“Sin embargo, aun entre los jefes,
muchos creyeron en El, pero a causa de los fariseos, no (lo) confesaban, de miedo de ser excluidos de las sinagogas;
porque amaron más la gloria de los
hombres que la gloria de Dios”.
Jn. 12, 42-43.
Este texto tomado de San Juan nos
parece explica suficientemente bien lo que está pasando hoy con la jerarquía de
la Nueva Fraternidad San Pío X. Creen, pero lo confiesan ambiguamente (véase la
Declaración doctrinal diplomática de Mons. Fellay de abril 2012, entre otras
cosas), sin claridad ni firmeza, por miedo “a ser excluidos de la Sinagoga”, es
decir, a ser “anatematizados” y llamados “sedevacantistas” o “cismáticos” y no
alcanzar la “regularización” por parte de la actual Sinagoga –puesto que esta
jerarquía de hoy cumple la función de aquellas autoridades oficiales corruptas
y corruptoras, falsificando la verdadera Religión y por lo tanto negando al
verdadero Cristo-. El mismo San Juan vierte allí la razón de esta no-confesión:
“amaron más la gloria de los hombres que la gloria de Dios”.
De modo tal que, para volver plenamente
reintegrados a esa suerte de Sinagoga farisaica en que los modernistas han
convertido la Iglesia oficial, las autoridades de la FSSPX en el punto 11 de su
reciente Declaración por el 25 aniversario de las consagraciones episcopales,
dejan abierta la posibilidad de retornar a ella sin que la jerarquía oficial
confiese claramente a Cristo en su integridad, renunciando a sus errores. Con
lo cual borran con el codo lo escrito por su mano en los puntos anteriores
donde se critica la nocividad del Vaticano II. La verdad le pide un lugarcito
en su parcela al error, la verdad respeta al error porque éste tiene “autoridad”,
la verdad quiere ser respetada por quien es su enemigo: el error.
Lo que viene a dejar planteado esto es
que entre la autoridad y la doctrina, simulando un sibilino
equilibrio imposible de sostener, se ha preferido, porque no se aguanta más ser
excluidos de la gran sinagoga (“No
podemos acostumbrarnos a considerar que el estado en el que nos encontramos es
normal, aun cuando éste nos permita hacer lo que deseamos. Esto no es cierto;
simplemente, no es verdad. Lo normal es que busquemos, una vez obtenidas las
condiciones necesarias, recuperar el título que es nuestro, el título al cual
tenemos derecho, el título de Católicos”, Mons. Fellay, Sermón del 29 de
junio de 2012. “El deseo es el de una
prelatura, aun cuando yo no tengo mayor preferencia. Yo no puedo pronunciarme
al respecto, ya que todo depende de Roma”, Mons. Fellay, Entrevista
concedida en Menzingen el 31 de julio de 2012, Agencia italiana Apcom. Véase la
reciente entrevista a Mons. de Galarreta en la revista oficial de la FSSPX de
Polonia), se ha preferido mantener contactos con la autoridad modernista,
prefiriendo la disminución de la confesión pública de la doctrina verdadera,
pues si se la confiesa pública y claramente entonces “serán excluidos de las
sinagogas”, cosa que no muchos están dispuestos a aceptar porque aman más “la
gloria de los hombres que la gloria de Dios”.
¿Cuál ha sido el
instrumento que ha servido de excusa para esta innoble preferencia de una
autoridad falsificada antes que de una verdadera doctrina (aun no del todo
concretada en los hechos)? La organización. Esto es, la Fraternidad Sacerdotal
San Pío X, la cual hay que conservar
a toda costa, con todo lo que tiene y lo que ofrece a sus fieles. Porque “es
preferible que un solo hombre muera por todo el pueblo, antes que todo el
pueblo perezca”, al decir de Caifás (Jn. 11, 50). O, como lo dijo un sitio
acuerdista vinculado a la Fraternidad cuando todos le cayeron encima a Mons.
Williamson a principios del 2009:
“Es
hora de dejar de jugar a las declaraciones, y de quitarse de la cabeza las
fantasías del martirio. Una cabeza sensata y católica ha de poner toda su
energía en la preservación de las misas, los sacramentos, las escuelas, todas
las instituciones católicas que se han erigido con el sacrificio de varias
generaciones y que nosotros no tenemos el derecho de dilapidar por veleidades
personales” (“Recuperar el foco de la cuestión”, Panorama Católico
Internacional, 03/06/2009. De la preservación de la doctrina no dice nada).
Así es como se expulsó los elementos
indeseables, las “manzanas podridas” que podían impedir ese acercamiento hacia
las autoridades de la iglesia conciliar. Había que conservar la Fraternidad
funcionando, aun a costa de cambiar su propia naturaleza. La Fraternidad
convertida en un fin en sí mismo.
Ahora bien, plantea Mons. Williamson en
su Comentario Eleison 311: “Tal vez Dios desea que nosotros persigamos más la
doctrina que la organización”. ¿Esto por qué? Porque debido a que el hombre
moderno -según explica- “ha desaprendido voluntariamente, en nombre de la
libertad, cómo hacer ambos”, esto es, mandar y obedecer, lo cual llevó a que la
FSSPX esté siendo destruida por “los comandos arbitrarios y la obediencia excesiva”, entonces la
Resistencia tendría probabilidades de correr la misma suerte, con lo cual se
caería por la obediencia ciega en el liberalismo, o por la rebeldía en la
anarquía.
Ciertamente, cabe considerar esas
posibilidades cada vez más dominantes en los hombres modernos o influenciados
por el mundo moderno, de hecho lo que Mons. Williamson con toda prudencia
plantea es que, por evitar el liberalismo temeroso de la nueva “línea-media” en
que se ha convertido la Fraternidad, se caiga en el exceso de la protesta y la
rebeldía permanentes que llevan a la anarquía y el espíritu de secta, como en
grupos del estilo Radio Cristiandad u otros sedevacantistas “purísimos” del
mismo tenor que parecen formar su propia “iglesia” con su propio “papa”, etc. y
se tornan autosuficientes.
Pero hay un peligro en la postura de
Mons. Williamson, y es la de caer –por otra vía- en lo que ha caído la Nueva Fraternidad:
en el conservadorismo. Porque así como los Fellaystas se han vuelto conservadores de la organización (y de los sacramentos, de
las capillas, las escuelas, etc.) en detrimento de la doctrina, que pasó a segundo plano pues no rechazan ser aceptados por
-y convivir con- el error; del mismo modo podrían los resistentes volverse conservadores de la doctrina, en desmedro de la organización. Pero dada la debilidad de
la naturaleza humana, le resulta muy difícil a los hombres del mundo moderno
guardar la pretendida fidelidad sin caer en el desorden de la anarquía. Para
ello Dios le ha dado la autoridad, y la autoridad requiere un mínimo soporte o
estructura para funcionar unificando las voluntades en función de la doctrina. Dice
Mons. Lefebvre: “Los individuos tienen
un objetivo personal que obtener; fin que les es propio y que aporta una
contribución al bien común. Es función especial de la autoridad el perseguir
este bien común y el agrupar las voluntades, que sin esta coordinación estarían
dispersas”.
Por otra parte, el “conservadorismo”
tiende a replegarse sobre sí mismo, lo cual está bien en cuanto sirva para
conservar la doctrina, pero por sí solo tiende a crear un anquilosamiento de la
religión, un endurecimiento y tal vez un falseamiento que atenta contra sí
mismo. No debe olvidarse que a su modo los fariseos eran muy conservadores (de la
organización y de la doctrina viciada por sus propios preceptos humanos).
También los jansenistas o los puritanos lo eran, cayendo luego
contradictoriamente en vicios y pecados opuestos, porque se habían centrado en
sí mismos.
El catolicismo no es conservador (aunque debe conservar fielmente el depósito de la fe)
sino conquistador (aunque hoy no se
pueda restaurar nada ni salir al mundo como los Apóstoles y sólo se pueda
conquistar mediante la “derrota”, es decir, el testimonio de la verdad y el martirio).
Si se trata de conservar la fe, la doctrina, no se trata en cambio de retenerla
o guardarla escondida porque esa mentalidad lleva al sectarismo y éste, al
anarquismo. Si se trata de conservar la organización, la misma debe servir a la
doctrina y si ya no sirve a la doctrina debe ser cambiada. Porque la doctrina
es divina, y la organización es humana.
Dos peligros, entonces, asechan al
cristiano de estos tiempos: caer en la pura “exterioridad”, que es lo que está
empezando a ocurrir ahora en la Nueva Fraternidad; o caer en la pura
“interioridad”, propia de los separados sectarios que se bastan a sí mismos.
Por obvias razones, la Resistencia está por el momento inmune del primer
peligro (por eso está fuera de la estructura oficial de la Nueva Fraternidad);
pero corre peligro cierto de resbalar al segundo peligro, y ese segundo peligro
(“la jurisdicción supletoria tiene una debilidad porque, no siendo oficial,
está mucho más expuesta a la disputa”, dice Mons. Williamson) nos parece es lo
que podría hacer tambalear una autoridad sostenida en una mayor “organización”,
tal es el planteo puesto ante los lectores de sus “Comentarios Eleison” por
Mons. Williamson. Por supuesto que ser cristiano conlleva un riesgo permanente,
pero antes de lanzarse a una iniciativa se debe saber “con qué bueyes se ara”.
Sobre la autoridad mutilada, se plantea
un problema que no es fácil de resolver. De hecho lo que Mons. Williamson
plantea es un problema y, por ahora, no una solución. Pero, ¿está tan clara la
solución? Desde luego que sí para los que todo es fácil, blanco o negro, para
los sedevacantistas recalcitrantes. Estos son quienes nos hacen acordar a aquel
del que hablaba Chesterton en su “Ortodoxia”: “Las explicaciones que un loco da
sobre algo son completas y con frecuencia, en un sentido estrictamente
racional, hasta son satisfactorias. O, para hablar con más precisión, la
explicación del insano si bien no es concluyente, es por lo menos irrefutable
(…) La teoría del lunático, explica un vasto número de cosas, pero no explica
esas cosas en forma vasta”. Y es que sucede que estamos ante un misterio de
iniquidad, entonces querer tener –y de inmediato- todas las respuestas es
imposible, excepto que la razón afirme que la Iglesia ya no tiene Papa entonces
“la Iglesia no existe y que cada uno se arregle como pueda”. Es esta una época
de confusión y desequilibrios, y nadie puede decir que conoce todas las
respuestas. Por eso Monseñor Lefebvre escribió un libro titulado “Carta abierta
a los católicos perplejos”. Donde dice: “Antes el camino estaba perfectamente
trazado; se lo seguía o no se lo seguía”, pero desde el Vaticano II ya no es
así. El mismo Mons. Lefebvre, que explicó las razones de esa perplejidad por
los errores del Vaticano II y la secta modernista, de hecho llegó a plantear
muchas dudas, por ejemplo acerca de si el Papa era o no Papa, pero nunca lo
negó ni adoptó una postura que trajera más problemas que soluciones. Quizás el
futuro próximo nos traiga la respuesta. Pero Monseñor reconocía que se le
planteaba al católico de estos tiempos una situación nada fácil de dilucidar.
Pero he aquí los que siempre tienen las respuestas (son como aquella mujer “que
pare mucho y ve poco” del Génesis) y lo simplifican todo. En este caso se resuelve
por lo más práctico, para eliminar toda perplejidad: el Papa no es Papa, la
Iglesia no tiene más Papa y se acabó. La Iglesia somos nosotros y quienes nos
siguen. Punto. Desde luego que no se dice en tan claros términos, pero este
razonamiento es el que conduce todas sus opiniones.
Deseamos tener la firmeza doctrinal
pero también la cautela de Mons. Lefebvre, no la virulencia infantil
protestante. Nosotros podemos tener las mismas dudas acerca de quién es el
Papa, podemos dudar y nos deja perplejos la insólita situación de “dos Papas”.
Sabemos que están ocurriendo cosas extremadamente graves que nos
superan. Por lo tanto planteamos estos temas con prudencia, sin pretender tener
en tales cuestiones una respuesta definitiva. Vemos que una forma de este
razonar extremo se manifiesta así: “los apóstatas
romanos no son la Iglesia”. Es cierto que en la práctica son apóstatas, gran parte de
ellos, no sabemos si todos, pero sí las máximas autoridades. Son “anticristos”,
dijo Mons. Lefebvre. Y también dijo: “Ellos no están ya dentro de la Iglesia Católica”. Es cierto entonces
que no son la Iglesia Católica. Pero son la Iglesia oficial o iglesia conciliar.
Es una mala jerarquía, pero es una jerarquía. De lo contrario deberemos afirmar
que la sede está vacante, lo cual no puede asegurarlo nadie. La Iglesia es
divina y humana. Su parte humana es a su vez doble: hay una buena y una mala: el
trigo y la cizaña. Mons. Lefebvre dijo que eran anticristos, pero no dijo que
no había más Papa o que no había más cardenales y obispos. Si estos no están
allí, ¿dónde están? Y si no existen ni el Papa ni los Cardenales y Obispos, ¿la
Iglesia –para los sedevacantistas teóricos o prácticos- existe? De allí que se
plantee un grave y difícil problema.
Ahora bien, si los apóstatas romanos no son la Iglesia (católica)
¿entonces las autoridades farisaicas de la Sinagoga en tiempos de Cristo
tampoco eran la Sinagoga? Y si no lo eran, si Caifás no era el Sumo Sacerdote,
¿por qué N. S. se dignó responderle, siendo que entonces no estaba obligado? Si
aquellas autoridades no eran la Sinagoga, entonces la religión judía no tuvo
ninguna responsabilidad en la crucifixión y muerte de Cristo, pues eran unos
impostores sin autoridad y no los verdaderos sacerdotes. Pero no, aquellos
infames eran las autoridades constituidas, las malas autoridades a las que N.S.
y sólo él les iba a poner fin. Del mismo modo estas actuales autoridades son
enemigos de Cristo, pero son las autoridades y por eso mismo más responsables
aún de sus iniquidades y apostasías. Lo cual no quiere decir que una excomunión
a Mons. Lefebvre por parte de ellos tenga valor alguno. Pero el acto en sí malo
–y sin valor- no invalida la propia condición de un Papa o un Cardenal. Judas
era uno de los doce apóstoles: no hubo once hasta que éste se ahorcó. Veamos al
respecto algo que dice el Padre Castellani:
“La Iglesia que ha sido conmigo
falsa e inmisericorde NO ES LA MISMA que la Iglesia en la cual permanezco. Yo
permanezco en el ideal evangélico, en comunión por tanto con todos los que hoy
día abrazan de hecho el Evangelio. También me ha hecho grandes bienes la
Iglesia; sí, la Compañía de Jesús.
La Iglesia que se equivocó
conmigo (aun humanamente hablando) es la burocracia impersonal de los malos
pastores; la Iglesia a la cual sigo amando y perteneciendo es la Iglesia
personal y viviente de los que aún tienen fe, y viven su fe en la caridad. Las dos están unidas (siempre lo han
estado, trigo y cizaña) pero son opuestas en sí mismas; mas no podemos
separarlas nosotros, pues según Nuestro Señor, las separarán los “Segadores”,
en el tiempo de la “Siega”, que opino no está ya muy lejos.
El
comunismo puede ser el instrumento de esa separación.
El mismo caso de Cristo con la
Sinagoga. Cristo no se salió de la
Sinagoga (la Sinagoga lo arrojó)
porque ella era la depositaria no practicante de la Fe y de la Ley verdadera.
Luchó dentro de ella hasta la muerte contra los abusadores de la Ley –los
fariseos-. Si Cristo por despecho se hubiese hecho saduceo, herodiano o gentil,
les hubiese dado un placer fantástico a sus encarnizados enemigos.
Creo que yo les daría una alegría
a algunos malos jesuitas, (los hay buenos, quiero decir, hay gente buena no
poca, incluso dentro de los jesuitas) si ahora agarro y me vuelvo protestante,
como el difunto Padre Anzoátegui, escandalizado por su conducta y resentido por
los daños que me han infligido. Esa es justamente mi más grave tentación –y el
mayor daño que me han infligido-. Pero yo conozco que es TENTACIÓN.
Hay que
“sufrir tentación” en esta vida (…) no solamente por
la Iglesia sino también por parte de la Iglesia.
Pero esta es una
respuesta escrita en “protestante”; es también una respuesta “prepotenta”, y un
si es no es sublime. ¡Compararse con Jesucristo! Sin embargo, el Evangelio, San
Pablo y Tomás de Kempis, nos imponen la obligación de compararnos
constantemente con Jesucristo; y en eso consiste el ser cristiano. ¡Tremenda
obligación! No me extraña que tantos la hayan abnegado hoy día, continuando llamándose
y creyéndose cristianos, pero sin compararse con Jesucristo, poco o nada”.
(Castellani, “Ideal
comunista o ideal cristiano”, “Las ideas de mi tío el cura”).
Repetiremos algo que ya dijimos desde otra
trinchera: ¿Qué significa entre nosotros, el no hacer esa separación del trigo
y la cizaña? No quiere decir que se debe entrar en la Roma modernista, en ser
parte de esa estructura maligna del Vaticano II, no; hay que permanecer fuera
de este sistema conciliar, no se puede esperar nada bueno de allí –hasta que
Dios disponga lo contrario-; sino que significa seguir en la Iglesia no cayendo
en el sedevacantismo, no decir “no hay Papa” y por lo tanto “no hay Iglesia” lo
que es lo mismo que decir - a la manera protestante- “yo soy mi propio Papa” y
“este grupito es la Iglesia”.
Ahora bien, no se puede quitar la
cizaña, pero sí se puede evitar que el trigo se convierta en cizaña. Es decir,
es necesario ello porque la cizaña del error, de la herejía puede infectar al
católico tradicional. Ese es el combate al que quieren abandonar muchos o
pretenden hacer pidiéndole ingenuamente a la cizaña de Roma que tolere que el
trigo la corrija.
Siguiendo con el razonamiento planteado
por algunos, si estos anticristos romanos de hoy no son la Iglesia (nosotros
decimos que son la cizaña de la Iglesia, están dentro de su estructura visible,
son apóstatas que no han renunciado explícitamente aunque falsifican la
religión), tampoco lo eran entonces los anticristos de los tiempos del nefasto
Pablo VI (¿o puede decirse que fue mejor que Francisco? Pues aquella era la
misma secta conciliar de hoy, sólo que en diferente grado). Siguiendo ese
razonamiento, Mons. Lefebvre no debió pedir la autorización romana para fundar
la FSSPX. De igual modo, el Padre Ceriani y los otros sacerdotes críticos de
Mons. Williamson habrían pertenecido a una congregación que contaba con la
autorización de la Roma modernista, de los apóstatas que no son la Iglesia. Por
lo tanto, habrían estado de acuerdo en reconocer la validez de una autorización
de quienes no son la Iglesia. Es decir, podrían ser acusados de lo mismo de que
acusan a Mons. Williamson (¿podrían entonces arrojar la primera piedra?). Y así
consecuentemente daríamos vueltas a la razón hasta terminar en un callejón sin
salida. Pero ellos lo resuelven todo muy fácilmente: la Iglesia somos nosotros,
fundemos una congregación y listo. Esto que decimos, claro está, no viene a
justificar una inacción en favor de la Tradición, pues Monseñor Lefebvre nos
dio ejemplo de sabiduría y coraje (único obispo en el mundo) cuando tomó la
decisión de consagrar obispos. Evidentemente gozó de una gracia especial de
Dios para ello. ¿Podemos creer que Mons. Williamson no es sincero, cuando dice
que él no recibió lo mismo que Mons. Lefebvre, Dios sabrá por qué? ¿Y no
tenemos también derecho a esperar con paciencia el momento que Dios ha escogido
para que esa determinación en pro de la Resistencia en la Tradición acontezca?
¿Creemos acaso que Dios no se ha de reservar su pequeña grey y la conducirá a
través de esta tormenta de acontecimientos terribles suscitando la sabiduría
necesaria en el momento preciso? Pero para algunos que derrochan “sabiduría”
detrás de una pantalla de computadora las cosas son sencillas y les resulta muy
fácil determinar lo que debe hacerse ¡sin ninguna duda! ¡Soberbios consejeros
animadores de la “navegación” internáutica!
Hablando de estos grupos de sabelotodos
no infalibles que con procacidad insisten en acusar a Mons. Williamson de
“acuerdista” y ser parte de “los cuatro obispos”, es inconcebible razonamiento
tan imbécil, cuando para lograr ese propósito Mons. Williamson no tenía más que
haberse callado, seguir tranquilamente la línea de los otros obispos, evitar
ser expulsado y odiado y entonces ese objetivo que le adjudican ya estaría hoy cumplido.
Pues fue gracias a las denuncias de Mons. Williamson y la reacción interna que
provocó en la Fraternidad que el acuerdo con Roma no se llevó a cabo. Afirmar
lo contrario es terca necedad o malicia.
Otra mención que podemos hacer es que
lejos de manifestar para con Monseñor Williamson una obsecuencia o una especie de silenzio stampa, como hacen los liberales y sedevacantistas tanto
acerca de sus obispos acuerdistas como de sus sacerdotes rebeldes o “gurús”
intocables, no puede decirse que en la Resistencia ocurra tal cosa, y eso
debido principalmente a la misma actitud de Mons. Williamson (si tal cosa
ocurriera le sería muy fácil organizar un grupúsculo como hay varios reunidos
fanáticamente en torno a un impecable líder). Lo cual no quiere decir que deje
de profesársele respeto, filial reverencia y hasta afecto, todo lo cual no
impide el disenso manifestado en buenos términos y no como acostumbran sus
enemigos (judíos, masones, liberales, sedevacantistas) mediante gruñidos
enjabonados de “ironías”.
Estamos
en guerra. Los hijos del despecho seguirán gruñendo, los hijos de la
ilusión seguirán callando y el misterio de iniquidad seguirá obrando. En tanto
digamos con el Salmista:
Despliega tu bondad sobre los que te
conocen,
y tu justicia sobre los de corazón
recto.
No me aparte el pie del soberbio
ni me haga vacilar la mano del impío.
He aquí derribados a los obradores de
la iniquidad,
caídos para no levantarse más.
(S. 35, 11-13).