Cum ergo videritis abominationem
desolationis.
Cuando veréis la abominación desoladora.
(Matth. XXIV. 15)
Dios abomina todos los pecados; pero,
especialmente, el de la blasfemia; porque, aunque todos ofenden a Dios, y ceden
en deshonra del Señor, como dice el Apóstol: Per prœvaricationem legis Deus
inhonoras. (Rom. II, 23). Sin embargo, si bien los demás pecados le
deshonran indirectamente, quebrantando su ley, la blasfemia le deshonra
directamente, maldiciendo su santo nombre. Nihil ita exacerbat Deum, sicut
quando nomen ejus blasphematur. Permitidme, pues, amados cristianos, que
os haga ver en este día:
Punto 1. CUAN GRANDE ES EL PECADO
DE LA BLASFEMIA.
Punto2. CON CUÁNTO RIGOR LE CASTIGA
EL SEÑOR.
Punto 1
CUAN GRANDE PECADO ES LA BLASFEMIA
1. ¿Qué cosa es
blasfemia? Es un dicho injurioso a Dios: Est contumeliosa in Deum
locutio; así la definen los doctores. ¡Pero Dios mío! ¿Con quién se las ha
el hombre cuando blasfema? Se la ha directamente con el mismo Dios: Contra
Omnipotentem roboratus est. (Job. XV, 25). Y ¿cómo, -dice San Efrén-
no temes, ¡oh blasfemo! que baje el fuego del Cielo y te devore? ¿Que se abra
bajo tus plantas la tierra y se te trague? Los demonios tiemblan al oír el
nombre de Cristo, exclama San Gregorio Nacianceno, y ¿cómo no temblamos
nosotros de injuriarle? El vengativo se las ha con un igual suyo; más el que
blasfema, quiere vengarse de Dios mismo, que hace o permite aquella cosa que
disgusta al hombre blasfemo. Hay una gran diferencia ente ofender al retrato
del rey y ofender a su misma persona. El que ofende al hombre, ofende a la
imagen de Dios; pero el blasfemo ofende al mismo Dios, dice San Atanasio: Qui
blasphemat, contra ipsam Deidate agit. El que quebranta la ley del rey,
peca; pero el que ofende a la misma persona del rey, comete delito de lesa
majestad, que es castigado con mayores castigos, y no puede ser indultado. ¿Qué
diremos, pues, del blasfemo, que injuria a la majestad divina? Decía en su
cántico Ana la profetisa: Si un hombre peca contra otro, se puede alcanzar de
Dios el perdón, más si peca contra Dios, ¿quién rogará por él? (I. Reg. II,
25). Con efecto, es tan enorme el pecado de blasfemia, que parece que ni los
mismos santos están dispuestos a interceder a favor de un blasfemo.
2. Además: las bocas
sacrílegas blasfeman contra un Dios que las sostiene. Con razón exclama San
Juan Crisóstomo: Tu Deo benefacienti tibi, et tui curam agenti
maledicis? ¿Tú te atreves a maldecir a Dios, que te llenó de
beneficios y te conserva? Señal es que ya está uno de tus pies en el Infierno,
y que si Dios no te conservase la vida por su divina misericordia, estarías ya
condenado para siempre; y en lugar de darle gracias, le maldices al propio
tiempo que Él te está llenando de beneficios. De esto se queja por David (Psal.
LIV, 13), diciendo: En verdad, que si me hubiese llenado de maldiciones un
enemigo mío, hubieralo sufrido con paciencia; pero tú me maldices al mismo
tiempo que yo te estoy bendiciendo. ¡Oh lengua diabólica! exclama San Bernardo
de Sena, ¿qué cosa te irrita hasta el punto de blasfemar de tu Dios, que
te creó y redimió con su sangre? Algunos blasfeman hasta de Jesucristo, que
murió por su amor en una cruz; siendo así que, aunque
no estuviésemos condenados a morir, deberíamos desear morir por amor
a Jesucristo, para mostrar, de algún modo, nuestro agradecimiento a un Dios que
dio su vida por nosotros. Digo de algún modo, porque no hay comparación
entre la muerte de una vil criatura y la de un Dios; y, sin embargo, tú,
pecador, tú, blasfemo, en lugar de amarle y bendecirle, le maldices, como dice
San Agustín: Los judíos azotaron a Jesucristo, pero no le azotan menos los
malos cristianos con sus blasfemias. Otros han blasfemado contra la Santísima
Virgen María, Madre de Dios, que tanto nos ama, y que siempre está rogando por
nosotros: sin embargo, alguno de esos hombres malvados han sido castigados
terriblemente por Dios. Refiere Surio (en el día 7 de agosto) que un impío
blasfemó de la Virgen, y en seguida hirió con un puñal su santísima imagen que
estaba en una iglesia; pero, al punto que salió de allí, cayó un rayo y le
redujo a cenizas. El infame Nestorio, que había blasfemado también y movido a
otros a blasfemar de María santísima, diciendo que no era verdadera Madre de
Dios, murió desesperado con la lengua comida de gusanos.
3. Quis loquitur
blasphemias? (Luc. V, 21). Y ¿quién es el blasfemo? Un cristiano, uno
que ha recibido el santo Bautismo, por el cual quedó consagrada su lengua. Se
pone dice un santo doctor, sal bendecida en la lengua del que va a ser
bautizado, para que la legua del cristiano quede consagrada y se acostumbre a
bendecir a Dios. Y ¿es posible, que esta misma lengua se convierta después en
una espada que traspase el corazón de Dios? pregunta San Bernardino: Lingua
blasphemantis efficitur quasi gladius cor Dei penetrans? (Tom. 4 ser. 33). Luego
añade el mismo Santo, que ningún pecado contiene tanta malicia como la
blasfemia. Y antes que él lo dijo San Juan Crisóstomo con distintas palabras: Nullem
hoc peccato deterius, nam in eo accesio est omnium malorum et omne supplicium.
Del mismo modo se explicó San Jerónimo, diciendo que: Cualquier otro pecado es
leve, comparado con la blasfemia. Y aquí debemos advertir, que la blasfemia
contra los santos y los cosas santas, como la misa, los sacramentos, los
misterios, etc., son de la misma especie que las blasfemias contra Dios, que es
la fuente de la santidad.
4. Decimos, pues, con
San Jerónimo, que la blasfemia es un pecado más grave que el hurto y que el adulterio,
porque como todos los otros pecados como dice San Bernardino, dimanan, o de la
fragilidad, o de la ignorancia; pero el pecado de la blasfemia proviene de la propia
malicia. Porque, en efecto procede de una mala voluntad y de cierto odio
concebido contra Dios; y así, el blasfemo se hace semejante a los réprobos, los
cuales, como dice Santo Tomás, no blasfeman con la boca, porque no tienen
cuerpo; pero blasfeman con el corazón, maldiciendo la divina justicia que los
castiga. Y añade el santo Doctor: que es creíble, que después de la
resurrección, así como los Santos en el Cielo alabarán a Dios también con la
voz, así los réprobos en el Infierno le blasfemarán igualmente con ella. Con
razón, pues, llama un autor a la blasfemia, lenguaje del Infierno, diciendo
que: el demonio habla por la boca de los blasfemos, así como Dios habla por la
boca de los santos. Cuando San Pedro negaba a Jesucristo en el palacio de
Caifás, jurando que no le conocía, le dijeron los judíos que su acento
descubría que era discípulo suyo, porque pronunciaba lo mismo que su Maestro.
(Matth XXVI, 73). Lo mismo podemos decir del blasfemo: Tú eres del Infierno, y
verdadero discípulo de Lucifer, porque hablas el lenguaje de los condenados.
Escribe San Antonio, que los condenados en el Infierno no se ocupan en otra
cosa que en blasfemar y maldecir a Dios. Y en prueba de esto, aduce el texto
del Apocalipsis: Y se despedazaron las lenguas en el exceso de su dolor, y
blasfemaron del Dios del Cielo. (Apoc. XVI, 10 et 11). San Antonio, en fin,
añade que el que tiene el vicio de blasfemar, pertenece, aún en ésta vida, a la
clase de los réprobos, cuyas funciones desempeña.
5. A la malicia de
la blasfemia, debemos añadir el escándalo, que, de ordinario, causa este infame
pecado por cuanto suele siempre cometerse externamente y en presencia de otros.
San Pablo reprendía a los judíos, cuyos pecados daban motivo a que los gentiles
blasfemasen de Dios y se burlasen de su Ley. ¿Cuánto, pues, más culpables
son los cristianos que inducen a los demás a imitar sus blasfemias? Pero ¿cómo
sucede, pregunto yo, que en ciertas provincias no se oye blasfemar a ninguno, o
se oye raras veces; y en otras, al contrario, reina escandalosamente la
blasfemia, de manera, que se puede decir de ellas lo que decía Dios por Isaías:
Todo el día sin cesar está blasfemándose mi Nombre?. Por las plazas, por las
casas, por las ciudades, y por las aldeas, no se oye otras cosas que
blasfemias. ¿En qué consiste esto? Consiste en que los unos aprenden de los
otros; los hijos de los padres, los criados de los amos, los jóvenes de los
ancianos. Especialmente en ciertas familias, parece que el vicio de la
blasfemia pasa por herencia de padres a hijos: el padre es blasfemo y por esto
lo son después los hijos, los nietos y todos sus descendientes. ¡Oh padre
maldito, causa de tanto mal, que en vez de enseñar a tus hijos a bendecir a
Dios, les enseñas a blasfemar de Dios y de sus Santos! Dirá alguno: Yo
los reprendo cuando los oigo blasfemar. ¿Pero de que sirven esas tus
reprensiones, si tú mismo les das el mal ejemplo con la boca? Por el amor de
Dios y por el de tus hijos mismos, no blasfemes en adelante, ¡oh padre de
familia! y guárdate de blasfemar, especialmente delante de tus hijos,
repréndelos con aspereza, como encarga San Juan Crisóstomo, diciendo: Castiga
su boca, y santifica tu mano con este castigo. Hay algunos padres que castigan
bárbaramente a sus hijos, si no hacen al punto lo que les mandan; empero, si
les oyen blasfemar de los Santos, o se ríen, o no los reprenden. San Gregorio
refiere: que un niño de cinco años, hijo de un noble romano, acostumbraba a
poner en ridículo el nombre de Dios, y que el padre no le reprendía. Un día que
se vio el niño asaltado por ciertos hombres negros, y, espantado, corrió a los
brazos de su padre; pero aquellos hombres negros eran demonios salidos del
Infierno, le mataron entre los brazos del padre, y se lo llevaron al abismo.
Punto 2
CON CUANTO RIGOR CASTIGA DIOS EL PECADO
DE LA BLASFEMIA
6. Dice Isaías: ¡Ay de
la gente pecadora que blasfema del Santo de Israel! ¡Ay de los blasfemos, que
serán eternamente infelices! porque, según Tobías, todos los que
blasfeman serán condenados. (Tob. XIII, 16). Y por boca de Job
dice Dios: Si imitas el habla de los blasfemos, serán tus propias
palabras y no yo, las que te condenarán. (Job. XV, 5 et 6).
Dirá pues el Señor al tiempo de condenarle: No soy yo quien te condena
al Infierno, sino tu misma boca, con la que te atreviste a maldecirme a mí y a
mis Santos. Los infelices blasfemos seguirán blasfemando en el
Infierno para mayor tormento suyo; porque las mismas blasfemias les
recordarán sin cesar, que por este pecado se perdieron para siempre.
7. Mas los blasfemos, no
solamente serán castigados en el Infierno, sino también en éste mundo. En la
ley antigua eran condenados a muerte por estas palabras: El que
blasfemare el nombre del Señor, muera apedreado por todo el pueblo.(Lev. XXIV,
16). También en la ley nueva eran condenados a muerte, después del
emperador Justiniano. San Luis, rey de Francia, los castigaba, haciéndoles
agujerear la lengua, y marcar la frente con hierro candente; y si alguno,
después de este castigo volvía a blasfemar, mandó que muriera irremisiblemente
ajusticiado. Cierto autor refiere, que la ley civil les privaba del derecho de
poder ser testigos en tela de juicio; y por la constitución de Gregorio XIV,
quedaban excluidos del derecho de sepultura. Y todavía se queja y se lamenta el
blasfemo de lo que le sucede: “Yo no sé en qué consiste, dice, pero
me veo siempre en la mayor miseria. Alguna excomunión ha caído sobre mi casa”. La
verdadera excomunión es la maldita blasfemia que siempre tiene en la boca: ésta
es la que te hace estar siempre pobre y maldecido de Dios.
8. ¡Cuántos ejemplos
pudiera yo citaros de hombres blasfemos que han tenido una muerte desastrada!
Cuenta el P. Segneri (Tom. 1, pág. 8), que dos hombres que habían
blasfemado de la sangre de Jesucristo en la Gascuña, fueron muertos en una riña
poco después, y despedazados por los perros. Un habitante de Méjico, reprendido
por sus blasfemias, respondió: “En adelante he de blasfemar más”; pero
aquella misma noche su lengua quedó pegada al paladar, y murió el infeliz sin
dar señales de arrepentimiento. Omito otros muchos casos terribles por no
molestar, y que podréis leer en el libro Contra la blasfemia del
Padre Sarnelli.
9. Para concluir, decidme,
blasfemos que me escucháis ¿qué utilidad sacáis es esta detestable costumbre?
Ella no os proporciona placer alguno, porque como dice el cardenal Belarmino,
es un pecado sin placer. Ella no os enriquece, porque las riquezas huyen de los
blasfemos. Tampoco os acarrea honor, porque cuando blasfemáis, llenáis de
horror a cuantos oyen, aún a aquellos mismos que tienen la misma costumbre de
vosotros, pues todos os llaman boca de condenados. Decidme, pues,
¿por qué blasfemáis? -Padre es una costumbre. ¿Y creéis que la
costumbre os excusará delante de Dios? Si un hijo apalease a su
padre, y le dijese después: Padre mío, perdonadme, porque esto es una
costumbre, ¿os parece que su padre le excusaría? Decís que blasfemáis por
la cólera que os excitan los hijos, la mujer o el amo. Más ¿es cosa justa que
descarguéis contra Dios y sus Santos, la cólera que aquellos causaron? Pero
el demonio me tienta, añade el blasfemo. Si el demonio te tienta, haz lo
que hacía cierto joven, que viéndose tentado de la blasfemia, fue a pedir
consejo al abad Pemene, quien le dijo: que cuando el demonio le volviese a
tentar le respondiera: ¿Y para que he de blasfemar de aquel Dios que
me crio y me hizo tanto bien? Yo quiero alabarle y bendecirle sin cesar. Y
con esta medicina, el demonio dejó de tentarle. Cuando sientas algún rapto de
cólera, ¿no puedes desahogarte con otras palabras que no sean blasfemias? Por
ejemplo Maldito sea el pecado; Señor, ayudadme; Virgen María dadme paciencia. Y
si hasta ahora has tenido el vicio de blasfemar, desde hoy en
adelante, renueva cada día, al tiempo de levantarte, el propósito de hacerte
violencia para no blasfemar, y además, rezarás a María Santísima tres Aves
Marías, para que te ayude a conseguir la gracia de resistir a las tentaciones
de blasfemia que te asalte. Sí católicos, detestad este vicio, que os conduce
al Infierno, y os hace ingratos contra el mismo Creador, que os dio la vida, y
contra Jesucristo, que os redimió con su preciosa sangre. De este modo
evitaréis la mala muerte que os espera si continuáis blasfemando, y
disfrutaréis de la gloria de Dios por toda la eternidad. Amén.