«El amor al bien común excluye netamente en este
caso el
cómodo propósito de “quedar bien con todos” y obliga
a quien
lo alberga a desconsiderar el propio interés,
comodidad o gusto
en aras del interés superior de la verdad; que nos
hace falta a
todos en este momento como el pan».
P. Leonardo Castellani
Volvamos
por un momento, estimado lector, a Traditionis
custodes, el motu proprio de Francisco que sacudió a las congregaciones conservadoras
en dependencia de Roma, poniéndolas en entredicho con su hasta entonces cómodo
status dentro de la estructura oficial de la Iglesia, pues mientras celebraban
la Misa tradicional de su preferencia, se mantenían en silencio y sin grandes
inconvenientes ante la demolición progresiva de la Religión católica por parte
de la Jerarquía. Francisco osó tirar por la borda la autorización de Benedicto,
diciendo “aquí mando yo”. La excusa fue el mantenimiento de la unidad eclesial,
ante la “amenaza” de algunos “aprovechados” que mientras rezaban la Misa
tradicional, habían comenzado a cuestionar lo incuestionable: el Novus Ordo y
el super-Concilio.
Pero,
¿verdaderamente fue éste el motivo de la draconiana medida de Bergoglio? ¿O en
realidad se trató de pragmatismo puro? Lo que ocurrió es esto: el motivo que
llevó a Juan Pablo II a erigir las congregaciones Ecclesia Dei, ha dejado de
existir. Entonces, ya no se justifica la existencia de tales anomalías, hasta
ahora toleradas.
Recordemos
que sin las consagraciones episcopales de 1988, por parte de Mons. Lefebvre,
nunca hubiesen existido las congregaciones Ecclesia Dei.
Pero
antes de aclarar este asunto, vamos a citar unos párrafos del muy buen “Catecismo católico de la crisis en la
Iglesia”, del sacerdote de la FSSPX Padre Matthias Gaudron (págs. 301 y
303, Ediciones Rio Reconquista, Bs. As., 2013):
-¿No habría sido posible seguir
haciendo camino con Roma?
-El
simple buen sentido indica –y la experiencia confirma- que es actualmente
imposible vivir plenamente y defender la fe católica y al mismo tiempo ser aprobado
por la Roma conciliar. Después de las consagraciones episcopales de 1988, Roma
ha concedido la celebración de la antigua liturgia a algunas comunidades, pero
éstas deben en contrapartida reconocer la nueva misa como rito plenamente
legítimo y abstenerse de toda crítica respecto al Concilio Vaticano II. En
especial, ellos deben aceptar (o al menos, no criticar) la libertad religiosa y
el ecumenismo. Semejante silencio constituye, en sí, una complicidad culpable.
-¿Las comunidades Ecclesia Dei
reconocen que deben su prosperidad a las consagraciones de 1988?
-No
siendo toleradas más que en la medida en que se han separado ostensiblemente de
él, las comunidades Ecclesia Dei evitan generalmente reconocer lo que deben a
Monseñor Lefebvre. Algunos laicos tienen, no obstante, una mayor libertad de
palabra. En 2006, el director de “Remnant” –periódico de la tendencia Ecclesia
Dei en los Estados Unidos- reconoció públicamente que la Fraternidad San Pío X
era como el contrapeso que permitía a las comunidades Ecclesia Dei existir y
desarrollarse. En consecuencia, y muy lógicamente, declaraba no desear por el
momento un acuerdo entre la Roma conciliar y la Fraternidad San Pío X, pues el desplazamiento
del contrapeso implicaría el riesgo de debilitar todo el movimiento
tradicionalista.
Hasta
aquí el citado Catecismo.
Vamos
a glosar algunas –para nosotros- jugosas afirmaciones que allí se vierten,
tratando de entender la movida de Francisco “a la luz del problema de la
Tradición con la Iglesia conciliar”.
-“…es
actualmente imposible vivir plenamente y defender la fe católica y al mismo
tiempo ser aprobado por la Roma conciliar”
-Absolutamente cierto.
La actitud de reprobación de Francisco, evidenciada por su motu proprio, no
hace más que confirmarlo. Ahora bien, la afirmación del Catecismo, para ser más
clara, debió haberse ceñido a una cuestión de principios y no de temporalidad
solamente. Debió haber dicho: “Mientras
Roma no regrese a la fe católica es imposible vivir plenamente y defender la fe
católica, etc”. Porque ese “actualmente” es ambiguo –vale para mediados de
2013, fecha en que el libro entró en prensa-, y un acuerdista de la FSSPX podría
tal vez intentar escribir hoy o mañana “Es actualmente posible vivir plenamente
y defender la fe católica y al mismo tiempo ser aprobado por la Roma
conciliar”. Porque, ¿acaso la FSSPX no sostiene que sigue sin mácula viviendo
plenamente y defendiendo la fe católica? ¿Y acaso goza de la desaprobación de
Roma, cuando Francisco la ha reconocido muchas veces como “católica” y “no
cismática”? ¿No ha dicho recientemente el cardenal Ladaria que “los
lefebvristas no están separados de la Iglesia”, sólo que “la unión no es
perfecta en este momento”? De manera tal que hay una “unión imperfecta”. Las
ordenaciones en la FSSPX son aprobadas por Roma, lo mismo sus matrimonios, y
uno de sus obispos conciliares reside dentro de la Fraternidad, llegando a
celebrar la Misa en uno de sus principales seminarios. Eso significa que hay
una colaboración, y si hay colaboración es porque, implícitamente, hay una
aprobación, si bien no en todos los aspectos, sí en algunos no menores. Roma ya
no persigue a la FSSPX. Eso está claro.
-Roma
ha concedido la celebración de la antigua liturgia a algunas comunidades, pero
éstas deben en contrapartida reconocer la nueva misa como rito plenamente
legítimo y abstenerse de toda crítica respecto al Concilio Vaticano II. En
especial, ellos deben aceptar (o al menos, no criticar) la libertad religiosa y
el ecumenismo. Semejante silencio constituye, en sí, una complicidad culpable.
-Absolutamente
cierto. Ahora, también podría escribirse: “Roma ha concedido a la FSSPX el
levantamiento de las excomuniones, jurisdicción para sus confesiones,
reconocimiento en la celebración de sus matrimonios, aprobación de sus
ordenaciones, las principales iglesias de Roma para celebrar sus misas,
reconocimiento de que no es cismática, pero ésta debe en contrapartida
abstenerse de toda crítica respecto a Francisco. Semejante silencio constituye,
en sí, una complicidad culpable”. No olvidemos también que la FSSPX reconoció
la legitimidad del rito de la Nueva Misa (declaración doctrinal de abril de
2012) y su Superior general afirmó públicamente que acepta “el 95% del
concilio”, minimizando además el problema de la libertad religiosa.
-En
2006, el director de “Remnant” –periódico de la tendencia Ecclesia Dei en los
Estados Unidos- reconoció públicamente que la Fraternidad San Pío X era como el
contrapeso que permitía a las comunidades Ecclesia Dei existir y desarrollarse.
En consecuencia, y muy lógicamente, declaraba no desear por el momento un
acuerdo entre la Roma conciliar y la Fraternidad San Pío X, pues el desplazamiento
del contrapeso implicaría el riesgo de debilitar todo el movimiento
tradicionalista.
-¿Qué ha pasado
hoy? Se ha debilitado todo el movimiento tradicionalista. ¿Por qué? Porque el
contrapeso que era la FSSPX se ha desplazado, pareciéndose mucho más a las
congregaciones tradiliberales o Ecclesia Dei. Roma dio nacimiento –no hay que
olvidar esto, surgieron de la Roma modernista- a las congregaciones
conservadoras para intentar debilitar a la FSSPX de Mons. Lefebvre. Eso es
obvio: surgieron tras las consagraciones de 1988. Esas congregaciones –FSSP,
IBP, ICR, etc.- cumplían esa función de hacer pública una “buena intención” de
Roma de respetar a la “verdadera Tradición”, que no era la “lefebvrista”. Pero
ahora ¿qué pasó? La FSSPX aflojó, se ablandó, se calló, perdió fuerza e
intransigencia, entonces, ¿qué sentido tendría seguir sosteniendo todas esas
pequeñas congregaciones? La táctica cambió: ahora Roma respeta y da libertad a
la FSSPX, mientras desdeña y aplasta a las pequeñas a las que usó y ya no
necesita más. (…) “el desplazamiento del
contrapeso implicaría el riesgo de debilitar todo el movimiento
tradicionalista.” Dicho y hecho.
El Padre Gaudron
vuelve sobre este concepto hacia el final de su Catecismo (pág. 307): “La situación de las comunidades Ecclesia
Dei sería de extrema fragilidad sin el contrapeso de la Fraternidad San Pío X.”
Pero acaso,
podría objetar alguien, ¿las congregaciones tradicionales dentro de Roma no estaban
creciendo y teniendo cada vez más fuerza, y por eso Francisco las castigó? En
absoluto, pues la debilidad de estas congregaciones se muestra evidente, por
ejemplo en la declaración que han hecho pública tras su reunión los Superiores
generales de Ecclesia Dei de fines de agosto. Allí reafirman con un lenguaje
femenil su adhesión al Vaticano II y piden “diálogo” al demoledor Bergoglio.
Muy lejos están del discurso veraz, católico y duro como una espada de Monseñor
Lefebvre, que le valió el ser falsamente excomulgado.
Por lo tanto,
las congregaciones semi-tradicionales están cosechando lo que su ambigüedad
sembró: quisieron estar bien con la Tradición y con los modernistas, pero “Roma
no paga traidores”: porque los modernistas tienen muy claro su desprecio por la
Tradición, aunque más no sea su sola apariencia.
Ahora irán por
el pez gordo: la FSSPX.
Por todo esto,
los miembros de la actual FSSPX no deberían sentirse seguros, y afirmar muy
orondos que el motu proprio no tiene nada que ver con ellos, ya que si ellos no
hubiesen cambiado su postura –oficialmente y unilateralmente por parte de su
Superior General en marzo de 2012- no habría habido este motu proprio. Como
resultado, Roma ha vuelto atrás en su posición –más dura y en avance- mientras
que la FSSPX, por el contrario, ya no hiere con sus golpecitos a la fiera
modernista, con la cual pretende –todavía- seguir dialogando o, al menos, que
la deje en paz.
Es todo cuestión
de tiempo, Roma lo sabe. Una vez que alguien se acostumbra a ponerse siempre la
máscara, la vacuna, al fin, termina llegando.
Ignacio Kilmot