“El progresismo desactiva la
tradición entregándola al conservadurismo”.
En esta afirmación (sacada de un artículo que
recomendamos leer, como otros del mismo autor en este enlace)
nos parece encontrar condensado el error que se opera en la actualidad, cuando
vemos que ha surgido una “nueva derecha”, un conservadurismo juvenil y
“pujante”, que no trepida en tener buenas relaciones, contactos y amistades con
algunos liberales, a partir sobre todo de la necesidad de, dicen, combatir al
“progresismo” y volverse “pro-vida”. Una nueva recaída en la ya gastada
dialéctica “derecha-izquierda”, siempre funcional a la izquierda, pues todo es
izquierda, ya sea extrema, moderada, práctica o estética. Y lo que no es va
camino de serlo si trata con ella o alguno de sus aspectos. Pues izquierda es
simplemente estar, permanecer, sucumbir o verse seducidos por la tentación
ofídea de volverse uno “independiente”, de dejar de lado a Dios en ciertas
circunstancias, en tales o cuales momentos, de prescindir de la Iglesia, etc.
La división verdadera ha de ser entre revolucionarios
y contrarrevolucionarios. O Cristo Rey,
o el Anticristo. “Quien no está conmigo, está contra Mí” (Mt. 12,30).
El progresismo atrae a la tradición hacia un falso
combate, por eso la tradición se vuelve conservadora.
La confusión es mayúscula. Combatir al comunismo es
combatir sólo la consecuencia. Si no se combate el liberalismo, no se sabrá
combatir al comunismo, el progresismo y todo el resto de lacras que nos asolan.
Quienes “combaten” el comunismo mediante la “democracia”
son el hazmerreír de los mismos comunistas.
La manera católica de combatir es la manera
antiliberal. Diríamos aún, furiosamente antiliberal, ultramontana, integrista.
Esa manera no es la del invadido por el celo amargo
que se imagina encajado en una lustrosa armadura dentro de la cual grita a voz
en cuello contra todos los que son sus oponentes, sin ton ni son, añorando
algún dictador de opereta que haga una buena “liquidación” de la cual él
quedaría por supuesto absolutamente inmune.
Ese combate comienza consigo mismo, y las propias
actitudes, opiniones y hábitos liberales, que hay que desarraigar.
Ese combate es el eficaz para hacer que sobreviva la
verdad, que es en última instancia lo que cuenta.
En definitiva, hay que saber por qué y por Quién se
combate. Y que en ese combate, estamos subordinados, pues somos apenas “siervos
inútiles” enaltecidos por el servicio de un Rey que vuelve y sin el cual “nada
podemos”.
“El progresista entrega la
tradición al conservador para que éste, imitándola, se encargue de destruirla
falseándola. Y así todos contentos”.
Eso ha pasado en la Iglesia con la ineficaz labor de
los grupos “Ecclesia Dei”, y está pasando ahora con los grupos de influencia
político-cultural que se manifiestan sobre todo en la Internet. “Mucho ruido y
pocas nueces”. La doctrina de Cristo Rey, puesta a un lado, fuera, lejos. No
tiene importancia.
“El conservadurismo combate las
heterodoxias visibles pero no las invisibles, porque es pelagiano y nominalista.
Los desórdenes en el orden de la doctrina no le parecen decisivos respecto de
la verdad sino respecto de la autoridad”.
¿Cómo
llegamos a la “pandemia” y el “Nuevo Orden Mundial”? El conservador no lo sabe.
O si lo sabe o lo sospecha, no lo dice.
A
estas alturas hay que colocarse bajo el estandarte de la Inmaculada. Todo lo
demás resta inútil para el gran combate que se está llevando a cabo.
Guardémonos de las ilusiones y de los falsos aliados.
Como
enseñaba San Ignacio, no hay más que dos banderas.
Lo
demás, con sus buenas intenciones y con sus parciales aciertos, no pasa de ser entretenimiento y “vanidad de vanidades”.
Ignacio
Kilmot