martes, 4 de abril de 2017

ALESSANDRO GNOCCHI DESTRUYE BRILLANTEMENTE ESTA REITERADA FALACIA ACUERDISTA: "HAY QUE UNIR TODAS LAS FUERZAS TRADICIONALISTAS CONTRA EL ENEMIGO COMÚN"


Gnocchi con Mons. Fellay, en otros tiempos.



FUENTE
 (negrita agregada por NP)

Viernes 31 de marzo de 2017

Estimado doctor Gnocchi,
Sigo frecuentemente los sitios y publicaciones vinculados a la Tradición. A menudo asisto también a conferencias y siempre me ha dado la impresión que usted critica su propia casa sin objetivo alguno, en lugar de aliarse contra el enemigo común. En resumen, creo que este es el momento en que es necesario unir y no dividir, centrarse en lo que nos une y no sobre lo que no se está de acuerdo. Yo sé que usted no piensa así. ¿Por qué?
Gracias.
Francesco Sabelli
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Estimado Francesco:

No tengo que nada añadir, y sobre todo nada que suprimir de lo que he dicho hasta hoy, evidentemente sin resultados, al menos por cuánto le concierne y debo decir por honestidad a otros lectores.

En su carta, amabilísima, evita calificarme como hipertradicionalista, ultracatólico y divisionista. Todas medallas a lucir ante los católicos tradicionalistas demasiado temerosos de verse señalados con los prefijos "híper", "ultra", y -por nada- con el infamante sello de "divisionista".

Se lo digo sin rencor, querido Francesco: no venga a importunarme con esta tontería de unir en lugar de dividir. Basta ya, por favor. Este es el momento en que hace falta tener el valor de dividir y también el atrevimiento de quedarse solos. En los momentos de caos, la claridad hace temblar y aterroriza aquellas almas bellas que les encanta hacer el extremista, cuando para serlo basta con decir ¡caramba! ¡caray! Y, ahora, allá van, todos juntos apasionadamente aunque piensen, o tal vez crean, cosas diversas. Lo importante es no permanecer solos. Ovejitas reunidas por el temor del lobo, no por el llamado del pastor. Ovejitas que, fatalmente, terminan siempre pensando, y hasta creyendo, lo que no molesta al lobo.

¿El Vaticano II? A leer de rodillas, con tal que sea aplicado según su verdadero espíritu. ¿La misa nueva? Un manantial inagotable de gracias, siempre que sea celebrada sin aquellos terribles abusos. ¿El tizzone d’inferno [delincuente, malvado. N de NP] Bergoglio? No hay nada que temer porque por la suerte de la Iglesia vela Benedicto XVI, el verdadero Papa. ¿La moral en los tiempos del aborto, de la homosexualidad y de los hijos de probeta? No tiene que asustarse, basta con ir a la plaza para el Family Day y hacer un guiño al Fertility Day.

Basta ya por favor, estimado Francesco. Ya no me importune. Me he cansado de escribir que el Vaticano II es para echarlo en la basura en lugar de intentar leerlo a la luz de la Tradición, porque haciendo así se acaba fatalmente por leer la Tradición a la luz del Vaticano II. Que la misa nueva envenena las almas y hace pesado el espíritu de quien quiera mirar realmente hacia el cielo, y que el birritualismo tiene por padre el pensamiento doble y por madre la esquizofrenia espiritual. Que Bergoglio sólo es la continuación, por otros medios, de Ratzinger y de quien a éste ha precedido. Qué los cuadriláteros [de boxeo. N de NP], los estadios y los gimnasios son los lugares en que el poder concede de buena gana a sus súbditos el permiso de manifestar un disenso que contenta todavía más a los amos antes que a los siervos.

Le ruego, no me importune más con el fantasma de la división. Usted está aterrorizado por la realidad, estimado Francesco. Este es el momento en que el similar va en búsqueda de su propio similar y descubre que son pocos. Los demás son farsantes, una desgracia peor que los enemigos declarados.

La prueba sobrenatural a la que estamos llamados en estos tiempos es la soledad o, si nos va bien, la compañía de unos pocos hermanos verdaderos, tal vez titubeantes e intimidados por constatar que están aislados. No se la afronta escondiéndose entre la multitud elogiosa, en las camarillas puntillosas, en las élites de la opereta. Más bien, se abraza la soledad porque es la condición natural y sobrenatural en que cada cristiano siempre ha afrontado la única batalla que cuenta realmente, la de la vida eterna. No se va al Paraíso en comitiva, estimado Francesco. Y para prepararse a morir solo, hace falta aprender a vivir solo.

Por favor, pare usted con el mantra de la unidad. ¿Sabe usted qué cosa une verdaderamente? El odio. La muchedumbre nunca está tan unida como cuando deben abatir a un enemigo. Me importa de veras poco que se unan en torno a la oposición a Bergoglio. Éramos dos, Mario Palmaro y yo, cuando nos levantamos por primera vez a decir “este Papa no nos gusta”. Y los dos nos quedamos a soportar las consecuencias mientras muchos amigos nos dieron alguna sonrisa de fachada pero, a nuestras espaldas, dijeron que no era el tiempo, que no era el modo y que teníamos lo que merecíamos. Dos, solos y libres. La muchedumbre antibergogliana que se abreva del Vaticano II y celebra la misa de Bugnini, si se formaran, estarían sentados cómodamente en cualquier palacete o en cualquier megabit de la web. Yo estoy en otro lugar.

Pero es el amor, estimado Francesco, el amor por la Verdad que divide y separaEn el Calvario, a los pies de la Cruz, estaban la Virgen María, María de Cleofás, María Magdalena y Juan. El Evangelio ni siquiera dice que estaban en contemplación, sino sólo que "estaban" allí. Separados del mundo, abandonados de la turba que se unió para matar al Hijo de Dios. Divididos por amor de todos los que tenían en su corazón el odio. Esa era la Iglesia, estimado Francesco: "He ahí a tu hijo", "He ahí a tu madre". En el ADN espiritual de todo cristiano está impreso el cromosoma de la soledad y de la separación. Eliminarlo significa asumir el ADN mundano del laico [en el sentido de "sin religión". N de NP].

Amar, pero no con amor del mundo, significa morir por el amor de quien nos ama. Hace unos días vi el filme del Triduo pascual predicado por don Divo Barsotti en Desenzano del Garda en 1991. Habla de la llamada a hacerse consumir por amor de Dios. El momento más alto es cuando Barsotti se dirige personalmente a quienes están sentados en la primera fila: “¿Usted quiere consumirse en Su Amor? ¿Usted? ¿Usted?”, interroga a uno por uno. Instantes terribles pues son altísimos instantes de amor eterno, de soledad respeto de los hombres que introduce a la intimidad con Dios.

¿Queremos nosotros consumirnos por Su Amor? Esta es la verdadera pregunta que debemos plantear, no la de la unidad o la división. ¿Quiere usted, estimado Francesco, consumirse por Su Amor? ¿Quiero yo, Alessandro Gnocchi, consumirme por Su Amor? ¿Entiende que, después de la única respuesta que puede dar el cristiano, todo lo demás no cuenta para nada?

Ciertamente, luego también vendrá el momento de estar juntos. Pero entonces será fácil, porque los similares se reconocerán al instante y no necesitarán encontrarse en un congreso para comprender cuánto se parecen. No sé decirle si esto corresponda a un nuevo inicio de la civilización. Ciertamente será el fin de la barbarie.

Alessandro Gnocchi

Alabado sea Jesucristo.