04/03/2020
El Nuevo Paradigma que propone la Iglesia Modernista
plantea la necesidad de una nueva doctrina para una nueva época.
Dice el cardenal Re que nos enfrentamos a un «cambio de época» del cual surgen
consecuencias «tanto a nivel doctrinal como práctico».
Esta “nueva época” y esta “nueva doctrina” persiguen el
fin de “alcanzar una paz universal que disfruten todas las
personas en esta vida”. Así lo expresa en sus últimas líneas el Documento sobre la Fraternidad Universal por la Paz
Mundial y la Convivencia común, firmado en Abu Dhabi el 4 de febrero
de 2019 por Su Santidad el Papa Francisco y en Gran Imán de Al-Azhar Ahmad
Al-Tayyeb.
Esa paz universal en esta vida – subrayando su carácter
inmanente, naturalista – recuerda mucho el deseo de I. Kant en
su obra La paz perpetua (1795). Todos somos ciudadanos
del mundo. Nuestro planeta es la Madre Tierra que nos da la vida: es la
casa común y todos tenemos derecho a movernos libremente por la faz de la
tierra. Hay que tender puentes, derribar muros y quitar alambradas y
concertinas que separan e impiden los flujos migratorios de los descartados que
huyen de la pobreza y de las guerras. Los Estados tendrían un deber de
hospitalidad – según Kant y según el Papa Francisco – hacia todo extranjero que
llegue a sus fronteras, que no debe ser tratado con hostilidad, sino que debe
ser recibido con los brazos abiertos. “El Derecho cosmopolita debe estar
determinado por las condiciones de una universal hospitalidad”. Según
Kant, hay que reconocer “el derecho de visita perteneciente a todos los
hombres, es decir, el de entrar a formar parte de la sociedad universal en
virtud del derecho común a la posesión de la superficie de la tierra, sobre la
cual, siendo esférica, los hombres no pueden esparcirse aislándose en el infinito,
sino que deben en última instancia resignarse a encontrarse y a coexistir”1.
El
planeta es una ciudad común: una cosmópolis. Pues bien, esa cosmópolis
kantiana es talmente el Estado Global que proponen al unísono los líderes del
llamado Nuevo Orden Mundial y la Iglesia Modernista (por coincidir con los
valores de la Modernidad). Hace falta una “gobernanza global”, un
gobierno mundial, que garantice el cumplimiento de los Derechos Humanos –
ya veremos a qué precio – en todo el mundo.
“Nosotros
– creyentes en Dios, en el encuentro final con él y en su juicio –, desde
nuestra responsabilidad religiosa y moral, y a través de este Documento, pedimos a
nosotros mismos y a los líderes del mundo, a los artífices
de la política internacional y de la economía mundial, comprometerse
seriamente para difundir la cultura de la tolerancia, de la convivencia y de la
paz; intervenir lo antes posible para parar el derramamiento
de sangre inocente y poner fin a las guerras, a los conflictos, a la
degradación ambiental y a la decadencia cultural y moral que el mundo vive
actualmente.”
Los
líderes religiosos, políticos y económicos deben comprometerse a promover la
tolerancia y la convivencia en paz. Pero hay más: deben comprometerse a intervenir para
parar las guerras, los conflictos y la degradación ambiental, cultural y moral.
¿Qué es eso de “intervenir”? ¿Cómo deben “intervenir”? ¿Militarmente con tropas
dirigidas por la ONU? El Documento por la Fraternidad de Abu Dhabi
parece seguir a Benedicto XVI en Caritas in Veritate:
67. Ante el imparable aumento de la
interdependencia mundial, y también en presencia de una recesión de alcance
global, se siente mucho la urgencia de la reforma tanto de la Organización
de las Naciones Unidas como de la arquitectura económica y
financiera internacional, para que se dé una concreción real al concepto de
familia de naciones. Y se siente la urgencia de encontrar formas innovadoras
para poner en práctica el principio de la responsabilidad de proteger y
dar también una voz eficaz en las decisiones comunes a las naciones más pobres.
Esto aparece necesario precisamente con vistas a un ordenamiento político,
jurídico y económico que incremente y oriente la colaboración internacional
hacia el desarrollo solidario de todos los pueblos. Para gobernar la economía
mundial, para sanear las economías afectadas por la crisis, para prevenir su
empeoramiento y mayores desequilibrios consiguientes, para lograr un oportuno
desarme integral, la seguridad alimenticia y la paz, para garantizar la
salvaguardia del ambiente y regular los flujos migratorios, urge la
presencia de una verdadera Autoridad política mundial, como fue
ya esbozada por mi Predecesor, el Beato Juan XXIII. Esta Autoridad deberá estar
regulada por el derecho, atenerse de manera concreta a los principios de
subsidiaridad y de solidaridad, estar ordenada a la realización del bien común, comprometerse
en la realización de un auténtico desarrollo humano integral inspirado en los
valores de la caridad en la verdad. Dicha Autoridad, además, deberá
estar reconocida por todos, gozar de poder efectivo para garantizar
a cada uno la seguridad, el cumplimiento de la justicia y el respeto de los
derechos. Obviamente, debe tener la facultad de hacer respetar sus propias
decisiones a las diversas partes, así como las medidas de coordinación
adoptadas en los diferentes foros internacionales. En efecto, cuando esto
falta, el derecho internacional, no obstante los grandes progresos alcanzados
en los diversos campos, correría el riesgo de estar condicionado por los
equilibrios de poder entre los más fuertes. El desarrollo integral de los
pueblos y la colaboración internacional exigen el establecimiento de un grado
superior de ordenamiento internacional de tipo subsidiario para el gobierno de
la globalización, que se lleve a cabo finalmente un orden social conforme al
orden moral, así como esa relación entre esfera moral y social, entre política
y mundo económico y civil, ya previsto en el Estatuto de las Naciones Unidas.
Y en
el Documento de Abu Dhabi leemos:
“Las
fuertes crisis políticas, la injusticia y la falta de una distribución
equitativa de los recursos naturales – de los que se benefician solo una
minoría de ricos, en detrimento de la mayoría de los pueblos de la tierra – han
causado, y continúan haciéndolo, un gran número de enfermos, necesitados y
muertos, provocando crisis letales.”
“La
libertad es un derecho de toda persona: todos disfrutan de la libertad de
credo, de pensamiento, de expresión y de acción. El pluralismo y la diversidad
de religión, color, sexo, raza y lengua son expresión de una sabia voluntad
divina, con la que Dios creó a los seres humanos. Esta Sabiduría Divina
es la fuente de la que proviene el derecho a la libertad de credo y a la
libertad de ser diferente. Por esto se condena el hecho de que se obligue a
la gente a adherirse a una religión o cultura determinada, como también de que
se imponga un estilo de civilización que los demás no aceptan.”
Los
Derechos Humanos garantizan una serie de libertades propias de la autonomía de
cada sujeto en las que no se admite la injerencia de nada ni de nadie. Es la
libertad negativa de los modernos. La barbaridad de fundamentar en la
“Sabiduría de Dios” el derecho al error, al mal, al pecado, a la mentira, solo
puede comprenderse desde una concepción relativista y subjetivista radicales.
Nada es verdad ni mentira. Nada está bien ni está mal. No hay una
religión verdadera: todas son verdaderas y todos los estilos de civilización
son igualmente buenos. Multiculturalismo, indiferentismo religioso y un derecho
moderno que surge de la voluntad y la autonomía de la persona, que se
identifica directamente con la sabiduría de Dios. Dios querría que las
personas fuéramos autónomas y libres para determinar nosotros solos lo que está
bien y mal. Así, el aborto o la eutanasia, aprobados como derechos por la
voluntad de los ciudadanos, podrían considerarse como fundados en la Sabiduría
Divina. La rebelión del hombre contra la ley de Dios, en virtud de su
autonomía, sería paradójicamente voluntad de Dios. Lo satánico sería divino. Un
disparate. Pero un disparate muy moderno. Los acuerdos entre el Vaticano y la dictadura
comunista china son un buen ejemplo de lo que estamos hablando. Según esos
acuerdos, la Iglesia Católica debe subordinarse a los dictados del
Partido Comunista y renunciar a su doctrina para difundir, apoyar y
aplaudir los dictados de los comunistas: incluyendo la aceptación de la
anticoncepción, del aborto y de la eutanasia, por ejemplo.
La
Iglesia Católica entendía la fraternidad como la comunión de los hijos de Dios.
El bautismo nos hace morir al pecado y nacer a una vida nueva en Cristo. Por la
gracia de Dios, los cristianos somos hijos de un mismo Padre. Pero para esa
fraternidad, para esa comunión de los santos, hace falta reconocer que hay “un
solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos,
que está sobre todos, por todos y en todos.” (Efesios 4, 5). La naturaleza
humana, herida por el pecado, se regenera por el agua y el Espíritu y nos hace
criaturas nuevas. No da igual estar bautizado que no estarlo. El bautismo nos
abre las puertas del Cielo.
La
fraternidad kantiana y la de la Iglesia Modernista del Nuevo Paradigma también
propugna un hombre nuevo. Pero esa nueva antropología que propugna es la de la
persona autónoma de la modernidad. Pone a la Persona en el centro de
todo: no a Dios. Es el hombre elevado a la categoría de dios que se crea a sí
mismo según su voluntad autónoma. Ese “poner a la persona en el centro”
es uno de los fundamentos del Pacto Educativo Global que
propone el Santo Padre. Insisto: no es Cristo el centro, sino la persona.
“La
vida humana es un hecho recibido que no tiene su origen en nosotros mismo. Al
contrario, la vida trasciende a cada hombre y mujer, y por lo tanto no es algo
auto-producido, sino dado por otra cosa.”
¿Qué
“otra cosa” nos habrá dado la vida? ¿Tal vez la Pachamama?
“Toda
la humanidad, al recibir la vida, se descubre unida en el vínculo de la
fraternidad.” “No podemos elegir a nuestros hermanos o hermanas porque no somos
los autores de su existencia. Por lo tanto, cuanto más se realiza la
fraternidad no expresa – en primer lugar – un deber moral, sino más bien
la identidad objetiva del género humano y de toda la creación.”
“Hay una mística de vivir juntos, de encontrarnos, de tomarnos en brazos, de
apoyarnos…”
Aquí
se esconde una fraternidad que no solo une a todos los seres humanos como
especie, sino también a todo ser creado. Todo está conectado. Es
una especie de panteísmo – o más bien panenteísmo – que recuerda a los bichos
azules de Avatar1 que enchufaban sus
coletas neurales al árbol sagrado y se daban cuenta de que todo era uno. En
nuestro planeta se da una especie de flujo de energía que une a toda la vida
con la Diosa Madre (la Pachamama).
El “todo está conectado” es un verdadero mantra
en Laudato Sí: su verdadero leitmotiv. Así lo
reconoce el propio Papa Francisco en el número 16 de la Encíclica:
16.
Si bien cada capítulo posee su temática propia y una metodología específica, a
su vez retoma desde una nueva óptica cuestiones importantes abordadas en los
capítulos anteriores. Esto ocurre especialmente con algunos ejes que
atraviesan toda la encíclica. Por ejemplo: la íntima relación entre
los pobres y la fragilidad del planeta, la convicción de que en el
mundo todo está conectado, la crítica al nuevo paradigma y a las formas de
poder que derivan de la tecnología, la invitación a buscar otros modos de entender
la economía y el progreso, el valor propio de cada criatura, el sentido humano
de la ecología, la necesidad de debates sinceros y honestos, la grave
responsabilidad de la política internacional y local, la cultura del descarte y
la propuesta de un nuevo estilo de vida. Estos temas no se cierran
ni abandonan, sino que son constantemente replanteados y enriquecidos.
Veamos cómo aparece el tema machaconamente:
L
S 91. No puede ser real un sentimiento de íntima unión con los demás
seres de la naturaleza si al mismo tiempo en el corazón no hay
ternura, compasión y preocupación por los seres humanos. Es evidente la
incoherencia de quien lucha contra el tráfico de animales en riesgo de
extinción, pero permanece completamente indiferente ante la trata de personas,
se desentiende de los pobres o se empeña en destruir a otro ser humano que le
desagrada. Esto pone en riesgo el sentido de la lucha por el ambiente. No es
casual que, en el himno donde san Francisco alaba a Dios por las criaturas,
añada lo siguiente: «Alabado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu
amor». Todo está conectado. Por eso se requiere una preocupación
por el ambiente unida al amor sincero hacia los seres humanos y a un constante
compromiso ante los problemas de la sociedad.
L
S 117. La falta de preocupación por medir el daño a la naturaleza y el impacto
ambiental de las decisiones es sólo el reflejo muy visible de un desinterés
por reconocer el mensaje que la naturaleza lleva inscrito en sus mismas
estructuras. Cuando no se reconoce en la realidad misma el valor de un
pobre, de un embrión humano, de una persona con discapacidad –por poner sólo
algunos ejemplos–, difícilmente se escucharán los gritos de la misma
naturaleza. Todo está conectado. Si el ser humano se declara
autónomo de la realidad y se constituye en dominador absoluto, la misma base de
su existencia se desmorona, porque, «en vez de desempeñar su papel de
colaborador de Dios en la obra de la creación, el hombre suplanta a Dios y con
ello provoca la rebelión de la naturaleza».
L
S 138. La ecología estudia las relaciones entre los organismos vivientes y el
ambiente donde se desarrollan. También exige sentarse a pensar y a discutir
acerca de las condiciones de vida y de supervivencia de una sociedad, con la
honestidad para poner en duda modelos de desarrollo, producción y
consumo. No está de más insistir en que todo está conectado. El
tiempo y el espacio no son independientes entre sí, y ni siquiera los átomos o
las partículas subatómicas se pueden considerar por separado. Así como los
distintos componentes del planeta –físicos, químicos y biológicos– están
relacionados entre sí, también las especies vivas conforman una red que nunca
terminamos de reconocer y comprender. Buena parte de nuestra
información genética se comparte con muchos seres vivos. Por eso, los
conocimientos fragmentarios y aislados pueden convertirse en una forma de
ignorancia si se resisten a integrarse en una visión más amplia de la realidad.
¿Es igual
que Avatar o no? Igualito, igualito.
La conversión
ecológica que se requiere para crear un dinamismo de cambio duradero
es también una conversión comunitaria.
LS
220. Esta conversión supone diversas actitudes que se conjugan para movilizar
un cuidado generoso y lleno de ternura. En primer lugar, implica gratitud y
gratuidad, es decir, un reconocimiento del mundo como un don recibido del amor
del Padre, que provoca como consecuencia actitudes gratuitas de renuncia y
gestos generosos, aunque nadie los vea o los reconozca: «Que tu mano izquierda
no sepa lo que hace la derecha […] y tu Padre que ve en lo secreto te
recompensará» (Mt 6,3-4). También implica la amorosa
conciencia de no estar desconectados de las demás criaturas, de formar con los demás seres del universo una preciosa comunión
universal. Para el creyente, el mundo no se contempla desde fuera
sino desde dentro, reconociendo los lazos con los que el Padre nos ha unido a
todos los seres.
La Iglesia del Nuevo Paradigma está abrazando un
nuevo paganismo que rinde culto idolátrico a la Naturaleza: a la Pachamama.
En la película Avatar, los indígenas – los Na’vi – adoran a Eywa,
la Gran Diosa Madre, descrita como “una red de energía que fluye
a través de todos los seres vivos”. Esta creencia panenteísta de
una deidad inmersa en todos los seres vivos se expone como una “fraternidad” o
unidad entre todas las cosas creadas. Dios está en todo y todo es parte de
Dios.
En Laudatio sí y en el Instrumentum
Laboris del Pacto Educativo Global, se pude rastrear ese panenteísmo: la
creencia de que todas las cosas, animadas e inanimadas, incluyendo la tierra y
los seres humanos, son manifestaciones de Dios; Dios es todo.
James Lovelock propuso la Hipótesis
de Gaia en la década de los 60. En esa teoría se afirmaba que la
biosfera, la atmósfera, los océanos y el suelo de la tierra son una entidad
compleja que constituye “un sistema cibernético o de retroalimentación que
busca un ambiente físico y químico óptimo para la vida”. La Tierra es
un organismo vivo, autorregulado y con conciencia. La teoría de Gaia
refleja la imagen panteísta de la Madre Tierra.
En el Evangelio según Avatar, Gaia es una
conciencia personal emergente. Según el Evangelio según la Iglesia del
Nuevo Paradigma, (punto 92 de Laudato Sí) “cuando el corazón está
auténticamente abierto a una comunión universal, nada ni nadie está
excluido de esa fraternidad.” “Todo está relacionado y todos los seres
humanos estamos juntos como hermanos y hermanas en una maravillosa
peregrinación, entrelazados por el amor que Dios tiene a cada una de sus
criaturas y que nos une también, con tierno cariño, al hermano sol, a la
hermana luna, al hermano río y a la madre tierra.”
Lo
único que nos falta es la trenza neural que tienen los Na’vi y que les permite
unirse a otros seres vivos: una especie de extensión de su sistema nervioso,
similar a la coleta de Pablo Iglesias, que funciona exactamente como los cables
de fibra óptica y nos da una explicación naturalista de una creencia mística.
LS
139. Cuando se habla de «medio ambiente», se indica particularmente una
relación, la que existe entre la naturaleza y la sociedad que la habita. Esto
nos impide entender la naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero
marco de nuestra vida. Estamos incluidos en ella, somos parte de ella y estamos
interpenetrados.
LS
233. El universo se desarrolla en Dios, que lo llena todo. Entonces hay mística en una hoja, en
un camino, en el rocío, en el rostro del pobre. El ideal no es sólo pasar de lo
exterior a lo interior para descubrir la acción de Dios en el alma, sino
también llegar a encontrarlo en todas las cosas.
La fraternidad expresa la identidad objetiva del género
humano y de toda la creación. Cuando el corazón está
auténticamente abierto a una comunión universal, nada ni
nadie está excluido de la fraternidad.
Avatar anuncia
la creciente influencia de una religión mundial pagana que promueve la
adoración a la naturaleza. La película de Cameron propone una
visión de la humanidad como una parte de la naturaleza, igual que cualquier
otra, que sirve a la Tierra (esta última, representada como autoridad
gobernante de toda la energía y la vida); ya no es el hombre la única
criatura hecha a imagen de Dios y corregente con Él, que posee con Él autoridad
sobre la naturaleza y la tierra. No es que la película Avatar sea,
en sí misma, un elemento de cambio. Avatar forma parte de
una ola cultural de ideas que afectan a todas las áreas de la cultura global de
hoy, desde la religión al entretenimiento, a la ciencia y a la política que
promete una redención pagana del ser humano, a la vez que exige esclavizar a la
humanidad y subordinarla a la naturaleza. El hombre es un parásito que
está destruyendo a la Madre Tierra. Somos un virus que hace enfermar y amenaza
con asesinar a la Pachamama que nos ha dado la vida. Debemos impedir que el
hombre destruya a la Naturaleza. Y para eso necesitamos un gobierno global que
controle la natalidad y que propicie un descenso del número de habitantes para
que la vida sobre el planeta sea sostenible. A partir de aquí, la eutanasia, el
ataque a la familia, el aborto, la anticoncepción, la promoción del suicidio…
Todo vale con tal de que el número de habitantes de la Tierra disminuya de
manera sustancial. Tal vez que se escape de vez en cuando algún virus de algún
laboratorio militar que elimine a unos cuantos miles de viejos y enfermos pueda
contribuir a ese control de la población mundial. En realidad, es la Madre
Tierra la que se defiende de los seres humanos que la hieren con sus abusos y
la que se ve obligada a defenderse generando anticuerpos que eliminen los virus
humanos que amenazan la supervivencia de la vida en la Casa Común.
La Iglesia del Nuevo Paradigma, la del cambio de época
del cardenal Re o del cardenal Parolin, se parece más al panenteísmo pagano de
Avatar que a la Iglesia de Santo Tomás de Aquino o San Agustín. Yo me quedo con
la mística de Santa Teresa de Jesús o con la de San Juan de la Cruz antes que
con la mística de la hoja o del rocío. Me quedo con la Iglesia martirial china
que defiende el cardenal Zen. Me quedo con la comunión de los santos.
Estos potenciales dictadores globales dicen que hace
falta un gobierno mundial que establezca una paz global y termine con las
injusticias sociales e imponga el respeto a una ley mundial y que intervenga
para solucionar los conflictos sociales y ambientales que afligen a la
humanidad. Y en paralelo, hace falta una religión sincrética universal,
liderada por una única autoridad espiritual mundial: la Nueva
Iglesia de la Pachamama. Se trataría de una religión neopagana que adora a la
Naturaleza y promete la redención del género humano en esta vida a costa de que
la humanidad se subordine a una política ecológica integral liderada por el
Gobierno Mundial: propugnan una falsa mística, una falsa religión y una falsa
redención puramente inmanente que recuerda sobre todo al paraíso comunista
disfrazado (estamos en un carnaval perpetuo) de ecologismo integral. En nombre
de la sostenibilidad ecológica y de la subsistencia de Nuestra Madre Tierra,
debemos controlar la población y cambiar nuestro estilo de vida. El modelo a
seguir es el de los indígenas del Amazonas que nos enseñan “el buen vivir” en
armonía con la Naturaleza, con la Pachamama. Hay que volver a una vida tribal,
a un estilo paleolítico de vida, para no contaminar. Suprimamos los vuelos en
avión, los plásticos, el insostenible y contaminante consumo de energía, el uso
de coches. Hay que volver a un estilo de vida sencillo y en armonía con la
Madre Tierra. Hay que acabar con el consumismo desenfrenado y con la
explotación de los recursos naturales, que son limitados y no dan para mantener
tantísimos millones de seres humanos. Hay que reducir la población mundial. Hay
que volver a la vida del campo, a la arcadia feliz.
Quieren un solo gobierno y una sola religión, que sería
la religión de la tolerancia: una religión multiforme, poliédrica. Todas las
religiones son igual de válidas siempre y cuando fomenten el amor y la
tolerancia y no generen conflictos por culpa del integrismo. Lo importante es
el amor, la fraternidad universal, la mística de estar juntos y disfrutar de la
contemplación de las hojas y el rocío. El budismo, el judaísmo, el
cristianismo, las religiones animistas… Todas son igualmente válidas. El
multiculturalismo va de la mano del indiferentismo religioso: de un sincretismo
pagano estilo New Age que predica una fraternidad universal que propugna que
todo lo creado por la Madre Tierra está conectado y todo depende de todos.
Un asco. Yo me tiro al monte y me declaro en guerra
contra el Gobierno Mundial y contra el nuevo paganismo panenteísta. Gobierno
Mundial y Religión Pagana pretenden ir de la mano para salvar a la Madre Tierra
de la amenaza del ser humano.
No me cogeréis vivo.
¡Viva Cristo Rey!