Ceguera indeclinable
El 13 de
octubre pasado, mismo día en que Francisco recibió a Mons. Fellay, recibió
también a una delegación de luteranos que emplazaron -con la venia de
Francisco- una estatua del diabólico heresiarca Lutero en el Vaticano.
La
reconciliación plena “a dos puntas” coincide y se apresta a su total
concreción.
Si después de
esto los sacerdotes y fieles de la Fraternidad San Pío X no reaccionan, es porque
están indefectiblemente ciegos.
Su integración
será la más penosa desintegración, que no dejan de advertir plumas muy lúcidas,
como por ejemplo en estos dos recientes artículos: http://syllabus-errorum.blogspot.fr/2016/11/don-curzio-nitoglia-el-modernismo-es.html y http://syllabus-errorum.blogspot.fr/2016/10/comentarios-eleison-desintegracion.html
Querer
“normalizar” a la Fraternidad San Pío X acordando con un Papa absolutamente
“anormal”, es verdaderamente “loco”.
La “Hermenéutica de la continuidad” de
Monseñor Fellay
Hay un sermón
de Benedicto XVI, si mal no recordamos de comienzos de su pontificado, donde
traza sus líneas programáticas, enunciando su famosa “Hermenéutica de la
continuidad”. Si hablamos de la Tradición de la Iglesia, encontramos que hay un
órgano y un contenido de la misma. El primero (activo) es el encargado de
transmitirla; el segundo (pasivo) es el depósito de la fe. El segundo necesita
del primero para su transmisión. El Catecismo Romano en su misma inroducción
enseña que la fe se recibe por la audición, para lo cual es necesario el
trabajo constante y el ministerio del maestro legítimo para conseguir la eterna
salvación: “Cristo vino a este mundo a enseñar la fe, que después propagaron
los apóstoles y sus sucesores”.
La astuta jugada
que hizo Ratzinger en su hermenéutica o interpretación de la continuidad, es
desligar el órgano del contenido, para aferrarse al primero, poniendo la
continuidad en el órgano solamente, pudiendo el contenido variar sin
dificultad. Así, tenemos que si hay continuidad en la línea pontificia y
episcopal desde los orígenes de la Iglesia, esa continuidad por sí sola es
suficiente para definir a la “tradición viva” de la Iglesia, por lo cual no
habría ninguna ruptura del Vaticano II con el magisterio anterior al mismo.
Esta
continuidad ratzingeriana ha entrado en la metodología de Mons. Fellay para
imponer una nueva política oficial de la FSSPX con respecto a Roma. En efecto, presumiendo
de actuar en continuidad con el fundador de la Fraternidad San Pío X, y siendo
su sucesor legítimo, Mons. Fellay ha hecho la misma ruptura con el contenido o el
depósito que ha trasmitido Mons. Lefebvre, asegurando sin embargo que la suya
es una continuidad. Y reinterpretando a conveniencia las enseñanzas de Mons.
Lefebvre, ha buscado legitimar en base a éste su política suicida de ralliement con la Roma modernista.
Dejando a un lado el contenido, esto es, la verdad, la cual no puede aceptar el
error ni mucho menos ponerse bajo su dominio o control, la autoridad, separada
de aquella verdad, ha ocupado su tiempo en arduos y rebuscados y constantes intentos
de justificar su novedosa “hermenéutica de la continuidad” acuerdista.
Ralliement
pastoral, no dogmático
Esta
abdicación de sus deberes de transmitir la verdad, para dedicarse a las negociaciones
y el diálogo que busca la tolerancia y la convivencia entre la verdad y el
error (ecumenismo), se manifiesta también siguiendo la modalidad lingüística
propuesta por el concilio, el cual se definió a sí mismo como “pastoral” y no
“dogmático”, a sabiendas de que la nueva pastoral apuntaba a demoler el terreno
dogmático sin osar decirlo. Así la FSSPX declara que su ralliement también es “pastoral”, es decir, “no dogmático”, ya que
busca una “regularización canónica” en vistas a un mayor y conveniente
apostolado. De allí que aceptaría coincidir con Roma en lo pastoral pues Roma
(Francisco) no tiene interés en la cuestión dogmática. El catolicismo liberal
es más una práctica que una teoría.
Esta caída de
la FSSPX ha llegado a través de una lenta gradación en el camino del mal, que
podemos describir tomando como guía la Sagrada Escritura, particularmente el
primero de los Salmos.
Leemos, en la traducción
de Mons. Straubinger:
“Dichoso el hombre
que no sigue el consejo de los malvados,
ni pone el pie en el camino de los pecadores,
ni entre los burladores toma asiento”
(Sal. 1,1)
1)Primero se
sigue el mal consejo, el consejo de los malvados (“hay que acordar con Roma,
recibimos una propuesta de ellos, tenemos amigos enre ellos”); 2)luego se pone
el pie en el camino de los romanos modernistas (“hay que ir a Roma y conversar
con ellos”), 3) para terminar la progresión en el mal instalándose entre ellos
(“hay que ser reconocidos por Roma y trabajar con ellos”). El salmo, además,
destaca que es dichoso en primer lugar el hombre que no escucha a los malvados,
que no sigue su camino ni se sienta con ellos, mas al contrario se deleita en
conocer, amar y meditar la Ley de Dios. Se destacan las dos vías opuestas y se
ve muy bien que la bienaventuranza se obtiene por una separación o segregación
respecto del mal, pues hay solo dos vías y no una vía intermedia. Es una
enseñanza de toda la Sagrada Escritura: “No
he tomado asiento con hombres inicuos,/ni busqué la compañía de los que
fingen;/aborrecí la sociedad de los malvados/y con los impíos no tuve
comunicación” (Salmo 25, 4-5). Lo mismo enseña el Salmo 118, 101: “Aparto mis pies de toda senda mala,/para ser
fiel a tus palabras”, y el Salmo 124,5: “Pero a los que se desvían por senderos tortuosos/échelos Yahvé con los
obradores de iniquidad”. Lejos de esta sabiduría simplísima de Dios, y del
combate a que nos anima, los acuerdistas liberales han perdido el sentido
militante de la Iglesia, pues han olvidado las palabras y consejos divinos.
Engañados por las obras materiales, donde creen ver los frutos de que habla el
salmo que promete la prosperidad, se van tras los fastos que bien puede comprar
el dinero, y no tras la fecundidad apostólica que brinda la esforzada y gozosa
resistencia en la cruz. La bienaventuranza es de los perseguidos, los
insultados, los “excomulgados” por causa de Cristo ((Mt. 5, 1-12). La
bienaventuranza no pertenece a los liberales.
“Percanta que me amuraste” o Una mala
mujer
Todo el mundo
conoce la historia de Sansón y Dalila (Jue.16), o por lo menos ha escuchado
alguna generalidad sobre la misma. Poco nos ilustramos sobre el sentido místico
de las diferentes figuras que los libros del Antiguo Testamento contienen. Así,
esta seductora mujer es 1) figura de la Sinagoga que intenta obtener la muerte
de Nuestro Señor; 2) figura de la carne, cómplice del demonio que desde dentro
de nosotros mismos intenta hacernos caer.
Es interesante
ver cómo el diablo hace uso de la mujer desde la primera caída original, para
tentar a los hombres. Si buscamos un caso muy resonante y muy reciente, podemos
advertir cómo tras haber realizado las eminentes La Pasión de Cristo y Apocalypto,
el director de cine Mel Gibson (hasta entonces católico de misa tradicional,
casado con siete hijos), cayó en la trampa de otra “Dalila”, muy bien
predispuesta, como aquella del Antiguo Testamento, por sus inveterados enemigos
de la Sinagoga, hasta perder el poder (esto es, talento y medios) de que
entonces gozaba para realizar tales obras de arte católicas.
Siguiendo con
las figuras, podemos muy bien conocer que una “Dalila” que se llama “Prelatura”
, al igual que aquella, ha acosado insistentemente y durante años a un obispo
superior de una congregación tradicional, el cual al fin le descubrió la razón
del poder de su Fraternidad: su apego a la verdad. Entonces “ella, habiéndolo hecho dormir sobre sus
rodillas” (a base de conversaciones y diálogos cordiales), y “reclinar la cabeza en su regazo” (en
base a concesiones varias), “llamó a un
barbero que le cortó a Sansón las siete guedejas de su cabello”: esto es,
su intransigencia antiliberal; y el jefe de la gran Fraternidad, “despertando del sueño, dijo en su interior:
Saldré como hice antes, y me desembarazaré de ellos” (los ultramodernistas),
“no conociendo que el Señor se había
retirado de él”. Puede leerse lo que ocurrió después con Sansón en Jueces
16, 21. No queremos anticipar lo que ocurrirá con el obispo reconocido y sus
seguidores pues cualquiera puede imaginarlo.
El nuevo disfraz del Fariseísmo
Pensamos que,
sin darse cuenta, Mons. Williamson ha dado en el clavo con su insistencia en
tratar, en sus Comentarios Eleison,
el tema del Sedevacantismo. Pues si mal no comprendemos, resulta ser el nuevo
nombre, vestimenta o disfraz del Fariseísmo.
Desde esta
trinchera –usamos este término como figura o símbolo y no en el sentido
estricto de su significado técnico en que lo usa el mismo Mons. Williamson en
uno de sus Eleison, vaya esto dicho pues siempre aparecen los infaltables buscapleitos,
calumniadores y ensuciadores seriales-, desde este espacio, decimos, siempre
hemos vuelto a este tema pues lo consideramos de capital importancia.
Insuperables nos resultan las lecciones dadas por el Padre Castellani al respecto,
que recientemente recordáramos. (acá)
En efecto, el
Sedevacantismo, hablando en general, antes que una causa, es un efecto; antes
que una postura intelectual, es una postura espiritual; antes que una solución,
es un problema. Por eso no hablamos de la tesis en sí sedevacantista (que no
pasa de ser una teoría), sino de la actitud por la cual ciertos espíritus son
proclives a inclinarse al sedevacantismo, y, una vez en esta posición, derivar
hacia un fanatismo fustigante y virulento, hacia una obsesión que pretendiendo basarse
solamente en la razón, cae en actitudes emotivas pletóricas de orgullo herido,
y de urgidas solicitaciones a hallar el reconocimiento ajeno a su
“indiscutible” superioridad intelectual.
Inconcebible
era para los fariseos que un Dios fuera escarnecido, abofeteado, coronado de
espinas, crucificado. Pero así fue. Inconcebible es para los neo-fariseos que
un Papa defeccione, que abandone la buena doctrina, que niegue a Cristo. Pero
lo es. Unos como otros se cierran al Misterio divino. Aquellos se hicieron su
propia idea del Mesías. Estos, su propia idea de la Iglesia. Pero el Misterio
sólo puede ser aceptado por quienes aceptan que no tienen la última palabra.
Dice el Padre
Castellani, en el texto mencionado: “La
religión viva ha de vivir dentro de la religión desecada sin desecarse ni dejar
de ser lo que es, como un golpe de savia que debe moverse a través de un tronco
vuelto corteza. Éste fue el difícil y delicado trabajo de Cristo”. Y éste
es el difícil y delicado trabajo de quienes se sostienen desde la Tradición.
Pero atención, porque también habla el P. Castellani de Cristo en su “tremendo enfrentarse con los pervertidores
de la religión”. Los sedevacantistas no se enfrentan con ellos porque no
los reconocen y se ponen al margen del combate. Los neo-fraternitarios no los
enfrentan porque buscan ser “reconocidos” y favorecidos por ellos.
Tanto los
fariseos sedevacantistas de la Tradición o en la Resistencia, como los fariseos
de la FSSPX, se han apropiado de la religión paa buscar los primeros puestos,
ya sea en la pureza y el integrismo que pregonan, ya en ser el baluarte de la
Tradición con sus publicitadas obras edilicias demostrativas de su “fe
robusta”. Castellaniuna vz más:"Los calzados —decía San Juan de Yepes de los de su tiempo —están
tocados del vicio de la ambición, y así todo lo que hacen lo coloran y tiñen de
bien; de manera que son incorregibles..." La ambición en los
religiosos, que se les vuelve a veces una pasión más fuerte que la lujuria en
los seglares, es una de las partes más finas del fariseísmo: "Amar
los primeros puestos... amar el vano honor que dan los hombres".
La Escritura
los describe muy bien:
“Otra casta de gente que se tiene por pura,
Y no se ha lavado de sus manchas.
Otra casta hay de gente, que tiene altivos sus ojos,
Y erguidos sus párpados.
Otra casta de hombres
Que tienen unos dientes como cuchillos,
Y despedazan con sus quijadas,
Y se tragan los desvalidos de la tierra,
Y los pobres de entre los hombres”.
(Prov. 30,
12-14)
¿De dónde
proviene este veneno del fariseísmo? Del desconocimiento de Dios, por haberse
hecho un dios a la propia medida y conveniencia. Pues, al decir de Ruperto de
Manresa: “La fe y el conocimiento de Dios son el principio, la raíz de la
misericordia; porque quien cree en Dios, en sus misterios, en sus bondades, en
los destinos que ha dado al hombre, no podrá menos de ser piadoso con su
prójimo; y de la virtud sobrenatural de la fe, brota la virtud sobrenatural del
amor”. Ese desconocimiento de Dios viene dado por la falta de sinceridad en su
relación con Él, fruto del orgullo. Dice Mons. Straubinger que una doctrina
manifestada constantemente en la Sagrada Escritura es que “el grado de
sinceridad de cada hombre para con Dios, es la medida de las luces que tendrá
en materia espiritual. De ahí que tantos sencillos entienden más que los tenidos
por sabios” (coment. al Sal. 49). “Lo
pondré en alto porque conoció mi Nombre” (S. 90, 14). El fariseo se pone él
mismo en lo alto (mostrándose como el “más ortodoxo”, el “más ayunador”, el más
fiel “cumplidor de los preceptos”, etc), porque no conoce el nombre de Dios que
es Padre, ante el cual debemos presentarnos “sucios como somos, pues es Él
quien nos impia y no nosotros”, en vez de “cultivar, como el fariseo del
templo, esas formas disimuladas del amor propio, que el mundo suele disfrazar
de virtud con el nombre de ‘la propia estimación’ o ‘la satisfacción del deber
cumplido’” (Mons. Straubinger).
Fray Llaneza