Número CCCXCI (391)
10 de enero de 2015
Arzobispo, Comentado – II
Mons. Williamson
El
Arzobispo deseaba que Roma no a él aprobara,
Sino
que por el bien de la Iglesia se moviera.
Antes de dejar las
realistas observaciones de 1991 de Monseñor Lefebvre (cf. los últimos dos CE),
comentemos algo más, con la esperanza de ayudar a los Católicos a mantener su
equilibrio entre despreciar a la autoridad en nombre de la verdad, y deprimir la
verdad en aras de la autoridad. Pues, siempre desde que los hombres de Iglesia
del Vaticano II (1962–1965) relegaron su total autoridad a respaldar la
Revolución en la Iglesia ( libertad religiosa, igualdad
colegial y fraternidad ecuménica), los Católicos fueron
sacados afuera de su equilibrio: cuando la Autoridad pisotea a la Verdad, ¿cómo
de hecho puede uno mantener el respeto por ambas?
Ahora, en las
atormentadas secuelas del Vaticano II, ¿de quién se puede decir que haya
portado frutos comparables a aquella preservación de la doctrina católica, la
Misa y los sacramentos, de la cual Monseñor Lefebvre fue el principal (si bien
no el único) responsable? En cuyo caso, el equilibrio que él mismo estableció
entre la Verdad y la Autoridad debe ser merecedor de especial consideración.
En primer lugar
consideremos una simple observación de Monseñor acerca de la autoridad: “Ahora
tenemos la tiranía de la autoridad porque no hay más ninguna regla del pasado”. En
medio de los seres humanos, todos con el pecado original, la verdad necesita
autoridad que la respalde, porque es una ilusión Jeffersoniana el que la verdad
tirada al mercado de la plaza prevalecerá toda por sí misma, sin que sea
necesario un desastre para restablecer la realidad. La autoridad es a la verdad
como el medio es al fin, no como el fin es al medio. Es la Fe católica la que
salva y esa Fe yace en una serie de verdades, no en la autoridad. Esas verdades
son de tal manera la sustancia y el propósito de la Autoridad católica que
cuando ésta se suelta de aquellas, como por el Vaticano II, entonces flota a la
deriva hasta que el primer tirano que pone manos en ella la tuerce a su
voluntad. La tiranía de Pablo VI fue consecuencia natural del Concilio, tanto
como el liderazgo de la Fraternidad San Pío X, por perseguir la aprobación de
los campeones de ese mismo Concilio, se ha comportado tiránicamente asimismo en
años recientes. Contrasten como es sirviendo a la verdad que Monseñor construyó
su autoridad sobre la Tradición.
Una segunda
observación de Monseñor de 1991 que amerita más comentario es donde él dijo que
cuando en 1988 él trató de llegar a un acuerdo con Roma por medio de su
Protocolo del 5 de Mayo, “Pienso que puedo decir que fui aún más lejos
de lo que habría debido ir”. Ciertamente ese Protocolo yace en puntos
importantes abierto a críticas, por lo que aquí tenemos al propio Monseñor
admitiendo que él perdió momentáneamente su equilibrio, inclinándose brevemente
a favor de la autoridad de Roma y contra la verdad de la Tradición. Pero se
inclinó solamente brevemente, porque es bien sabido que a la mañana siguiente
él repudió este Protocolo, y nunca más hasta su muerte él vaciló de nuevo, de
tal manera que de allí en adelante nadie puede decir que, o bien él no había
hecho todo lo que él podía para llegar a un acuerdo con la Autoridad, o bien
que sea cosa fácil mantener siempre ese equilibrio correcto entre la Verdad y
la Autoridad.
Una tercera
observación vierte luz sobre su motivación por buscar desde 1975 hasta 1988
algún acuerdo con la Autoridad Romana. Juzgando los motivos de Monseñor según
los propios de ellos, sus sucesores a la cabeza de la FSPX hablan como si él
hubiera estado siempre buscando la regularización canónica de la FSPX. Pero él
explicó el Protocolo de la siguiente manera: “Yo tenía esperanzas hasta
el último minuto que en Roma presenciaríamos un poquito de lealtad”. En
otras palabras, siempre estaba persiguiendo el bien de la Fe y nunca honró a la
Autoridad por algo más que no fuese por el bien de la Verdad. ¿Puede decirse lo
mismo de sus sucesores?
Kyrie eleison.