El 11 de octubre de 1962, en el mensaje inaugural
del Concilio Vaticano II, el Papa Roncalli dijo: “En nuestro tiempo, sin
embargo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina
de la misericordia más que la de la severidad. Ella quiere venir al encuentro de
las necesidades actuales, mostrando la validez de su doctrina más bien que
renovando condenas”.
En el capítulo IV de su Iota unum, Romano Amerio cuestionó categóricamente esta
“medicina de la misericordia”:
“Esta proclamación del principio
de la misericordia como contrapuesto al de la severidad no tiene en cuenta que
en la mente de la Iglesia incluso la condena del error es una obra de
misericordia, pues atacando al error se corrige a quien yerra y se
preserva a otros del error. Además, hacia el error no puede
haber propiamente misericordia o severidad, al ser éstas virtudes morales cuyo
objeto es el prójimo, mientras que el intelecto repudia el error con un acto
lógico que se opone a un juicio falso. Siendo la misericordia, según la Suma
Teológica II.II q 30, a.1., un pesar por la miseria de los demás acompañado del
deseo de socorrerles, el método de la misericordia no
se puede usar hacia el error (ente lógico en el cual no puede haber
miseria) y, sino sólo hacia el que yerra (a quien se ayuda
proponiéndole la verdad rebatiendo el error)”.
Más de medio siglo después y a pesar del rotundo fracaso de la medicina
recomendada por Juan XXIII-buena parte de la Iglesia no puede soportar “la sana
doctrina”-en su bula de convocación al Jubileo Extraordinario de la
Misericordia, Francisco insiste en recorrer la senda equivocada:
“Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano
reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y
espirituales. Será un modo para despertar nuestra
conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar
todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados
de la misericordia divina. La predicación de Jesús nos
presenta estas obras de misericordia para que podamos darnos cuenta si vivimos
o no como discípulos suyos. Redescubramos las obras de misericordia corporales… Y no olvidemos las obras de misericordia espirituales: dar
consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe,corregir al que yerra, consolar al triste,
perdonar las ofensas, soportar con paciencia las personas molestas, rogar a
Dios por los vivos y por los difuntos.
“No podemos escapar a las palabras del Señor y en
base a ellas seremos juzgados: …si fuimos capaces de vencer la
ignorancia en la que viven millones de personas, sobre todo los niños privados
de la ayuda necesaria para ser rescatados de la pobreza…”
Intentando establecer una secuencia lógica respecto
de la obra de misericordia espiritual que es corregir al que
yerra, Francisco no dice cómo y parece que para él no se trata del error, sino de la ignorancia en
que viven “millones de personas” en estado de “pobreza” material. Tal reduccionismo convierte a la Esposa de Cristo en una suerte de Cáritas,
más preocupada en socorrer con vacunas y proteínas, que no en remediar la
auténtica pobreza: la espiritual, que sólo se satisface con la
Verdad. Y predicar y defender la Verdad, supone juzgar, reprobar, condenar al
error por pura y verdadera misericordia hacia las almas, no permaneciendo
callado e inconmovible frente al cisma y a la herejía, refugiado en la cómoda
indefinición de ¿Quién soy para juzgar?