“¿Se puede negar la belleza de un avión, o de
algunos rascacielos?”
Francisco, Laudato
si’, n. 103
De entre todas las perlitas
que nos ha deparado la nueva eco-encíclica de Francisco, esta es quizá la menos
señalada, pero para nosotros muy significativa. Que Francisco haya tenido en su
mente esa infeliz asociación, quizá podría parecer un “guiño” para alguien
habituado a encontrar señales conspiranoicas en cada renglón y cada coma. Sin
dudas que los verdaderos complotistas encontrarán dichosa y hasta deliciosa tal
frase, colocada en medio de una carta encíclica que no trepida en pedir un
gobierno mundial con el fin de cuidar la “casa común”. Pero más allá de eso, lo
que Francisco demuestra en esa sola pregunta retórica que hace es su absoluta
pleitesía al mundo moderno y su ramplonería en materia estética.
Como todo progresista, Francisco es capaz de admirar la ordinariez hasta
el punto del kitsch, por no forzar un desarreglo con un mundo al que no se
resiste, sino que se lo pretende en componenda con una religión ya transmutada
en culto al hombre. Pero en estos acuerdos buscados propios del liberal, no
duda en caer en la aberración de elogiar la belleza de los rascacielos, cuando lo
que un papa debería elogiar es la belleza de las catedrales.
Precisamente los rascacielos son lo opuesto de las catedrales. Devenidos
del babélico orgullo, son hoy la imagen corporativa de las compañías
depredadoras, cuando no los termiteros en que se hacinan pobladores u oficinistas
cuyo horizonte no sale de una esclavitud confortable.
El escritor español Julio Camba, de paso por las florecientes megalópolis
norteamericanas, refería esta significación de los rascacielos yanquis como grandes
símbolos de la civilización de masas:
“En
relación al hombre, los templos mayas y las fortalezas incaicas son, poco más o
menos, lo mismo que las termiteras en relación a las termitas, y quien habla de
los templos mayas o de las fortalezas incaicas, habla también –y a eso vamos-
de los rascacielos yanquis (...) La civilización americana es, aunque de otro
grado, del mismo tipo de la civilización incaica. Es una civilización de masas
y no de individuos. Es una civilización de grandes estructuras arquitectónicas.
Es una civilización de insectos”. (La
ciudad automática, Espasa-Calpe, 1944).
E
ironizaba Camba en otro de sus jugosos artículos hablando de “los rascacielos
como obra de ternura”, algo que quizás el Cardenal Bergoglio aprobaría, tan
afecto a esa palabra. Mas el articulista gallego los vinculaba con el espíritu
salvaje que desde sus comienzos llevó al exceso –de violencia, de sexo o de
alcohol- a Norteamérica.
Las
catedrales son la imagen del espíritu contemplativo que se eleva para dar
gloria a Dios, mediante la belleza de la forma artística. Los rascacielos son
el culmen del espíritu práctico y materialista, que exhibe horrorosamente el
orgullo del ser humano que se coloca en lugar de Dios. Las primeras rinden
culto a Dios, mientras que los segundos al dinero. La eternidad simbolizada en
la piedra de las primeras contrasta con lo efímero del vidrio y el metal
fundente de los segundos.
Cuanto
a los aviones, asociados en su elogio de lo bello por Francisco, recordamos
ahora un texto muy interesante de Mons. Juan Straubinger, de un artículo suyo
en relación a la bomba atómica, que dejamos a manera de colofón:
“No dudamos que, en cuanto
al progreso industrial, el asombroso invento podrá brindar en el tamaño de un
dedal, energía suficiente para que una locomotora dé varias veces la vuelta al
mundo. Pero no podemos menos de recordar las palabras de León Bloy, que ante
otra gran conquista de la ciencia, el avión (que es quien hoy arroja las
bombas), trató de ‘imbécil’ a un escritor que veía en ello el triunfo de la
fraternidad que suprimiría las fronteras entre las naciones, y previó
claramente, aunque no en todo su horror, que los hombres harían todo lo
contrario y convertirían el avión en el más mortífero auxiliar de la guerra.
Los acontecimientos han justificado el pesimismo de Bloy, como lo muestran las
ciudades destruidas en el corazón de la cultura europea” (Espiritualidad Bíblica,
Ed. Plantín, 1949).