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lunes, 15 de diciembre de 2014

R.P. TRINCADO - SERMÓN EN EL III DOMINGO DE ADVIENTO





LO ÚNICO QUE DIOS NOS PIDE ES LA RECTITUD DE CORAZÓN

Y dijo San Juan Bautista: Yo soy la voz del que clama en el desierto: enderezad el camino del Señor.

El efecto de esta voz que clama en el desierto debe ser que las almas separadas de Dios vuelvan al camino recto que conduce a Dios, no siguiendo más la maldad del andar retorcido de la serpiente, sino que (obrando)… sin mezcla alguna de mentira. Por esto dice: enderezad el camino del Señor (Catena Áurea). El alma es como un camino para Dios porque el bien quiere expandirse a través de ella, de cada una de ellas. Es recto el camino de los justos cuando el hombre se somete en todo a Dios: su inteligencia por la fe, su voluntad por el amor, sus acciones sujetándose a Dios por la obediencia (Idem).

Comenta Mons. Straubinger, en su versión de la Biblia, que Dios no se cansa de insistir, en ambos Testamentos, sobre esta condición primaria e indispensable que es la rectitud de corazón, o sea, la sinceridad sin doblez. Es en realidad, lo único que Él pide, pues todo lo demás nos lo da el Espíritu Santo con su gracia y sus dones. De ahí la asombrosa benevolencia de Jesús con los más grandes pecadores, frente a su tremenda severidad con los fariseos, que pecaban contra la Luz… De ahí la sorprendente revelación de que el Padre descubre a los niños lo que oculta a los sabios… Las almas le agradan según su mayor o menor rectitud o simplicidad de corazón.

Con la catástrofe del pecado original, todos hemos quedado gravemente heridos. Nuestras almas han adoptado las formas sinuosas o torcidas de la serpiente. Nuestras almas necesitan ser rectificadas o enderezadas para recibir al que dijo Yo soy el camino, y camino perfecta y totalmente recto. Por eso San Juan Bautista preparaba a las almas para el encuentro con Cristo, diciéndoles: enderezaos, haceos rectas. Buscad siempre la verdad. Amad la verdad. Sed sinceros. Evitad ser dobles, simulando, actuando con hipocresía, usando de astucias, de mentiras y de engaños. El alma que, por ejemplo, se permite decir a veces pequeñas mentiras, ha renunciado a la santidad. Ha puesto cierto obstáculo insuperable a la acción de Dios en ella. Es necesariamente tibia. Ha tomado distancia de Dios. Ni quiere romper con Dios ni quiere entregarse a Dios. Es un alma irresoluta, una caña que se dobla, esclava de los vientos.

La primera rectificación la recibimos de Dios en el bautismo. Luego de eso, el esfuerzo que cada uno de nosotros debe hacer en orden a la rectificación del alma, implica una guerra para toda la vida, guerra principalmente contra nosotros mismos. La santidad que haya en nuestras vidas se dará en exacta proporción con la rectitud que haya en nuestras almas. En realidad son lo mismo: un alma recta es un alma santa.

Debemos cuidarnos de incurrir en alguno de estos dos extremos falsos: pensar que la torcedura de nuestras almas no tiene remedio o pensar que podemos lograr rectificarnos sin la gracia de Dios.

Termino con dos citas de la “Imitación de Cristo”: La naturaleza (el hombre sin la gracia) es astuta… y siempre se pone a sí por primer fin; pero la gracia procede sin doblez, se desvía hasta de la apariencia de mal, no busca engaños, sino que hace todas las cosas puramente por Dios, en el cual descansa como en su fin. Con dos alas se levanta el hombre de lo terreno, y ellas son: simplicidad y pureza. La simplicidad debe estar en la intención y la pureza en los afectos. La simplicidad pone los ojos en Dios; la pureza le abraza y gusta. Ninguna buena obra te impedirá (desviará o detendrá), si por dentro fueres libre de todo deseo desordenado. Si sólo piensas y buscas contentar a Dios y hacer el bien al prójimo, gozarás de libertad interior. Y  entonces Dios quedará libre en tu alma para cumplir enteramente en ti su voluntad.

Que por intercesión de San Juan Bautista y de María Santísima, Dios haga rectos nuestros corazones para recibir dignamente a Nuestro Señor Jesucristo en la Navidad, y nos conceda perseverar hasta la muerte en la santa y verdadera rectitud que hay en la resistencia contra toda mentira, fingimiento y error, y en el verdadero amor a la Verdad.