De dos tipos de católicos nos
habla el Evangelio de hoy: el soberbio y el humilde; y de dos tipos de piedad:
una orgullosa y la otra humilde; falsa la primera y verdadera la segunda.
La oración de fariseo es una
mezcla de orgullo, autocomplacencia y desprecio de los demás. Aunque no tenga
la intención de mentir, es falsa la oración del fariseo porque es orgullosa. No
pide nada a Dios porque cree que no necesita nada. Sólo da gracias. Es por eso
que los modernistas, hijos del orgullo y ciegos como el fariseo de la parábola,
a la Misa le dicen Eucaristía, palabra que significa acción de gracias.
Dice San Pablo en 1 Cor
(4,7): “¿qué cosa tienes que no la hayas recibido [de Dios]?
Y si todo lo que tienes lo has recibido dé El, ¿de qué te jactas como si no lo
hubieras recibido? Santa Teresa de Ávila decía que la humildad
consiste en andar en la verdad." Exacto. La humildad
se funda en esta gran verdad: todo lo bueno que tenemos procede de
Dios. Según esto, cada uno de nosotros debe decir: nada es mío, a
excepción de mis pecados; Dios quiere que reconozca que todo se lo debo a Él;
Dios quiere que siempre le esté pidiendo los bienes que él me quiere dar; actúo
neciamente si desprecio a los que parecen haber recibido menos de
Dios.
Siempre han existido fariseos y
hoy están bien representados, por ejemplo, entre los sedevacantistas que
afirman ser los únicos verdaderos católicos que quedan en el mundo y desprecian
a los feligreses de las Parroquias, víctimas, en su inmensa mayoría, de los
lobos modernistas. Dicen, como el fariseo de la parábola: te damos
gracias, Señor, porque no somos como los demás hombres. Sólo nosotros somos tus
elegidos, el remanente fiel, los que conformamos tu “pusillus grex” (pequeño
rebaño)…
Hay que tener cuidado no sólo con
el fariseísmo de ciertos grupos, sino también con el fariseo que hay dentro de
nosotros y que intenta prevalecer. Conviene decirlo una vez más: el fariseísmo
es la gran tentación de los tradicionalistas.
Pero dijo Nuestro Señor: "el
que se eleva será rebajado y el que se rebaja será elevado" por
Dios.
El demonio se elevó por el
orgullo y fue rebajado hasta lo más profundo del infierno. Nuestros primeros
padres, creyendo al diablo, aspiraron a unas alturas que no corresponden a los
hombres sino sólo a Dios, y como resultado, cayeron en las densas oscuridades
del pecado original, arrastrando consigo a toda la humanidad.
Al revés, el buen ladrón, por su
grandísima humildad en el Calvario, fue elevado hasta el extremo de merecer
entrar en el cielo antes que los Apóstoles. En fin, el mismo Dios Hijo, antes
de ser exaltado por el Padre, se rebajó a la condición de hombre mortal;
se anonadó, como dice San Pablo, se abajó hasta ser como nada.
Dios ama la humildad y no acepta
los corazones en que no encuentra esa virtud, los corazones en los que en lugar
de ver reflejado su divino rostro, ve la imagen de un mero hombre. Y por eso
Cristo dice "aprended de Mí, que soy manso y humilde de
corazón" (Mt 11, 28). No dice aprended de Mí, que hago milagros,
que poseo todo el conocimiento, que lo puedo todo; pues Dios no nos deja de
amar porque no hagamos milagros, o porque no seamos sabios, o porque no seamos
capaces de muchas cosas. Lo que Dios aborrece, lo que odia, es que seamos
orgullosos.
Queridos hermanos, para
comprender qué es la humildad, conviene meditar acerca de la respuesta que dio
la Virgen Santísima al ángel que la invitó a subir a la mayor altura en la que
una pura criatura pudo ser puesta, la de Madre de Dios: "he aquí a
la esclava del Señor". Si la humildad que hay en esas palabras fuera
nuestra respuesta constante ante Dios, ciertamente salvaríamos nuestras almas y
alcanzaríamos la verdadera santidad.
Y con estas palabras de su canto
llamado el Magníficat, Ella no hace sino reiterar esa idea de Cristo: "el
que se eleva será rebajado y el que se rebaja será elevado": …"porque
ha mirado la humildad de su esclava, por eso todas las generaciones me llamarán
bienaventurada. Desplegó el poder de su brazo y dispersó a los que se
ensoberbecen en sus pensamientos. Derribó a los poderosos de sus tronos y elevó
a los humildes. A los pobres llenó de bienes y despidió vacíos a los
ricos".
Que por la intercesión de la
Virgen Santísima, Dios nos dé siempre la humildad del publicano y nos libre
siempre de la soberbia del fariseo.
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Fuente parcial: Verbum Vitae, Herrera
Oria, BAC.