“Pero al que
escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le
cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos, y le
hundan en lo profundo del mar”.
Mateo 18,6.
Son conocidos ya, públicamente, los desafueros,
atropellos y vejámenes múltiples con los que el obispo de San Rafael, Eduardo
Taussig, en un verdadero compendio de despotismo clericalista, viene castigando
a los sacerdotes y laicos fieles de su diócesis. El último motivo que ha encontrado
para desfogar su obsesión –de origen psicopatológico o preternatural- es la
legítima negativa del clero y del laicado a recibir de prepo la comunión en la
mano. Y a recibirla así, coactivamente, bajo amenaza de puniciones severas y
crueles.
En
medio de la natural conmoción de la feligresía, que se ha movilizado para
defender los derechos de Dios, tuvo lugar un episodio que no puede ni debe
quedar sin registro. Y que, si hubiera justicia en la Iglesia y en la
sociedad civil, no debería tampoco quedar impune.
Una
niñita de seis años –María José- lloraba en la puerta del Obispado, con
inspirada tristeza infantil, porque no quería que la obligaran a recibir a
Jesús en la mano. Estaba con sus padres, sus hermanitas y sus amigos; bien conocida
la familia ejemplar en el pago que habitan. El pastor felón no tuvo mejor
ocurrencia que conducir a la pequeña hacia adentro de su sede, para
“convencerla” de que debía aceptar sus órdenes, aprovechando además la ocasión
para desautorizar la crianza religiosa que le habían dado sus padres. La
apercibió por su conducta, y quiso conminarla –ejerciendo presión moral y
psicológica – a que recibiera la Eucaristía en la mano. La pequeña,
conste, precisamente por su madurez espiritual, ya ha hecho su Primera Comunión.
La
niña se resistió con sus ojos llenos de lágrimas, mientras sus hermanas y
amigas, al verla partir llevada compulsivamente por el obispo, se hincaron a
rezar fervorosamente, para que María José no aflojara. Y no aflojó. Aunque el
déspota indocto, entre otras insensateces, apeló al bajísimo golpe de decirle
que, entonces, si no le hacía caso, “se perdería a Jesús”.
Todo
esto que narro, y otras cosas que por ahora callo, me constan de un modo
directo, personal, objetivo y fehaciente. Taussig ha tratado de enmascarar los
hechos ante una potencial denuncia por abuso de autoridad; cargo que podría
ampliarse con algún otro conexo, según me dice un jurista y canonista amigo.
Pasará
la mentira de la pandemia y el suplicio de la cuarentena. Entonces puede ser
que me encuentre cara a cara con el obispo felón. Veremos si es tan bravo con
los viejos católicos como con las niñitas del poblado.
Mientras
tanto, en homenaje a la pequeña gran comulgante, le compuse este Romance:
ROMANCE DE LA
NIÑA MARÍA JOSÉ
San Rafael era
en junio
y ya unas brisas
heladas,
cuando la nieve
hace cima
por los cerros o
enramadas.
En el aire de la
aldea
hay un gemido de
herida,
cruenta y sin
sangre a la vez
como una cruz
invertida.
Trocó el cayado
en azote
el pastor de la
comarca,
verdugo de los
sagrarios
negro sayón
de la Barca.
Su corazón
vuelto piedra
no oye súplicas
ni llantos,
tiene la piel de
Caifás,
tiene del lobo
quebrantos.
Entonces fue una
pequeña
con sus lágrimas
de luz,
la que le dijo
inocente:
“¡Quiero en la
boca a Jesús!
De rodillas y en
mis labios
así lo recibiré,
tal cual lo
hiciera la Virgen,
si ella lo hizo,
yo lo haré”.
¡Ay mi María
José!
Tal el nombre de
la niña,
tu sollozo tiene
el cielo,
el trigo de oro
en la Viña.
¡Ay mi María
José!
tus amigas, tus
hermanas,
tus padres, los
curas fieles,
quieren doblar
las campanas.
Por tu bravura y
pureza
que celebran
relucientes
los ángeles de
las guardias,
y cantan los
combatientes.
Yo no estaré
cuando crezcas,
te verán crecer
los montes,
el rocío de la
noche
las vides, los
horizontes.
Pero te
dejo estos versos
de breve y de
última grey
con un lema:
¡Dios no muere!
¡Viva siempre
Cristo Rey!
Antonio
Caponnetto