NO, amigo lector, Syllabus
no va a reabrir sus puertas, pierde cuidado. Ya dijimos en nuestra
despedida que no estábamos en condiciones de ocuparnos como es debido de nuestro
blog, ni nos sobran ganas para ello. Pero sucede que unas palabras de Monseñor
Lefebvre, muy oportunas ahora que Francisco ha sacado un documento sobre la santidad, nos movieron a desear comunicarlas, y, de
paso, ante el hartazgo que nos producen demasiadas cosas, aprovechar para decir
algunas palabras, como una forma de demostrar que, aunque nos cueste, seguimos
respirando, y estamos vivos y no queremos dejar de hacer un mínimo aporte a la
causa de Cristo Rey por este medio, pues la impiedad, la apostasía, la
confusión y, sobre todo, la retirada de los buenos, avanza. Quienes estamos en
la Resistencia (Benedictinos de la Santa Cruz, Dominicos de Avrillé, SAJM,
etc.), a mucha honra hemos venido a ser los nuevos parias, los nuevos
marginados, los nuevos leprosos o dignos de ser ignorados de la familia
católica: despreciados por la Neo-FSSPX, odiados por los sedevacantistas,
ignorados por los conservadores y línea-media, y, por supuesto, calculadamente
dejados al margen con desprecio como simples fanáticos y rígidos retrógrados
por los modernistas romanos, con todo ello sentimos crecer el reconocimiento
hacia Nuestro Señor y renovamos nuestra adhesión filial hacia Mons. Lefebvre. Tú
querido lector juzgarás si esta entrada te sirve. Nosotros al final decidimos
dejarle la palabra a ese hombre de Dios a quien todos le debemos que la
Tradición continúe, alguien que hoy está siendo arteramente traicionado por
muchos de sus (malos) hijos.
Dijimos que hay cosas que producen hartazgo:
1) La Tradición de “medio pelo” (en graciosa y exacta expresión
que usa Antonio Caponnetto para definir la
santidad predicada por Francisco en su nueva exhortación apostólica), sí, una
Tradición que pretende vivir sin ser molestada dentro de las murallas de los
pérfidos modernistas, en convivencia pacífica con el maldito concilio Vaticano
II y los liberales que le echan incienso, una tradición sin riesgos, dialogante,
temerosa, tibia, aburguesada y a la vez orgullosa de sí misma: allí encontramos
a los conservadores, la línea-media y los grupos Ecclesia Dei (llámense IBP, IVE, ICR, FSP, Le Barrou, Campos, etc.,
todos ellos benedictólatras o ratzingerianos, en mayor o menor medida, y desde
luego, “sanjuanpablistas”) a quien ahora se suma la FSSPX, que bien puede ser
llamada Neo-FSSPX: en estos tiempos de café descafeinado y cerveza sin alcohol,
se ofrece ahora una versión “deslefebvrizada” de la FSSPX, más preocupada de
sus aspectos estéticos que del combate de la fe: véase el último Cor Unum donde en medio de estos tiempos
calamitosos Mons. Fellay se la pasa hablando de “colores y tipografías” para
cumplir con la política de branding corporativo que construye y vende una
imagen comercial de la empresa…perdón, de la congregación religiosa, bien
emperifollada y con los apliques y afeites necesarios para no escandalizar a
los jerarcas romanos y al mundo entero, satisfaciendo ampliamente sus
apetencias de agradar. Su única preocupación es que los dejen “ser como son”: pronto
los veremos cantar a coro “Let it be” de Los Beatles, mientras del otro lado
Francisco les responde “All you need is love”, endulzado sus oídos con tan pringosa
melodía. ¡Qué maravilla! Sumémosle, ya que ponemos la atención sobre esta
“tradición light”, una entrevista radial al anémico y pueril P.
Trejo, Superior del distrito Sudamérica de la Neo-FSSPX, portavoz de la nueva y
amistosa Fraternidad de plásticas sonrisas. El Padre Castellani, que no llegó a
ver toda la amplitud de la tormenta desatada por el Vaticano II como sí la vio
y analizó Mons. Lefebvre, llegó a decir sin embargo, en 1967, o sea, ¡hace 51
años!, lo siguiente: “Ciertamente, la
crisis actual de la Iglesia tiene un carácter que no han tenido las otras: es
absolutamente total: total en extensión, cubre todo el mundo; total en
intensidad, pues la herejía naturalística (o el "aloguismo", como la
llamó Belloc) es la herejía más radical que ha existido y puede existir:
falsifica todos los dogmas del Cristianismo, vaciándolos de su contenido
sobrenatural, y poniendo en su lugar la adoración sacrílega del Hombre; que
sabemos será la doctrina del Anticristo. Todos estos Congresos, Reuniones,
Asambleas que estamos viendo son enteramente arreligiosos; naturalísticos:
quieren salvar al hombre o a las naciones sin Dios; a lo más le silban a Dios
como a un perrito para que venga a apoyarlos. Y no. Sin Dios pueden perder a
los hombres pero no pueden salvarlos” (Sermón Domingo tercero de Pascua, Domingueras prédicas I). Pero en la
entrevista el P. Trejo, supuesto discípulo o hijo espiritual tanto de Mons.
Lefebvre como del P. Castellani (puesto que es argentino), simplemente define
la crisis de la Iglesia como una “crisis de adolescencia”, como cuando el nene deja
de mirar a su papá y su mamá y se fija en los de afuera. ¡Pobre nene! Y llega a
decir que Mons. Lefebvre quiso guardar la seguridad de la fe que predicaron los
papas “desde San Pedro que fue el primero, hasta el actual reinante Jorge Mario
Bergoglio” (sic). Ni una palabra del liberalismo, del modernismo, del
fariseísmo, de la apostasía, de los destructores de la Iglesia, del Vaticano
II, de la masonería, nada del combate de Mons. Lefebvre por Cristo Rey, nada de
nada de nada. El aniñado Padre Trejo
verdaderamente exaspera como podría hacerlo cualquier cura modernista, tipo
Guillermo Marcó o Rafi Braun.
Por último y más reciente, el artículo del valeroso P. Simoulin, el águila tímida (como se
autodefine), que nos enseña a no temer a los avestruces (sic) modernistas. Otro
que disminuye la gravedad de la crisis y subestima a los modernistas, llegando
a hacer de los peores enemigos de Cristo unos simpáticos animalitos. Ah, las
águilas acuerdistas de Menzingen vuelan tan alto y ven tan pequeños a los
“avestruces” que sólo debemos seguir creyendo y refugiarnos “en la gracia de la
Fraternidad y de sus superiores, en la confianza en el Espíritu Santo, que
podrá guiar los trabajos de nuestro Capítulo General en fidelidad a nuestros
padres”. Como una especie de Juan el Apokaleta de “Cartoon Network”, Simoulin pretende evitar todo “susto” a sus
lectores, y muy lejos de llegar a mentar la Mujer con alas de águila perseguida
por el Dragón, prefiere la más simpática imagen de las águilas menzingenianas
apenas molestadas por los cacareos de los avestruces conciliares. A nosotros,
después de leer el artículo del P. Simoulin, se nos da por pensar más bien en
la historia de Caperucita roja y el lobo…En fin, suele decirse: “Dime aquello
de que presumes y te diré de lo que careces”. El P. Simoulin acusa a la
resistencia interna en la FSSPX de tener miedo a un acuerdo o al acercamiento
con Roma, cosa que los “águilas” y “aguiluchos” que la dirigen, no tendrían.
¿Cuál es en realidad el miedo que los mueve? ¿El miedo al “cisma”? ¿El miedo a
seguir combatiendo siendo defenestrados, perseguidos, quizás excomulgados? (Ya
lo dijimos una vez: todo esto empezó cuando se aceptó el “levantamiento de las
excomuniones”, que eran las medallas que Dios les dio, obtenidas en la guerra
contra los modernistas, gracias a Mons. Lefebvre: ellos devolvieron las
medallas y cancelaron el combate). Amigo lector, el artículo del P. Simoulin da
vergüenza ajena, y no recordamos uno tan pobre salido de las plumas (o los
plumíferos) de la Fraternidad. Presunción, orgullo, voluntarismo y falta de
inteligencia, todo en uno.
Esta papilla mental poblada de emociones vaporosas, falta
de celo por Nuestro Señor y un inmenso orgullo y temor de perder “la familia”
que representa la Fraternidad San Pío X (con sus abundantes beneficios
sociales, el prestigio corporativo y demás), se da también, desde luego, en
muchos fieles, especialmente en los blogueros. Como dice el profesor John
Senior “Los mejores de nosotros tendemos al sofisma cuando una verdad obvia
contradice un deseo fuerte”. Ciertos de ellos ahora vienen a negar que existan
“dos iglesias”, es decir, una Iglesia Católica Apostólica y Romana, y una
iglesia conciliar ocupando la primera. Hasta en esto vienen a contradecir a
Mons. Tissier de Mallerais, que habló largo y tendido sobre ello, como otros excelentes
teólogos (véase acá, acá, y acá). Pero hoy predomina el desconocimiento, el
prejuicio y, peor, el desinterés por conocer la verdad. Dicen en un blog
fellaycista, en relación a los “millares
de católicos del montón, de religión cómoda, en gran mayoría no han conocido la
Tradición católica, y viven de buena fe lo que mal entienden como catolicidad.
Y hasta hay quienes la conocieron, pero huyeron espantados por nuestras
rigideces rayanas en las de los viejos fariseos” que “Nuestro apostolado debe ir en esa dirección: hacerles ver con suavidad
y firmeza lo que hoy no ven”. Nos parece muy bien y estamos muy de acuerdo.
Ya hace mucho tiempo los Dominicos de Avrillé daban un consejo “para aquellos que se llaman
“tradicionalistas”. Un orgullo sutil amenaza a aquellos que han conservado o
reencontrado la verdadera fe: el de mirar a los otros desde la altura. Más que
nunca hay que recordar que la fe es un don de Dios que nosotros no hemos
merecido y que podemos bien perder. Si Dios nos ha dado más, él será también
más exigente. En cuanto a los otros, ellos podrían bien precedernos en el
paraíso si Dios les da la gracia y los conduce” (Lettre des dominicains d’Avrillé Nº 6, Junio 1998). Pero, ¡ay!,
dispuestos a aplicar ese remedio a los otros, los fellaycistas (o simples
adherentes apasionados a la FSSPX, si prefieren) no miden con la misma vara y
hacen acepción de personas. Y así cuando desde la Resistencia, algunos blogs,
algunos buenos escritores, algunos buenos obispos escriben para esclarecerlos,
e intentan con suavidad y firmeza (a veces con más firmeza que suavidad, pero
siempre con caridad) hacerles ver lo que hoy no ven de lo que ocurre en la
FSSPX, ¡ah!, ahí ellos cierran los ojos y los oídos, pero mantienen abiertas
sus bocas para difamar, calumniar, o defenderse de lo que consideran un ataque
personal, cuando de lo que se trata es de doctrina y de verdad. ¡Pobre verdad! Y
así meten a todo el mundo que no concuerda con ellos, en la misma bolsa. ¡Cómo
se engaña alguna gente! ¡Cómo confunden amigos y enemigos! Y todavía piensan
que podrán hacer mejor ese trabajo bajo el gobierno de superiores modernistas
en Roma. Cabe recordar lo que decía Blanc de Saint-Bonnet: “Creyendo llevar la fe al seno de las ideas liberales, algunos han
perdido la propia”. No decimos que ya pasó pero sí está pasando, sin
que lo adviertan. Su culpa será mayor pues han tenido muchas advertencias al
respecto. ¿Habrán leído alguna vez al Padre Sardá y Salvany? “Con los liberales debemos abstenernos de
relaciones como de verdaderos peligros para nuestra salvación. Aquí tiene lugar
de lleno la sentencia del Salvador: «el
que ama el peligro perecerá en él». Rómpase el lazo peligroso aunque
mucho cueste” (El liberalismo es pecado).
Digamos también que uno de los mejores éxitos de
Francisco ha sido el de unir en esta mediocridad pseudo-resistente a quienes
debían estar separados pues son enemigos, queremos decir, los “lefebvristas” y
los “tradiconciliares” (con los Burke, Schneider y Sarah a la cabeza). Como
bien dice un sacerdote de la Fraternidad que aun resiste en el interior (aunque
ha sido castigado, bien sûr), en un boletín que, aunque es difundido en el sitio web francés, es
tolerado porque no se mete con los superiores liberales, pero permanece
marginado y no tiene la difusión requerida, “entrar en el sistema Ecclesia Dei es ipso facto rechazar el concepto
católico y “tradicional” de la Tradición, y es así a pesar de todas las
declaraciones posteriores en sentido contrario (…) Aceptar ese Motu proprio, es
hacer públicamente una profesión de fe pluralista. Es, pues, pasar al enemigo”
(cit. en Le Sel de la terre nº 103,
pág. 201). Así que ahora la Fraternidad busca la colaboración con quienes son
–objetivamente- enemigos, porque del otro lado están los ultramodernistas.
Resultado: debilitamiento de las convicciones, contagio liberal, espíritu
dialoguista y negociador. Se acabó la intolerancia doctrinal y la denuncia
firme del error y sus propagadores. Las medidas de “clemencia” de Francisco han
logrado el ablandamiento requerido para producir la autodestrucción de la
FSSPX. La “regularización” no será su muerte, sino su entierro. Como dice el
mismo sacerdote citado: “Las medidas de
clemencia están ahí para atenuar y hacer desaparecer la intolerancia de la
verdad; finalmente, se trata de entrar en el sistema de la Iglesia conciliar
donde, según el principio del pluralismo, cada uno respeta la opinión del otro”.
2) Un orgullo simétrico al de la FSSPX deslefebvrizada,
es el de los sedevacantistas (también y desde mucho antes deslefebvrizados,
aunque algunos quieran apropiarse de
Mons. Lefebvre y convertirlo en sedevacantista), que gracias a Bergoglio
aparecen como hongos, y como hongos restan en sus sitiales de privilegios, sin
moverse. Algunos hongos que están muy cercanos terminan agarrándose a patadas,
especialmente en nuestro querido continente, por cuestión de cacicazgos o competencias
de “lealtades”. Difícilmente tengan remedio, pues son consumados fariseos, que
no aceptan el misterio que significa la actual situación de la Iglesia, porque
todo debe estar claramente expuesto en sus cabezas, donde tienen por supuesto
todas las respuestas. Son ruidosos y buscan pleitos, pues los mueve el mal
espíritu y, como con los judíos, hay que saber precaverse contra ellos.
3) Hartazgo da el ver las renovadas “marchas por la vida”
con globitos y sonrisitas, que parecen paseos de domingo, por supuesto con sus
correspondientes videos promocionales filmados con sus indispensables drones
(la mirada del águila tímida) para retratar a la multitud (hoy se trata de
competir a ver quién pone más gente en la calle, no en ver quién lleva más
cruces en la calle) y acompañados de música “épica” hollywoodense. En vez de
procesiones y rogativas, de cruces y rosarios, de ayunos y penitencias, de
públicas, viriles y notorias manifestaciones católicas, se hacen marchitas
“lights” muy sonrientes y simpáticas, animadas por un temor de chocar y parecer
“retrógrados” a la sociedad liberal democrática anticristiana. Todavía no se
entiende que se trata de una guerra religiosa. ¿Por qué esta obsesión diabólica
por al aborto? ¿Por qué tal empecinamiento de los hijos del Diablo contra las
parturientas? Es un odio y una enemistad contra la Mujer Parturienta, esto es,
la Iglesia que es perseguida por el Dragón, el diablo va contra la Santa Madre
Iglesia y va contra la Madre de Dios, y desespera de ver que se acerca el
tiempo del alumbramiento de su derrota total. He allí también porqué los
satanistas y apóstatas que hay en el Vaticano promueven la sodomía, es otra
manera de querer impedir o retrasar odiosamente su derrota, mediante la
eliminación o el impedimento de que haya nuevos hijos para la Iglesia. Así es
que si llega a la Argentina el aborto aprobado por el Congreso (esa banda de
delincuentes gestados por la democacaracia
o, en francés démocasserie) será
un castigo por la gran apostasía, empezando por la desjerarquía de la Iglesia
oficial, principales cómplices del actual estado de situación que clama al
Cielo.
4) Cansa mucho el ver la superficialidad y pura
exterioridad de las personas que no sólo es observable en la práctica
religiosa, sino en la vida cotidiana. Parece que sobre todo los medios
electrónicos y el apuro de la vida moderna ha llevado a todo el mundo a una
insensibilidad respecto del prójimo, a una impenetrabilidad del corazón ajeno,
lo cual no deja de ser una consecuencia de que cada vez se conoce menos a
Nuestro Señor Jesucristo, ya no hay intimidad con su divino Corazón. Luego,
¿cómo comprender la delicadez del alma humana, cómo apreciar el dolor ajeno, si
uno vive sumergido en sí mismo, en su acción cotidiana? No olvidemos que la
mayor obra de Jesucristo no fue una obra de acción, sino de pasión. Pero eso es
lo que más nos cuesta: aprender a padecer en paz, a llevar nuestra propia
pasión y compadecer al otro en su pasión. ¡Vivimos en el mundo de la acción, de
la velocidad, de la inmediatez! ¿Alguien deja obrar a Dios?
5) Francisco, nuestro tan conocido para los argentinos Jorge
Mario Bergoglio, ha firmado una exhortación apostólica sobre la Santidad. Sin
dudas él debe saber mucho de eso, ya que ha canonizado a varios papas liberales
modernistas y se apresta a canonizar a Pablo VI… Pensamos que un santo es quien
desea todo el tiempo adorar a Dios en espíritu y en verdad, pero ¿puede
enseñarnos algo sobre la santidad quien reiteradamente se niega a hincarse de
rodillas ante Dios, como podemos ver en muchos ejemplos, por caso la fotografía
que reproducimos debajo?
De inmediato salieron en internet varios artículos
críticos sobre esta exhortación apostólica, algunos muy buenos y agudos, no
exentos de la ironía necesaria en estos casos (ver acá, acá y acá). Algunos, también, plantean los diversos
mecanismos que podrían utilizarse para deponer a este Papa que intenta destruir
la Iglesia. Nos parece bien, pero de lo que nadie se acuerda es de hablar de la
debida penitencia y arrepentimiento que hay que tener, para tener a Dios
propicio. Cuando en el Antiguo Testamento el pueblo de Dios prevaricaba,
idolatraba, traicionaba, luego terminaba reconociendo sus faltas, su grave
infidelidad, y hacía penitencia. Entonces Dios mostraba su excesiva
misericordia de Padre. Véase por ejemplo un magnífico ejemplo en el Libro de
Judith 4, 8-17. Dice Mons. Straubinger que “la oración y penitencia en común
deberían ser imitadas, pues fueron la salvación de Israel cuando la patria
estaba en peligro”. Claro que allí era el Sumo Sacerdote quien exhortaba al pueblo,
en cambio hoy la sal ha perdido su sabor y ya no sala…Hay también quienes piensan
que todos los males salieron del Vaticano II, cuando este fue en realidad un
castigo por la infidelidad que desde hacía muchos había en los católicos. Una
Iglesia sana nunca hubiera podido dar lugar a semejante concilio. ¿Quizás haya
sido un castigo por no haber hecho la consagración de Rusia pedida por Ntra.
Sra. en Fátima? Así que es algo muy fácil –como acostumbran hacer sobre todo los
sedevacantistas, mas no solo ellos- poner todas las culpas en el concilio o en
Francisco, y no ver que somos todos los católicos los que debemos arrepentimos
por nuestra infidelidad, por nuestra falta de fervor, por nuestra falta de
coraje, de celo por la verdad y de santidad. El 2 de diciembre de 1885, el Papa
León XIII, sacaba su encíclica Quod auctoritate, donde él definía “los males
del tiempo presente”, que 133 años después han crecido hasta lo inimaginable. Estos
son:1) El delirio de opiniones.2) El debilitamiento de los caracteres. 3) El
contagio de los peores ejemplos. 4) La influencia masónica. El Papa, para
preparar el Jubileo que motivaba su encíclica, exhortaba sobre todo a la
penitencia; hemos de destacar el siguiente párrafo: “Comprenderéis empero, venerables Hermanos,
que el deseado éxito de este asunto depende en gran parte de vuestro celo y
diligencia, pues es necesario preparar conveniente y esmeradamente al pueblo
para que reciba como es debido los frutos que se le ofrecen. Así, pues, vuestra
caridad y sabiduría se encargará de confiar este asunto a sacerdotes escogidos,
para que instruyan al pueblo con piadosos sermones acomodados a la comprensión
dela mayoría del pueblo, y principalmente
le exhorten a la penitencia que, según San Agustín, es “la pena cotidiana de
los fieles humildes y virtuosos, por la cual herimos nuestros pechos diciendo:
Perdónanos nuestras deudas”. No sin motivo citamos en primer lugar la
penitencia, y la voluntaria mortificación corporal, que es parte de ella.
Conocéis el carácter de nuestro siglo: gusta a los más vivir delicadamente y no
obrar nada con virilidad y grandeza de alma. Estos, cayendo en otras muchas
debilidades, fingen con frecuencia pretextos para quebrantar las saludables
leyes de la Iglesia, alegando que se les impone una carga superior a sus
fuerzas al mandarles abstenerse de cierto género de manjares, o ayunar unos
pocos días al año. Enervados por esta costumbre, no es de maravillar que poco a
poco se entreguen del todo a los insaciables apetitos. Por tanto, es preciso
excitar a la templanza los ánimos decaídos o propensos a la molicie; por lo
cual los predicadores del Jubileo, deben enseñar con diligencia y claridad al
pueblo, que no sólo la ley Evangélica, sino la misma razón natural prescribe el
deber que tiene cada uno de dominarse a sí propio y tener enfrenadas las
pasiones, y que las culpas no pueden
expiarse sino por la penitencia”.
En fin, a riesgo de que se nos acuse de “formar parte de redes de violencia verbal
a través de internet”, como dice Francisco en su nuevo documento, en las
cuales “se destroza la imagen ajena sin
piedad” (¿pero acaso no es el mismo Bergoglio el que destruye su propia
imagen sin piedad, a pesar de la incesante propaganda a favor que tiene?)
diremos al respecto que las enseñanzas de Francisco no dejan de ser “delirio de
opiniones” influidas por las ideas masónicas, que recibimos como castigo los
cristianos, a la vez que como una gran prueba para nuestra fe. Y un estímulo
para reforzar el combate.
Un interesante artículo
sobre “un repetido recurso lingüístico de Francisco”, viene a coincidir con lo
que ya en su tiempo habíamos advertido en Mons. Fellay. Se trata del uso del
adversativo “pero”, usado por los
bribones liberales (Sardá y Salvany y Romano Amerio nos habían hablado de ello),
típica tramoya para hacer pasar la segunda parte de la afirmación en desmedro
de la primera, quedando bien con unos y otros, sobre todo con los otros, los
que desean someter la verdad y el bien.
Una santidad sin la gracia y sin la cruz, sin la vida contemplativa
y sin verdadero heroísmo (que para el izquierdizante Bergoglio parece estar
referido a las hazañas de los activistas sociales de la izquierda), es la que
enseña la iglesia conciliar, contra la cual dejaremos la palabra a, primero,
San Pío X, y luego a Mons. Lefebvre, que creemos sin dudas es un muy breve pero
sustancioso aporte a la hora de pensar en definir la santidad, lejos de toda
confusión y rebajamiento liberal. Pensemos también que si hay una manera de
vencer tanta furia desatada del infierno, es a través de la santidad, eso es lo
que quiere Dios de nosotros, y nos hará santos si de verdad lo deseamos y
trabajamos con coraje por conseguirlo venciéndonos a nosotros mismos, pues como
decía el Padre Michel Marie Philipon O.P.: “La
santidad está reservada a los violentos, que todo lo sacrifican por el reino de
Dios”.
San Pío X
“Mas, como nadie ignora, la santidad de la vida en tanto
es fruto de nuestra voluntad, en cuanto es fortificada por Dios mediante el
auxilio de la gracia; y Dios mismo nos ha provisto colmadamente para que no
careciésemos jamás, si no queremos, del don de la gracia, lo cual logramos
principalmente por el espíritu de oración. En efecto, entre la santidad y la
oración existe dicha relación tan necesariamente que de ningún modo puede
existir la una sin la otra. Por esto, muy conforme a la verdad es la frase de
San Juan Crisóstomo: “Yo creo evidente
para todos que es sencillamente imposible vivir en la virtud sin la defensa de
la oración”; y San Agustín, agudamente, formula esta conclusión: “Verdaderamente sabe vivir bien quien sabe
orar bien”.
(Exhortación Apostólica
“Haerent Animo”-4 de agosto de 1908)
Mons. Lefebvre
“La hora es de
los héroes. Aquellos que quieren guardar su fe deben ser héroes. Ellos serán
perseguidos, ellos serán contradichos. Es una historia de mártires”.
(Conferencia en Brest,
17 de enero de 1973).
“Si uno se pregunta en la Iglesia cuál es la señal, la
marca de la santidad, yo pienso que podemos responder en verdad que las
personas son más santas en la medida en que participan en la redención de
Nuestro Señor Jesucristo, en la medida en que se asocian a la víctima que es
Nuestro Señor Jesucristo para la redención del mundo y que, en consecuencia,
toman parte como corredentores en la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo.
Es así que aquella que es la más santa después de Nuestro
Señor Jesucristo, aquella que más ha participado en la corredención de Nuestro
Señor Jesucristo, es la Santísima Virgen María. Ella es más grande, más
elevada, más santa, más digna porque ella ha recibido en privilegio una
participación en la obra de la redención de Nuestro Señor Jesucristo. Del mismo modo los santos, mismo aquellos que
no han sido sacerdotes, los santos, los santos han estado verdaderamente unidos
a Nuestro Señor Jesucristo porque ellos han participado en la redención de
Nuestro Señor en ellos mismos y por el apostolado que han realizado, por la
oblación que ellos han hecho de sí mismos como víctimas, con Nuestro Señor
Jesucristo sobre el madero de la cruz. He aquí lo que es en la santa Iglesia el
signo de la verdadera santidad: unirse a Nuestro Señor Jesucristo como víctima
para participar en la redención del mundo y en la redención de la humanidad
toda entera.
Por consecuencia, mis muy queridos Hermanos, cada uno de
vosotros puede, con la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, con la gracia del
Buen Dios, vosotros podéis y debéis participar en la redención de Nuestro Señor
Jesucristo. Vosotros debéis recibir gracias de Nuestro Señor Jesucristo para
ser transformados en víctimas con Él, en unión con Él, sobre su cruz. Y
vosotros no podéis serlo mejor que por la santa misa, la santa comunión, la
santa Eucaristía: transformarse en víctimas para salvar las almas, para salvar
la vuestra en principio, y luego para salvar todas las almas del mundo.
¡Qué bello ideal nos ha dejado Nuestro Señor! ¡Qué buen
programa de santidad el Buen Dios quiere que nosotros realicemos acá durante los
años que pasamos sobre la tierra!”.
(Toma de sotanas y órdenes menores en Munich, 4 de marzo
de 1979).