Cardenal Bergoglio, hábil negociante.
“En
un inteligente Ensayo sobre Chesterton, Gustavo Corçao ha distinguido entre
combate y conflicto. El primero corresponde a los admirables tiempos medievales
y es propio de los caballeros, que bregan por la defensa armada de la Verdad
desarmada. No necesariamente con unas armas corpóreas o metálicas -siempre bienvenidas
en la justiciera lid- pero sí necesariamente con un arsenal viril, de hombres
antes dispuestos a batirse que a rendirse. El conflicto en cambio, es lo propio
del sujeto moderno. Se alimenta de negociaciones, debates, dudas, retrocesos,
discrepancias y avenencias. Su heráldica es la del civilizado disenso, mientras
el blasón del combate es la sangre martirial trasegada en desigual torneo.
Así
las diferencias, era lógico que los obispos tuviesen conflictos con el
homosexualismo desatado, y en particular con el abyecto propósito kirchnerista
de legalizar los apareamientos contranatura, considerándolos “matrimonios”.
Conflictos propios de espíritus pacifistas, racionales, discutidores;
permeables al diálogo y abiertos a las disidencias. ¡Que a nadie se le ocurra
andar pidiendo la pena de muerte para los sodomitas, Levitico en ristre, como
osó hacerlo el Rabino Samuel Levin! ¡Qué a nadie se le ocurra asimismo
solicitar el castigo fatal para los gomorritas, como se aplica aún hoy en
Afganistán, Irán, Mauritania o Yemen, países mahometanos! [o como pide este cura, por ejemplo, acá. Nota del blog]
¡Que a nadie se le ocurra tampoco andar mentando los textos del fundamentalista
Pablo de Tarso, según los cuales, es el infierno lo que les aguarda a los
promotores y ejecutores del festín horrendo contra el Orden Natural!
Conflictos
sí; combates no: tal la consigna de los pastores y de su arrebañada grey.
Por
distintas fuentes nunca desmentidas -y por una de la que hemos tenido directa
constatación- se supo que en este conflicto Monseñor Bergoglio propuso una salida
a la altura de sus antecedentes. Consistía la misma en acordar la legalización
de la llamada “unión civil”, como supuesto mal menor preferible al mal mayor
del “matrimonio igualitario”. Para eso contaba con la opusdeísta Liliana Negre
de Alonso, y con otras figuras mamarrachescas del catolicismo oficial -altos
pretes incluidos- políticamente correctos y tributarios del pensamiento único.
Pacifistas como son, a tales “católicos” y a su Cardenal Primado, la batalla
sin cuartel y acaso cruenta les parecía una desmesura. Lo razonable era
amortizar el conflicto con algún paliativo que no dejara vencedores ni derrotados.
Las “uniones civiles” -tan comprensivas, tan sin máculas de antañonas
discriminaciones- eran un encantador remedio.”
Antonio Caponnetto, El
conflicto con el homosexualismo, en “La Iglesia traicionada”, Editorial
Santiago Apóstol, 2010.