lunes, 22 de octubre de 2012

MONS. LEFEBVRE Y EL SYLLABUS




La situación que vivimos es gravísima y no podemos ignorarla. Esta es la respuesta adecuada que deben dar a todos aquellos que pre­guntan si la crisis actual va a acabar pronto, si no sería posible una auto­rización para la Liturgia tradicio­nal, para nuestros Sacramentos...
Sin ninguna duda que el proble­ma de la Liturgia y de los Sacra­mentos es muy importante, pero más importante todavía es la cues­tión de la Fe. En cuanto a nosotros esta cuestión está resuelta, pues profesamos la Fe de siempre, la del Concilio de Trento, la del Catecis­mo de San Pío X, la de todos los Concilios y de todos los Papas que han precedido al Vaticano II, senci­llamente la Fe de la Iglesia...
Pero, ¿y Roma? El manteni­miento y la obcecación de las fal­sas ideas y de los graves errores del Vaticano II siguen. En esto no hay duda.
Hemos recibido varios recortes de l’Osservatore Romano, y entre ellos hay discursos del Papa, del Cardenal Cassaroli, del Cardenal Ratzinger. Todos ellos son docu­mentos oficiales de la Iglesia, de autenticidad innegable, que nos de­jan verdaderamente estupefactos.
He vuelto a leer en estos días —(ya que más o menos estoy en el paro)— un libro muy conocido, de Barbier, sobre el catolicismo libe­ral. Es impresionante cuando se ad­vierte que nuestro combate es exactamente el mismo que llevaron a cabo los católicos del siglo XIX, tras la Revolución Francesa, y el mismo combate de los Papas Pío VI, Pío VII, Pío VIII, Gregorio XVI, Pío IX, León XIII, San Pío X, hasta Pío XII. ¿Cómo podemos re­sumir este combate? Este combate está plasmado en Quanta Cura y en el Syllabus de Pío IX, como también en Pascendi dominici gregis de San Pío X Todos estos son unos documentos sensacionales que produjeron una gran impresión en su tiempo, exponiendo la doctri­na de la Santa Sede frente a los errores modernos. Es la misma doctrina que la Iglesia levantó con­tra los errores manifestados en la Revolución Francesa, de forma es­pecial en la Declaración de los De­rechos Humanos.
Hoy, en nuestros días, esa lucha es también la nuestra: frente a los partidarios del Syllabus, de Quanta Cura y de Pascendi, están los que se sitúan en contra. Así de sencillo.

Los “anti-SylIabus” han adoptado los principios de la Revolución

Los que están en contra de es­tos documentos han adoptado los principios de la Revolución, los errores modernos. Por el contrario los que los aceptan permanecen en la verdadera Fe católica.
Es público y notorio que el Cardenal Ratzinger ha dicho ofi­cialmente que el Vaticano II ha si­do un anti-Syllabus. Si su posición es claramente contra el Syllabus, es seguro que ha adoptado los princi­pios de la Revolución. Además lo ha afirmado con toda claridad: “La Iglesia se ha abierto a las doctrinas que no son las suyas sino que pro­vienen de la sociedad civil, etc...” Nadie ignora que se trata de los principios de 1789. los Derechos Humanos.
Nos encontramos exactamente en la misma situación que el Carde­nal Pie. Monseñor Freppel. Louis Veuillot. el diputado Keller en Alsacia. Monseñor Ketteler en Ale­mania o el Cardenal Mermillod en Suiza. Todos ellos combatieron por un buen fin, junto a la gran mayoría de los Obispos, pues en ese tiempo tenían la gran suerte de contar con la gran mayoría de los Obispos. Es cierto que Monseñor Dupanloup, y tras él, algunos otros Obispos de Francia se quedaron al margen. Lo mismo ocurrió en Alemania y en Italia. También en estos países al­gunos Obispos se opusieron al Syllabus y a Pío IX, pero en realidad fueron casos excepcionales.
Estaba en pie esta fuerza revo­lucionaria de los herederos de la Revolución Francesa, y dispuestos a ayudarles también estaban los Du­panloup. los Montalembert, los Lamennais.... que se obstinaban en no invocar los Derechos de Dios frente a los Derechos Humanos. “No que­remos otro Derecho distinto al resto de los ciudadanos”; es decir el Derecho que engloba al común de los hombres, al común de las religio­nes, a todo el mundo. El Derecho común, no los derechos de Dios...
Hoy en día estamos en la mis­ma situación, no nos hagamos ilu­siones. Nuestro combate es terrible. Pero apoyados en los Papas que se han sucedido a lo largo de los si­glos, no tenemos por qué tener miedo ni por qué dudar.
Algunos desearían cambiar esto o aquello, llegar a un entendimien­to con Roma o con el Papa... Noso­tros también estaríamos dispuestos a ello si estuvieran con la Tradición y fueran los continuadores del tra­bajo que llevaron a cabo los Papas del siglo XIX y los de la primera mitad del siglo XX. Sin embargo las autoridades de Roma reconocen que han emprendido un nuevo ca­mino y que el concilio Vaticano II es una nueva era y en esta era la Iglesia recorre una nueva etapa.
Esto es lo que hay que inculcar a nuestros fieles para que así se sientan solidarios con toda la His­toria de la Iglesia. En realidad este combate data antes de la Revolución: es el combate de Satanás con­tra la ciudad de Dios. ¿Qué solu­ción tendrá? No sabemos, es el se­creto de Dios, es un misterio. Pero no nos inquietemos, tengamos con­fianza en la gracia de Dios.
No hay duda que nuestro com­bate se dirige contra las ideas ac­tualmente vigentes en Roma, las ideas expresadas por el Papa, Ratzinger, Casaroli, Willebrands, y muchos más. Y si las combatimos es porque estas ideas afirman lo contrario de lo que dijeron y afir­maron solemnemente los Papas du­rante siglo y medio.
No hay más remedio que elegir. Esto mismo se lo dije yo al Papa Pablo VI. Estamos en la necesidad de elegir entre Su Santidad, el Con­cilio y los Papas que le han prece­dido. ¿A quién hay que escoger? ¿A los Papas que han reafirmado la doctrina de la Iglesia durante siglo y medio o a las novedades del Con­cilio Vaticano II aprobadas por Su Santidad? “¡Oh, no estamos aquí para hacer Teología!”, fue su res­puesta. ¡La cosa está clara!
No podemos dudar ni un mo­mento si no queremos encontrarnos como aquellos que han caído en la trampa de los pactos y componen­das. Hay siempre algunos que se sitúan en el campo del adversario. No se sitúan en el propio campo de batalla, de los que combaten en las mismas trincheras, sino que su mi­rada se dirige siempre hacia el lado enemigo.
Como siempre, dicen que debe­mos ser caritativos, tener buenos sentimientos y evitar las divisiones. A pesar de todo... si dicen la Misa tradicional, no serán tan malos co­mo algunos comentan...
Y sin embargo nos traicionan, dan la mano a los que están destru­yendo la Iglesia y a los que profe­san ideas modernistas y liberales, condenadas por la Iglesia. Y ahora son los que realizan el trabajo del diablo, ellos que se ufanan de tra­bajar, como nosotros, por el Reino de Nuestro Señor Jesucristo y la salvación de las almas.
“Con tal que nos permitan cele­brar la Misa tradicional, podemos pactar con Roma, ¿por qué no?” Así discurren. Se encuentran en un verdadero callejón sin salida, pues no se puede dar la mano a los mo­dernistas y querer guardar la Tradi­ción.
Si se tienen contactos para atra­erlos a la Tradición, convertirlos, podría ser. Esto sería un sano ecu-menismo. Pero dar la impresión de que se les rechaza y después decir que sería bueno hablar con ellos, no es posible. ¿Cómo es posible hablar con ellos cuando nos acusan de estar congelados como cadáve­res? Según ellos, nosotros no so­mos la Tradición viva, somos gente triste, “sin vida y sin alegría”. ¡Sin duda alguna nunca han conocido lo que es la Tradición! Es inverosímil. ¿Cómo pretenden que tengamos re­laciones con esa gente?
Esta es la razón por la cual a veces tenemos problemas con de­terminados seglares, muy buenos, que están junto a nosotros y que aceptaron las consagraciones de 1988, pero que guardan como una especie de amargura por no poder seguir relacionándose con sus amistades de antes, que no acepta­ron las consagraciones y que en la actualidad están contra nosotros. “Es una pena, me gustaría volver­les a ver, estar un rato juntos y es­trecharles la mano”. Pues eso es una traición, porque a la primera de cambio se irán con ellos. Sepamos bien lo que queremos.
Eso ha sido lo que ha destruido a la Cristiandad en Europa. Fran­cia, Alemania, Suiza... Son precisa­mente los liberales los que han per­mitido a la Revolución tomar asiento, justamente al tender la ma­no a aquellos que tienen principios contrarios.

No queremos colaborar en la destrucción de la Iglesia

Hay que saber si también noso­tros queremos colaborar en la des­trucción de la Iglesia, en la destruc­ción del Reinado social de nuestro Señor Jesucristo, o por el contrario si estamos decididos a trabajar por el Reino de Nuestro Señor.
Todos los que quieran unirse a nosotros y trabajar con nosotros, Deo gratias, serán bienvenidos sin preguntarles siquiera de dónde vie­nen, pero que no nos digan que nos dejan para colaborar con los otros, los de los pactos y componendas. Es imposible.
A lo largo del siglo XIX los ca­tólicos se han destrozado, literal­mente, a propósito del documento del Syllabus, unos a favor, otros en contra...
Acordémonos del Conde de Chambord, criticado al no aceptar la realeza por una cuestión de ban­dera. Pero ésta no era la cuestión. lo que no quería el Conde de Chambord era someterse a los prin­cipios de la Revolución. Dijo que no consentiría jamas ser el rey de la Revolución. Tenía razón, pues hubiera sido elegido por el país y la Asamblea, pero a condición de aceptar el Parlamentarismo, es de­cir los principios de la Revolución. Fue en ese momento cuando dijo al país y a la Asamblea, que le otor­gaban su plebiscito, que no acepta­ba la Revolución. “No, debo ser rey, pero según mis antepasados que precedieron a la Revolución”.
Tenía razón, hay que escoger. Y con el Papa escogió los principios anteriores a la Revolución, princi­pios católicos y contrarrevolucio­narios. Nosotros también, con el Syllabus, hemos escogido ser con­trarrevolucionarios, contra los erro­res modernos, permaneciendo en la verdad católica y defendiéndola.
Este combate entre la Iglesia los liberales modernos es el comba­te del Vaticano II. No hay que rom­perse la cabeza. Y este combate lleva muy lejos. Cuanto más se ana­lizan los documentos del Vaticano II y la interpretación que ha dado de ellos la Iglesia Católica, más se apercibe uno que no es cuestión sólo de algunos errores, ecumenismo, libertad religiosa, colegialidad, un cierto liberalismo, sino más bien de una perversión del espíritu. Es una nueva Filosofía, basada en la nueva Filosofía del subjetivismo. El libro de Jean Dörmann, La extraña te­ología de Juan Pablo II y el espíri­tu de Asís— es muy esclarecedor en este sentido. Comenta el pensamien­to del Papa, en especial un retiro que, siendo todavía Obispo, predicó en el Vaticano. Nos muestra que to­do es subjetivo en el Papa. Cuando se leen de nuevo sus discursos, se da cuenta uno que su pensamiento obedece a esta característica. A pe­sar de las apariencias, no es un pen­samiento católico. La idea que el Papa tiene de Dios, de Nuestro Se­ñor, tiene su origen en lo más pro­fundo de su conciencia, y no en una Revelación objetiva a la cual asiente por su inteligencia. Es él quien construye la idea de Dios. Últimamente ha dicho en un documento inaudito que la idea de la Trinidad llegó muy tarde, pues fue preciso que la psicología del hombre inte­rior pudiese ser capaz de llegar a la Santísima Trinidad. Así pues la idea de la Trinidad no nos ha sido revela­da, sino que proviene de lo más hondo de nuestra conciencia. Es una idea totalmente diferente de la Re­velación, de la Fe y de la Filosofía, es una total perversión. ¿Qué salida hay? No lo sé. Pero es un hecho.
No son pequeños errores. Nos encontramos ante una corriente de Filosofía que se remonta a Descar­tes, a Kant, a toda una serie de filósofos modernos que prepararon la Revolución.
El texto que sigue pertenece a Juan Pablo II y fue publicado por l'Osservatore Romano el 2 de Ju­nio de 1989:
“Mi visita a los países nórdicos viene a confirmar el interés de la Iglesia católica por el Ecumenis­mo, que quiere promover la unidad entre todos los cristianos. Hace veinticinco años que el Concilio Vaticano II insistió claramente en la urgencia de este desafío que se le presenta a la Iglesia. Mis prede­cesores desearon alcanzar este ob­jetivo permaneciendo atentos a las mociones del Espíritu Santo, que es fuente divina y garantía del movi­miento ecuménico. Desde el inicio de mi Pontificado, he hecho del Ecumenismo una prioridad dentro de mi solicitud por la acción pasto­ral”. Está claro.
Y  sin parar el Papa pronuncia discursos sobre el Ecumenismo ya que constantemente recibe a dele­gaciones de ortodoxos, de todas las religiones en general y de todas las sectas.
Y  a pesar de todo se puede de­cir que este Ecumenismo no ha su­puesto ningún progreso para la Iglesia. En realidad no ha supuesto nada si no es confortar a los no ca­tólicos en sus errores, sin intentar convertirlos. Todo lo que se dice respecto a esto es un verdadero ga­limatías: la comunión, el acerca­miento, deseos de estar en una co­munidad perfecta, esperanza de po­der comulgar dentro de poco en los sacramentos de la unidad... Y así sin parar. Pero no hay ningún avan­ce y será imposible que lo haya.
De nuevo en L’Osservatore Ro­mano encontramos un discurso del Cardenal Casaroli en el que se diri­ge a la Comisión de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas:
“Es para mí un placer muy grande haber sido invitado para hablar en esta Asamblea, y aprove­cho la ocasión para comunicarles las palabras de ánimo que les diri­ge la Santa Sede, deseando tam­bién hablarles -y ustedes lo com­prenderán- sobre un aspecto espe­cífico de la libertad fundamental de pensar y actuar según su con­ciencia, es decir la libertad de reli­gión (¡Oír estas cosas en la boca de un Arzobispo!). Juan Pablo II no dudaba en afirmar el año pasado, en un mensaje para la Jornada mundial de la paz, que la libertad religiosa constituye como una pie­dra angular en el edificio de los Derechos Humanos.
“La Iglesia Católica y su Pas­tor Supremo, que ha hecho de los Derechos Humanos uno de los grandes temas de su predicación, no han dejado de recordar que en el mundo hecho por el hombre y para el hombre (¡dixit Casaroli!) toda la organización de la socie­dad tiene sentido en la medida en que la dimensión humana es su preocupación central. (De Dios no se habla, nada de la dimensión de Dios en el hombre, horroroso. Es puro paganismo). Y el Cardenal continúa: “Todo hombre y todo el hombre, ésta es la preocupación de la Santa Sede, y también la vues­tra, sin duda”.
¡No digamos más! No tenemos que hacer nada con esa gente, no tenemos nada en común con todos ellos.
El famoso Cardenal Ratzinger se encuentra un tanto molesto por haber dicho que el Vaticano II era un contra-Syllabus, pues a menudo se le reprocha esta frase. Por eso encontró una explicación que dio a conocer el 27 de junio de 1990.
En Roma se ha publicado un documento interminable para expli­car las relaciones entre el Magiste­rio y los teólogos. Como no saben ya que hacer con los problemas que se les plantean por todas partes, tra­tan de atraerse a los teólogos sin condenarles tampoco demasiado. Páginas y páginas en un documento en el que se pierde uno fácilmente.
Es precisamente en la presenta­ción de este documento donde el Cardenal Ratzinger nos comunica la posibilidad de poder decir lo contrario de lo que los Papas han afirmado siempre desde hace siglo y medio.
“El documento, dice el Carde­nal, afirma, quizá por primera vez, (desde luego que la primera vez), que hay decisiones del Magisterio que no pueden ser la última pala­bra sobre determinada materia, pe­ro sí son un anclaje substancial en el problema (¡qué picaro!) y sobre todo una expresión de prudencia pastoral. Una especie de disposi­ción provisional. (¡Calificar de disposiciones provisionales a las de­claraciones oficiales de la Santa Sede!). El núcleo permanece esta­ble pero los aspectos particulares, sobre los que ejercen una influen­cia las circunstancias temporales, pueden ser susceptibles de rectifi­caciones posteriores. A este respec­to puedo señalar las declaraciones de los Papas del siglo pasado so­bre la libertad religiosa (¡por fa­vor!) como también las declaracio­nes antimodernistas de principios de siglo. (¡No le importa nada!). Y sobre todo las decisiones de la Co­misión bíblica de la misma época” (¡Sí, sobre todo!).
Así pues tres decisiones del Magisterio que pueden arrinconar­se. Que pueden cambiar. En este mismo sentido podríamos sacar a la luz las declaraciones papales del siglo pasado, ¡porque también ellas tendrán necesidad de ser rectifica­das tras el paso del tiempo!
“Las declaraciones antimoder­nistas han prestado un gran servi­cio pastoral en su tiempo, en cir­cunstancias muy determinadas, pe­ro ahora están superadas”. (Y así queda atrás la página del modernis­mo. Se terminó y no hay que hablar más).
El Cardenal se defiende de la acusación que se le hace de estar en contra del Syllabus, en contra de las decisiones pontificias y del Ma­gisterio: permanece un núcleo (¿qué núcleo?, ¡no se sabe!), pero los aspectos particulares sobre los que tienen una influencia especial las circunstancias temporales pue­den ser susceptibles de modificaciones posteriores. El juego sigue... ¡es increíble!
¿Cómo podemos tener confianza en esas personas?
¿Cómo podemos tener confian­za en gente así? Gente que justifica el rechazo de Quanta Cura, de Pascendi, de las declaraciones de la Comisión bíblica, etc...
Una de dos, o somos los here­deros de la Iglesia Católica, de Quanta Cura, de Pascendi, junto a los Papas de antes del Concilio y la gran mayoría de Obispos, todos a favor del Reinado de Nuestro Señor y la salvación de las almas, o si no somos los herederos de los que, sin importarles la ruptura con la Iglesia y su doctrina, admiten los princi­pios de los Derechos Humanos, ba­sados en una verdadera apostasía, con la única intención de poder es­tar presentes, aunque sea como la­cayos, en el gobierno mundial revo­lucionario. En el fondo se trata de eso: tanto decir que están a favor de los Derechos Humanos, de la liber­tad religiosa, la democracia y la igualdad entre todos, obtendrán un puesto en el gobierno mundial, pero será meramente de lacayos.
Si digo todas estas cosas es porque me parece que es necesario unir nuestro combate a todo lo que le ha precedido. Todo esto no ha comenzado con el Concilio, este combate durísimo y penosísimo en el que muchos han quedado exhaustos. La separación de la Iglesia y del Estado, la expulsión de los re­ligiosos, la expropiación de los bie­nes de la Iglesia, todo esto ha sido una auténtica persecución no sola­mente en Francia, sino también en Suiza, en España, en Alemania y en Italia.
Cuando los Estados Pontificios son ocupados, el Papa se confina en el Vaticano, presa de sucesos abominables. ¿Vamos a aliarnos con ellos, contra la doctrina de los Papas, sin hacer caso de los lamen­tos que éstos han lanzado para de­fender los derechos de la Iglesia y de nuestro Señor, en definitiva para defender las almas?
Estoy convencido que tenemos unas fuerza y una solidez que no provienen de nuestra propia lucha. Pues el combate que llevamos a ca­bo no es algo nuestro, es el comba­te de Nuestro Señor Jesucristo por amor y para defender a la Iglesia. No podemos dudar: o estamos con la Iglesia o en contra de ella. No podemos admitir a esta iglesia con­ciliar que cada vez tiene menos de la Iglesia católica, prácticamente no le queda ya nada.
Cuando el Papa hablaba en otros tiempos de los Derechos Hu­manos, hacía también alusión a los deberes propios del hombre. Ahora no. Todas estas reflexiones son pa­ra sentirnos fortalecidos y conven­cidos y llevar adelante este comba­te, con la gracia de Dios. No existi­ríamos ya si Nuestro Señor no estu­viese con nosotros. En cuatro o cinco ocasiones la Hermandad ha estado en peligro de desaparecer. Gracias a Dios no ha sido así. Una de ellas fue el momento de las con­sagraciones episcopales, nos lo ha­bían dicho. Los falsos augures e in­cluso gente cercana a nosotros nos lo habían dicho: “Monseñor, no ha­ga eso nunca, será el fin de la Her­mandad”. Pero Dios no lo quiso así. Eso es todo.
A lo largo de este combate ha habido también mártires, los de la Revolución Francesa y todos los que moralmente han estado perse­guidos. San Pío X sufrió el martirio a causa de tantos Obispos persegui­dos, monasterios expropiados, reli­giosos expulsados fuera de sus fronteras y tantas cosas más. ¿Y eso ahora no tiene ningún valor? ¿Va a ser una lucha inútil, absurda, que va a acabar condenando a las propias víctimas y mártires? No, no es posible.
Inmensos en este combate, en esta lucha, demos gracias a Dios por ello. Es cierto que somos per­seguidos, los únicos excomulga­dos, pero no podemos dejar de ser lo que somos.
¿Qué va a pasar? No lo sé. Po­demos leer en la Escritura: “Vendrá y todo volverá a su lugar”, Omnia restituet. ¡Que venga pronto!
Humanamente hablando no veo por el momento la posibilidad de llegar a un acuerdo. Me dicen que si Roma llegase a aceptar a los Obis­pos consagrados por mí, dejándonos libres de la jurisdicción ordinaria de los Prelados diocesanos... Primera­mente están muy lejos de hacer algo así, y haría falta además que nos hi­ciesen de verdad tal ofrecimiento, cosa que no están dispuestos a ha­cerlo. El fondo de la cuestión, en 1988, ha sido precisamente la con­cesión de un Obispo tradicionalista. Lo que nos ofrecían siempre era un Obispo de acuerdo a la Santa Sede. Pero todos sabemos lo que esto quiere decir. Concediéndonos lo que pedíamos sabían muy bien que nos erigiríamos en una gran fortale­za tradicional y eso no lo quieren y no están dispuestos a dárselo a na­die, ni a los que han pactado con ellos. Por eso el protocolo que firmé no ha sido el mismo que el que fir­maron los otros. Nuestro protocolo incluía un Obispo tradicional y dos miembros en la comisión romana. Mientras que los otros que han fir­mado el pacto con Roma no cuen­tan ni con obispo alguno ni con miembros suyos propios. Roma no quiere en los protocolos que se fir­men clausulas de este tipo.

Dios ha querido la Hermandad

El 1 de Noviembre de 1990 se cumplen los 20 años de nuestra Hermandad, y estoy plenamente convencido que esta Hermandad representa lo que el Señor quiere para guardar y mantener la Fe, la verdad de la Iglesia, y todo lo que aún se puede salvar en la Iglesia. Este objetivo se cumple también gracias a los Obispos que están junto al superior General y que cumplen su papel de guardianes y centinelas de la Fe, predicando y administrando los Sacramentos del Orden y de la Confirmación. Todo esto es absolutamente necesario, insustituible.
Nos llenamos de un gran con­suelo al meditar estas cosas y en verdad que podemos dar gracias a Dios, siguiendo en nuestra labor con perseverancia; de esta forma podremos recibir un día el premio por lo que hemos hecho. Aunque la visita del Cardenal Gagnon no haya dado muchos frutos, sin em­bargo ella es signo de nuestra pre­sencia y del bien que se hace en la Hermandad. Y aunque no lo digan claramente, no es menos cierto que tienen que reconocer que la Hermandad representa una fuerza irreemplazable para la Fe, de suer­te que si ellos llegan a reencontrar la Tradición, podrán tener la ale­gría y la satisfacción de servirse de esta institución. Pidamos a la Santísima Virgen, nuestra Señora de Fátima, especialmente en las peregrinaciones, que ayude a nuestra Hermandad con abundan­tes vocaciones. Nuestros Semina­rios no están totalmente llenos, ne­cesitamos más vocaciones. Con la gracia de Dios las tendremos. Mu­chas gracias por todo. Ahora lo único que pido es tener una buena y santa muerte, no me queda otra cosa que hacer.

Mons. Marcel Lefevbre, Ecône, septiembre, 1990.