Tenemos un partido de innovadores que está inventando
la Iglesia.
Arthur Loth, La Vérité, 23 de septiembre de 1896
Escribió Gregorio XVI en su encíclica Singulari Nos: «Es muy
deplorable hasta qué punto vayan a parar los delirios de la razón humana cuando
uno está sediento de novedades y, contra el aviso del Apóstol, se esfuerza por
saber más de lo que conviene saber, imaginando, con excesiva confianza en sí
mismo, que se debe buscar la verdad fuera de la Iglesia católica, en la cual se
halla sin el más mínimo sedimento de error».
Un ejemplo lamentablemente actual de esta
pestífera serie de novedades, engaños y delirios pueden encontrarse expuestos
en el “pensamiento” de estos obispos y papas conciliares, a los que tan bien
por su parte describió y condenó en su momento el último papa santo Pío X, y de
los que damos aquí un extracto con citas del libro que “explica” lo que piensa Francisco.
“Finalmente, la jerarquía de verdades invita a distinguir entre el contenido innegociable y el modo de expresarlo. Porque, por el modo de expresarlo, algo que es secundario termina apareciendo como central. Claro, si uno quiere tener tranquilidad doctrinal, puede repetir expresiones que nadie entiende. Nunca hay que olvidar que “una cosa es la sustancia [...] y otra la manera de formular su expresión”. El Papa ha explicado que “a veces, escuchando un lenguaje completamente ortodoxo, lo que los fieles reciben, debido al lenguaje que ellos utilizan y comprenden, es algo que no responde al verdadero evangelio de Jesucristo. Con la santa intención de comunicarles la verdad sobre Dios y sobre el ser humano, en algunas ocasiones les damos un falso dios o un ideal humano que no es verdaderamente cristiano. De ese modo, somos fieles a una formulación, somos fieles a un lenguaje, pero no entregamos la sustancia. Ese es el riesgo más grave” (EG 41). El Papa retoma así lo que enseñaba Juan Pablo II: “La expresión de la verdad puede ser multiforme, y la renovación de las formas de expresión se hace necesaria para transmitir al hombre de hoy el mensaje evangélico en su inmutable significado” (Ut Unum Sint 19).”
¿Podríamos
profundizar qué significa poner las cosas en su contexto si hablamos de
cuestiones morales?
Como dijo el Papa, las cuestiones
morales que planteemos tienen que estar dentro de un contexto para que sean
bien entendidas. Esto implica un contexto cercano y un contexto amplio. Veamos.
El contexto amplio es el kerygma, es la
invitación a encontrarse con un Dios que ama y que salva, y que por eso nos
propone una vida mejor. Esto, ha dicho el Papa, es hacer “arder los corazones”,
y es lo primero. Cuando la Iglesia habla excesivamente de cuestiones filosóficas
o de ley natural, supuestamente, lo hace para poder dialogar sobre temas
morales con el mundo incrédulo. Pero, al hacerlo, no convencemos a nadie con
los argumentos filosóficos y nos perdemos la oportunidad de anunciar a
Jesucristo, de hacer “arder los corazones”. En cambio, si uno hace arder los
corazones o, al menos, logra mostrar el atractivo del evangelio, entonces sí
las personas se disponen a conversar sobre una respuesta moral.
Pero hay también un contexto cercano,
que es siempre un planteo positivo relacionado con lo que se está planteando o
proponiendo. Por ejemplo, no sirve de
mucho hablar en contra del matrimonio homosexual, porque la gente tiende a
vernos como seres resentidos, crueles, poco comprensivos e incluso exagerados.
Otra cosa es cuando nos referimos a la
belleza del matrimonio y a la armonía en la diferencia que resulta de la
alianza entren un varón y una mujer, y, en ese contexto positivo, brota casi
sin necesidad de decirlo lo inadecuado de utilizar la misma denominación y llamar
“matrimonio” a la unión de dos homosexuales.”
Un
debate muy vivo se encendió a partir de la conversación que tuvo el Papa en
octubre de 2013, en La Reppublica, con Eugenio Scalfari. Sobre todo, muchos han
discutido su intercambio de frases significativas: “Usted, Santidad —dice
Scalfari al Papa-, ya lo escribió en la carta que me envió: ‘La conciencia es
autónoma y cada uno debe obedecer a la propia conciencia ’. Pienso que es una
de las frases más valientes pronuncias por un Papa”. El Papa Francisco le
respondió: “Ahora lo repito. Cada uno tiene su idea del bien y del mal, y debe
elegir seguir el bien y combatir el mal como él mismo lo concibe. Eso bastaría
para mejorar el mundo”. También John Henry Newman hablaba del “primado de la
conciencia”, entendiendo la conciencia como el “representante de Dios en
nuestra intimidad”. ¿Es así para Francisco?
Es así, por supuesto. Pero esto requiere
una gran honestidad, que en el mundo de hoy es difícil de encontrar. Si usted
me dice que está profundamente convencido de algo y que, después de un largo,
profundo y sincero discernimiento, realmente piensa que no puede ir en contra
de esa conciencia cultivada, entonces debe seguir su conciencia. De lo
contrario, si usted toma todo a la ligera, si tiende a decidir según lo que le
conviene, si no escucha a los demás porque es deliberadamente terco, si no ha
formado con honestidad su conciencia, entonces no le recomiendo que siga esa
conciencia con tanta ligereza, porque puede provocar mucho sufrimiento a los
demás. Una cosa es seguir la propia conciencia y otra cosa es seguir los
propios impulsos. Hoy es muy común que se confundan las dos cosas.
En
Evangelii Gaudium, el Papa ha reafirmado el principio de la libertad religiosa,
que incluye “elegir la religión que se estima verdadera”
(255). Eso implica obediencia a la
propia conciencia, aunque esta indique seguir una religión que no sea la
cristiana. Pero si usted se fija bien, verá que el Papa Francisco dice esto
utilizando una cita de Benedicto XVI que, quizá, no se tuvo en cuenta en su
momento.”
El
Papa Francisco pide a los obispos que no solo estén delante del pueblo, sino
que también sepan estar en medio del rebaño o detrás de él. ¿Qué quiere decir
exactamente con esto?
Estar
detrás del pueblo es dejarse guiar por el rebaño, “porque el rebaño mismo tiene
su olfato para encontrar nuevos caminos”
(EG 31). Esto es propio de esa confianza en el pueblo que mencionamos antes. El
pueblo es una variada trama de relaciones, de experiencias, de historias, y
entonces allí hay una inmensa riqueza que el obispo debe ser capaz de
reconocer, recoger y alentar.”
Una
de las acciones más solicitadas por el Papa, en esta hermosa exhortación, es la
necesidad de “salir”. La salida de las
propias convicciones, comodidades, privilegios, ideas, para llevar el
evangelio de Cristo a todo el mundo sin prejuicios ni exclusiones. Nos propone salir, cambiar, replantear hasta el modo de
vivir la fe. El Papa indica concretamente algunas reformas y algunos cambios importantes, instando a todos
“a aplicar con generosidad y valentía las orientaciones de este documento, sin
prohibiciones ni miedos”. Ya no es el momento de la tibieza. Francisco quiere
que todos, comenzando por los simples creyentes, abandonemos el criterio cómodo del “siempre se ha hecho así”.
“Invito a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los
objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias
comunidades”, dice.
Permanezcamos todavía
en la elección de su nombre. Recientemente se ha dicho que, si a Bergoglio lo
hubieran elegido Papa en el 2005, se habría puesto el nombre de Juan XXIV.
Dicen que eso le confió Bergoglio al cardenal Francesco Marchisano, de raíces
piamontesas como él, cuando se eligió a Ratzinger. En aquel momento, Marchisano
era arcipreste de la Basílica de San Pedro. Más allá de la veracidad de esta
historia, ¿se puede decir que Angel Roncali inspira su Pontificado? En
particular, en su opinión ¿qué piensa él del Vaticano II? Después de años de
intentar interpretar el Concilio en sentido conservador o progresista (las
grandes “batallas” de la hermenéutica), él piensa que es hora de “aplicar” el
Concilio. ¿Es cierto?
Francisco
es diferente de todos los Papas que lo precedieron.
Es
verdad que puede tener características de uno o de otro, pero siempre en el camino abierto por el
Concilio. Sin dudas, él prefiere
mantenerse fuera de las discusiones teóricas sobre el Concilio, porque
simplemente le interesa continuar el espíritu de renovación y de reforma que
viene de él. En este sentido, se queda al margen de toda obsesión
ideológica, pero aplica el Concilio sin
pausas ni vueltas atrás, con la intención de llevar a la Iglesia fuera de sí
misma para que llegue a todos. Esto vale también para muchos caminos de
reforma que fueron abiertos por el Concilio, pero que se quedaron a mitad de
camino. Por ejemplo, la importancia que el Concilio da a la colegialidad.
En las últimas décadas,
sobre todo a partir del Concilio Vaticano II, hemos visto muchos acercamientos
de la Iglesia a los no católicos. El Papa Francisco, en poco tiempo, ha
protagonizado muchos gestos. Pero, desde el punto de vista del pensamiento y la
reflexión, ¿qué nos está aportando el nuevo Papa?
El Papa ha retomado un
documento de 1996, que había sido muy criticado, titulado El cristianismo y las
religiones. Allí no solamente se afirma que los no cristianos pueden vivir en
gracia de Dios, sino que, además, reconoce un valor a los signos, los ritos y
los escritos de las otras religiones. Por eso, dice
el Papa Francisco que “los cristianos
también podemos aprovechar esa riqueza consolidada a lo largo de los siglos,
que puede ayudamos a vivir mejor nuestras propias convicciones” (EG 254).
No obstante, es imposible acusarlo de
querer debilitar la identidad católica, porque él afirma que “un sincretismo
conciliador sería en el fondo un totalitarismo de quienes pretenden conciliar
prescindiendo de valores que los trascienden y de los cuales no son dueños”
(EG 251). De hecho, nos convoca a estar firmes en las propias convicciones, ya
que son un bien que podemos aportar a los demás. Si dejamos de ser nosotros
mismos, renunciamos al bien que Dios nos ha regalado para ofrecerlo. Lo expresa
con palabras muy firmes: “No nos sirve una apertura diplomática, que dice que sí
a todo”.
En
las relaciones con el judaísmo, conocemos los gestos del Cardenal Bergoglio en
Buenos Aires: dialogaba frecuentemente con algunos rabinos, hasta el punto que
uno de ellos lo llama “mi rabbí Bergoglio”. Compartió un programa de televisión
con el rabino Skorka y propuso que la Universidad Católica le otorgara un
doctorado “honoris causa” ¿Qué significado tienen para usted estos gestos?
Lo que quiero destacar es que no fueron
gestos diplomáticos, para ser bien visto, porque esos gestos le causaron
dolores de cabeza con algunos sectores nacionalistas antijudíos. Él dedicaba
muchas horas de calidad a estos diálogos, con frecuencia, en horarios y en
lugares donde nadie lo veía. Lo hacía de corazón, lloraba y reía con ellos.
Pero me detengo en el doctorado honoris causa que quiso darle al rabino Skorka,
porque yo, siendo rector de la Universidad Católica, fui parte de ese hecho. Se trataba de un gesto que superaba lo
puramente cordial o diplomático, ya que implicaba reconocer que en un maestro
judío hay sabiduría, hay una riqueza de conocimiento y doctrina con la cual
también nosotros los católicos nos beneficiamos. Por eso, ese acto colmó la
paciencia de los sectores ultraconservadores que se ensañaron especialmente con
Bergoglio (y conmigo) por semejante ocurrencia.”
Además
de esos gestos, y otros que ha realizado siendo ya Papa, ¿en Evangelii Gaudium
encontramos algún aporte reflexivo novedoso sobre el judaísmo?
Hay varias cosas que llaman mucho la
atención. Una es que no solo lamenta las persecuciones de las que fueron objeto
los judíos, sino, también aquellas de las que “son” objeto ahora e “involucran”
a cristianos no solamente con la iniciativa-menos frecuente-, sino además, “con
el silencio” -más frecuente-. Es muy
interesante que diga que “el diálogo y la amistad con los hijos de Israel son
parte de la vida de los discípulos de Jesús” (EG 248). No es una actividad, no
es una tarea conveniente, esa amistad ¡es parte de nuestra vida!
Pero lo que contiene más densidad
teológica es una afirmación
verdaderamente novedosa en el Magisterio, que invita a dar un paso más en
la reflexión y en la acción de la Iglesia. Dice
que “Dios sigue obrando en el pueblo de la antigua Alianza y provoca tesoros de
sabiduría que brotan de su encuentro con la Palabra divina. Por eso, la Iglesia
también se enriquece cuando recoge los valores del judaísmo” (EG 249). Esto
es muy fuerte. Muchos aceptan fácilmente
que los cristianos recibamos la riqueza del Antiguo Testamento, e incluso los
aportes del judaísmo anterior a Jesucristo, sin embargo, aquí se habla de los
valores actuales, porque se vinculan con lo que Dios “sigue obrando” ahora en
ellos. No se dice que debemos convertirlos, que la religión judía tiene que
desaparecer, sino que esa religión guarda un valor por la acción sobrenatural
de Dios ahora. Lo mismo que expresó Bergoglio al otorgar un doctorado
honoris causa a un rabino está expresado ahora con palabras magisteriales, al
referirse a los “tesoros de sabiduría” que hoy brotan del encuentro de los
judíos con la Palabra divina. Espero que
este avance, plasmado en un párrafo breve, sea adecuadamente valorado por los
teólogos que estudian las relaciones de los cristianos con el judaísmo y por
aquellos que en la Santa Sede se dedican a estas relaciones.
Por
otra parte, él retoma una insistencia del Cardenal Kasper, quien sostenía que
no deben incluirse los judíos en los proyectos misioneros que procuren la
“conversión” de los demás, puesto que el sentido bíblico de la conversión no se
aplica propiamente a ellos. El Papa asume esa línea
de reflexión al decir que los cristianos no incluimos a los judíos “entre
aquellos llamados a dejar los ídolos para convertirse al verdadero Dios (cf.
ITes 1, 9). Creemos junto con ellos en
el único Dios que actúa en la historia, y acogemos con ellos la común Palabra
revelada” (EG 247).
En
lo que se refiere específicamente al diálogo ecuménico, que afecta a nuestra
relación con las demás confesiones cristianas, ¿el Papa se ha atrevido a
proponer algún avance?
Hay un solo párrafo importante dedicado
exclusivamente al ecumenismo propiamente dicho, que tiene el valor de resumir
en pocas palabras las cosas más bellas que había enseñado Juan Pablo II en Ut
unum sint. Por ejemplo, que son muchas las cosas que nos unen y que podemos
aprender unos de otros.
Pero lo más interesante de este párrafo
es algo que afecta particularmente a la misión ad gentes, porque se advierte
que el Papa está profundamente preocupado por el escándalo de la división en
los países de misión. Es muy contundente al afirmar que “la inmensa multitud
que no ha acogido el anuncio de Jesucristo no puede dejarnos indiferentes” y
que “el empeño por una unidad que facilite la acogida de Jesucristo deja de ser
mera diplomacia o cumplimiento forzado, para convertirse en un camino
ineludible de la evangelización” (EG 246). Por eso, está invitando a los misioneros a no preocuparse tanto por la
identidad católica o a no obsesionarse por la pureza absoluta del catolicismo
en una competencia con las demás confesiones cristianas. Nos propone apuntar a
lo más importante, que es el encuentro de los no cristianos con Jesucristo,
dejando en un segundo lugar las cosas que nos separan de los no católicos, de
manera que podamos evangelizar juntos, ¡sí, juntos! Lo dice con toda
claridad: “Si nos concentramos en las convicciones que nos unen y recordamos el
principio de la jerarquía de verdades, podremos caminar decididamente hacia
expresiones comunes de anuncio, de servicio y de testimonio” (EG 246). Este es
un inmenso aporte al ecumenismo y a la misión.
Con
respecto a la libertad religiosa -otro tema típico del Vaticano II-, ¿ha
propuesto algo novedoso?
Sí. Además del reclamo de libertad
religiosa dirigido a los países islámicos, también es capaz de desnudar con
valentía el otro aspecto, esos laicismos extremos que pretenden privatizar las
religiones, relegándolas “al silencio y la oscuridad de la conciencia de cada
uno, o a la marginalidad del recinto cerrado de los templos, sinagogas o
mezquitas”. El Papa considera que eso no es “un sano pluralismo”, sino “una
nueva forma de discriminación y de autoritarismo” que “fomentaría más el
resentimiento que la tolerancia y la paz” (EG 255). Fiel a su fuerte sentido
social, sostiene que “ya no se puede decir que la religión debe recluirse en el
ámbito privado y que está solo para preparar las almas para el cielo. Sabemos
que Dios quiere la felicidad de sus hijos también en esta tierra” (EG 182). Por
consiguiente, “nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad
secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social y nacional,
sin preocupamos por la salud de las instituciones de la sociedad civil, sin
opinar sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos” (EG 183).
Frente
a esta tendencia dualista de algunos países occidentales, y a sus prejuicios
contra el aporte de las religiones en el debate público, el Papa acude también
a una reflexión propia de la teología norteamericana.
Es la postura que reclama un lugar, en los ámbitos públicos y académicos, para
los textos religiosos clásicos, que “son despreciados por la cortedad de vista
de los racionalismos. ¿Es razonable y culto relegarlos?”
“No hay que engañarse. Lamentablemente,
algunos ámbitos supuestamente intelectuales, sobre todo, los más conservadores,
se quedan en detalles que puedan ridiculizar al Papa: “¿Por qué usó esta
palabra? ¿Por qué no dijo aquello? ¿Por qué no explicó tal cosa? ¿Por qué no es
más preciso?”. Creo que el árbol no les permite ver el bosque. El Papa Francisco no habla ni actúa
precipitadamente o irreflexivamente. Sus gestos, sus acciones y sus frases
tienen objetivos a largo plazo, bien pensados y cuidadosamente elaborados. Por
eso, mientras los demás se quedan discutiendo en la superficie, con el riesgo
de desgastarse inútilmente, él avanza a paso firme liberado de todo cuidado de
la apariencia y con una paciencia inquebrantable. No olvidemos que el valor de
algo se reconoce también por los efectos que produce.”
¿Querido
padre Víctor, en conclusión, cuál es el gesto o la palabra del cardenal
Bergoglio de Buenos Aires que ha permanecido indeleble en la memoria?
Un gesto: en una reunión con comunidades
evangélicas, se arrodilló para pedir que oraran por él. Unas palabras: las que
ya he mencionado, esas que me dijo en un momento muy difícil: “Levantá la
cabeza y no dejes que te quiten la dignidad”.