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jueves, 11 de septiembre de 2014

ACTUALIDAD DE TOMÁS DE AQUINO






P. Leonardo Castellani

Santo Tomás es sumamente actual, e irá siéndolo más y más in dies. La razón es que intelectualmente no existirán más que Hegel y Tomás de Aquino trabados en lucha a muerte, dentro de poco. Estamparé aquí una afirmación osada, que a quien le parezca disparatada o temeraria no tiene más que pedirme se la pruebe… Es ésta: en la época en que estamos, la Epoca Atómica (que yo llamaría “Parusíaca”), no habrá más filosofía. Habrá solamente Teología; la filosofía habrá retrocedido a sus raíces religiosas. Habrá una lucha religiosa a muerte entre el ateísmo y la Iglesia Católica, es decir, entre la teología de Hegel y la de Tomás de Aquino. Podemos adelantar que Hegel vencerá, pero no para siempre.

Hace ya un siglo, el gran Menéndez Pelayo exclamó (en Ideas Es­téticas, tomo 4, I): “¡No hay filósofos, y quizás no los habrá ya nunca!”, que es lo que estamos diciendo. Tampoco los hubo después del gran crítico hasta nuestros días. Pero, ¿y esa bandada de filósofos disemina­dos por todo? Aquí en Buenos Aires tenemos como cinco… No son filósofos: son profesores de filosofía. Son discípulos, seguidores, epígo­nos de Hegel. Y lo mismo se ha de decir, pese a quien pese, de Bergson, de Max Scheller, de Gentile, de Julián Marías y de Ortega, etc., etc. Son a veces brillantísimos expositores, pero filósofos no son. Son flor de un día.

El de Aquino tiene en pos de sí a quienes podemos denominar filósofos sil vous plait: Rosmini, Maritain, Marechal, Zeferino Gonzá­les, Balmes, Ramírez, Josef Pieper, Haecker, Peter Wust… y otros. Y una brillantísima falange de expositores, como Zigliara, Mercier, Gus­tave Truc, De Wulf, Descogs, Rousselot, Sertillanges, Mandonnet, Thon­nard, Mánser, Bochenski, Garrigou Lagrange, Gardeil, Gredt, Gilson, etc. Se podría llenar una página de nombres.

Vean por otro lado las numerosas “escuelas” de filósofos actuales, si no están todas (excepto las tomistas) tocadas de una manera u otra por Hegel: desde los neohegelianos puros, que son legión, hasta los ateos, marxistas, materialistas, fenomenólogos, nietzcheanos… Eso irá en aumento hasta que no queden en finiquito más que la religión en su forma más pura y el hegelismo también puro, es decir, panteísta y ateo, con sus derivados, naturalismo y modernismo.

El causante de esta polarización en marcha fue un teólogo extraño y poderoso llamado Söeren Kierkegaard –si lo quieren mejor en espa­ñol, Suero Kirkegord–. Al fin de su vida, todas sus posiciones prin­cipales (testigo su expositor, traductor y biógrafo, Knud Ferlov) coin­cidían con las de Tomás de Aquino. Sobre esto hemos escrito un libro (De Kirkegord a Tomás de Aquino).

¿Cómo lo hizo? Rebatiendo a Hegel, con una refutación definitiva que está en su Postdata no científica definitiva principalmente, y luego en el resto de su obra. Educado en Hegel y Lutero, se desprendió con energía de los dos en el largo itinerario a Dios de su corta vida. Murió a los 43 años. Si hubiera vivido más, muy probablemente se hubiese reducido a la Iglesia Católica, pues al teólogo oficial de la Iglesia, Tomás de Aquino, ya había llegado solo, a oscuras, sin conocer de él ni una línea.

El historiador idealista Kuno Fischer escribió que Hegel era la “cúspide de la filosofía”. Si hubiera añadido “moderna” estaría en lo cierto. Hegel es el final del camino antitomista abierto por Descartes. Es el anti-Aristóteles, el Aristóteles invertido, patas para arriba: el devenir en lugar del Ser. Pero tiene una potencia de pensar y sistemar comparable a la del Estagirita. Pues bien, el endiosado Kirkegord lo derrumba entero con sólo retirarle el cimiento: el comienzo del filosofar no es el Devenir, sino el Ser. Antes que Heráclito, Parménides, y mejor la síntesis de ambos: Tomás, el “Buey Mudo”.

Lo primero que conocemos son las cosas sensibles, que por abs­tracción de nuestro intelecto nos llevan a Dios, tanteado en las tinieblas de lo Sumo. El principio de no contradicción, “nada puede ser y no ser” (a la vez, en el mismo sentido), eliminado por Hegel, es inelimi­nable. Es el gozne mismo de nuestro pensar. Claro, el que elimina el principio de no contradicción puede llegar después adonde quiera: a decir que el Espíritu Absoluto es a la vez Dios y el hombre, en con­tinua evolución, por ejemplo.

La filosofía greco-latino-cristiana dijo su última palabra en el de Aquino. La filosofía antiescolástica-anticristana moderna dijo su última palabra en Jorge Guillermo Federico Hegel. Ya no queda nada que inventar: sólo se puede glosar y, si acaso, reconstruir y completar. Kir­kegord quedó sepultado casi un siglo, y lo resucitaron los alemanes, traduciéndolo del danés después de la Guerra del 14. Y Santo Tomás estuvo sepultado como seis siglos y fue resucitado por el Papa León XIII. Los dos escribieron para nuestra época, la Época Atómica; o, si quieren creerme, la Época Parusíaca.