De
la hipocresía.
El
hipócrita tiene palabras de los santos, la vida de los santos no la tiene: a
los que engendró por la comunicación de la doctrina, no fomenta con ejemplos:
si con la palabra edifica, con la vida y las costumbres destruye.
A
los hipócritas llámase simuladores, que no buscan el ser justos, sino que
desean parecerlo. Estos hacen el mal y profesan el bien, pues mientras que por
ostentación aparecen buenos, por sus hechos son malos.
Los
simples pueden perpetrar todos los pecados, pero la simulación y la hipocresía
no la cometen más que los muy astutos y sagaces, que saben cubrir los vicios
con el manto de las virtudes y ofrecer la santidad no verdadera.
Los
Santos no sólo no apetecen gloria que no corresponde a su vida, sino que huyen
de parecer lo que han merecido ser: mas los hipócritas para ser venerados, tapando
lo vergonzoso de sus maldades, preséntanse a las mirada de los hombres
revestidos de cierta inocencia de santidad. A los tales dice bien la divina
palabra (Math. XXIII, 27, 28): ¡Ay de
vosotros escribas y fariseos hipócritas!, porque sois semejantes a los
sepulcros blanqueados, los cuales por afuera parecen hermosos a los hombres,
mas por dentro están llenos de huesos y de todo género de podredumbre. Así
también vosotros en el exterior os mostráis justos a los hombres; mas en el interior
estáis llenos de hipocresía y de iniquidad.
Doblemente
se condena a los hipócritas, por su oculta malicia y por su manifiesta
simulación. Por lo primero se los condena porque son inicuos; por lo segundo
porque ostentan lo que no son.
No
siempre están ocultos los hipócritas, pues aunque algunos no se descubran en un
principio, sin embargo descúbrense antes que se les acabe la vida que con simulación
vivieron. Porque todo lo sincero es permanente, mientras que lo simulado no puede
ser duradero.
No
ha de desesperarse la salvación de los que todavía tienen algún gusto terreno,
mientras que puedan también hacer ocultamente por qué ser justificados. Porque
éstos son mejores que los hipócritas, por cuanto si son malos manifiestamente,
también son buenos ocultamente; los hipócritas empero son malos ocultamente y
se presentan como buenos en público.
El
justo se ve contenido de reprender al hipócrita, para que castigado éste no se
haga peor, como advierte Salomón (Prov. IV, 8): «No quieras redargüir al mofador, para que no te aborrezca».
Del
odio.
Los
vicios, no los hombres, han de sor odiados.
Y
amargamente han de ser llorados con lágrimas los que se consumen por odiar al
hermano y observan dañosa doblez de ánimo en contra de los otros.
Pues
los que se disocian de la caridad, se alejan del reino de Dios.
Como
la madre Iglesia es malamente oprimida por los herejes y no obstante abraza con
benigna caridad a los que vienen a ella; así también cada uno de nosotros, imitando
a la madre, soportamos a cualesquiera enemigos y debemos abrazar prontamente a
los que retornan.
Pronto
ha de perdonarse a cualquiera cuando pide perdón.
No
es posible que se perdonen los pecados al que no perdona al que peca contra él.
Porque la norma del perdón nos la puso Dios en razón de nuestra disposición,
cuando nos manda orar de este modo: «Perdónanos
nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores». El
juicio de Dios es justo y manifiesta que tanto perdona al pecador, cuanto cada
uno perdona a quien le ofendió.
Algunos
confiando en sus merecimientos perezosamente dan el perdón a quienes le
ofenden; pero a quien no está preparado para perdonar de nada aprovecha estar
limpio de culpa. Porque esta es culpa tanto más grande cuanto más se tarda en
perdonar las faltas de los hermanos.
Quien
más tarda en reconciliar al hermano, más tarda en aplacar a Dios en favor suyo.
Quien es negligente en aplacarse pronto con su prójimo en vano busca que Dios
le sea propicio.