“La Imitación de Cristo es una fuente de
meditaciones muy útiles, muy prácticas: el autor de la Imitación habla de la abnegación en general, de la abdicación, de
la expropiación.
Desde el
Concilio Vaticano II se ha suprimido en la liturgia todo lo que significa
desprecio del mundo. Se ha pretendido revalorizar las realidades terrenas, las
realidades de este mundo, que habían sido supuestamente desvalorizadas en la
Edad Media. Para eso, por ejemplo, se suprimió en todas las oraciones esa
expresión tan frecuente en la liturgia, que gracias a Dios tenemos en nuestras
oraciones de antes del Concilio: “Terrena
despicere et amare caelestia”. Esta expresión se repite constantemente; y,
por otra parte, es el tema en que insiste la Imitación. El clero moderno ya no quiere oír hablar de la Imitación de Cristo, pues lo considera
como una aberración, como el espíritu medieval, el espíritu de oscurantismo
religioso de la Edad Media.
En el
primer capítulo de la Imitación
encontramos precisamente lo siguiente: “Si
supieses toda la Biblia a la letra y los dichos de todos los filósofos, ¿qué te
aprovecharía todo sin caridad y gracia de Dios? “Vanidad de vanidades, y todo
vanidad”, salvo amara Dios y servirlo solo a El. Suma sabiduría es, por el
desprecio del mundo, ir a los reinos celestiales” (I,I). Esta es la primera
máxima fundamental de la Imitación de
Cristo: por este desprecio tender al cielo”.
Mons. Marcel Lefebvre, Retiro de Pascua del año 1988.