Circo romano en el
Vaticano. Un espectáculo obsceno, inmoral, propio de
Calígula, ante los ojos de Francisco y sus colaboradores en la destrucción de
la Iglesia. La Neo-FSSPX será otro espectáculo para los impíos.
La Fraternidad San Pío X, como el
presuntuoso amigo de Agustín de Hipona, se apresta a integrarse a la iglesia
conciliar en Roma. Se estudian los detalles finales en la negociación.
Como en la antigüedad pagana, hoy Roma
ha vuelto al paganismo, como puede verse en el circo que habitualmente se
ofrece en espectáculo a quien hace las veces de emperador, hoy llamado
Francisco. Pudo verse recientemente un diabólico acto circense francamente degenerado,
ante los ojos lascivos de los cardenales y frente al Papa mismo, al parecer
complacido por el bochorno e impúdico exhibicionismo. Un espectáculo diabólico
que no debe ser mirado y que el pudor impide reproducir en sus imágenes.
Nos preguntamos, ¿creerá la Fraternidad
que una vez en Roma, podrá cerrar los ojos, como presumió de hacer el buen
Alipio, para no enterarse ni complacerse en estas cosas y tantísimas
escandalosas que la iglesia conciliar vierte de continuo? El relato de San Agustín les sirva de
advertencia para no entrar donde no le conviene estar, y preservarse así de la
corrupción que infesta la iglesia conciliar.
“No queriendo
[Alipio] dejar la carrera del mundo, tan decantada por sus padres, había ido
delante de mí a Roma a estudiar Derecho, donde se dejó arrebatar de nuevo, de
modo increíble y con increíble afición, a los espectáculos de gladiadores.
Porque aunque
aborreciese y detestase semejantes juegos, cierto día, como topase por
casualidad con unos amigos y condiscípulos suyos que venían de comer, no
obstante negarse enérgicamente y resistirse a ello, fue arrastrado por ellos
con amigable violencia al anfiteatro y en unos días en que se celebraban
crueles y funestos juegos.
Él les decía:
«Aunque arrastréis a aquel lugar mi cuerpo y le retengáis allí, ¿podréis acaso
obligar a mi alma y a mis ojos a que mire tales espectáculos? Estaré allí como
si no estuviera, y así triunfaré de ellos y de vosotros.» Pero éstos, no
haciendo caso de tales palabras, le llevaron consigo, tal vez deseando
averiguar si podría o no cumplir su dicho.
Cuando
llegaron y se colocaron en los sitios que pudieron, todo el anfiteatro hervía
ya en cruelísimos deleites, pero Alipio, habiendo cerrado las puertas de sus
ojos, prohibió a su alma salir de sí a ver tanta maldad. ¡Y pluguiera a Dios
que hubiera cerrado también los oídos! Porque en un lance de la lucha fue tan
grande y vehemente la gritería de la turba, que, vencido de la curiosidad y
creyéndose suficientemente fuerte para despreciar y vencer lo que viera, fuese
lo que fuese, abrió los ojos y fue herido en el alma con una herida más grave
que la que recibió el gladiador en el cuerpo a quien había deseado ver; y cayó
más miserablemente que éste, cuya caída había causado aquella gritería, la
cual, entrando por sus oídos, abrió sus ojos para que hubiese por donde herir y
derribar a aquella alma más presuntuosa que fuerte, y así presumiese en
adelante menos de sí, debiendo sólo confiar en ti. Porque tan pronto como vio
aquella sangre, bebió con ella la crueldad y no apartó la vista de ella, sino
que la fijó con detención, con lo que se enfurecía sin saberlo, y se deleitaba
con el crimen de la lucha, y se embriagaba con tan sangriento placer.
Ya no era el
mismo que había venido, sino uno de tantos de la turba, con los que se había
mezclado, y verdadero compañero de los que le habían llevado allí.
¿Qué más?
Contempló el espectáculo, voceó y se enardeció, y fue atacado de la locura, que
había de estimularle a volver no sólo con los que primeramente le habían llevado,
sino aparte y arrastrando a otros consigo. Pero tú te dignaste, Señor, sacarle
de este estado con mano poderosa y misericordiosísima, enseñándole a no
presumir de sí y a confiar de ti, aunque esto fue mucho tiempo después”.
“Confesiones”, de San
Agustín, Libro VI, Capítulo VIII.