Un imperdible artículo de Nicodemo Grabber apareció en Corrispondenza romana.
Traduzco -y espero hacerlo bien- el último y sustancioso párrafo final:
“El “bergoglismo” representa la
completa asunción del principio de inmanencia en la Iglesia, en el Catolicismo. Principio
de inmanencia que es el alma de la filosofía moderna y que termina en la negación
radical de la filosofía como saber metafísico. Praxismo y
hermenéutica son la más radical expresión del principio de inmanencia, y son su
realización, que sobrepasa la modernidad “metafísica” en la posmodernidad. El “bergoglismo” es totalmente
posmoderno como posmodernidad realizada, es posmodernismo como modernismo
vivido, independientemente de toda referencia doctrinal.
El más grande estudioso del
principio de inmanencia ha sido hasta ahora el padre Cornelio Fabro, que lo ha
reconocido como la esencia de la modernidad filosófica. En muchos estudios,
especialmente en su monumental “Introducción
al ateísmo moderno” -y al cual remitimos- ha demostrado que el principio de inmanencia es el alma de ese ateísmo absoluto que
es el ateísmo moderno. El ateísmo moderno no es únicamente la afirmación de la
inexistencia de Dios, y por lo tanto, una forma todavía ingenua de ateísmo como
creencia en la no existencia de Dios. El
ateísmo moderno consiste en la imposibilidad de pensar en Dios como Dios, en la
extinción de la misma noción de Dios. El mismo padre Fabro advierte cómo el ateísmo radical del
principio de inmanencia puede darse en autores que subjetivamente creen en
Dios, en autores subjetivamente teístas, aunque objetivamente sean ateos. El ateísmo de la moderna
filosofía de la inmanencia puede combinarse con una creencia teísta subjetiva,
simplemente, porque una vez adoptado el principio de inmanencia, el objeto de
la creencia señalada con el nombre de Dios no será Dios. El
Dios de los modernistas es simplemente inalcanzable en la jaula de la
inmanencia en la cual el hombre se ha autoencarcelado.
El pastoralismo y la meta – teología
hermenéutica entendidos como expresión del principio de inmanencia parecen las
piedras angulares de esa concepción y de esa praxis que hemos definido como
“bergoglismo”.
Queda por saber en qué medida el papa
Francisco es consciente de su “bergoglismo”.