EDITORIAL
La cuestión candente y el
precio a pagar
Nuestro Señor Jesucristo
Pilato le preguntó a
Jesús: “¿Tú eres Rey?” Y Nuestro Señor respondió: “Tú lo has dicho, Yo soy Rey.
Para eso nací, para eso vine al mundo: para dar testimonio de la Verdad” (Juan
18, 37) El precio a pagar por haber respondido a esta cuestión candente
confesando que Él era Rey, fue para Nuestro Señor los suplicios de Su Pasión.
Tras Él, todos los
cristianos, miembros de su Cuerpo Místico, también deben confesar la verdad
respondiendo a la cuestión candente, y para eso estar dispuestos a pagar el
precio.
Monseñor Lefebvre
Mons. Lefebvre, a quien
Dios llamó hace veinticinco años (25 de marzo de 1991), él también debió pagar
el alto precio por haber dado testimonio de la verdad.
Él, que tanto merecía de
la Iglesia por su obra misionera, fue condenado dos veces por la jerarquía, y
él está muerto oficialmente “excomulgado”. Todo esto porque, como sabemos, él
respondió a la pregunta:
¿Podemos aceptar el
concilio Vaticano II y el destronamiento de Nuestro Señor Jesucristo por las
autoridades romanas?
Joseph Fadelle
El precio a pagar, es el título del
libro en el cual Joseph Fadelle (Mohammed al-Sayyid al-Moussaoui) relata su
conversión al cristianismo y las pruebas increíbles que debió sufrir antes de
llegar al bautismo[1].
Todo cristiano debería
haber leído este libro para comprender cómo el demonio mantiene prisioneros en
el error a cientos de millones de musulmanes, y las dificultades humanamente
insuperables a que se enfrentan si quieren pasar del reino de la oscuridad al
de la luz.
Pero Joseph Fadelle aún
no termina de pagar el precio. Pues, ahora que conoce la verdad, él quiere
compartirla a sus antiguos correligionarios.
Principalmente, él
responde a la pregunta: ¿Se puede tolerar al islam o es necesario combatirlo
buscando convertir a los musulmanes?
Esto le suscita muchas
dificultades, no solamente con los musulmanes, lo que es comprensible, sino
también con las autoridades de la iglesia conciliar que ya no quieren hacer
misión hacia el islam: ecumenismo y diálogo interreligioso obligan.
La cuestión candente
En cada época, hay una
cuestión candente, a la cual los amigos de Nuestro Señor Jesucristo deben
responder pagando el precio:
Los Apóstoles, al salir
del Cenáculo el día de Pentecostés, no se pararon en pelillos para echar en
rostro a los príncipes y magistrados de Jerusalén el asesinato jurídico del
Salvador. Y les costó azotes por de pronto, y luego la muerte, el haber tocado
esa por aquellos días tan candente cuestión.
Desde entonces a cada
héroe de nuestro glorioso ejército ha hecho famosa la respectiva cuestión
candente que le cupo en suerte dilucidar: la cuestión candente, la del día, no
la fiambre y rezagada que perdió ya su interés, no la futura y nonnata que está
aún en los secretos del porvenir[2].
La cuestión para Nuestro
Señor era su realeza, para Joseph Fadelle, la conversión de los musulmanes al
cristianismo, para Mons. Lefebvre, el rechazo de las novedades conciliares.
¿Y hoy, en 2016?
La cuestión es la de la
"normalización" de las obras de la Tradición: ¿Hay que pedir y
recibir una situación canónica legal de la Roma conciliar?
Después del fracaso de las
negociaciones emprendidas entre Mons. Lefebvre y Roma en 1987 y 1988, las obras
de la Tradición han continuado desarrollándose al margen de las estructuras
oficiales de la Iglesia conciliar. Luego, a partir del año 2000, las
negociaciones fueron retomadas entre Roma y las autoridades de la FSSPX en
vista de un reconocimiento canónico.
Nosotros ya respondimos a
esta cuestión en Le Sel de la terre 88 (primavera 2014, pág.
138) y Le Sel de la terre 89, (verano de 2014, pág. 215): tal
reconocimiento no debe ser aceptado en tanto las autoridades romanas estén
sometidas todavía a los errores del concilio.
Ésta era la posición de
Mons. Lefebvre a partir de mayo de 1988 hasta su muerte, esta fue la posición
defendida oficialmente por la FSSPX hasta el 2011.
Hoy en día, la cuestión
sigue siendo candente, y los que respondan a ella con fidelidad, deben
esperarse pagar el precio.
¿Qué es lo que está en juego en esta cuestión?
¿Vale la pena? ¿No
podemos aceptar este reconocimiento que se nos ofrece desde el momento que
nosotros no renegamos de nuestra posición?
Supongamos un instante
-aunque imposible- que las autoridades romanas no pidan ningún compromiso
doctrinal: ni aceptar el concilio, ni reconocer la legitimidad de la nueva
misa, ni siquiera .lo que sería todavía más asombroso-el someterse al nuevo
Código de Derecho canónico.
En este caso, ¿no podemos
aceptar este reconocimiento?
Respondemos aquí
brevemente[3] citando una parte de la conclusión del gran sermón
público de Mons. Lefebvre, de fecha 29 de noviembre de 1989 en Bourget, con
ocasión del 60 aniversario de su sacerdocio:
Sabemos muy bien que la
finalidad de las sectas secretas, es un gobierno mundial con ideales masónicos,
es decir, los derechos del hombre, es decir la igualdad, la fraternidad y la
libertad, comprendidas en sentido anticristiano, contra Nuestro Señor. Estos
ideales serán defendidos por este gobierno mundial que establecerá una especie
de socialismo para todos los países y luego un congreso de religiones,
comprendiendo todas las religiones, comprendida la religión católica, que
estará al servicio del gobierno mundialcomo los ortodoxos rusos están al
servicio del gobierno de los Soviets. Habrá dos congresos: el congreso político
universal que dirigirá al mundo y este congreso de religiones que vendrá en
ayuda de este gobierno mundial, y que evidentemente estará a sueldo de este
gobierno[4].
Cada vez es más claro que
el Vaticano le hace actualmente el juego al mundialismo, especialmente por
medio del ecumenismo, del diálogo interreligioso y del apoyo dado a la llegada
de musulmanes a Europa.
Ponerse bajo la autoridad
directa y ordinaria del Vaticano actual, es ponerse, volens nolens, al
servicio de este mundialismo.
Como en toda
« democracia » moderna, el Vaticano aceptará una cierta impugnación
-¿no ha aceptado el papa el verse cuestionado por ciertos cardenales sobre sus
posiciones relativas a la moral?[5]- Pero a condición de que los impugnantes le estén
sometidos al nivel de la jurisdicción: utilizando este poder, le será fácil, en
algunos años, destruir toda oposición seria.
Es por eso que, en esta
cuestión candente, hay que estar dispuestos a pagar el precio para conservar
nuestra libertad, que no es otra que la libertad de la Iglesia respecto a la
Contra-Iglesia: “Lo que Dios ama más en el mundo es la libertad de su Iglesia.
Él no quiere una sirvienta por esposa[6]”
✵
[1] Joseph
FADELLE, Le Prix à payer, Pocket, 2012. Ver la recensión de esta obra en Le Sel de
la terre76, primavera 2011, p. 185-193.
[4] Sermón de Mons. Lefebvre en Bourget, el 29 de
noviembre de 1989. Monseñor Lefebvre también advertía contra la invasión del
islam: “Ustedes lo saben, los acontecimientos, la invasión de las religiones en
nuestros países y más particularmente del islam, invasión no solamente en
Francia, invasión en Inglaterra, invasión en Bélgica, invasión en Alemana.
Ustedes saben que hace dos años, 100,000 turcos desfilaron en las calles de
Munich gritando slogans contra Alemania y contra el cristianismo. ¡100,000
turcos desfilaron en las calles de Munich! He aquí los hechos sintomáticos. A
esto estamos condenados si nuestros gobiernos no tienen cuidado y dejan que la
Cristiandad sea invadida por el islam. No fue por nada que San Pio V y los
otros papas quisieron detener la marea del islam que ya hubiera hecho
desaparecer la cristiandad antes”.
[5] La Revolución necesita una oposición para
progresar, pues ella es esencialmente dialéctica (tesis, antítesis, síntesis).
Si es necesario, ella misma suscita la antítesis si hace falta.
[6] « Nihil magis diligit Deus in hoc
mundo quam libertatem Ecclesiæ suæ […] Liberam vult esse Deus sponsam suam, non
ancillam » San Anselmo, Ep. IV, 9, PL 159, 206 (carta dirigida al rey Balduino de Jerusalén, hacia
1102). Esta cita es frecuentemente empleada mal por los liberales : San
Anselmo reclama evidentemente la libertad para la Iglesia que enseña la verdad,
no la libertad de difundir el error.