“El
tesoro de un cristiano no está sobre la tierra, está en el cielo; nuestro
pensamiento debe estar donde está nuestro tesoro. El hombre tiene una bella
función, la de rezar y amar. Reza, ama: he aquí la felicidad del hombre sobre
la tierra. La oración es un gusto adelantado del cielo y del paraíso. No nos
deja nunca sin dulzura. Las penas se deshacen ante la oración bien hecha, como
la nieve ante el sol”.