagradas, socave el sacerdocio, y despoje
al altar de Dios de sus derechos sagrados. El Obispo Fulton Sheen escribió una
vez que tanto los hombres como las mujeres son esclavos de la moda, pero con
esta diferencia ... si las mujeres son esclavas de la moda en el vestir, los
hombres son esclavos de la moda en el pensar. Y de la manía y de la moda, que
fueron el orgullo y la alegría de muchos hombres de Iglesia post-Vaticano II,
bajo el pretexto de volver a la Iglesia más “participativa”, surgió la idea de
involucrar a los laicos en la liturgia. Los laicos comenzaron a leer la
Epístola, y el nuevo responsorio de salmos. Condujeron las tediosas “Oraciones
de los Fieles” – “Oremos al Señor, Señor escucha nuestra oración”, e incluso
nos dieron la bienvenida por el micrófono antes de la Misa, deseándonos los
“buenos días”, diciéndonos qué himnos se cantarían y qué Plegaria Eucarística
le apetecía ese día al Padre. El santuario se convirtió en un escenario, y ya
no existiría el monólogo de un hombre. Cuanto más grande el reparto, mejor, y
el drama cautivante de la Misa se volvió un show de aficionados. El
sacerdote, un hombre que había sido llamado por Dios y especialmente instruido
en el estudio y la dispensación de los sagrados misterios, debió apartarse,
voluntariamente o de mala gana, para permitir que aficionados inhabilitados de
tiempo compartido y fuera de lugar, invadieran y profanaran su sagrado dominio
del santuario y del altar. Pero los lectores laicos dentro de la Nueva Misa no
fue lo único. Los ministros laicos del Santísimo Sacramento no hubieran sido
posibles sin la revolución en las rúbricas que la precedieron: la práctica y la
amplia aceptación de los laicos recibiendo la Sagrada Eucaristía en sus palmas.
El oficio del ministro eucarístico es, de tal manera, la progenie ilegítima de
la unión de los “laicos comprometidos” de la Nueva Liturgia y la Comunión en la
mano conviviendo en la nueva Iglesia. Es el hijo amado de la revolución de los
años 60.
¡Todos en acción!
Podemos estar seguros que hubo
muchos católicos deseosos de formar parte de esa “élite laica” que distribuye
la Santa Comunión, aunque también hubo otros, cuyo buen sentido se opuso
inicialmente a esa práctica, pero que eventualmente permitieron ser disuadidos
por persuasivos hombres de Iglesia. La mejor táctica usada por el clero moderno
fue recurrir a la adulación... aproximándose a los buenos hombres y mujeres
católicos diciéndoles, “Ustedes son buenos miembros de la parroquia, cristianos
ejemplares, buenos padres y madres, por esa razón, nosotros queremos
conferirles el ‘honor’ de ser Ministros Eucarísticos”. Entonces, ¿qué hicieron?
Aceptaron la distribución del Cuerpo de Cristo, algo tan sagrado que solo
corresponde al sacerdote, y lo aceptaron infantilmente como un premio por su
buena conducta: como una medalla al mérito que podría darse a un scout novato
por nadar un kilómetro o construir una tienda de indios, o como una estrella
que podría ser colocada en la frente de una niña de tercer grado porque fue la
única que pudo deletrear correctamente “Checoslovaquia". Si para
adorar a Nuestro Señor los Ángeles se aproximan doblando las rodillas, más que
eso deberíamos hacer nosotros. Se está disfrazando como un premio lo que los
buenos y humildes de la parroquia aceptan a regañadientes, aunque luego se
acostumbran. O es una posición codiciada por el orgullo y la pompa en la
parroquia, mostrándose por eso incapaces de reconocer ese falso y trivial
prestigio.
¿Ministro Extraordinario o Ministro Eucarístico?
Los términos “ministro laico” y
“ministro eucarístico” han sido usados bastante imprecisamente hasta este
momento, y esa es la terminología que se encuentra a menudo en los boletines parroquiales.
En la actualidad, ya no existe el término “ministro eucarístico”, el término
apropiado es “ministro extraordinario”. Cuando se trata de los Sacramentos,
“ministro extraordinario” es la terminología clásica. Por ejemplo, el “ministro
ordinario” de la Confirmación en el Rito Romano es el obispo, y el “ministro
extraordinario” es el sacerdote delegado específicamente por el obispo en
circunstancias extraordinarias. Así, si las palabras significan algo, como
señaló Michael Davis, un ministro extraordinario debería ser algo
extraordinario de ver. No solo raramente deberíamos ver uno, sino que deberían
ser muchos los católicos que pasaran su vida sin haber visto un ministro
extraordinario. Pero hoy, no hay nada extraordinario acerca de los ministros extraordinarios.
Son tan ordinarios y parte integrante de la moderna Iglesia como los misales y
la cesta de la colecta. Ese es claramente un calculado abuso de la
terminología clásica, usada para introducir una novedad en la Nueva Misa, que
no tiene fundamentación en la Historia de la Iglesia o en la práctica católica.
El 29 de enero de 1973, la Sagrada Congregación para el Culto Divino publicó
una Instrucción llamada Immensae Caritatis,
que autorizó la introducción de los Ministros Extraordinarios de la Eucaristía.
Ese documento no otorga ningún indulto revolucionario a las parroquias para
permitir a los laicos administrar la Comunión, sino que autoriza el uso de
ministros extraordinarios en “casos de genuina necesidad”, los que están
listados como sigue:
1. Cuando no hay
sacerdote, diácono o acólito.
2. Cuando estos
están impedidos de administrar la Santa Comunión a causa de otro ministerio
pastoral, por enfermedad o edad avanzada.
3. Cuando el
número de los fieles que pidan la Santa Comunión sea tal que la celebración de
la Misa o la distribución de la Eucaristía fuera de la Misa pudiera ser
excesivamente prolongada."
La Instrucción estipula que:
“Como estas facultades se otorgan para el bien espiritual de los fieles y para
casos de genuina necesidad, los sacerdotes deben recordar que ellos no están
por eso excusados de la tarea de distribuir la Eucaristía a los fieles que la
pidan legítimamente, de llevarla y de darla a los enfermos”. Primero, este no
es un acto de deslealtad o desobediencia a la cuestión de la sabiduría del
documento en primer lugar, particularmente cuando este permiso es una
revolución contra todas la rúbricas que existieron por siglos – rúbricas que
existieron por razones de reverencia, en salvaguarda de la profanación y que
fueron materia de sentido común católico. Pero incluso, tomando este documento
a pies juntillas, es difícil imaginar circunstancias que pudieran justificar el
uso de Ministros Extraordinarios fuera de tierras de misión. Los “Ministros
Eucarísticos” de hoy operan verdaderamente en desafío de normas vaticanas ya
existentes.
La era de la ambigüedad
El término “tomar a pies
juntillas” fue usado porque, como algún lector astuto ya lo habrá notado, el
documento apenas citó lo que fue imprecisamente expresado. El documento tuvo
esa ambigüedad, imprecisión y elasticidad que caracteriza a muchos de los
documentos del Vaticano II y del post-Vaticano II. Aunque no hay pruebas
rigurosas de que el lenguaje poco preciso de Immensae Caritatis fue
elegido a propósito, hay suficientes pruebas que la ambigüedad en los
documentos del Vaticano II es deliberada. El Padre Edward Schillebeeckx, un
influyente teólogo liberal en el Vaticano II, admitió que poner deliberadas
ambigüedades en los documentos del Concilio fue una estrategia clave de los
progresistas: "Hemos usado frases ambiguas durante el Concilio y nosotros
(los teólogos liberales) sabremos cómo interpretarlas después”. La principal
ambigüedad que probablemente diera origen a la proliferación de los Ministros
Extraordinarios fue la justificación de su uso en las “Misas excesivamente
prolongadas” (como se las llamó). Ahora, ¿significó eso 5 minutos o 45 minutos
“excesivamente prolongadas”? Eso depende de quién lo interprete. Y en
instrucciones de esta naturaleza, la falta de precisión da lugar a amplias
interpretaciones, y las amplias interpretaciones dan lugar al establecimiento
de abusos bajo la apariencia de fidelidad a las normas de la Iglesia. Y una vez
que una manía como la de los “Ministros Extraordinarios” se vuelve ampliamente
difundida, y las actitudes de todos son porque todos lo hacen, luego, ¿quién
sigue prestando atención a las directivas ya existentes? Es una conducta que
nosotros vemos repetirse una y otra vez en la Iglesia moderna: “Violemos la ley
y finalmente tendremos la violación establecida como costumbre local”.
Fracasada intervención papal
Este abuso ilegal está tan bien
arraigado como costumbre local, que incluso el Papa Juan Pablo II, quien
cumplió al menos el papel de intentar refrenar el abuso, fracasó completamente.
En su carta Dominicae Cenae, del 24 de febrero de 1980,
el Papa reafirmó la enseñanza de la Iglesia, afirmando que: “tocar las sagradas
especies y administrarlas con sus propias manos es un privilegio de los
ordenados”. Pero por alguna razón, este documento de 1980 no contenía ninguna
amenaza de pena para aquellos laicos, sacerdotes u obispos que ignoraran el
pedido del Papa. Una ley sin una penalidad no es una ley, es una sugerencia. Y
esta carta del Papa Juan Pablo II, ha sido tomada como una sugestión molesta, y
desatendida por la jerarquía y el clero de los países de Occidente. El 21 de
setiembre de 1987, y por los canales debidos, el Cardenal Prefecto de la
Congregación para los Sacramentos envió una carta a varias Conferencias Episcopales,
incluyendo a los Obispos Americanos, sobre el tema de los Ministros
Extraordinarios. En resumen, las cartas (que pueden encontrarse en el libro de
Michael Davies, Privilegio del Ordenado), afirman que Roma recibió muchas
quejas de abusos respecto a los Ministros Extraordinarios. Como resultado, la
Comisión Pontificia decretó oficialmente que “cuando los Ministros
Ordinarios (obispos, sacerdotes) estén presentes en la Eucaristía, celebren o
no, y estén en número suficiente y no estén impedidos de hacerlo por otros
ministerios, a los Ministros Extraordinarios no les está permitido distribuir
la Comunión, ni a ellos mismos ni a los fieles”. Esta decisión también ha sido
totalmente ignorada, como lo serán todos los reglamentos que provean una concesión.
Sólo podemos rezar para que los dignatarios de nuestra Iglesia se convenzan que
cuando se trate del Santísimo Sacramento, no se debe reformar un abuso, sino
aniquilarlo. Y para no hacerle el juego continuamente al neo-paganismo del
Modernismo, la única opción católica de nuestra jerarquía es una condena total,
formal, sin ambigüedades, de la Comunión en la mano y de los Ministros
extraordinarios.
El sentido de lo sacro
Los Sacramentos son las gemas más
preciosas que posee la Iglesia, y la Sagrada Eucaristía es el más grande de
todos los Sacramentos. Porque en todos los otros, recibimos la gracia
sacramental, pero en la Sagrada Eucaristía recibimos al mismo Cristo. Así, es
obvio que el Santísimo Sacramento es el mayor tesoro que posee la Iglesia,
entonces debe ser tratado con toda la reverencia y el homenaje que merece. Y
todas aquellas barreras pre-Vaticano II que evitaban la profanación, son
indispensables para la vida de la Iglesia y la santidad de los fieles. Cuán a
menudo hemos escuchado, incluso a los dignatarios de nuestra Iglesia,
lamentarse que “hemos perdido el sentido de lo sacro”. Esa es una de las más
asombrosas afirmaciones que puede pronunciar un hombre de Iglesia... como si
esto fuera una suerte de misterio. Porque el sentido de lo sacro no está
perdido; nosotros sabemos exactamente donde está, y podría recobrarse mañana en
toda parroquia o en toda la tierra. “El sentido de lo sacro” se encuentra
dondequiera que la salvaguarda de la reverencia por el Santísimo Sacramento sea
una práctica de suprema importancia. Pero “el sentido de lo sacro” no se
ha perdido, ha sido deliberadamente arrojado de la ciudad, tirado por la
baranda, por los arrogantes agentes de neo-Paganismo del Modernismo,
enmascarados como reformadores católicos, quienes han introducido nóveles
prácticas en la Iglesia que rebajan la Eucaristía, muestran desprecio por la
Tradición y por lo que nos enseñaron nuestros padres, y han llevado a una
crisis mundial de la Fe de proporciones sin precedentes.
Pero para nosotros, por la Gracia
de Dios, eso no es un enigma. Nosotros sabemos exactamente dónde se encuentra
“el sentido de lo sacro” y nosotros nos aferramos a eso con ardiente tenacidad.
Se encuentra en la celebración de la Antigua Misa Tridentina, en latín, donde
está profundamente arraigado en cada momento de la Liturgia, y donde la
Comunión en la mano y los “Ministros Eucarísticos” todavía son mirados con
horror por los ojos católicos, y son claramente reconocidas como prácticas
fuera de lugar, sacrílegas y no católicas.
John Vennari
La comunión en la mano y distribuida por cualquier
persona - Monseñor Lefebvre
Los
sacerdotes ya no hacen ni siquiera la genuflexión delante de la sagrada
Eucaristía. Ya no tienen respeto por el Santísimo Sacramento. Cualquier persona
distribuye las sagradas formas. No puede ser que se trate a nuestro Dios de ese
modo. (...) La gente que trata a Nuestro Señor Jesucristo como lo trata en las
ceremonias eucarísticas actuales es gente que no cree en la Divinidad de
Nuestro Señor Jesucristo. No puede haber otra conclusión1.
No
obstante, es el concilio de Trento que declara que Nuestro Señor está presente
hasta en las ínfimas partículas de la sagrada Eucaristía. Por eso, ¡qué falta
de respeto de parte de personas que pueden tener partículas de la Eucaristía en
las manos y que vuelven a su lugar sin purificarlas!
Los
fieles que creen verdaderamente en la presencia real de Nuestro Señor
comprenden muy bien que deben ser los ministros los que den la sagrada Eucaristía
y no quieren de ningún modo comulgar en la mano.
En la
santa misa, las reformas introducidas hacen perder la fe en la presencia real
de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía. Para un católico, las reformas
son tales que es difícil –e incluso imposible para los niños que no han
conocido lo de antes, como nosotros que tenemos más edad y lo hemos conocido –
creer en la presencia real de Nuestro Señor Jesucristo. No puede ser que se
trate al Santísimo Sacramento del modo como se le trata hoy, y al mismo tiempo
creer que en la Eucaristía están verdadera-mente presentes el Cuerpo, la
Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.
Dada
la manera como se distribuye la sagrada Eucaristía, el modo de acercarse a
recibirla sin genuflexión ni señales de respeto, y el modo de comulgar y de
volver al lugar después de haber comulgado, no es posible que todavía se crea
en la presencia de Nuestro Señor Jesucristo en el Santísimo Sacramento.
LA MISA DE SIEMPRE
Monseñor Marcel Lefebvre+