Número CDLXXIV (474)
13 de agosto de 2016
Monseñor Fellay – II
Mons. Williamson
Seamos duros de mente, gentiles de modales.
Blandura de mente hace tontos, sentimentales.
Un error
nunca es adecuadamente refutado hasta que es desarraigado. En otras palabras,
para verdaderamente superar un error, uno necesita mostrar no solamente que éste
es un error sino también por qué es un error. Supongamos, con
el “Comentario” de la semana pasada, que la declaración del 28 de Junio del
Superior General de la Fraternidad de San Pío X, al esperar que el pío
sacerdocio de la Fraternidad resolverá la crisis de Fe en la Iglesia, comete el
error de poner la carreta del sacerdocio delante del caballo de la Fe.
Mostremos luego que este error tiene sus raíces en la casi universal
infravaloración de la mente y la sobrevaloración de la voluntad en nuestra
época, que resultan, aún inconscientemente, en un desprecio por la doctrina
(excepto por la doctrina de los Beatles de “Todo lo que necesitas es amor”).
Ya hacia
el principio de la Declaración se da un indicio de este error cuando la
Declaración dice que el principio central condenado en Pascendi, la gran
condenación del modernismo por Pío X, es el de la “independencia”. No. El
principio que él constantemente condena como estando en la raíz del modernismo
es más bien el agnosticismo, la doctrina por la cual la mente no puede conocer
nada más allá de lo que aparece a los sentidos. Sobre ese desconocimiento sigue la
independencia de la mente de su objeto, seguido a su vez por la declaración de
independencia por parte de la voluntad de todas las otras cosas de las cuales
no quiere depender. Está en la naturaleza de las cosas que la mente debe
primero ser suicidada antes de que la voluntad pueda declarar su independencia.
Entonces cuando la Declaración pone en el corazón de Pascendi a
la independencia antes del agnosticismo, ese es un indicio que la Declaración
es más bien una parte del problema de la Iglesia más que de su solución.
Y, ¿de
dónde proviene a su vez esta degradación de la mente y de la doctrina?
Principalmente de Lutero quien llamó a la razón humana una “prostituta” y,
quien más que ningún otro, lanzó a la Cristiandad en su senda sentimental para
su auto-destrucción actual. Pero, ¿eso tomó todos los 500 años? Sí, porque hubo
resistencia natural y Católica a lo largo del camino. Pero Lutero estaba en lo
correcto cuando él le dijo al Papa que al final él lo destruiría – “Pestis eram
vivus, functus tua mors ero, Papa” – En la vida fui tu peste; muerto seré tu
muerte, oh, Papa.
A este
radical y gigantesco error de la degradación de mente y doctrina, pueden ser
atribuidos dos sub-errores en el caso del autor de la Declaración del 28 de
Junio: en primer lugar, su incomprensión de Monseñor Lefebvre y, en segundo
lugar, su demasiado grande comprensión de la Señora Cornaz (seudónimo
Rossinière).
Como
muchos de nosotros seminaristas en Écône cuando el mismo Monseñor Lefebvre
presidía allá, Bernard Fellay estaba, con razón, fascinado y hechizado por el
notable ejemplo ante nuestros propios ojos de lo que un sacerdote católico
puede y debe ser. Pero la columna vertebral del sacerdocio de Monseñor y de su
heroica lucha por la Fe no era su piedad – muchos modernistas son “piadosos” –
sino su doctrina, doctrina del eterno sacerdocio, profundamente alérgica al
liberalismo y al modernismo. Tampoco dijo nunca Monseñor que su Fraternidad
salvaría a la Iglesia. Más bien que sus sacerdotes debían salvaguardar los
invalorables tesoros de la Iglesia para tiempos mejores.
La
persona que sí dijo que los sacerdotes de la Fraternidad salvarían a la
Iglesia, tal como el Padre Ortiz nos lo ha recordado, fue la Señora Cornaz, una
madre de familia de Lausana, Suiza, cuya vida abarcó la mayoría del siglo 20 y
quien entre 1928 y 1969 recibió comunicaciones supuestamente del Cielo sobre
cómo las parejas casadas debían santificar el sacerdocio (¡!). Las
comunicaciones empezaron nuevamente en 1995 (¡!) cuando ella conoció a un
sacerdote de la Fraternidad a quien ella persuadió, y a través de él a Monseñor
Fellay, de que eran los sacerdotes de la FSSPX quienes estaban destinados por
la Providencia a salvar la Iglesia propagando sus “Hogares de Cristo
Sacerdote”. Con toda su autoridad, el Superior General apoyó su proyecto, pero
la reacción negativa de los sacerdotes de la Fraternidad provocó que él
rápidamente renunciara a éste en público. Interiormente, sin embargo ¿quedó en
él la visión mística de ella sobre el exaltado futuro de la Fraternidad? Parece
bastante posible. Como Martin Luther King, el Superior General “tiene un
sueño”.
Kyrie
eleison.