Pero ¿de dónde
viene principalmente a los mártires su fortaleza, en el padecer? Pues les
nace de que sus almas están henchidas de luz y de esplendor; les nace de que
sienten en su interior la presencia de Jesús, cuya hermosura y gloria los
alientan al martirio. Esta es la virtud que apaga las hogueras de su tormento,
que torna sus llamas tan suaves como brisa de primavera; por eso las varas con
que los azotan les parecen tan blandas, y sus más duros golpes los regocijan
cual si fuesen caricias regaladas; por eso el acero se embota en sus carnes
dilaceradas, y en sus miembros ensangrentados. Llevan los mártires dentro
de sí una fuerza muy superior a la de sus verdugos. Y no es que sus dolores y
angustias dejen de ser reales, sino que están modificados, contrastados, casi
transformados por la virtud que sacan de sus propias almas, mediante la gracia
y el amor en ellas infundidas pródigamente a la hora de padecer por su liberal
divino Maestro.
AL PIE DE LA
CRUZ O LOS DOLORES DE MARÍA
Rdo. P.
Federico G. Faber