A San Vicente de Paúl
se le conoce en el mundo entero como El Santo de la Caridad. Todos sabernos que
fue él, junto con Santa Luisa de Marillac, el fundador de las Hijas de la
Caridad, dedicadas exclusivamente a socorrer a los necesitados. Pero lo que no
saben muchos es que, preocupado principalmente por la salvación de las almas,
fundó la Congregación de Sacerdotes de la Misión, dedicados a la instrucción
religiosa de los campesinos y de los más abandonados. Funda también seminarios
para la práctica de ejercicios espirituales que él mismo dirige, esforzándose
por llevarlos hasta las más altas dignidades eclesiásticas.
1.
Hermanos míos: si un misionero solamente pensase en la ciencia y en predicar
bien para mover a todos a la compunción, pero al mismo tiempo descuida su
oración, ¿ese tal es misionero? No, porque falta a lo principal, que es su
perfección... ¿De qué nos servirá haber hecho maravillas por los demás, si
hemos dejado abandonada nuestra alma? Nuestro Señor se retiraba a hacer oración,
separándose del pueblo, y quería que los apóstoles se retirasen aparte lo
mismo que El (Mc. 6, 31), después de haber hecho las cosas de fuera, para no
omitir sus ejercicios espirituales; y su perfección estuvo en hacer bien lo
uno y lo otro (Conf. a Sac. Mis. 1).
2.
Cuando Dios quiere comunicarse a alguien, lo hace sin esfuerzos, de una manera
muy suave y sensible, dulce y amorosa. Dios, por su parte, no busca nada
mejor. Pidámosle con toda confianza, y estemos seguros de que nos lo concederá.
Él no se niega nunca si rezamos con humildad y confianza. Si no lo concede al
principio, ya lo concederá. Hay que perseverar sin desanimarse; y si no
tenemos ahora ese espíritu de Dios, ya nos lo dará por su misericordia, si
insistimos, quizá dentro de tres o cuatro meses, o de uno o dos años. Pase lo
que pase, confiemos en la providencia, esperémoslo todo de su liberalidad...
Digámosle muchas veces: Señor, concédenos el don de la oración; enséñanos tú
mismo cómo hemos de orar. Pidámoselo hoy y todos los días con confianza, con
mucha confianza en su bondad (Conf. a Sac. Mis. 6).
3.
Una cosa importante a la que usted debe atender de manera especial, es tener
mucho trato con Nuestro Señor en la oración; allí está la dispensa de donde
podrá sacar las instrucciones que necesite para cumplir debidamente con sus
obligaciones. Cuando tenga alguna duda, recurra a Dios y dígale: “Señor, tú
eres el Padre de las luces, enséñame lo que tengo que hacer”... Además, debe
usted recurrir a la oración para conservar en su alma el temor y amor de Dios;
pues tengo la obligación de decirle, y lo debe usted saber, que muchas veces
nos perdemos mientras contribuimos a la salvación de los demás. A veces,
preocupándose por los otros se olvida uno de sí... Y también debe recurrir a la
oración para pedir por los demás, convencido de que obtendrá usted mucho más
fruto con este medio que con todos los demás (Conf. a Sac. Mis. 7).
4.
En la oración mental es donde yo encuentro el aliento de mi caridad... Lo de
mayor importancia es la oración; suprimirla no es ganar tiempo, sino perderlo.
Dadme un hombre de oración y será capaz de todo (Cit. B.M.S.).
5.
La oración es alimento del alma; lo mismo que todos los días necesitamos el
alimento corporal, también necesitamos todos los días el alimento espiritual
para la conservación de nuestra alma.
En
la oración es donde escuchamos los deseos de Dios, nos perfeccionamos, tomamos
fuerzas para resistir a las tentaciones y nos robustecemos en nuestra
vocación... Por el contrario, cuando no hacemos bien la oración, nos
debilitamos y perdemos la presencia de Dios.
6.
Razones para tener oración. — Una de las principales razones que tenemos para
hacer oración todos los días, es el que nuestro Señor la recomendara tanto a
sus discípulos: “Invocad a mi Padre, les dijo; pedidle a mi Padre, y todo
cuanto pidáis en mi nombre se os concederá” (Jn. 14, 13). Y lo que dijo a sus
discípulos, hijas mías, nos lo dice también a nosotros. Y tras esta
recomendación del Hijo de Dios, tan ventajosa para nosotros, ¿no habremos de
concebir una gran estima de ella?
Hijas
mías: Tenéis que tener mucho cuidado en evitar todos los impedimentos que
pudieran surgir a propósito de la hora, ya que con mucha frecuencia se os van a
presentar. Pero cuando pase algo, en cuanto os deis cuenta, animaos con la
recomendación que Jesucristo hizo de ella. Tú, Dios mío, me has recomendado
que ore, y yo sería muy cobarde si quisiera librarme de ello. ¡Voy allá! Ya
veréis todas, hijas mías, qué poderoso es este motivo, y los bienes que
entonces alcanzaréis.
7.
A este motivo voy a añadir otro. Se ha creído conveniente que hagáis oración
todos los días, tal como indican vuestras reglas. Diré más aún, hijas mías;
hacedla, si podéis, a cualquier hora, e incluso no salgáis nunca de ella,
porque la oración es tan excelente que nunca la haréis demasiado, y cuanto más
la hagáis, más la querréis hacer, si de veras buscáis a Dios.
Así
que, hijas mías, ya que se dice en vuestras Reglas que tenéis que hacerla, es
menester procurar, en la medida de lo posible, no faltar nunca a ella. Y si os
lo impide esa medicina que tenéis que llevar por la mañana durante la hora de
la oración, tenéis que buscar algún otro tiempo, de forma que nunca la
dejéis...
8.
Jesucristo nos ha ofrecido toda la seguridad de que seremos bienvenidos ante
el Padre cuando oremos. No se ha contentado con hacer una simple promesa
aunque hubiera sido más que suficiente, sino que ha dicho: En verdad, en verdad
os digo, que todo lo que pidáis en mi nombre, se os concederá (Jn. 14, 13).
Así, pues, con esta confianza, mis queridas hijas, ¿no habremos de poner todo
nuestro cuidado en no perder las gracias que la bondad de Dios quiere
concedernos en la oración, si la hacemos de la forma debida?
9.
Se ha dicho, y con razón, que la oración es para el alma lo que el alimento es
para el cuerpo, y que lo mismo que una persona que se contentase con no comer
más que una vez cada tres o cuatro días, desfallecería enseguida y se pondría
en peligro de muerte o, si viviese, sería lánguidamente, incapaz de realizar
nada útil y se convertiría finalmente en un trasto sin fuerza ni vigor; así
también el alma que no se alimenta de la oración, o que raramente la hace, se
hará tibia, lánguida, sin fuerzas ni entusiasmo, sin virtud alguna, fastidiosa
para los demás e insoportable para sí misma.
Y
se ha advertido también que de esta forma es como se conserva la vocación,
porque es cierto, hijas mías, que una Hija de la Caridad no puede vivir si no
hace oración. Es imposible que persevere. Durará quizás algún tiempo, pero el
mundo la arrastrará. Encontrará su ocupación demasiado dura, porque no ha
tomado este santo refrigerio. Irá languideciendo, se cansará y acabará
dejándolo todo. Hijas mías, ¿por qué creéis que muchas han perdido su
vocación?; porque descuidaron la oración.
10.
Se ha dicho igualmente que la oración es el alma de nuestras almas; esto es,
que la oración es para el alma lo que el alma es para el cuerpo. Pues bien, el
alma da la vida al cuerpo, le permite moverse, caminar, hablar y obrar en todo
lo que necesita. Si al cuerpo le faltase el alma no sería más que carne
corrompida, útil solamente para el sepulcro. Pues bien, hijas mías, el alma sin
oración es casi lo mismo que ese cuerpo sin alma en lo que se refiere al
servicio de Dios; no tiene sentimientos, ni movimientos, no tiene más que
deseos rastreros y vulgares de las cosas de la tierra.
11.
A todo esto añado, mis queridas hijas, que la oración es como un espejo en el
que el alma ve todas sus manchas y todas sus fealdades; observa todo lo que la
hace desagradable a Dios, se mira en él, se arregla para hacerse en todo
conforme con El.
12.
Las personas del mundo nunca salen de su casa hasta después de haberse
arreglado convenientemente ante el espejo, para ver si hay en ellas algo
defectuoso, si no hay nada que vaya en contra de las convivencias sociales. Hay
algunas que son tan vanidosas que llevan espejos en sus bolsos, para mirar de
vez en cuando si tienen algo que arreglar de nuevo.
Pues
bien, hijas mías, lo que hacen las gentes del mundo para agradar al mundo, ¿no
será razonable que hagan los que sirven a Dios para agradar a Dios? Nunca deben
salir sin mirarse en su espejo. Dios quiere que las que le sirven se arreglen también,
pero en el espejo de la santa oración, donde, todos los días, y aun varias
veces al día, examinando la conciencia, ejercitándose en santos deseos
tratando de agradar a Dios, pidiendo perdón y gracia para ello.
13.
Se ha dicho que es en la oración donde Dios nos da a conocer lo que quiere que
hagamos y lo que quiere que evitemos; y es verdad, mis queridas hijas, porque
no hay ninguna otra cosa en la vida que nos haga conocernos mejor, ni que nos
demuestre con mayor evidencia la bondad de Dios, como la oración.
14.
Los Santos Padres se entusiasman cuando hablan de la oración; dicen que es una
fuente de juventud donde el alma se rejuvenece. Los filósofos dicen que entre
los secretos de la naturaleza hay una fuente que ellos llaman la fuente de
juventud, donde los viejos beben del agua rejuvenecedora. Sea lo que fuere de
esto, sabemos que hay fuentes cuyas aguas son muy buenas para la salud. Pero la
oración remoza al alma mucho más realmente que lo que, según los filósofos,
rejuvenecía a los cuerpos la fuente de la juventud.
15.
Allí, en la oración, es donde el alma, debilitada por las malas costumbres, se
torna vigorosa; allí es donde recobra la vista después de haber caído en la
ceguera; sus oídos, anteriormente sordos a la voz de Dios, se abren a las
buenas inspiraciones, y su corazón recibe una nueva fuerza y se siente animado
de un entusiasmo que nunca había sentido. ¿De dónde viene que una pobre mujer
aldeana que viene a vosotras con toda su tosquedad, ignorando las letras y los
misterios, cambie al poco tiempo y se haga modesta, recogida y llena de amor de
Dios? ¿Quién ha hecho esto sino la oración? Es una fuente de juventud en donde
se ha rejuvenecido; allí es donde ha encontrado las gracias que se advierte en
ella y que la hacen tal como la veis.
16.
Clases de oración. — Hay dos clases de oración: la mental y la vocal. La vocal
es la que se hace con palabras; la mental es la que se hace sin palabras, con
el corazón y el espíritu...
Pues
bien, en cada una de estas dos maneras de orar, Dios comunica muchas y muy
excelentes luces a sus servidores. Allí es donde ilumina su entendimiento con
tantas verdades incomprensibles para todos los que no hacen oración; allí es
donde inflama la voluntad; allí es finalmente donde toma posesión completa de
los corazones y de las almas.
Entonces,
es conveniente que sepáis, mis queridas hermanas, que aunque las personas
sabias tengan mayor disposición para hacer oración, y que muchas lo logran y
tienen por sí mismas el espíritu abierto a muchas luces, el trato de Dios con
las personas sencillas es muy distinto. Confíteor tibi, Pater, etc., decía
Nuestro Señor. Te doy gracias, Padre mío, porque has ocultado estas cosas a los
sabios del mundo y se las has revelado a los humildes y pequeños.
17.
Por la oración se alcanza la sabiduría. — Hijas mías, en los corazones que
carecen de la ciencia del mundo y que buscan a Dios en sí mismo, es donde Él se
complace en distribuir las luces más excelentes y las gracias más importantes.
A esos corazones les descubre lo que todas las escuelas no han podido
encontrar, y les revela unos misterios que los más sabios no pueden percibir.
Mis
queridas hermanas, ¿no creéis que vosotras lo habéis experimentado? Creo que ya
os lo he dicho otras veces, y lo repetiré una vez más: nosotros, los sacerdotes
y clérigos, por lo regular, hacemos bien la oración; pero, nuestros pobres
hermanos, ¡oh!, en ellos se realiza la promesa que Dios ha hecho de manifestarse
a los pequeños y a los humildes, pues, muchas veces quedamos admirados ante las
luces que Dios les da, y es evidente que todo es de Dios, ya que ellos no
tienen ningún conocimiento.
18.
Unas veces es un pobre zapatero, otras, un panadero o un carretero que os llena
de admiración. Algunas veces hablamos entre nosotros de esto con una gran
confusión por no ser como vemos que ellos son. Nos decimos mutuamente: “Fíjese
en este pobre hermano; ¿no ha observado Vd., los hermosos pensamientos que
Dios le ha dado? ¿No es admirable? Porque lo que él dice, no lo dice por
haberlo aprendido, o haberlo sabido antes; lo sabe después de haber hecho
oración”.
¡Qué
bondad de Dios tan grande e incomprensible al poner sus delicias en comunicarse
con los sencillos y los ignorantes, para darnos a conocer que toda la ciencia
del mundo no es más que ignorancia en comparación con la que El da a los que se
esfuerzan en buscarle por el camino de la santa oración!
19.
Así, pues, mis queridas hermanas, es preciso que vosotras y yo tomemos la
resolución de no dejar de hacer oración todos los días. Digo todos los días,
hijas mías; pero, si pudiera ser, diría más: no la dejemos nunca y no dejemos
pasar un minuto de tiempo sin estar en oración, esto es, sin tener nuestro
espíritu elevado a Dios; porque, propiamente hablando, la oración es, como
hemos dicho, una elevación del espíritu a Dios.
20.
¡Pero la oración me impide hacer esta medicina y llevarla, ver aquel enfermo,
a aquella dama! ¡No importa, hijas mías! Vuestra alma no dejará nunca de estar
en la presencia de Dios y estará siempre lanzando algún suspiro.
Si
supieseis, hijas mías, el gusto que siente Dios al ver una mujer aldeana, una
pobre Hija de la Caridad que se dirige amorosamente a Él, entonces acudiríais
a la oración con más confianza que la que yo os podría aconsejar. ¡Si
supieseis los tesoros y las gracias que Dios tiene preparadas para vosotras!
¡Si supieseis cuánta ciencia sacaríais de allí, cuánto amor y dulzura
encontraríais en la oración!
Allí
lo encontraréis todo, mis queridas hijas, porque es la fuente de todas las
ciencias. ¿De dónde proviene que veáis a personas sin letras hablando tan bien
de Dios, desarrollando los misterios con mayor inteligencia que lo haría un
doctor? Un doctor que no tiene más que su doctrina, habla de Dios de la forma
que le ha enseñado su ciencia; pero una persona de oración habla de El de una
manera muy distinta. Y la diferencia entre ambos, hijas mías, proviene de que
uno habla por simple ciencia adquirida, y el otro por una ciencia infusa,
totalmente llena de amor, de forma que el doctor en esa ocasión no es el más
sabio. Y es preciso que se calle donde hay una persona de oración, porque ésta
habla de Dios de manera muy distinta de como él puede hacerlo...
21.
Me diréis: “Padre, lo vemos muy bien; pero enséñenos. Vemos y comprendemos muy
bien que la oración es la cosa más excelente, que es la que nos une a Dios, lo
que nos afirma en nuestra vocación y nos hace progresar en la virtud, nos
despega de nosotras mismas y nos hace amar a Dios y al prójimo; pero no sabemos
hacerla. Somos unas pobres mujeres que apenas sabemos leer, al menos algunas.
Estamos a gusto en la oración, pero no comprendemos nada, y hasta nos parece
que sería mejor no hacerla. Enséñenos.”
22.
Hijas: Los discípulos del Señor también le decían: “Enséñanos a orar, dinos
cómo hay que orar” (Le. 11, 1). Y el Señor les dijo: “Decid, “Padre nuestro,
que estás en el Cielo... (Mt. 6, 9).
Y
vosotras, mis queridas hijas, me preguntáis cómo hay que hacerla, porque os
parece que no lo hacéis. Ante todo he de deciros, hermanas mías, que no la
dejéis nunca aunque os parezca que es inútil porque no sabéis.
23.
La perseverancia en la oración:
No
os extrañéis, las que sois nuevas, de veros durante un mes, dos meses, tres
meses, seis meses sin sentir nada; no, ni aunque esto dure todo un año, ni dos,
ni tres. Aunque eso os suceda, no la dejéis nunca, como si sintieseis mucho
fervor.
Santa
Teresa estuvo veinte años sin poder hacer oración. (Al menos eso le parecía a
ella). No sentía ni comprendía nada, pero ella iba al coro y decía: “Dios mío,
vengo aquí porque me lo manda la Regla. Por mí no haría nada; pero porque tú lo
quieres, por eso vengo”. Y durante aquellos veinte años, aunque no sentía
ningún gusto, nunca dejó la oración. Y al cabo de aquel tiempo, Dios,
recompensando su perseverancia, le concedió un don de oración tan eminente que,
desde los Apóstoles, nadie ha llegado tan alto como ella. ¿Qué sabéis vosotras,
hijas mías, si Dios os querrá hacer con cada una, una nueva Santa Teresa?
¿Sabéis la recompensa que querrá dar a vuestra perseverancia?
24.
Creéis que, yendo a la oración, no hacéis nada, porque no sentís ningún gusto;
pero es preciso que sepáis, hijas mías, que allí se encuentran todas las
virtudes. Primero la obediencia, porque la hacéis obedeciendo a la Regla.
Ejercitáis la humildad, pues al creer que no hacéis nada, concebís un bajo
sentimiento de vosotras mismas. Asimismo ejercitáis la fe, la esperanza, la
caridad. En fin, hijas mías, en esta acción están encerradas la mayoría de las
virtudes que necesitáis, y ya hacéis bastante si acudís a ella con espíritu de
obediencia y humildad.
25.
Por todas estas razones, que nos muestra la bendición que Dios da a los que
practican el ejercicio de la santa oración, tanto si sienten gusto como aridez,
debemos ahora, vosotras y yo, entregarnos a Dios para no faltar nunca a ella,
pase lo que pase.
Si
durante la hora de la comunidad tenéis algún otro quehacer, hay que buscar
otra hora, y de la forma que sea, llenar ese tiempo.
26.
¡Si supieseis, hijas mías, qué fácil es distinguir una persona que hace
oración de otra que no la hace! Se ve muy fácilmente. Veis a una hermana
modesta en sus palabras y en sus acciones, prudente, recogida, santamente
alegre; entonces podéis decir: “He aquí una hermana de oración”. Por el contrario,
aquella que acude a ella poco o nada, la que aprovecha cualquier ocasión que
se presente para no ir a la oración, dará mal ejemplo, no tendrá afabilidad ni
con sus hermanas ni con sus enfermos, y será incorregible en sus costumbres.
¡Qué fácil es ver que no hace oración!
Por
eso, hermanas mías, hay que tener mucho cuidado en no decaer, porque, si hoy
encontráis una excusa para no ir a la oración, mañana encontraréis otra. Y lo
mismo después; y poco a poco os iréis apartando de ella. Y si dejáis la oración
habrá que tener mucho miedo de que lo perdáis todo, porque vuestros quehaceres
son muy fatigosos. Si Dios no os concede su fuerza y su gracia, será imposible
resistir. La carne y la sangre no encuentran en estas cosas gusto alguno, pues
es por la oración por donde Dios comunica su fuerza.
Así,
pues, hijas mías, el primer medio es no faltar nunca a ella. El segundo, es
pedir a Dios la gracia de poder hacer oración, y pedírsela incesantemente. Es
una limosna que pedís. No es posible que, si perseveráis os la niegue.
27.
Invocad a la Santísima Virgen, a vuestro patrono, a vuestro ángel de la guarda.
Imaginaos que está presente toda la corte celestial, y que, si Dios os rechaza,
a ellos no los rechazará.
Unas
veces hará por vosotros oración la Santísima Virgen, otras vuestro ángel, otras
vuestro patrono; y de esta forma nunca quedará sin hacerse, ni vosotras sin
fruto.
28.
Sin mortificación no puede haber oración:
Otro
medio, hijas mías, que os servirá mucho para la oración, es la mortificación.
Son como dos hermanas tan estrechamente unidas que nunca van separadas. La
mortificación va primero y la oración la sigue; de forma, mis queridas hijas,
que si queréis ser mujeres de oración, como necesitáis, tenéis que aprender a
mortificaros, a mortificar los sentidos exteriores, las pasiones, el juicio, la
propia voluntad, y no dudéis de que en poco tiempo, si marcháis por este
camino, haréis grandes progresos en la oración.
Dios
se fijará en vosotras; considerará la humildad de sus servidoras, porque la mortificación
viene de la humildad; y así os comunicará esos secretos que ha prometido
descubrir a los pequeñuelos y a los humildes. Le doy gracias de todo corazón
porque nos ha hecho pobres y en la condición de aquellos que, por su bajeza,
pueden esperar llegar al conocimiento de su grandeza, porque ha querido que la
Compañía de Hijas de la Caridad se compusiera de mujeres pobres y sencillas,
pero capaces de esperar la participación de los misterios más secretos. Le doy
gracias por todo ello y le suplico que sea El su propia gratitud, y a ti,
Jesucristo, Salvador mío, que repartas en abundancia a la Compañía este don de
la oración, para que, por tu conocimiento, puedan todas adquirir tu amor.
Dánoslo Dios mío, tú que has sido durante toda tu vida, un hombre de oración,
que la hiciste desde tus primeros años, que continuaste siempre y que
finalmente te preparaste por la oración a enfrentarte con la muerte. Danos este
don sagrado, para que por él podamos defendernos de las tentaciones y
permanecer fieles en el servicio que esperas de nosotros...
29.
Las Hijas de la Caridad tienen que apreciar la oración como el cuerpo al alma.
Y lo mismo que el cuerpo no sería capaz de vivir sin el alma, tampoco el alma
sería capaz de vivir sin la oración. Mientras una Hermana haga la oración como
hay que hacerla, ¡cuánto bien hará! No irá andando, sino que correrá por los
caminos del Señor y se verá elevada a un grado muy alto de amor de Dios.
Al
contrario, la que abandone la oración o no la haga como es debido, irá
arrastrándose. Llevará el hábito, pero carecerá del espíritu de Hija de la
Caridad. ¿Veis que algunas se salen? Es por eso. Aparentemente hacían oración
con las demás; pero, como no la hacían con todas las condiciones requeridas, no
sacaron fruto de ella y se convirtieron en personas muertas a la gracia.
Perdieron los sentimientos por las cosas divinas y también la vocación. ¿Y por
qué? ¡Porque no hicieron bien la oración!
Veis,
pues, mis queridas hermanas, cómo esto os obliga a ser muy cumplidoras en hacer
bien la oración.
Si
durante la misma os llamaran a visitar a un enfermo a quien haya que llevar las
medicinas, tenéis que dejar la oración durante ese tiempo, pero tenéis que
buscar luego la ocasión para hacerla, sin faltar nunca a ella.
30.
¿No veis cómo, de ordinario, adornamos nuestros cuerpos con el vestido? El
vestido del alma es la oración; dejar de hacerla es lo mismo que no vestirla
con la ropa debida. Por eso tiene tanta importancia que os aficionéis más que
nunca a este santo ejercicio. Si la hacéis bien, tendréis el hermoso ropaje de
la caridad y Dios os mirará complacido; pero si no lo hacéis vais a caer en una
situación deplorable. Sí, una hermana que abandona la oración cae en una
situación deplorable: Dios la abandona, porque ella ha abandonado a Dios. ¡Y
sabed que sin la oración no tendréis más remedio que ofenderle...! ¡Salvador
mío!, te rogamos nos concedas esta gracia, la gracia de la oración. Hermanas:
pedidle que os aficionéis a ella y que nunca os falte...
31.
En el nombre de Dios, no faltéis nunca a la oración, y comprended bien la
importancia de hacerla bien. Mirad, la oración es tan necesaria al alma para
conservarla viva como el aire al hombre, o como el agua a los peces. Pues bien,
lo mismo que los hombres no podemos vivir sin aire, sino que morimos al no
poder respirar, de la misma forma una Hija de la Caridad no podrá vivir sin la
oración y morirá a la gracia si la deja...
32.
La oración es el único medio para conseguir las virtudes:
Entre
todos los medios que Dios os ha inspirado, hijas mías, encuentro especialmente
uno de una eficacia maravillosa, el de pedir esta gracia a Dios, pero pedírselo
de buena manera, esto es, con el deseo de corresponder a la gracia con todo
nuestro empeño, y con el deseo de ser fíeles hasta en los más pequeños
detalles, porque como hemos señalado, el que es fiel en lo poco y en las
pequeñas cosas, lo será también en las cosas grandes...
33.
Y cuando vayáis a la oración, tenéis que ir puramente por complacer a Dios,
diciendo: “No soy digna de conversar con Dios; pero, como lo quiere la
obediencia y esa es su voluntad, voy a ella para honrar a Nuestro Señor”. Pues
no se ha de ir a la oración siguiendo los propios caprichos, sin atención y de
cualquier manera. No, no hay que hacerla así. Tenemos que hacerla como la
hacía Nuestro Señor, sobre la tierra. Él la hacía con gran respeto, en la
presencia de Dios, con confianza y humildad. (Conferencias 5, 37, 102, 103,
104.)
(Codesal, Antología de textos sobre la oración, Editorial Apostolado Mariano, Sevilla).