Informan los masivos medios
de difusión que Francisco ha vuelto a hacer “una de las suyas” o, en otras
palabras, su estilo caracterizado por su desaliño y desparpajo, ha vuelto a
saltarse el protocolo y las normas para convidar a un guardia suizo a tomar
asiento (no sabemos si en el mismo sillón que usa él) y, a continuación, ofrecerle un sandwich,
según algunos, o una medialuna, según otros (aquí una nota http://www.valoresreligiosos.com.ar/ver_nota.asp?Id=34230).
Extrañamente desprovistos
de toda cámara tomavistas (como se decía antaño), los periodistas sólo han podido
registrar el diálogo que el Sumo Pontífice habría tenido con el guardia suizo
que custodiaba la puerta de la Residencia Santa Marta, donde reside.
Cabe admitir que cada
nuevo acto nos trae una nueva –y tal vez desconcertante- imagen simbólica, como
para hacernos acordar de aquello que decía León Bloy de que “todo hombre es
simbólico”. En este caso, Francisco obliga al guardia a saltarse las reglas
porque con toda lógica podría llegar a pensar que no necesita que lo custodien,
siendo tan popular y teniendo a su favor todas las opiniones del mundo (excepto
las de los inconvertibles ultratradicionalistas). Si no hay enemigos, ¿para qué
vigilar? Y si los enemigos ya están adentro, ¿para qué vigilar afuera? Mejor bajar
la guardia y “comer un sanguche”.
Así que olvidado el “velad
y orad” de Nuestro Señor (Mt. 24, 42), descansemos. Bajemos la guardia. Ya no es tiempo de peleas, sino de diálogo.
Tal vez la próxima
Francisco baje con el termo y el mate.