El
Liberalismo es pecado, ya se le considere en el orden de las doctrinas, ya en
el orden de los hechos.
En
el orden de las doctrinas es pecado grave contra la fe, porque el conjunto de
las doctrinas suyas es herejía, aunque no lo sea tal vez en alguna que otra de
sus afirmaciones o negaciones aisladas.
En
el orden de los hechos es pecado contra los diversos Mandamientos de la ley de
Dios y de su Iglesia, porque de todos es infracción.
Más
claro. En el orden de las doctrinas el Liberalismo es la herejía universal y
radical, porque las comprende todas: en el orden de los hechos es la infracción
radical y universal, porque todas las autoriza y sanciona.
Procedamos
por parte en la demostración. En el orden de las doctrinas el liberalismo es
herejía. Herejía es toda doctrina que niega con negación formal y pertinaz un
dogma de la fe cristiana. El liberalismo doctrina los niega primero todos en
general y después cada uno en particular.
Los
niega todos en general, cuando afirma o supone la independencia absoluta de la
razón individual en el individuo, y de la razón social, o criterio público, en
la sociedad. Decimos afirma o supone, porque a veces en las consecuencias
secundarias no se afirma el principio liberal, pero se le da por supuesto y
admitido. Niega la jurisdicción absoluta de Cristo Dios sobre los individuos y
las sociedades, y en consecuencia la jurisdicción delegada que sobre todos y
cada uno de los fieles, de cualquier condición y dignidad que sea, recibió de
Dios la Cabeza visible de la Iglesia. Niega la necesidad de la divina
revelación, y la obligación que tiene el hombre de admitirla, si quiere
alcanzar su último fin. Niega el motivo formal de la fe, esto es, la autoridad
de Dios que revela, admitiendo de la doctrina revelada sólo aquellas verdades
que alcanza su corto entendimiento. Niega el magisterio infalible de la Iglesia y del Papa, y en consecuencia todas
las doctrinas por ellos definidas y enseñadas.
Y
después de esta negación general y en global, niega cada uno de los dogmas,
parcialmente o en concreto, a medida que, según las circunstancias, los
encuentra opuestos a su criterio racionalista. Así niega la fe del Bautismo
cuando admite o supone la igualdad de todos los cultos; niega la santidad del
matrimonio cuando sienta la doctrina del llamado matrimonio civil; niega la
infalibilidad del Pontífice Romano cuando rehúsa admitir como ley sus oficiales
mandatos y enseñanzas, sujetándolos a su pase o exequatur, no como en su
principio para asegurarse de la autenticidad, sino para juzgar del contenido.
En el orden de los hechos es radical inmoralidad. Lo es porque destruye el
principio o regla eterna de Dios imponiéndose a la humana; canoniza el absurdo
principio de la moral independiente, que es en el fondo la moral sin ley, o lo
que es lo mismo, la moral libre, o sea una moral que no es moral, pues la idea
de moral además de su condición directiva, encierra esencialmente la idea de
enfrentamiento o limitación. Además, el Liberalismo es toda inmoralidad, porque
en su proceso histórico ha cometido y sancionado como lícita la infracción de
todos los mandamientos, desde el que manda el culto de un solo Dios, que es el
primero del Decálogo, hasta el que prescribe el pago de los derechos temporales
a la Iglesia, que es el último de los cinco de ella. Por donde cabe decir que
el Liberalismo, en el orden de las ideas, es el error absoluto, y en el orden
de los hechos, es el absoluto desorden. Y por ambos conceptos es pecado, ex
genere suo, gravísimo; es pecado mortal.
R. P. Félix Sardá y Salvany – “El
liberalismo es pecado”