27/09/2021
ACTO DE CANCELED PRIEST
Dubuque (Iowa)
22 de septiembre de
2021
Queridísimos hermanos
en el sacerdocio;
queridos hermanos y
hermanas en Cristo:
No revelo nada
desconocido si digo que la Iglesia de Cristo atraviesa una crisis gravísima y
que la jerarquía católica ha incurrido en dejación de funciones en cuanto a las
importantes obligaciones de su misión apostólica y está en buena parte
corrompida. El origen de esta crisis y esta apostasía ya es evidente hasta para
los más moderados: que se ha querido acomodar a la Iglesia a la mentalidad del
mundo, cuyo príncipe –no lo olvidemos– es Satanás: princeps mundi huius (Jn.
12,31).
Como católicos que
somos, sabemos y creemos que la Santa Iglesia es indefectible. Es decir, que
las puertas del infierno no pueden contra ella, como prometió Nuestro
Señor: portae inferí non prevalebunt (Mt.16, 18). Pero lo que
estamos presenciando nos revela la realidad de una situación terrible en la que
una parte corrupta de la jerarquía a la que en aras de la brevedad llamo iglesia
profunda se ha sometido por entero al estado profundo. Se trata de una traición de la que tienen
una gravísima responsabilidad moral a los pastores y los altos niveles de la
Iglesia y que impone a sacerdotes y laicos decisiones valientes que en otros
tiempos habría sido difícil aceptar y justificar. Asistimos a una guerra, un
enfrentamiento histórico en el que nuestros generales no sólo han dejado de
dirigir al ejército haciendo frente al enemigo, sino que de hecho piden que se
depongan las armas y se rindan incondicionalmente, apartan a los soldados más
valientes y castigan a los oficiales que
muestran más lealtad. El estado mayor de la Iglesia Católica ha demostrado en
su totalidad que se ha aliado con el enemigo y se ha constituido él mismo en
enemigo de aquellos a quienes debería defender: se ha hecho enemigo de Cristo y
de quienes se enorgullecen de militar bajo su bandera.
¿Cómo podemos
entender a la luz de la Revelación esta tremenda situación, sin precedentes en
la historia de la Iglesia? Ante todo, debemos tener una perspectiva
sobrenatural para entender que cuanto está sucediendo ha sido permitido por
Dios, y que pase lo que pase nunca conseguirán acabar con la Iglesia. La gran
apostasía fue predicha en las Escrituras y no debe pillarnos desprevenidos. Iluminados por las palabras del Apocalipsis
de San Juan y por las revelaciones privadas aprobadas, podemos entender que el
final de los tiempos es necesario para separar al final el trigo de la cizaña,
y podemos así ver quién está con Cristo y quién contra Él. Debemos igualmente entender que las
tribulaciones que padecemos son el justo castigo a décadas –yo diría siglos– de
infidelidades por parte de los católicos y de la jerarquía; infidelidades
públicas y privadas que tienen su raíz en el respeto humano, el miedo,
desviaciones morales y doctrinales y contemporizaciones con la mentalidad
secular y los enemigos de Nuestro Señor. Si tenemos en cuenta que la
Revolución Francesa fue un castigo de Dios porque Luis XIV no le había
consagrado las banderas del Reino, entenderemos bien las consecuencias que tuvo
para el futuro de Europa la desobediencia del monarca francés.
Recordemos el mensaje
que encomendó el Señor a Santa Margarita María Alacoque en 1689, pidiéndole que
se los transmitiera al rey de Francia, Luis XIV:
«Haz saber al hijo
mayor de mi Sagrado Corazón que así como su nacimiento temporal fue fruto de
los méritos de mi Santa Infancia, su nacimiento a la gracia y la gloria eterna
lo alcanzará mediante la consagración a mi adorable Corazón, que desea triunfar
sobre el suyo, y de ese modo sobre los de los grandes de la tierra.
»El Sagrado Corazón
quiere reinar en su palacio, figurar en sus banderas y estar grabado en sus
armas para que triunfe sobre todos sus enemigos, haciendo que sus altivos y orgullosos
adversarios se postren a sus pies para que derrote a todos los enemigos de la
Iglesia.
»El Sagrado Corazón
desea entrar con pompa y magnificencia en los palacios de los príncipes y los
reyes para que se le honre tanto hoy como en otro tiempo fue ultrajado,
humillado y despreciado durante su Pasión. Desea ver a los grandes de la Tierra
postrados y humillados a sus pies como cuando lo mataron a Él.»
Pero si hace más de
tres siglos la desobediencia de quienes gobernaban se hizo acreedora a un
severo castigo del Rey de reyes, ya nos podemos hacer una idea de las
calamidades que puede haber provocado la desobediencia de quienes gobiernan la
Iglesia. Así pues, si con la Revolución Francesa la sociedad civil destronó al
Rey del Universo de su divina realeza a fin de usurparla y defender los errores
del liberalismo y el socialismo, con la revolución conciliar papas y obispos
han retirado la tiara de la Cabeza del Cuerpo Místico y de su Vicario,
convirtiendo a la Iglesia de Cristo en una especie de república parlamentaria
en nombre de la colegialidad y la sinodalidad. Fijémonos bien: no sólo se ha dejado de reconocer a Nuestro Señor
Jesucristo como Soberano de todas las naciones, sino que ya ni se lo considera
Soberano de su Iglesia, en la que los fines de la gloria de Dios y la salvación
de las almas han sido sustituidos por la gloria del hombre y la subsiguiente
condenación de las almas. Lo que ayer era vicio hoy es virtud; lo que ayer
era virtud, hoy es vicio: todas las
actividades de la secta modernista que ha infestado el Vaticano, las diócesis y
las órdenes religiosas se caracteriza por ser lo contrario de lo que se nos
había enseñado y transmitido.
En este contexto de
rebelión e infidelidad, quienes siguen fieles y se esfuerzan por seguir
haciendo lo que siempre hicieron son objeto de verdadera persecución. Todo
comenzó con la ridiculización de los tradicionalistas, a los que se tildó
de lefebvristas o preconciliares. Luego, al
más puro estilo que hemos observado en los regímenes totalitarios, se ha
calificado de locos o de enfermos a los buenos católicos, con lo que los
sociólogos llaman patologización del disenso. No crean que exagero; hace
escasos días un sacerdote de Costa Rica fue suspendido de su ministerio y
obligado a someterse a tratamiento psiquiátrico por el mero hecho de haber
celebrado la Misa de Pablo VI en latín a pesar de la prohibición de su obispo,
monseñor Bartolomé Buhigues (aquí). Asistimos a la criminalización de
los disidentes, y si todavía no hemos visto su eliminación física, sabemos
cuántos de ellos han sido suspendidos a divinis, privados de
medios de sustento y apartados de la vida de la Iglesia. Todo esto sucede al
mismo tiempo que individuos escandalosos y fornicarios de toda laya no sólo
quedan impunes sin que se los aparte del ministerio, sino que son promovidos e
inmortalizados en fotos en las que aparecen junto a Bergoglio, que sabe que
puede servirse de ellos como mejor le plazca. Entendamos, pues, que la
corrupción de los prelados es útil para los planes de la secta conciliar: sus
culpas son excelentes para conseguir su obediencia y complicidad para cometer
las peores atrocidades contra la Iglesia y contra los fieles.
La Coalition for
Canceled Priests es sin duda una reacción a lo que
está sucediendo, ya que su finalidad es brindar asistencia a los sacerdotes que
son víctima de persecución y de abusos canónicos por parte de obispos infieles
y renegados. La autoridad de éstos, usurpada para hacer el mal en vez de
gobernar con caridad y sensatez la grey que se les confió, queda anulada en el
mismo momento en que se valen de ella para fines contrarios a aquellos para los
que estableció. Es cierto que tienen autoridad; pero esa autoridad constituye
un abuso tiránico ante el que no podemos ni debemos callar. Tenemos el deber de alzar la voz condenando
con firmeza las acciones de los pastores que han demostrado ser asalariados,
por no decir lobos rapaces. Y asimismo, no sólo tenemos derecho a desobedecer
órdenes ilegítimas, inválidas y nulas, sino también a objetar en conciencia y
emprender iniciativas destinadas a defender a las víctimas de esos lobos
disfrazados de ovejas.
Permítaseme
igualmente proponer que, además de la loable iniciativa que acabo de mencionar,
se cree una fundación a la que puedan contribuir con sus donativos los fieles
en vez de contribuir a las parroquias y diócesis confabuladas con el régimen
bergogliano. Es posible que cuando los obispos se vean afectados en su cuenta
corriente moderen su ostracismo contra los buenos sacerdotes. Cuando los
tribunales, civiles o eclesiásticos, se pongan de parte de los perseguidos,
puede ser que los perseguidores procuren no abusar de su autoridad. Mientras
tanto, iniciativas como Coalition for Canceled Priests y otras por el estilo,
tendrán una oportunidad de practicar las obras de misericordia y ganar méritos
ante Dios. Cada uno según nuestros medios podemos hacer una contribución
concreta –no necesariamente de tipo económico– simplemente destinando las ofrendas
a quienes las merecen en vez de a quienes las utilizan para oprimir a los
buenos sacerdotes.
Eso sí, no olvidemos
que además de a prestar ayuda material todos estamos llamados a redescubrir el
sentido comunitario, ese del que tanto le gusta hablar a la jerarquía conciliar
sin ponerlo jamás en práctica en un sentido católico. Si somos verdaderamente
hermanos en Cristo, debemos ayudarnos como hermanos acogiendo a nuestros
sacerdotes, ofreciéndoles alojamiento y construyendo un altar casero ante el que
podamos congregarnos con nuestras amistades. Tenemos que poner a su servicio lo
que sepamos hacer, por humilde que sea, como cocinar, reparar un tejado o
levantar una pared, para los que han sido expulsados de la casa parroquial y
han quedado en la calle. Pensemos también en los jóvenes que han respondido
generosamente a la vocación al sacerdocio o a la vida monástica dentro de la
Tradición y ven cómo su ordenación o su profesión religiosa corren peligro si
no aceptan las desviaciones morales y doctrinales que les impone la secta
conciliar. Tenemos que dejar claro a los
pocos obispos y cardenales que siguen fieles al Magisterio que no es posible el
diálogo con quienes han demostrado sobradamente que están de parte del enemigo.
También debemos rogar a la Divina
Majestad, por la intercesión de la Reina del Cielo y Madre de los Sacerdotes,
que se digne aceptar nuestros padecimientos y los de esos buenos sacerdotes por
la conversión de la jerarquía que se ha corrompido desde arriba.
A los muchos
–demasiados– sacerdotes, religiosos y otros clérigos –entre los cuales, no lo
olvidemos, hay numerosas monjas–, les brindo mi más caluroso recuerdo,
participando de su sufrimiento y exhortándolos a todos a ofrecerse como
víctimas expiatorias por los pecados de los ministros de la Iglesia. Uníos al
Santo Sacrificio de la Misa en la ofrenda de la Víctima divina, pura, santa e
inmaculada. Que vuestra vida sea un sacrificio agradable a Dios con verdadero
espíritu sacerdotal. Y ojalá antes del final de vuestra vida repitáis lo del
cántico de Simeón: quia viderunt oculi mei salutare tuum (Lc.2,30).
Más arriba he recordado la causa de los males presentes: la rebelión
contra la Realeza Universal de Nuestro Señor Jesucristo. La consagración de
cada uno de nosotros, familias, sociedades, naciones y la Santa Iglesia al
Sacratísimo Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María puede mover a
compasión a la Santísima Trinidad y acabar con esta terrible plaga, o al menos
abreviarla y acelerar el triunfo del Rey de reyes sobre el enemigo de la
especie humana. Tal es mi más sincero deseo; y ésa es la noble intención que
debe animar cada una de nuestras acciones y el requisito para la tremenda e
inexorable frustración de los planes de Satanás. Christus vincit,
Christus regnat, Christus imperat!
+ Carlo Maria Viganò, arzobispo