El P. Joseph
Pfeiffer es uno de los sacerdotes que se han erigido fragorosamente en
paladines de la Resistencia, campeones de la ortodoxia católica, custodios de
la integridad doctrinal, vigías celosos que se encargan de mantener la pureza
de la religión “cueste lo que cueste y caiga quien caiga”, denunciando las
“herejías” que corroen la virtud por ellos salvaguardada. Cual doctores
incoercibles, como nuevos Atanasios, Hilarios y Agustines, despliegan una incansable
y ampulosa verborrea a lo largo de extensos y espontáneos discursos que apelan
a los más caros sentimientos de los fieles. Lanzan sus dardos con voz tronante
a quien esté dispuesto a escucharles,
para seguirlos en sus campañas libertadoras contra quienes han señalado como
sus más encarnizados enemigos personales, a quienes han jurado abatir. El único
problema es que estos Maestros de la verdad, estos Generales de la guerra
santa, estos Líderes impetuosos de una nueva cruzada, lejos de ser fuentes de
agua pura y cristalina, son por el contrario como “cisternas rotas que no
pueden retener el agua” (como dice el profeta Jeremías), que sólo ofrecen un agua
turbia y cenagosa. De sus aljibes sólo sale ahora ignorancia teológica,
incoherencia, hipocresía y petulancia.
Como vemos en este caso del falso obispo Moran, cuelan el mosquito y se tragan el camello.
También puede aplicárseles la parábola
de Lucas 6,41, pues señalan la paja que creen ver en el ojo del hermano, sin
detenerse a ver la viga en el propio ojo. En este caso, haciendo causa común
contra Mons. Williamson a raíz de una deficiente respuesta a una mujer
birritualista (en una conferencia en EE.UU, en julio de 2015), y haciendo
abstracción de toda su conducta y sus palabras de siempre. Leíamos recientemente
en un artículo que lo mismo
ocurrió cuando San Pablo, que predicó tantísimas veces contra la necesidad de
circuncidarse para recibir la fe, sin embargo circuncidó a su discípulo
Timoteo. Desde entonces los “vigías” de la fe de entonces –sin intentar
comprender las razones del Apóstol- comenzaron a atacar violentamente a San Pablo
y tratarlo de hereje, a los cuales el gran Apóstol debió en un momento salir a
reprender.
El P. Pfeiffer dijo en su momento que asistir a
las misas de la FSSPX era incurrir en el pecado y delito canónico de communicatio in sacris (lo cual es
falso y demuestra la grave ineptitud teológica de este sacerdote, pues no puede
decirse que los sacerdotes de la FSSPX son acatólicos, por más liberalismo que
los hayan invadido), pero luego llevó un
falso obispo que ni siquiera es católico a su seminario y su capilla de Boston para
que ejerciera allí sus “sacras” funciones, con lo que incurrió él sí en el
pecado y delito de communicatio in sacris,
llevando a sus fieles a participar activamente en un rito celebrado por un
acatólico (Cfr. CIC 1917, Can. 1258).
El P. Pfeiffer acusó a Mons. Williamson de apañar
a un sacerdote que hace unas décadas cometió ciertos pecados muy graves, pero
luego el P. Pfeiffer llevó a su seminario y a sus capillas a un sacerdote
pedófilo condenado (arrestado por tenencia de pornografía infantil), removido
del estado clerical y vuelto al estado laical (ver acá). Así que sometió a sus seminaristas a
tal escoria pese a las múltiples advertencias recibidas.
¿Después de
todo esto, el P. Pfeiffer aún se atreve a hablar como un gran defensor de la fe
y la verdad?
Como podemos
ver, estos “guardianes de la fe”, en realidad se rodean de una gran
parafernalia para ocultar su vocación cismática, que se enanca en un orgullo
inveterado, el cual requiere para apuntalarse de un enemigo enfrente que haga
las veces del “diablo” de su película. Este enemigo es Mons. Williamson,
especie de monstruo Endriago que debe ser vencido por los Amadís de Gaula de
nuestros días, revestidos de sotana extra
large. Los otros dos obispos antiliberales y fieles continuadores de Mons.
Lefebvre en la Resistencia también ocupan ahora tal maléfico papel antagonista.
Pero aunque han sido amplia y
razonablemente rebatidos en diversos sitios y blogs de la Resistencia, no
obstante, estos opugnadores y fanatizados neo-apóstoles, buscando los primeros puestos,
continúan su oprobiosa tarea de engañar y arrastrar a quienes, más desvalidos, desconocen
sus tretas para conducirlos al círculo cerrado del fariseísmo, donde ellos
reciban la codiciada premiación de ser los “mejores”. Para ello no trepidan en
denigrar, calumniar, acusar, tergiversar, mentir o perseguir a quienes se les
opongan. Pero la verdad es muy paciente, y sin necesidad de hacer el ruido que
hacen sus escandalosos opositores, simplemente se presenta, se muestra y deja
que el que la quiera ver, la vea. La verdad no fuerza a nadie, pero tampoco se
ausenta de aquel que la desea. Allí está expuesta. Los que actúan como
cismáticos buscan nuevos disfraces con que tapar sus errores. Cortinas de humo
para distraer la atención. Campañas de difamación para empinarse a sí mismos.
Como diría el Padre Castellani: ¡Cuidado con las alimañas que se esconden en
las cisternas agrietadas!