“El agua es fresca y deseable.
Deseable también el vino puro. Pero hago de la mezcla un brebaje para castrados”.
Saint-Exupéry
Seguramente no hay mejor y
más claro símbolo de lo que los enemigos de Cristo, y por lo tanto de la verdad,
se proponen, que el llamado “tapabocas”, “barbijo”, “mascarilla” o “bozal”.
Esto es: taparle la boca a la verdad, para hacerle aceptar a los hombres la
mentira. Y el hombre, como podemos observarlo, sin la verdad, se deshumaniza.
La imposición masiva e “igualitaria”, vuelve homogéneos a los hombres, cual
maniquíes. Es la era del robot. Y tras el triunfo de la “Igualdad”
revolucionaria, viene la nueva era de la “Fraternidad” masónica. “Fratelli tutti”.
Se ha hablado mucho acerca
de la eficacia o perjuicio del uso de tal adminículo (para muchos hoy, una prenda
más de vestir). Hay disponibles muy buenos informes –algunos hemos publicado,
muchos otros se encuentran en la página de “Médicos por la verdad” de Argentina
y otros países). Pero no es nuestra intención abordar ahora ese asunto. Vamos a
ir al terreno eclesial.
Luego de las últimas
escandalosas (“¡Ay de aquel por quien viene el escándalo!”) declaraciones de
Francisco apoyando la unión civil sodomita (da pavor pensar en esto), los
católicos que conservan el celo manifestaron su indignación, su pesar, su
bronca, su pena, su rechazo. No eran unas declaraciones más, si bien Bergoglio
había sostenido esto en sus tiempos de Arzobispo porteño. Francisco estaba
subiendo la apuesta, y lo hacía además en las previas a las elecciones
presidenciales estadounidenses, tomando partido por la banda de criminales comunistas
que apoyan a Joe Biden. Eran, además, unas declaraciones ofensivas para Nuestro
Señor, para nuestra religión, para todos los católicos. ¡Inadmisibles! De la
jerarquía eclesiástica, hubo respuestas muy claras de Mons. Viganò, del cardenal
Burke, del cardenal Müller, de Mons. Schneider, de Mons. Aguer y algún que otro
prelado más. Si los podemos mencionar es porque han sido un puñado, mientras
que la generalidad de los jerarcas han callado vergonzosamente (deberíamos
decir: escandalosamente, pero aquí ya nadie se escandaliza). Los que han reaccionado
–nuestro reconocimiento para ellos- son obispos y cardenales conservadores,
línea media o liberales de derecha, el más metido en la Tradición es sin dudas
Mons. Viganò, cada vez más en la línea de Mons. Lefebvre. Pero, ¿y qué ha
pasado con los que se siguen llamando continuadores de Mons. Lefebvre? Es
decir, los jerarcas de la FSSPX. Antes de contestar, pensemos: En circunstancias
como estas, ¿Monseñor Lefebvre habría mantenido cerrada la boca? El lector
honesto, que conozca un poco la trayectoria de Lefebvre, puede contestarse a sí mismo.
Y bien, la (neo) FSSPX sólo
atinó a referirse a esas declaraciones de Francisco en un artículo anónimo (no muy vigoroso, por cierto)
publicado en dos o tres de sus sitios de noticias. Hasta el día de hoy nadie ha
querido dar la cara, es decir, poner la firma, de parte de su comandancia, para
repudiar aquellas escandalosas declaraciones bergoglianas. Estamos hablando,
además, de las autoridades de, no una congregación con una decena de
sacerdotes, perdida en un rincón del planeta, cuya palabra no tendría peso ni
repercusión mediática. No, se trata de la congregación que exhibe orgullosa sus
estadísticas, que tiene 673 sacerdotes alrededor del mundo y que gusta de
presumir de su grandeza. ¿Será acaso, este silencio, por lo que dice su
Superior general, en su última aguachenta carta que celebra sus 50 años de
vida?
Dice allí el P. Pagliarani:
“…después de medio siglo de luchas, la Fraternidad San Pío X
puede encontrar que ella está bastante cómodamente instalada, y que goza de una
relativa tranquilidad”.
Sí, aunque diga después que
no por eso pueden descuidarse y dormirse, ¿qué es lo que estamos viendo, sino
que esa comodidad y tranquilidad tienen un precio?
Por supuesto, estamos
hablando de su relación con la Roma apóstata y, ahora, además, sodomita.
Por supuesto también que
muchos fieles de la Fraternidad tienen incomodidad para llegar a las misas, son
mal vistos muchas veces por otros católicos, y demás. Pero la afirmación de
Pagliarani habla en general de la institución, y sobre todo en cuanto a ellos como
jerarcas. Él lo ha dicho: “…está bastante
cómodamente instalada, y que goza de una relativa tranquilidad”.
(Aunque esa “tranquilidad”
tiene un mar de fondo, porque ya han aparecido casos de pecados gravísimos por
parte de sacerdotes denunciados y separados; recientemente ha sido admitido por
el Superior de distrito de Francia. Pero no vamos a desviarnos del tema).
En un interesante artículo
de un blog
conservador muy leído de Argentina, alguien asentaba este comentario al pie:
“Alguno expresa por allí que respecto de la FSSPX existe,
citando a Castellani, una "furiosa persecución". Es evidente que
Lefebvre tuvo razón en muchas cosas, basta conocer que dijo y compararlo con
los hechos acaecidos y la situación actual, pero no veo que padezca la
fraternidad una furiosa persecución, es más, el Papa Francisco les ha dado
algunas cosas, quizás migajas puedan pensar, quizás un cebo para que entren al
trampero, no se. Hoy no sufren persecución siquiera y es evidente que al Papa
no le interesan, algo así como "están allá pero no molestan". Lo que
si es evidente es que su ánimus se ha centrado en los grupos tradicionales que
están "dentro" de la Iglesia (antes que me caigan a la yugular
entiéndase el concepto), en nuestro caso San Luis y San Rafael, en otros lares
Rivieres y Manelli por ejemplo. Quizás aquí lo haga por venganza -y ya caerá
algún otro-, pero lo concreto es que estos son los que sufren persecución en
todas las letras. Es quizás un buen momento histórico para que la Fraternidad
deje su cómoda posición de esperar a que vayan llegando mientras les dice
"se los dije" esperando que se sonrojen, y busque mecanismos
creativos con los perseguidos para velar, aunque sea en catacumba, por ese
resto fiel.”
El Superior de la FSSPX ha redactado
recientemente una Carta
por los 50 años de la fundación de la congregación, en un tono llamémosle “beatón”,
“espiritualista”, de “puertas adentro”, que refleja bastante esa situación de “comodidad
y tranquilidad” en que se encuentran. Hay que evitar todo lenguaje enfático o controvertido,
que pueda resultar chocante a los enemigos de la Tradición. Precisamente eso es
lo que caracterizó a la Fraternidad en tiempos de Mons. Lefebvre: ser chocante
y ofensiva –sin buscarlo en absoluto, simplemente por hablar claro y obrar en
consecuencia- en relación a los modernistas de la Iglesia conciliar (expresión
por cierto, que la Neo-Fraternidad ya no emplea). Aquí desluce el combate pleno
para poder mantener lo que dicen querer conservar, esto es: el sacerdocio
católico. Porque, son ciertas las verdades que allí dice Pagliarani, respecto
de la vida espiritual, pero para conservar lo que han recibido, deben luchar
contra sus enemigos. Y aquí es donde flaquea el asunto, porque se habla muy
vagamente, por ejemplo, del Reinado de Cristo. Se omite hablar del liberalismo,
de los anticristos romanos, de la actual gravísima y amenazante situación revolucionaria
que padece el mundo a raíz de la “pandemia de coronavirus” e incluso de la
posibilidad del martirio que se
avizora en el horizonte, porque hoy como nunca la Iglesia está siendo
perseguida en todas partes. Por el contrario, como Francisco, han aceptado
oficialmente (aunque haya en privado algún que otro sacerdote que se opone, por
caso en público sólo uno que está en Portugal) el relato oficial de la “pandemia”,
al punto que han ido en peregrinación a la capilla subterránea conciliar de Lourdes
con “tapabocas”.
La palabra “verdad” brilla
por su ausencia en la carta del Superior, cuando hoy es el gran combate a
llevar contra los enemigos de Dios. ¿No le dijo Nuestro Señor a Pilatos: “Para eso vine al mundo, para dar testimonio
de la verdad”?
Así glosa el Padre Ronald
Knox ese pasaje evangélico:
“La razón por la que he nacido –Nuestro Señor le dice a
Pilatos- es cuál: ¿para salvar al mundo?, ¿para sanar a los enfermos y devolverle
la vista a los ciegos?, ¿para consolar a los afligidos? No, para decir la
Verdad. Se trata de la primera necesidad del hombre, y constituye el primer
deber del hombre. Se los he dicho muchas veces, pero voy a decirlo de nuevo, la
Verdad importa”
(La misa en cámara lenta. Bs As, Buen Combate,
2013, p. 67)
Más aún, si lo que pretende
el Superior general es transmitirles a los miembros de la congregación que el
objetivo es que vivan piadosamente, recordémosle estas palabras de Dios, en San
Pablo:
“Y en verdad todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús
serán perseguidos” (II Tim, 3,12)
Persecución no
necesariamente y siempre ha de significar persecución sangrienta, puede
tratarse de obstáculos, privaciones, persecución judicial, ataques verbales, desprecios,
etc. Esto vemos que está pasando hasta con los conservadores que han osado
discrepar y cuando era necesario desobedecer la tiranía actual del Vaticano.
Por el contrario, la FSSPX no ha dejado de recibir beneficios de su parte. Ya
sabemos a cambio de qué. Y lo peor es que tal enfriamiento del celo se ha ido
trasladando, como es lógico, hacia la feligresía, que acepta todo ya como si
fuese una situación normal, volviéndose en muchos casos pusilánime. Por no hablar
del “orgullo” institucional, una forma de clericalismo que sólo sirve para tapar los
ojos.
Una vez, san Ignacio de
Loyola, cuando era estudiante, tuvo que cesar de predicar e impartir los
ejercicios espirituales y hacer su acostumbrado apostolado, para poder ocuparse
enteramente de sus difíciles estudios. “Y como en ese tiempo tuviese mucha paz
y ninguno le persiguiese, díjole un amigo suyo: “¿No véis, Ignacio, lo que
pasa? ¿Qué mudanza es ésta? ¿Después de tan gran tormenta tanta bonanza? Los
que poco ha os querían tragar vivo y os escupían en la cara ahora os alaban y
os tienen por bueno, ¿qué novedad es ésta?” Al cual él respondió: “No os maravilléis
deso, dejadme acabar el curso, y lo veréis todo al revés; ahora callan porque
yo callo; y porque yo estoy quedo, están quedos; en queriendo hablar o hacer
algo, luego se levantará la mar hasta el cielo, y bajará hasta los abismos, y
parecerá que nos ha de hundir y tragar”. Y así fue, como él lo dijo, porque
acabado el curso de la filosofía comenzó a tratar con más calor del
aprovechamiento de las ánimas; y luego se levantó una tormenta grandísima” (P.
Rivadeneira, Vida de San Ignacio de Loyola,
Capítulo II).
Como vemos, la contradicción
es el pan cotidiano de los soldados de Cristo en su apostolado. A no ser que se
mantengan cerrados los labios, claro.
Dice también el Superior
general de la FSSPX en su carta por las “bodas de oro”:
¿Cómo preparar la victoria
final?
No queda cosa para decir de
nuevo, especulativamente. Incluso si es evidente que se debe continuar sin
callar en la predicación de la verdad y la denuncia de los errores del concilio
Vaticano II.
Por otro lado, queda algo
que dar, concretamente: esta es la batalla fundamental. Esta situación, con sus
dificultades, exige de cada uno de nosotros un esfuerzo por ofrecer a Nuestro
Señor algo más último, más radical, de lo que ya le hemos podido dar: es el don
incondicional de Nosotros mismos.
Nuestro Señor combatió
contra “los errores de la Sinagoga”, por supuesto. Pero no fue crucificado por
ello. Lo fue porque llamó hipócritas y sepulcros blanqueados a los fariseos.
Puso en evidencia ante el pueblo a las autoridades que se habían apoderado de
la Sinagoga, que debían servir a Dios, y no a sí mismos. Expuso la desnudez de
los “sabios”.
Ningún mártir lo fue por
haber criticado en abstracto un error, sino por haber desobedecido a una
autoridad injusta y tiránica que pretendía hacerlo renegar de Dios. No por otra
cosa fue martirizado Mons. Lefebvre mediante la “excomunión”.
Las actuales autoridades
vaticanas están alejando de Dios a los católicos del mundo entero, mediante el
engaño. Pueden hacerlo con total libertad porque no hay quienes se le paren
enfrente y se los diga claramente. Ya no hay casi otros Juan el Bautista, que
les diga a las autoridades: “Eso no le está permitido”. El Bautista no se puso
un “tapabocas” o criticó simplemente el adulterio, en abstracto.
No decimos que haya que
obrar sin inteligencia, imprudentemente, a la manera de fanáticos kamikazes o desesperados
sedevacatistas. Pero consta que se ha perdido el celo por la verdad, en aras de
la “conservación” de un statu quo que no se quiere perder. Y cuando hay que
hablar hay que hablar. Lo está demostrando Mons. Viganò, como otra voz que
clama en el desierto.
La FSSPX hace sin dudas un
gran bien con las misas que celebra y los sacramentos que imparte, pero en la
actual situación todo eso está comprometido y puede perderse de un plumazo y de
un día para el otro. Entonces, ¿qué actitud se tomará? El P. Pagliarani no
habla del combate del Santo Rosario, de Fátima, de los últimos tiempos. ¡No
habla de resistencia! Parece que esa normalidad y tranquilidad que disfrutan –en
medio de la destrucción de la Iglesia en el mundo- los fuera a preservar hasta
la eternidad. ¿No sería mejor preparar a los fieles para que tengan que
resistir perseguidos, rosario en mano, amenazados constantemente por un Estado
tiránico aliado de una Iglesia a su total servicio?
Nos parece simplemente que transmiten lo que han recibido en las últimas décadas: no han sido formados para tiempos de guerra, sino de paz y tranquilidad, bastante burguesa por cierto. ¡Cincuentismo y acuerdismo! (“No firmaron nada” pero están llevando a cabo un acuerdo práctico, sin necesidad de firmas, esa es la astucia serpentina de los romanos, y la bobería de los liberales fraternitarios). Por eso la FSSPX no se ha dedicado nunca a formar una élite de fieles combatientes por Cristo rey, apenas se han brindado conferencias (muy poco concurridas) que nunca han tenido gran efecto o consecuencias en ese sentido. El espíritu cristero o vandeano, no ha pasado de ser una declaración libresca, en las buenas publicaciones ofrecidas. ¿Cuántos han sabido resistir a las desviaciones liberales de las propias autoridades? ¿Cuántos han reaccionado a las injusticias que se han cometido (expulsión de Mons. Williamson, el P. Faure, etc., etc.)?
La próxima gran sacudida, ¿habrá acaso de despertar a los dormidos?
Ignacio Kilmot