Crucifixión de Guido Da Siena
pintado hacia 1270.
|
P. Lorenzo Scupoli – Combate
espiritual
Lo primero que podemos obtener al meditar en la cruz y en las virtudes
de nuestro Salvadores un profundo arrepentimiento de nuestros pecados que
fueron los que ocasionaron su Pasión y su Muerte, un deseo grande de
desagraviarlo por las ofensas que le hemos hecho y un esfuerzo continuo por
conseguir la conversión de los pecadores.
Lo segundo que debemos hacer al meditar en la pasión y cruz del Redentor
es pedirle confiadamente perdón de todas nuestras faltas, convencidos de que
fue por obtenernos el perdón que sufrió tan atroces tormentos. Al recordarlos
deberíamos sentir un verdadero odio y asco hacia nuestras maldades, y un gran
amor hacia quien tanto ha sufrido por salvarnos.
Lo tercero debe ser esforzarnos con toda la voluntad en alejar del
corazón y sofocar en nuestra vida las indebidas inclinaciones que nos llevan al
pecado. Lo cuarto que nos propongamos imitar las admirables virtudes de Jesús,
el cual según dice san Pedro "sufrió por nosotros, dejándonos ejemplo para
que sigamos sus huellas" (1P 2, 21).
UN MODO PRÁCTICO PARA HACER CON FRUTO ESTA
MEDITACIÓN
Recordemos un método que produce buenos frutos cuando se hace la
meditación acerca de este tema tan importante. Consiste en cuatro puntos:
1o Pensar en lo que hacía Jesucristo mirando hacia el Padre Dios mientras
sufría.
2o Meditar en lo que hacía el Padre Dios mientras su Hijo padecía en
la cruz.
3o Pensar en lo que sentía Jesús hacia nosotros mientras padecía su
Sagrada Pasión.
4° Meditar en lo que nosotros debemos hacer por el que tanto
sufrió por salvarnos.
1o. Jesús, mientras sufría en la cruz elevar su mente hacía su Padre,
hacia la Divinidad infinita de quien dijo el profeta Isaías:
"Todas las naciones son ante él como una gótica de agua, y
las islas más grandes parecen un granito de polvo, y toda la tierra es como
nada ante Él" (/s 40, 17) y le ofrecía a la santidad de Dios todos sus
padecimientos en el desagravio por las infidelidades, las injurias y los
desprecios de todas las creaturas humanas y le daba gracias por sus infinitos
favores y pedía que a los humanos concediera la gracia de lograr agradar al
Creador y obedecerle.
2° El Padre Dios desde el cielo miraba con gran satisfacción el
amor inmenso de su Hijo, que se ofrecía con tan enorme generosidad para pagar
ante la Justicia Divina los pecados de todos los descendientes de Adán. El
Libro de Génesis dice que Dios al contemplar desde el cielo la gran maldad de
la gente "se arrepintió de haber creado a los seres humanos" (Gn 6,
6). Pero después al ver en la cruz ofrecerse con tan infinito cariño para pagar
las maldades de toda la humanidad, el Padre Dios sintió verdadera alegría de
haber creado a la a creatura humana, porque en éste su Hijo Preferido
encontraba todas sus complacencias y abrió Dios de nuevo las Puertas del
Paraíso Eterno que estaban cerradas desde que Adán y Eva se revolucionaron contra su Creador, y en adelante por
parte de Dios ya no hay impedimento alguno para que sus hijos de la tierra
vayamos a su gozo del cielo. Basta que queramos ir y que cumplamos su santa
ley, pues por su parte, con el sacrificio de Cristo ha quedado totalmente
aplacada la Justicia Divina y amistado el Creador con sus creaturas tan débiles
y rebeldes.
3o Imaginemos qué sentía Jesús hacia nosotros mientras sufría su martirio
en la Sagrada Pasión. Nos veía tan débiles, tan mal inclinados, tan atrozmente
atacados por el mundo, el demonio y las pasiones de la carne, tan
espantosamente inclinados hacia el mal desde que nuestros primeros padres
perdieron la amistad de Dios en el Paraíso Terrenal. Veía los grandes peligros
de condenarnos que íbamos a tener siempre. Observaba claramente la espantosa fealdad de nuestros pecados y la gravedad de nuestras faltas. Sabía
perfectamente que "Dios perdona pero no deja sin sanción ninguna
falta" (Ex 34, 7) y que por tanto las consecuencias de cada pecado son
dolorosas y dañinas. Y comprendía también que sin la ayuda del poder divino
somos totalmente incapaces de convertirnos y de mantenernos en la amistad con
Dios. Por eso durante su Sagrada Pasión oraba por nosotros. Pedía perdón por
todas las culpas de los pecadores y borraba con su Santísima Sangre la sentencia
de condenación que deberíamos haber recibido por los pecados. San Pablo dice en
bellísima comparación que: "Jesús tomó la factura de nuestros pecados y de
nuestras deudas para con Dios, la lavó con su sangre y la colgó en la cruz como
algo ya cancelado" (Col 2, 14). Durante su Pasión estuvo orando por
nosotros los pecadores. ¡Bendito sea!
4o Pensemos ahora qué debemos hacer por el que tanto sufrió por salvarnos.
Amor con amor se paga. ¿Qué será lo que Jesucristo quiere que ofrezcamos en
respuesta a todo lo que sufrió por redimirnos? ¿Será que aceptamos con alegría
y con paciencia la cruz de sufrimientos que Dios permite que nos llegue cada
día y así le ayude a salvar pecadores, y disminuyamos las penas que nos esperan
para el purgatorio? ¿Será que luchemos un poco más por evitar esos pecados que
tanto desagradan a la Divinidad? ¿Será que nos sacrifiquemos más generosamente
por los demás, a imitación del Salvador que dio su vida por redimirnos? Consideremos
la cruz de Jesús como un libro abierto en el cual debemos leer y aprender todos
los días de nuestra vida. En la vida de san Francisco de Asís se cuenta que ya
moribundo decía: "Tráiganme mi libro". Le llevaron varios libros más,
pero él ya ciego los rechazaba. Al fin le acercaron su crucifijo, y entonces
llenándolo de besos en sus manos, en sus pies, en sus heridas del costado y en
su corona de espinas, repetía gozoso: "En este libro aprendí a amar a mi
Redentor". Y murió diciendo al Salvador que lo amaba con todo su corazón.
Miremos a Cristo clavado en la cruz y recordemos cuánto nos ha amado, y en
cambio digámosle muchas veces: "Te amo Jesús. Señor Tú sabes que te amo.
Oh buen Jesús: que te ame mucho más. Que todos te amemos siempre más y más".
Peligro. Puede suceder que nos ocupemos durante buenos ratos en meditar
en lo que Jesús sufrió en la cruz, y el modo como sufrió, pero que después
cuando nos lleguen penas, sufrimientos y contradicciones, nos dediquemos a
renegar y maldecir, como si no hubiéramos jamás pensado en la cruz del
Salvador. Entonces nos sucedería como a aquellos militares que ante sus jefes
juran y prometen defender la bandera de la patria, pero apenas aparece el enemigo
a atacarlos, salen huyendo y abandonan el campo de batalla. Qué triste sería
que después de haber contemplado en la cruz de Cristo, como en un espejo, el
modo como debemos sufrir, después cuando se nos presente la ocasión de padecer
algo, se nos olvide todo y en vez de imitar al Salvador nos dejemos dominar por
la impaciencia y el desánimo. A Jesús crucificado pidámosle que nos conceda la
gracia de saber sufrir con paciencia y valor como sufrió Él por la salvación
del mundo.