tollat crucem suam quotidie et sequatur
me (Luc.
9, 23).
Los predicadores nos presentan estas palabras
sólo en su aparente crudeza: Renunciarse a sí mismo. Deben añadir que el
personaje al que debemos renunciar es un amigo fingido, un traidor desalmado, un
espía encubierto, taimado y el más peligroso de los enemigos. ¿Sacrificio el
renunciar a semejante enemigo? Esto es lo que sencillamente me exige Jesucristo.
Para desalojar a semejante inquilino es necesario echarle la casa encima, y
muerto él, renacer nosotros a nueva vida. El oráculo griego decía: Conócete a
ti mismo; Jesús me dice: Niégate a ti mismo. El pagano buscaba lo que hubiese
de bueno en el hombre; para mí es inútil esa búsqueda. Ya sé que estoy
depravado. Omnis homo mendax (Rom. 3,
4). Séneca me dice: Afírmate; Jesús me dice: Humíllate para que yo te afirme.
No nos dice: resígnate, como el estoico, a la desdicha; sino: hazte confiado
como el niño sencillo y obediente. Entrégate como un niño, y yo te daré el gozo
mío: ut habeant gáudiúm meum impletum in
semetipsis (Jn. 7, 13). Si eres hijo y pequeño obtendrás cuanto quieras
(Mar. 11, 24). Mi Padre velará para que nada os falte (Mat. 6, 33). Todo esto
lo entiende sólo la infancia espiritual.
Qui non diligit manet in morte (I
J n. S, 14).
Dios nos redimió por amor (Ef. 2, 4), y
puso también el amor como condición
para aprovechar esta redención. Nuestro Padre
celestial no nos pide favores, sólo quiere el amor de nuestro corazón. Debo de
conectar mi pobre corazón con el Corazón de Jesús, surtidor abundante, que de
tantas más gracias me provee cuanto más vacío encuentra el corazón mío de
afectos terrenos (Jn. I, 16). Me lo enseña María, mi Madre; Dios llenó de
bienes a los hambrientos y dejó vacíos los ricos (Luc. I, 53). Estoy vacío porque
me creo capaz de bastarme, porque pienso que la instrucción, la experiencia. .
. me bastan . . . dejo de ser niño y pretendo ser rico. Si han de surgir obras
buenas y virtudes, no deben ser conquistas mías; ut non glorietur omnis caro in conspectu ejus (Cor. I, 29). No me
enseña la Escritura a ser capitalista; debo ser el eterno mendigo. En esto se
complace Dios, cuando ve la nada de su creatura: Ecce ancilla Domini (Luc. I, 48). Nuestro trato con Dios es como
una sociedad. Yo pongo lo malo y lo poco o nada, y el capitalista, Dios, pone
todo lo que falta, es decir, casi todo Y se siente feliz de hacerlo así y
premia luego los mismos dones y gracias que El me ha concedido si los recibo.
Sólo me pide que los reciba…como un niño y los agradezca y pida siempre mayores
dones y mayores gracias. Da según la confianza que se pone en su bondad.
Sic enim Deus dilexit mundum, ut Filium
suum Unigenitum daret (Jn.
3, 16).
Es una de las revelaciones más
estupendas de la Biblia: Jesucristo revelándonos que su Padre celestial le
envía a la tierra por causa mía, para hacerme hijo adoptivo de Su mismo Padre.
Jesús llama a Dios "Mi Padre y vuestro Padre" y a nosotros sus
hermanos (Jn. 20, 17). Consecuente con este amor del Padre a su pobre creatura,
Jesucristo me revela la cúspide de las promesas divinas; la igualdad de mi
destino final con el propio Jesús. Ubi
ego sum, illic et minister meus erit (Jn. 12, 26). Las mansiones del cielo
serán mías. In domo Patris mei mansiones
multae sunt…vado parare vobis locum. (Jn. 14, 2). Este amor del Padre al
Hijo antes de la creación del mundo (Jn. 17, 24) existió también para mí desde
entonces. Me lo enseña claramente S. Pablo (Ef. I, 4). Es este misterio
escondido desde todos los siglos (Ef .3, 9). Una maravilla aún mayor me
revelan. No sólo quiere y ruega a Su Padre que me admita a mí donde está El
(Jn. 17, 24), este Jesús, hermano mío mayor, no puede consentir que El pueda
tener algo que no tenga también yo. Las palabras: para que vean la gloria mía;
quieren decir para que la compartan y la tengan igual que yo, como lo expresa
el griego theoreo que es ver gustando,
poseyendo, y sintiendo la misma felicidad.
Ego sum vitis, vos palmites…
qui manet
in me, et ego in eo, hic fert fructum
multum, quía sine me nihil potestis
facere (Jn. 15,
5).
Insensatos llama S. Pablo a los Gálatas (3,
I) porque creían poderse salvar por otros medios que no fuera la aplicación de
los méritos adquiridos por Cristo (Gál. 2, 11-21). Soy también insensato si no
comprendo que Jesús me salvó gratuitamente y que me hace donación gratuita de
sus méritos ante Su Padre. Se resiste el orgullo humano en convencerse que no
somos nada por nosotros mismos, nada más que sarmientos secos (Jn. 16, 6). La
aceptación de esta verdad es condición previa para toda auténtica vida
espiritual. Qui manet in me et ego in eo,
hic fert fructum multum (Jn. 15, 5). La bondad no consiste en ser bueno,
pues esto es imposible sin El… La santidad consiste en confesarse impotente y
buscar a Jesús para que de El nos venga la capacidad de cumplir la voluntad de
Dios Padre como la cumplió el mismo Jesús (Jn. 8, 29). Como sarmiento necesito
estar unido a Jesús, que es la vid, por medio de la gracia, que es la savia de
esta planta (II Cor. 3, 5). La gracia y la gloria proceden de Su inexhausta
plenitud (Pío XII. Enc. Cuerp. Míst.). Debo persuadirme de mi total incapacidad
en la vida espiritual si no acudo a mi Redentor. Nemo potest dicere "Dominus Jesus", nisi in Spiritu Sancto
(I Cor. 12, 3). En cambio todo lo puedo en El. Omnia possum in Eo qui me confortat (Fil. 4, 13).
Nisi conversi fueritis et efficiamini
sicut
parvuli, nón intrabitis in regnum
coelorum (Mat.
18, 3).
El comentario de este pasaje lo hizo el
Papa Benedicto XV en su discurso sobre Santa Teresita (14 de Agosto de 1921):
La infancia espiritual está integrada por la confianza en Dios y por el ciego
abandono en sus manos protectoras. No es difícil dar a conocer el valor subido
de esta infancia espiritual, ora por lo que excluye, ora por lo que supone. Excluye
en efecto, el sentir orgulloso de sí mismo, excluye la presunción de alcanzar
un fin sobrenatural por medios humanos, excluye también el lamentable engaño de
pretender bastarse a sí mismo en la hora del peligro y de la tentación. Y por
otra parte supone fe vivísima en la exjstencia de Dios; supone un homenaje
práctico a su poder y misericordia; supone confianza absoluta en la providencia
de Aquel del cual podemos alcanzar la gracia de evitar todos los males y
enriquecernos con toda suerte de bienes. Son tan preciosos los bienes de esta
infancia espiritual, tanto por el lado negativo como por el positivo, que no es
maravilla si el Divino Maestro la señaló como condición necesaria para el logro
de la vida eterna. Tal es cabalmente el secreto de la santidad.
P.
JOSÉ FUCHS – Revista Bíblica de Mons.
Straubinger.