El
medio más potente y eficaz que usaba el Padre Pío para luchar contra Satanás
era la Virgen María, quien bajo su pie virginal aplasta la cabeza del maldito.
El
Padre afirmaba claramente que la “querida Mamá” siempre estaba a su lado cuando
el Espíritu del mal le ponía trampas y lo hacía sufrir de mil maneras.
Narra
el Padre Tarcisio de Cervinara:
“Era
el 20 de septiembre de 1961. Antes de llegar a Nápoles fui a San Giovanni
Rotondo para visitar al Padre Pío. El pobre sacerdote vivía el último y
durísimo ataque de rabia furiosa de Satanás con las más infames y horripilantes
trampas y difamaciones, que el espíritu humano jamás hubiera podido concebir.
Conociendo
todo eso le dije:
“Padre,
¿cuándo se acabará este infierno?”. Y él me contestó: “Hijo mío, lo he puesto
todo entre las manos de la Santísima Virgen, Ella ya me consiguió la gracia;
solamente ignoro el momento exacto”.
El
11 de febrero de 1954, acompañé al Padre Pío a su celda. Sobre el velador, al
lado de su cama, había una pequeña estatua luminosa de la Virgen de Lourdes,
muy hermosa.
Le
pregunté al Padre con sencillez y confianza: “Padre, se lo pido por caridad,
dígame si la Virgen está presente en este momento aquí en su celda”. Antes de
contestarme, se detuvo un momento, y con su rostro iluminado y sonrojado, me
dijo: “Hijo mío, la pregunta deberías planteármela de otro modo: deberías más
bien preguntarme si la Virgen dejó alguna vez mi habitación”.
La
Virgen ha estado siempre en la celda del Padre. Es justamente ahí donde Satanás
muy a menudo se lanzaba rabioso contra el elegido de Dios.
El
Padre recordaba que María es la estrella que ilumina el camino que lleva al
Padre celestial, es también el ancla a la que nosotros siempre debemos estar
fuertemente unidos en el momento de la prueba. La Virgen María comunica a sus
criaturas la fuerza y el coraje para llevar el buen combate, pues es en la
lucha en donde se fragua nuestra voluntad y se acumulan méritos».
Era
tan enamorado del Santo Rosario que había llegado a ser como un “rosario
viviente”. Sus mensajes habituales eran: “Amen a la Virgen”; “la Virgen guíe su
corazón”; “la Virgen reine en sus corazones”; “María sea la estrella que guíe
su camino”; “recen siempre el Rosario”.
Dos
días antes de su muerte, lo vino a ver una persona que le preguntó: “¿Qué me
dice, Padre Pío?”. Le contestó: “Amen a la Virgen y hagan que la amen. Recen el
Rosario y récenlo siempre. Récenlo cuantas veces puedan”.
(Padre Pío, el primer
Sacerdote estigmatizado. P. Ramón Ricciardi)