Porfiaba días atrás un
buen amigo sobre si en la presente tempestad que padece la barquilla de la
Iglesia, Jesús parece más dormido que en la noche del lago de Genesaret.
-Cuidado, decía, con
las oraciones y penitencias con que se trata de despertar al Señor y ¡nada!, la
barquilla dando cada día más tumbos, los navegantes gritando “¡sálvanos, que
perecemos!”, ¡y Jesús en el mejor de los sueños!
Después de haber dejado
a mi amigo desahogar sus lamentos a su gusto y de haber guardado silencio un
rato, le contesté:
-¿Y no cree usted,
amigo mío, que ahora nos pasa al revés de lo que en la noche de la tempestad
del lago? –el amigo me responde con una cara de estupefacción…
-Digo que al revés
porque, en aquella ocasión quien dormía era Jesús y quienes estaban despiertos
y gritaban auxilio eran los otros, los que se ahogaban, y ahora, ahora…, cuando
en medio de la tempestad tan recia se ve tanta gente cristiana entrar en cines,
bailes y diversiones no cristianas, dan ganas de pensar que quien duerme no es
Jesús, sino ellos, y a fuer de dormidos no se dan cuenta de que se ahogan sus
almas, sus hijos, sus intereses y todo lo suyo…
¿Qué va a estar dormido
Jesús? Si precisamente es Él quien ha permitido que se desencadenen las tempestades
del infierno, ¡a ver si los que van con Él en la barca, que es la Iglesia,
acaban de despertar del sueño de tibiezas en que unos y de muerte otros hace
mucho tiempo están sumidos…!
Por eso, en vez o a la
vez del “¡sálvanos, que perecemos!” hay que decir: “¡Despertad, que si no
pereceréis!”.
Don
Manuel González García – “Nuestro barro”, 1933.