Traemos a cuento el título de un relato de Edgar Allan Poe, porque esta historia de terror que estamos viviendo no es
acerca de un virus asesino llamado “covid-19”, sino acerca de un virus asesino
llamado “comunismo”.
Esta muerte roja no se evita con una máscara,
sino por el contrario, dando la cara y mirándolo de frente con valentía,
sustentado en la verdad.
La acción destructiva de la dialéctica
hegelo-marxista está causando estragos en las mentes de millares de personas,
las cuales careciendo de discernimiento de la realidad objetiva, sumergidos en
sentimentalismo, abrazan las consignas y las causas más dañosas para sí y para
el prójimo.
Cierto, la confusión es dispersada
convenientemente por los grandes medios y los gobiernos sometidos al trust
bancario izquierdista cuyo hombre de paja es el notorio vejestorio que se hace
llamar Soros.
Pero, pese a lo que quiere hacer creer el
periodismo de los mass media, los estudios académicos científicos, los médicos responsables
e independientes de las corporaciones que se animan a hablar (incluso la OMS no
se animó mentir acerca de esto) y la experiencia de las personas perjudicadas indican
que:
-No está probado que el uso de
mascarilla proteja contra el contagio del coronavirus. El uso generalizado en
población sana a fin de prevenir el contagio no está respaldado por evidencia
científica.
-Sí está probado y ampliamente
documentado que el uso de mascarilla perjudica la salud.
Por otra parte hay que recordar una vez
más que el índice de letalidad de este virus –y esto en las estadísticas
oficiales que muchos denuncian están infladas- es de menos del 1%.
No es de ningún modo “conspiracionista”,
viendo la realidad de los hechos, los datos, los testimonios y las medidas autoritarias
que se están tomando, pensar que la imposición de su uso indiscriminado y
masivo en toda la población es una medida de control social, de cosificación o
animalización de los seres humanos, de marca del rebaño. A la vez que crea pánico
y sumisión con el fin de hacer aceptar una futura vacuna que no será otra cosa
que el medio de control social esclavizante en la sociedad del “Nuevo Orden
Mundial” que busca prepararle el terreno al Anticristo.
Podemos ir más allá en nuestro análisis
de este símbolo, y, conociendo lo que el Talmud y los Protocolos de Sion
afirman de los goym, esto es, que somos como bestias, como animales, con los
cuales no hay que tener ninguna consideración, podemos hablar más que de
mascarilla de “bozal”, el cual tiene varios significados nada honrosos para
quien lo usa. Así el Dicc. de la RAE,
dice que bozal es “Dicho de un esclavo negro: Que estaba recién sacado de su
país”, también se dice coloquialmente bozal al “Simple, necio o idiota”, además
es un “Dispositivo que se pone a ciertos animales, preferentemente a los
perros, en el hocico para que no muerdan” y una “Esportilla, comúnmente de
esparto, que, colgada de la cabeza, se pone en la boca a las bestias de labor y
de carga para que no dañen los sembrados”.
Se nos dirá que en Israel los habitantes
deben llevar bozal, cierto, pero es que a la élite sionista le importa un
comino tener que meter en un mismo saco a los goym y al simple israelita que
puede ser sacrificado en aras de los intereses supremos de la Sinagoga de
Satanás.
SOBRE EL USO DE MASCARILLAS
Un diario del sistema corporativo en
Argentina informó lo siguiente:
“Sin embargo, los expertos consultados por PERFIL así como el ministro de Salud,
Ginés González García, y la Organización Mundial de la Salud (OMS) coinciden
en resaltar que el barbijo no es una medida de protección eficaz contra la
epidemia.
“La
idea es que no utilicen barbijos los sanos, solo quienes tienen capacidad
de contagiar. Por otra parte, una fuente importante de contagio son las manos y
si estás poniendo y sacando el barbijo, te tocás más la cara, la boca y la
nariz que si no lo usaras, por eso es importante el lavado de manos con agua y
jabón. Tampoco hay que olvidar la protección ocular”, remarcó el médico
neumonólogo Eduardo Giugno (MN: 46436) en diálogo con PERFIL. En la misma sintonía
se expresó Alejandro Salvado, jefe de Neumonología del Hospital Británico (MN:
79512): “El barbijo es para el enfermo o
el que cuida del mismo. Es ridículo que la gente lo use en la calle como medida
de protección. Eso es una costumbre muy típica de los orientales, como los
japoneses o los chinos, pero no tiene ningún fundamento. No hay ningún estudio que demuestre que sirva para prevenir”.
El barbijo sólo puede servir en virus
que se transmiten por el aire, como el ébola. Ante gran cantidad de científicos
en todo el mundo que dicen lo mismo la
OMS debió admitirlo:
Un profesor de la Universidad de
Maryland admite que la imposición del
uso de mascarilla es un paso desesperado sin real fundamento probatorio:
"En tiempos normales diríamos que
si su efectividad no se mostró estadísticamente significativa en estudios del
mundo real, no lo recomendamos", ha apuntado. "Pero -asegura- en
medio de una pandemia, estamos desesperados. La idea es que incluso si reduce
un poco la transmisión, vale la pena intentarlo". Aunque, según ha apuntado,
no como la primera línea de defensa, sino más bien como "un último paso
desesperado".
La
moda del bozal, el colmo de la estupidez.
De
la estulticia y la pandemia COVID-19 - Luis Alvarez Primo:
Advertir a mis embarbijados compatriotas
que el “bozal” multicolor, sea que haya sido comprado en una farmacia o en una
ferretería o simplemente fabricado en casa, no sólo no sirve a ningún fin
sanitario sino que, además, está contraindicado para una persona sana por
cualquier médico infectólogo honesto, es decir, que no reciba dinero del
gobierno o de los laboratorios interesados o simplemente que no se someta a la
dictadura de la Corrección Política. El barbijo/bozal común de friselina, como
se sabe, tiene una validez de alrededor de 20 minutos promedio. Luego,
humedecido, es permeable a cualquier virus en el ambiente e impide una
saludable oxigenación de la persona.
Como se sabe el barbijo puede estar indicado para la persona enferma que
requiere un relativo aislamiento. Pero no para la persona sana que no debe
aislarse. Porque el ser humano se auto-inmuniza en contacto con el entorno:
plantas, animales, y otros seres humanos.
Todos tenemos presentes las patéticas y
contradictorias imágenes de humanos embarbijados haciendo interminables colas,
etc etc. La estupidez se agrava cuando
uno intenta un diálogo. En el mejor de
los casos, la respuesta es la escucha silenciosa y extrañada. En el peor el
reproche hosco, furtivo y aún la denuncia. Por ejemplo, hace poco me dejaron en
la puerta de casa un cartel que decía: “Tarado, ponete barbijo”. Y hace unos
domingos atrás nos denunció una vecina cuando estábamos en misa privada del
párroco.
¡Qué le vamos a hacer! ¿Cómo explicar al estúpido el síndrome de
Estocolmo? O quizá, ¿cómo relatarle el cuentito que termina con el niño
exclamando, ante los halagos obsecuentes de los súbditos: ¡el Rey está
desnudo!?
“La creación de este rebaño “despierto”
y obediente es el mayor logro de los Maestros del Discurso. El pánico del
coronavirus amplió este fenómeno. La gente se volvió psicótica, mentalmente
débil, maleable. Los Maestros proporcionaron la narrativa de la superioridad
moral: afirman que sus adeptos no se encierran para preservarse a sí mismos,
sino para salvar a seres frágiles y ancianos de una muerte segura. Quien no
esté de acuerdo con ellos, quiere que los frágiles mueran con tal de salvar el
Producto Interno Bruto (PIB). Quienes no llevan cubrebocas, son gente que
quiere matar ancianos”