Reina
del Santísimo Rosario, auxilio de los cristianos, refugio del género humano,
vencedora en todas las batallas de Dios, nos postramos suplicantes ante vuestro
Trono, seguros de alcanzar misericordia y de recibir gracias y el oportuno
auxilio en las presentes calamidades, no por nuestros méritos, de los cuales no
presumimos, sino únicamente por la inmensa bondad de vuestro maternal Corazón.
A Vos, a vuestro Corazón Inmaculado, en esta hora grave de la historia humana,
nos confiamos y nos consagramos, no sólo con toda la Santa Iglesia, Cuerpo
Místico de vuestro Jesús, que padece en tantas partes y de tantas maneras es
atribulada y perseguida, sino también con todo el mundo desgarrado por las
discordias, agitado por el odio, víctima de la propia iniquidad. ¡Que os
conmuevan tantas ruinas materiales y morales, tantos dolores, tantas angustias,
tantas almas torturadas, tantas en peligros de perderse eternamente! Vos, ¡oh
Madre de Misericordia!, alcanzadnos de Dios la reconciliación cristiana de los
pueblos y obtened para nosotros aquellas gracias que, en un instante, pueden
convertir los corazones humanos, aquellas gracias que preparan y aseguran esta
suspirada pacificación.
¡Reina
de la Paz, rogad por nosotros!, y dad al mundo la paz en la verdad, en la
justicia, en la caridad de Cristo. Dadle, sobre todo, la paz de las almas, para
que, en la tranquilidad del orden, se dilate el reino de Dios. Conceded vuestra
protección a los infieles y a cuantos yacen en las sombras de la muerte; haced
que surja para ellos el Sol de la verdad y que puedan, juntamente con nosotros,
repetir: “¡Gloria a Dios, en lo alto de los cielos y paz, en la tierra, a los
hombres de buena voluntad!”. A los pueblos separados por el error,
particularmente a los que os profesan singular devoción, dadles la paz y
conducidlos de nuevo al único redil de Cristo, bajo el único y verdadero
Pastor. Alcanzad libertad completa a la Iglesia Santa de Dios; defendedla contra
sus enemigos; detened el diluvio invasor de la inmoralidad; suscitad en los
fieles el amor a la pureza, la práctica de la vida cristiana y el celo
apostólico, para que el pueblo de los que sirven a Dios aumente en méritos y en
número.
Finalmente,
así como al Corazón de vuestro Jesús fueron consagrados la Iglesia y todo el
género humano, para que, poniendo en Él toda la esperanza, fuese para ellos
fuente inagotable de victoria y de salvación, asimismo nosotros nos consagramos
también a Vos, a vuestro Corazón Inmaculado, ¡oh Madre nuestra del Rosario y
Reina del mundo!, a fin de que vuestro amor y vuestro patrocinio apresuren el
triunfo del reinado de Dios, y todas las gentes, pacificadas con Dios y entre
sí, os proclamen bienaventurada, y entonces, con Vos, entonen de un extremo a
otro de la tierra, el eterno “Magnificat” de gloria, de amor, de reconocimiento
al Corazón de Jesús, el único en el cual pueden encontrar la verdad, la vida y
la paz.
S.S. Pío XII