MONS. EMILE GUERRY
“Bendito sea Dios, el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, Padre de las Misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en nuestras tribulaciones... abunda nuestra consolación por medio de Cristo” (2 Cor., 1, 3-4).
I.
La misericordia de Jesús
Cuando
se busca penetrar en el Corazón del Divino Maestro, al través de las páginas
del Evangelio, lo que ante todo se revela es su misericordiosa bondad para
con todas las debilidades y todas las miserias de la humanidad.
Miserias físicas: "Y Jesús recorría todas las ciudades... curando toda enfermedad y todo mal
incurable. Pues, al ver esa muchedumbre de hombres, se movió a compasión por
ellos, porque estaban extenuados y abatidos, como ovejas sin pastor” (Mt., 9,
36).
Todos
esos pobres seres, que los hombres arrojan con desprecio, los leprosos, los
paralíticos, los ciegos, los sordomudos, ésos son los que Jesús amó. Todos le
hicieron, durante su ministerio público, un cortejo de dolores, cuya sola vista
indigna y escandaliza a los que experimentan asco por la miseria.
Miserias morales.
Jesús sólo tuvo un odio en su corazón, pero fuerte y terrible: el odio al pecado.
En cambio se inclina sobre los pecadores con una compasiva ternura. Acuden a Él.
Es su refugio, su salvador. Ninguna miseria moral le causa repugnancia. Se
diría más bien que lo atrae. Basta comparar, en una misma escena, su conducta
con la de aquellos que lo rodean.
En
casa de Simón el fariseo, la pecadora vuelca el contenido de su vaso de alabastro.
Simón protesta. Jesús defiende a la mujer, alaba su amor y su fe. Surge el
caso de la mujer adúltera. Los escribas y fariseos la rechazan cruelmente.
Jesús la confunde y la protege.
Pedro
lo niega tres veces: Jesús lo nombra Jefe de su Iglesia.
Oh
Jesús, nos asombramos de ver que no hayan comprendido de golpe la magnitud y la
profundidad de tu Misericordia los que tuvieron el privilegio de ser los
testigos de ella. ¿Pero acaso no estamos renovando esas ciegas resistencias,
cuando dudamos de esa Misericordia y de esa Bondad del Padre que Tú viniste a
manifestar?
II.
La misericordia del Padre
El
amor de Jesús por todas las debilidades humanas no era sino la manifestación
del amor misericordioso del Padre para con la humanidad. Durante su existencia
terrenal, Jesús ocultó los divinos atributos que Él poseía en común, como
Verbo, con su Padre: su Majestad, su Justicia, su Omnipotencia. Pero hay un
atributo del Padre que vino, por el contrario, a manifestar muy particularmente:
el Amor Misericordioso. Para eso se encarnó: "Debió hacerse semejante en
todo a sus hermanos para poder ser misericordioso.”
La
Encarnación es la prueba más conmovedora de esa Misericordia. El infinito se
une a lo finito, Dios a la naturaleza humana, para ser uno de los nuestros,
para compadecer a nuestras miserias.
Hay
dos elementos en la Misericordia: uno afectivo: una compasión sensible que se
experimenta a la vista de los sufrimientos ajenos; otro efectivo: una voluntad
bienhechora que se traslada a socorrer esa miseria y se esfuerza en curarla, y
es este segundo movimiento de la voluntad lo que constituye esencialmente la
misericordia.
El
Padre que está en los cielos no puede evidentemente experimentar una compasión
sensible acompañada de tristeza. Pero la voluntad de curar efectivamente
nuestra miseria, es todo Él; es lo propio del Padre. Así también se inclina con
amor sobre la miseria de sus hijos, cuando se manifiestan conscientes de esa
miseria, como si ella lo atrajese irresistiblemente.
Oh
Jesús, bendito seas Tú por habernos manifestado en todos tus actos la
Misericordia del Padre. Tus perdones son los suyos. Para hacérnosla comprender
mejor, has querido sentir en tu corazón de carne los sufrimientos y tristezas
de nuestras miserias humanas.
Mons. Emile
Guerry, “Hacia el Padre”.