Dice Bossuet. “El tabernáculo y el púlpito son los dos lugares augustos del templo de
Dios; en uno se pide y desde el otro se ordena, en uno se habla de Dios, en el
otro es Dios el que habla; en uno Jesucristo se hace adorar en la realidad de
su Cuerpo, en el otro se da a conocer en la verdad de su doctrina. Son los dos
lugares desde donde se distribuye el alimento celestial: en aquél se predica en
silencio y en éste se enseña de viva voz; en aquél el Espíritu Santo, por medio
de las palabras místicas, transforma el pan en el Cuerpo divino, y aquí el
mismo poder transforma a los fieles en miembros de Cristo. San Agustín decía:
‘¿Qué les parece más importante, la palabra de Dios o el Cuerpo de Cristo? Si
quieren contestar con verdad, se verán obligados a responder que la palabra de
Jesucristo no es menos estimable que su Cuerpo, y, por lo tanto, los mismos
cuidados que guardamos para no dejar caer al suelo el Cuerpo del Señor cuando
nos lo entregan, debemos tomar para que no caiga de nuestro corazón la palabra
de Cristo que se nos predica. Porque no es menos culpable el que escucha
negligentemente la palabra santa que quien, por su culpa, deja caer el Cuerpo
del Señor’”. (El Cuerpo y las palabras de Cristo, Fides n° 787, Boletín de la FSSPX).
Probablemente uno de los signos de la decadencia
que se observa en la FSSPX, es el no entender esta verdad predicada tanto por
San Agustín como por Bossuet. Hacemos referencia a la preeminencia que se le
otorga al Cuerpo de Cristo por sobre la Palabra de Cristo, o al desdén de la
Verdad excusándose en la preeminencia de la Sacramentalidad, tanto entre los
sacerdotes como entre los fieles, de igual forma que algunos han querido hacer
hincapié en la Misa subordinando la Doctrina. Ese Cuerpo de Cristo que, dicho
de otra forma, “está allí oculto bajo los signos eucarísticos, y aquí bajo los
signos de la palabra” (Bossuet), es apreciado de la primera forma, y
menospreciado de la segunda forma. Parecería que bastase recibir el divino
Sacramento de la Eucaristía para ser dispensados de otorgarle la misma
importancia a la verdad de Cristo que opera por su Palabra. Hay quienes aman
más el Cuerpo de Cristo que la Palabra de Cristo, o que anteponen el Cuerpo de
Cristo a la Verdad de Cristo, y se equivocan. Como se equivocarían quienes
hiciesen lo contrario.
Lejos de poner en el mismo plano "la mesa
Eucarística y la mesa de la Palabra", como hacen los modernistas, a lo que
apuntamos es a que muy fácilmente se puede caer en el error de la pura
exterioridad religiosa o “sacramentalismo” que cree que con “expender” los
sacramentos como el farmacéutico entrega sus remedios, ya está hecha la obra de
Dios, sin preocuparse por lo que obre la Palabra de Dios en nosotros. Si
recordamos que “la eucaristía es a la vez
sacrificio y sacramento. Tiene razón de sacrificio en cuanto que se ofrece, y
tiene razón de sacramento en cuanto que se recibe” (Sto. Tomás), entonces
tendremos presente nuestros deberes y responsabilidades para con Aquel que se
sacrifica por nosotros en el altar por medio del sacerdote. Cabría preguntarse en tal caso, si ocurre que el Dios que es la
Verdad Eterna, en vista de nuestra falta de deseo de su Verdad, nos deja como
castigo sin su predicación por parte de los sacerdotes, que hoy en la Nueva
FSSPX dejan permear la infidelidad a los principios que sustentó el fundador de
la congregación, en un todo de acuerdo con la Tradición.
Dice Bossuet que “los oyentes hacen a los predicadores. La palabra divina no nace del
genio ni del trabajo asiduo; es un don de Dios, que sopla donde quiere. ‘La palabra
divina no obedece, es ella la que manda, y, por lo tanto, no habla cuando se le
ordena, sino cuando quiere’. Y Dios se
complace en hablar cuando los hombres están dispuestos a escuchar. Busquen la verdadera doctrina, y Dios
suscitará predicadores; preparen el campo, y el sembrador no faltará. Mas si, por el contrario, buscan las
fábulas humanas, Dios prohibirá a las nubes la lluvia y retirará la doctrina
sana de los labios de sus predicadores. Entonces vendrán profetas que
dirán: Paz, paz, y no encontrarán la paz; que dirán: Señor, Señor, y el Señor
no les ha encomendado que prediquen. ‘El maestro recibe lo que el oyente
merece’” (Ibid.).
Así es como los pobres oyentes ávidos de
“Paz” en la iglesia conciliar escuchan las fábulas que predican los modernistas
desde Roma, y los oyentes que creen o aceptan sin chistar las fábulas de la neoFSSPX
escuchan “Paz” por parte de los liberales que manejan la congregación. A falta
de deseos de la verdad (o de la verdad completa que nos compromete en un
combate muy arduo), corresponde una predicación enturbiada y que ya no enciende
los corazones mediante una conciencia esclarecida para el buen combate. Es una
predicación que ya no identifica claramente a los enemigos pues ha adoptado la
ambigüedad, el doble lenguaje y la hipocresía.
“Recomendándose Cristo a sí mismo, dice: ‘Yo soy el Pan de vida, que
bajó del cielo’. Es manjar que restaura sin mengua, se toma y no se consume,
sacia a los hambrientos y queda intacto. (…) Come bien y digiere mal el que oye
la Palabra de Dios y no la practica, porque no asimila el jugo nutritivo antes
la indigestión le vuelve a la boca el amargor del fastidio” (San Agustín, Sermón 28, Dios todo para
todos).
Ese manjar es el Cuerpo y la Palabra que
“sacia a los hambrientos”. ¿Hambrientos de qué? De todo Cristo, incluyendo toda
su verdad, no una verdad según la propia conveniencia o gusto, sino una verdad
que podría comprometernos y hacernos más difícil la vida en el mundo, pero para
salvarnos y darle más gloria a Dios cumpliendo su voluntad en la tierra. Esta
verdad dice que el católico no puede aceptar el contagio liberal y debe hacer
todo lo que esté de su parte para evitarlo y combatir este flagelo. Es una
verdad que no admite dobleces, tibiezas o ambigüedades.
Dice San Bernardo: “¡Ay de aquellos que son llamados para la obra de fuertes, y no comen
manjar de fuertes!”. ¿Y qué pasa cuando aquellos que comen el pan de los
fuertes, luego se muestran débiles, o tibios o indulgentes con el error? Pues
que no han entendido que ese manjar se les proporciona para la obra de los
fuertes, es decir, de los soldados de Cristo que somos los cristianos. En esta
falta de aprovechamiento de este don de Dios podemos pensar también que no se
hace suficiente y buena oración: “No se
hace oración…no se busca a Dios por sencillez y humildad: por eso se alejan de
El las almas y se enfrían mucho en la caridad” (Sierva de Dios Sor Bernarda
Espalozín). De otra manera no se entiende que quien recibe al Dios que es Amor
luego pueda tener graves faltas a la caridad, por una falta de prudencia o
discreción de la verdad. ¿Pero acaso no dijo Santa Teresa que la humildad es la
verdad, con lo cual sólo la humildad nos habilita para ver la verdad
enteramente, y no sólo aquella parte que no nos compromete o disgusta? “La caridad es lo que da la comprensión”
(Castellani). Dice Santo Tomás que la Eucaristía “es el sacramento de la pasión de Cristo en el sentido de que el
hombre queda unido perfectamente a Cristo en su pasión. Por lo que, de la misma
manera que al bautismo se le llama sacramento de la fe, que es el fundamento de
la vida espiritual, así a la eucaristía se la llama sacramento de la caridad,
que es vínculo de perfección, como se dice en Col 3,14.” (Suma teológica - Parte IIIa - Cuestión 73,
Art. 3).
Aquí entra en juego otra consideración
delicada, y es si podemos ser huéspedes del Cuerpo de Cristo cuando vemos claramente
comprometida o disminuida la palabra de Cristo por parte de sus dispensadores.
En esto hay que discurrir si el ambiente resabiado de liberalismo que hoy
impera en la Nueva FSSPX, puede hacernos perder de vista las consideraciones en
que se centra este artículo, al punto de llegar a disculpar o disminuir el
combate contra el liberalismo a nuestro alrededor, y hacernos posiblemente
cómplices de tal caída.
“Y si
es bueno hospedar a unos santos cualesquiera –dice San Agustín-, ¿no ha de serlo más a la cabeza y miembros
principales, Cristo y los apóstoles? ¿Hay acaso entre vosotros alguien que,
siendo hospitalario, no diga dentro de sí al oír lo que hacía María: ¡Dichosa
ella y feliz mil veces, porque mereció recibir al Señor y tuvo de huéspedes a
los apóstoles cuando aún vivían en cuerpo!? No te aflijas, sin embargo, si a
Cristo y a sus apóstoles no puedes albergarlos en tu casa; el Señor te lo
asegura: Lo que hiciereis a uno de
mis pequeñuelos, a mí me lo hicisteis” (Sermón 179, La palabra de Dios).
No obstante, si a Cristo lo hospedamos en
nuestra casa mediante la Eucaristía, no es porque nosotros podamos hacer algo
por El –darle hospedaje como hizo Marta en sus necesidades corporales-, sino lo
que hoy El puede hacer por nosotros en todas nuestras necesidades. Mas, así y
todo, no siempre podremos albergarlo en nosotros sacramentalmente, debido a las
circunstancias cada vez más difíciles que genera la situación terrible de
apostasía y decadencia de la Iglesia y la Nueva FSSPX.
Entonces lo que se debe tener en claro es que
“la buena comunión se manifiesta viviendo
conforme a Cristo. Y el haber oído la palabra del Señor se demuestra al vivir
conforme a ella” (Bossuet, ibid.). Y bien aclara a continuación el gran
predicador: “Ocurre a veces que al oír la
predicación se levantan en nuestro corazón ciertos sentimientos, imitación de
los verdaderos, capaces de engañarnos; ciertos fervores y deseos imperfectos;
pero creamos en las obras. Ellas dirán lo que haya de verdad” (Ib.).
Decía recientemente el Padre René Trincado, a
los castigados y resistentes fieles mejicanos que por amor a la verdad y
fidelidad a la integridad de la doctrina se vieron obligados a soportar el
tener que estar sin los sacramentos durante mucho tiempo, esto que vale bien
destacar: “Sí, mis estimados
fieles: más gracias da Dios a un alma fervorosa y combativa en una sola
comunión espiritual o en un Rosario, que las que da en cien comuniones
sacramentales a un alma tibia, vacilante y llena de apegos y de miedos”.
Veamos lo que dice al respecto Santo
Tomás:
“Pues
bien, el modo perfecto de recibirlo (el Sacramento de la Eucaristía) es
cuando uno lo recibe de tal manera que recibe también el efecto. Ahora bien,
acontece algunas veces, como se ha dicho más arriba (1.79, a.3.8), que uno es
impedido de recibir el efecto de este sacramento, y tal recepción es
imperfecta. Y, como lo perfecto se contrapone a lo imperfecto, así la recepción
sacramental, en la que sólo se recibe el sacramento sin su efecto, se
contrapone a la recepción espiritual, en la que se recibe el efecto de este
sacramento, efecto por el que el hombre se une a Cristo por la fe y la caridad.
2.
La recepción sacramental que produce la recepción espiritual no se contrapone a
ésta, sino que la incluye. Pero la recepción sacramental que no produce el
efecto espiritual sí se contrapone a la espiritual, de la misma manera que lo
imperfecto, que no alcanza la perfección de la especie, se contrapone a lo
perfecto.
3.
Como se ha afirmado ya (1.68 a.2; 73 a.3), se puede recibir el efecto del
sacramento si se desea recibir el sacramento, aunque no se reciba de hecho. (…) Con
todo, no es inútil la comunión sacramental, porque la recepción del sacramento
produce más plenamente el efecto del mismo que el solo deseo, como se dijo más
arriba hablando del bautismo (1.69 a.4 ad2).
(…)
Como se ha manifestado antes (a.1), hay dos modos de recibir este sacramento:
uno espiritual y otro sacramental. Ahora bien, es claro que todos están
obligados a recibirlo al menos espiritualmente, porque esto es incorporarse a
Cristo, según las explicaciones dadas (a.9 ad 3; q.73 a.3 ad 1). Pero la
comunión espiritual incluye el voto o deseo de recibir este sacramento, como se
ha dicho ya (a.1 ad 3; a.2). Por tanto, sin el deseo de recibirlo no puede
salvarse el hombre. Pero un deseo sería vano si no se cumpliese cuando se
presenta la oportunidad de ello. Por consiguiente, es claro que hay obligación
de recibirlo, no sólo porque lo manda la Iglesia, sino también porque lo manda
el Señor cuando dice en Mt 26: Haced esto en conmemoración mía. La ley de la
Iglesia no hace más que determinar los tiempos en que se debe cumplir este
precepto de Cristo.
(Suma teológica - Parte IIIa - Cuestión 80 - El
uso o recepción de este sacramento)
Ahora veamos la
situación actual de la FSSPX y lo que enseñaba Mons. Lefebvre y en las palabras
de Mons. Williamson:
“En 1984 un Indulto de parte de Roma permitió que
la Misa Tridentina fuera celebrada, bajo ciertas condiciones, dentro del marco
de la Iglesia oficial. Preguntado sobre si los católicos podían asistir a estas
Misas, Monseñor Lefebvre respondió poco después que ellos no deberían asistir
porque el tal reingreso en el marco de la Iglesia oficial bajo esas condiciones
era equivalente a aceptar al Vaticano II y las reformas subsiguientes. Los
Sacerdotes que dicen las Misas del Indulto no podrían hablar libremente y, por
aceptar con el Indulto implícitamente a la Nueva Misa arriesgarían deslizarse
hacia la nueva religión Conciliar y llevar a sus feligreses con ellos.
En el 2012, Monseñor Fellay declaró que la Nueva
Misa fue legítimamente promulgada lo cual es equivalente a decir que ella es
legítima. El sofoca a las críticas del Vaticano II y, mientras que tanto como
le sea posible todavía mantiene en la oscuridad a los sacerdotes y a la gente
en cuanto a lo que él realmente está urdiendo, él sostenidamente promueve las
ideas de su Declaración pro-Conciliar de Abril de 2012. Por consiguiente, así
como Monseñor Lefebvre descartó asistir a las Misas del Indulto, del mismo modo
ahora, como regla general, asistir a la Misas de la FSPX debería ser descartado
porque aún si esta Misa particular es celebrada todavía de acuerdo con la
Tradición, la FSPX está siendo remodelada en general como un marco dentro del
cual la nueva religión Conciliar está menos y menos desaprobada, por lo que hay
más y más peligro de asistir a sus Misas.
Sin embargo, Sacerdotes particulares de la FSPX
varían desde lo genuinamente Tradicional a lo virtualmente Conciliar.
Obviamente, hay menos peligro en asistir a las Misas de los primeros que de los
segundos, pero si el Sacerdote en cuestión sea que defiende y aprueba la nueva
dirección impuesta por el Cuartel General de la FSPX, sea que persigue y
excluye de los Sacramentos a cualquiera que tenga alguna parte en la
Resistencia, estos son dos signos que sus Misas deberían ser evitadas,
especialmente si hay la Misa de un Sacerdote resistente no muy lejos. Pero las
circunstancias también entran en juego, así que, por ejemplo, si el hijo de uno
arriesga ser expulsado de lo que todavía es una escuela decente de la FSPX, eso
puede justificar asistir todavía a la Misa local de la FSPX. Cuando el tronco
de un árbol se está pudriendo, puede haber ramas que aún llevan hojas verdes. (Mons.
Williamson, Comentarios Eleison, Horrible
caída III).
Y así hablaba
Mons. Lefebvre:
“Sí, me he sorprendido al leer, en un folleto de
Una Voce que me dieron en Ottawa, la posición que ellos han adoptado. Es una
posición muy ambigua y no es conforme a la que defendemos y que los
tradicionalistas siempre han defendido. No decimos que la nueva misa sea
herética, ni que sea inválida, pero nos rehusamos a decir que sea
legítima, que sea perfectamente ortodoxa. Si bien los fieles se
preguntan si deben asistir a estas misas que ahora están autorizadas por los
obispos, para nosotros es siempre la misma consigna: pensamos que no hay que ir
a esas misas porque es peligroso afirmar que la misa nueva es tan
válida como la tradicional. Poco a poco estos sacerdotes que
aceptan estas condiciones, tendrán las mismas tendencias que aquellos que dicen
la nueva misa y un día, quizá ellos mismos la dirán y llevarán a nuestros
tradicionalistas a la nueva misa.” (Tomada de la Revista Tradición Católica n° 16,
marzo de 1986).
Si bien
en la FSSPX no se afirma explícitamente que la misa nueva es tan válida como la
tradicional, se ha aceptado esa condición del motu proprio que coloca a la misa nueva por encima de la Misa
tradicional (afirmándose inclusive que el papa Benedicto XVI y los amigos de
Roma estaban buscando restaurar la Tradición), y esto es algo que no se puede
aceptar afirme quien lo afirmare y acepte quien lo aceptare, de acuerdo a lo
que dijera Mons. Lefebvre. Este es el pensamiento que impera en la llamada
Resistencia. Lo que sí se ha afirmado oficialmente en la FSSPX, y contrariando
a Mons. Lefebvre, es que la misa nueva es legítima (“legítimamente promulgada”
es una forma de decirlo, por más intentos de explicación que han tenido los
sacerdotes adictos a Mons. Fellay. El mismo Mons. Fellay ha dicho que ha
fracasado en ello, pero no se ha retractado de tal declaración oficial de la
Fraternidad). Esta declaración doctrinal “diplomática” de abril de 2012 fue
analizada, criticada y condenada unánimemente por todos quienes están en la
Resistencia desde su misma existencia, y, por el contrario, fue defendida o
tolerada en silencio por todos los obispos y sacerdotes que hoy se encuentran
en la FSSPX.
Citamos ahora un
texto del Padre Patrick Girouard, extenso pero concluyente:
“Hace dos años, en marzo de 2012, él (Mons. Fellay) nos
envió a todos los sacerdotes, en el Cor
Unum, una gran carta diciendo que sí, él es muy fuerte contra el modernismo
y quiere combatir los errores y blá, blá, blá. Sí, dos páginas de esto y
después ¡oh lá lá! la última página donde dice que sí, está todavía de acuerdo
con la decisión del capítulo 2006, que no debería haber ningún acuerdo práctico
con Roma no convertida, pero he aquí que ¡la situación ha cambiado en Roma! No
dice que el capítulo 2006 no fuera bueno, sino que la situación cambió
completamente. Y luego expone su gran sueño, su gran ilusión: Que el conoce
numerosos obispos que no quieren el Vaticano II, que hay un cambio, que la
nueva generación no conoce el Vaticano II y toda clase de cosas como esas, y
dice: “Yo recibo apoyo secreto de personas cercanas al Papa”, por lo tanto,
como Roma ha cambiado, podríamos tener ese acuerdo. Y podremos ayudar a la
Iglesia cambiándola desde el interior. Así vive él soñando ¡en una completa
ilusión!
Pero
entre el 2006 y 2012 ¿qué ha sucedido? Asís III, muchas jornadas mundiales de
juventud por Benedicto XVI y el nuevo papa. ¿Ven ustedes un cambio en la
iglesia novus ordo? ¡no! ¡no! Yo no. Es la misma iglesia del novus ordo, del
Vaticano II, del liberalismo, del modernismo. La situación es exactamente la
misma. Por lo tanto las cosas no son complicadas. La Fraternidad, por culpa de
sus superiores que viven en un sueño y en la ilusión desgraciadamente ha
cambiado sus leyes. Ellos mismos cambiaron la Fraternidad. Ellos le abrieron la
puerta a este acuerdo práctico. Pues, cuando se abre la puerta, algo terminará
por entrar. Solo el hecho de abrir la puerta ¿qué significa? Significa que se
ha renunciado a los principios. Una puerta está allí para proteger la casa de
los invasores. ¡Estamos en tiempo de guerra! ¡No estamos rodeados de amigos de
Cristo aquí!
Y
esta apertura de la puerta de la Fraternidad me recuerda a la apertura, por
Juan XXIII, de las “ventanas” de la Iglesia. En 1959, él declaró: “¡Necesitamos
una bocanada de aire fresco!” ¿Lo recuerdan? Y dijo: “Quiero abrir las ventanas
de la Iglesia”. Más tarde, su sucesor el papa Paulo VI dijo: “Me pregunto lo
que sucedió a la Iglesia… pues de una cierta manera, a través de fisuras en los
muros, ¡el humo de Satanás entró en la Iglesia!
Si
yo hubiera estado allí, le hubiera dicho: “Pues bien, Su Santidad, no es a
través de fisuras en los muros que el humo de Satanás entró en la Iglesia. Es
por las ventanas que Juan XXIII abrió”. Y ahora tenemos a Monseñor Fellay y los
Capitulares que firmaron la Declaración del Capítulo General que abrieron, no
solamente la ventana, ¡no! la ventana no era suficiente para ellos. Ellos
abrieron la puerta de su casa. La puerta del castillo, que fue construido por
Monseñor Lefebvre con el fin de proteger y de combatir, como base de operación
para combatir el exterior y para proteger el interior, ¡Cristo Rey, la
Iglesia Católica! Pero ahora ellos abrieron la puerta. ¿Cuándo entrará el
enemigo? No lo sé, no soy profeta. Pero si se deja la puerta abierta, el
enemigo vendrá. Esencialmente, es agitar la bandera blanca. ¡Lo que hicieron es
rendirse!
Cuando
leemos la historia a este respecto, incluso en la Biblia, hay muchas historias
que nos dicen que los conquistadores siempre pidieron una cosa a las ciudades
que asediaban: “¡Abran las puertas! Si las abren, no los mataremos, no
destruiremos la ciudad. Pero si resisten, vamos a continuar el asedio y cuando
entremos en la ciudad nadie sobrevivirá”. Y en la Fraternidad ¿qué pasó en el
Capítulo General? Todos los superiores de la Fraternidad ubicados por encima
del muro del castillo, miran a la armada que nos asedia y le dicen: “Estamos en
contra de ustedes, nosotros no queremos su doctrina”. Pero sin embargo abrieron
la puerta. ¿Qué efecto tendrán entonces estas palabras de combate si se abren
las puertas del castillo al enemigo?
Estoy
seguro que en este momento, en Roma, se están riendo de la Fraternidad y están
pasando verdaderamente un buen momento.
Porque
ellos saben que ¡la Fraternidad está vencida! ¡Eso es todo! ¡Se ríen de Mons.
Fellay! ¡Se ríen de Mons. Williamson! ¡Se ríen de todo el mundo! Ellos juegan
como soldados de franco! ¡Y se ríen de todos! Y no tiene importancia saber
cuánto tiempo tardarán en penetrar el castillo, pues la puerta está abierta.
Por lo tanto, la situación es bastante simple.
Y deberíamos cerrar la
puerta del castillo-fortaleza antes de que sea demasiado tarde. Y como ellos no
quieren cerrar la puerta que abrieron hace dos años, la gente que quiere salvar
sus almas, los que quieren permanecer fieles a Dios y a la Iglesia Católica,
los que no quieren de ninguna manera participar, ni dar sus nombres a la
destrucción de la Iglesia, ellos deben salir de la Fraternidad. Como lo hicimos
al salir de la estructura de la iglesia moderna, ahora debemos salir de la
estructura oficial de la Fraternidad moderna. Porque no queremos que Dios nos
diga: “¡Guardasteis silencio! ¡Permanecisteis en el interior! ¡Por lo tanto
cooperasteis a la destrucción de la Iglesia!” (Sermón del 16 de marzo de
2014).
Asimismo, reconocemos las
transacciones y retorcimientos discursivos de Mons. Fellay y sus asistentes, en
estas palabras escritas hace ya mucho tiempo:
“En su gran mayoría, los católicos actuales
son más o menos liberales.
Esto no quiere decir que esos católicos hayan
pasado las enseñanzas de la Iglesia por el tamiz de su razón para no retener
más que lo que ellos mismos han juzgado verdadero; semejante católico, en
verdad es una excepción.
Pero los católicos están hoy sumergidos en un
mundo en donde el pensamiento se aleja cada vez más de la doctrina tradicional
de la Iglesia. Tironeado entre esa doctrina y “el pensamiento moderno”, el católico liberal de hoy es aquel que
busca o adopta transacciones entre esos dos sistemas de pensamiento.
Esa red de transacción ha invadido a la misma
Iglesia; un teólogo “moderno” ya no
busca tanto profundizar la doctrina ni oponerla a los errores actuales; busca
retorcerla (de la manera más disimulada posible) para evitar fricciones con el
pensamiento moderno”.
(“El Vaticano II y los errores liberales,
Michel Martin, Editorial nuevo Orden, 1977).
Luego de todo esto, pensamos que podemos
concluir lo siguiente:
-Cuando hay una “disminución en la confesión
de la fe” (Carta de los 3 obispos a Mons. Fellay), hay un menosprecio hacia
Cristo. Para un católico esto debe ser inaceptable y por lo menos merecedor de
una protesta.
-Al verse despreciado en tanto Verdad, N.S.
ya no obra como podría en las almas, debido a esta falta de fidelidad. Y esto
ocurre aunque se tengan todos los sacramentos y se asista “devotamente” a la
Eucaristía. Vimos ya que dice Santo Tomás que alguien que comulga sólo
espiritualmente (teniendo el deseo de hacerlo sacramentalmente y viéndose
impedido por buena causa de hacerlo, aunque procurando hacerlo ni bien se le
presente la ocasión) puede obtener más abundantes frutos que alguien que
comulga sacramentalmente. Entonces los sacramentos no obran todos los frutos
que podrían por la propia negligencia o tibieza de quien los recibe.
-Cuando el ambiente eclesial se ve contagiado
por esta negación de ciertas verdades inconvenientes para su propia
“subsistencia” en lo temporal, las conciencias tienden –por falta de formación
y ejemplo de sus pastores- a caer cada vez más en las apariencias del amor sin
los actos virtuosos del amor, el mayor de los cuales es “dar la vida por los
amigos” o “dar testimonio de la verdad”. Ya se ha visto que en esto ha habido
una gran mengua en la Nueva FSSPX.
-También ocurre que el alma devota y amante
de la verdad que desea en todo agradar a Nuestro Señor, se verá conturbada y
nada pacificada ante una situación en que sus pastores claudican y se
despreocupan por fallas doctrinales o faltas a la caridad cometidas por sus
superiores contra colegas o feligreses. Esta especie de sorda enervación
conspira contra el clima de concordia que debe ser el propio de toda comunidad
religiosa. Hay quien no puede permanecer impasible y sin reaccionar ante tal
situación por considerarla falsa e hipócrita.
-Puede ser entonces conveniente y necesario,
mismo un deber, que haya quienes se vean obligados por las circunstancias a no
poder recibir a Cristo Sacramentado mas ello no significa que se abstengan de
recibir a Cristo, sino que se abstienen del ambiente resabiado de liberalismo,
autosuficiente, temeroso, tibio y en transacciones con el error de la Nueva
FSSPX.
-El alma fiel entonces, ha de procurar, bien
aconsejada por buenos sacerdotes que hayan demostrado su entero amor a la
verdad por la incorruptibilidad de su doctrina y su confesión y frutos, saber cómo
afrontar la situación para no disminuir su propia confesión de Cristo como
íntegra verdad, evitando el contagio de un ambiente liberal y evitando también
deslizarse hacia el orgullo del que cree que por sí solo puede resistir sin
ayuda de los otros contra el avance de la confusión, el error y las medias
verdades. Deben entonces todos aquellos que están de acuerdo en esto procurarse
en sustitución los bienes espirituales necesarios mediante los Sacerdotes de la
Resistencia que sean capaces de recibir cooperando mutuamente en sus esfuerzos.
La recompensa a este sacrificio será inmensa.
“La
parte de María no es transitoria. Vedlo. ¿De dónde le venía el gozo cuando
escuchaba? ¿Qué comía? ¿Qué bebía? (…) ¿Qué bebía tan ansiosamente su corazón?
La justicia, la verdad. La verdad era su gozo; la escuchaba, anhelaba la
verdad, suspiraba por la verdad. Hambrienta, comía la verdad; sedienta, bebía
la verdad, sin que, al tomarla, menguase aquello de que se alimentaba” (San
Agustín, Sermón 179).
De ese “pan que alimenta y no decrece nunca”
ya no parece que se esté deseoso, pues se prefiere o se acepta la “disminución
de la confesión de la verdad”. La parte de María no le puede ser arrebatada,
porque es la parte mejor. No hay parte mejor que ella. La parte de Marta es buena,
pero transitoria. Si preferimos la parte de Marta, si no apreciamos, si no
deseamos la parte de María, ya no nos será dada. Pues “quien nada oye, nada
edifica” (San Agustín) y el que no edifica oyendo y practicando, no edifica
sobre roca. En consecuencia, cuando vengan los vientos fuertes y las tormentas
su casa será arruinada.
Decía Ernest Hello: “Las
tinieblas que nos rodean son particularmente profundas porque la humanidad ha
dejado morir este fuego sagrado que es el odio al mal”. Y también: “Quienquiera que ama la verdad aborrece el
error y este aborrecimiento del error es la piedra de toque mediante la cual se
reconoce el amor a la verdad”. De igual modo el Padre Garrigou-Lagrange: “Es imposible amar profundamente la verdad
sin detestar la mentira; amar de corazón el bien, y el soberano Bien que es
Dios, sin que a la vez detestemos lo que nos separa de Dios.” Pero hoy
vemos que quienes deben hablar ante la injusticia, la mentira, el error, la
falsedad, se callan, o justifican, o combaten a quien habla. Ya no vemos amar a
Dios sacrificadamente sino cómodamente: “Si
a Dios le alabas para que te obsequie, ya no le alabas con voluntad alegre y
generosa; ya no amas a Dios desinteresadamente” (San Agustín).
Nos preguntamos también, ¿qué clase de
mártires van a ser los católicos de la Tradición si no son capaces de sufrir
este pequeño martirio de luchar contra unos superiores liberales? ¿Qué
testimonio podrán dar si no son capaces de dar ahora el testimonio público de
su fe ante quienes todavía no pueden dañarle más que de palabra? Quien no puede
lo menos no podrá lo más. Y si uno no se
retrae de un ambiente cada vez más pusilánime, uno mismo terminará siendo eso
que no quiere ser, para ser finalmente sólo una apariencia de cristiano,
esperando imaginarios “combates” sin saber dar el combate cotidiano que se le
ha planteado desde ahora. En esta crisis de
desviación liberal, la falta de reacción de los laicos sirve objetivamente (es
decir, no implicando en todos los casos una falta moral) a consolidar la obra
destructora de la FSSPX por parte de las autoridades traidoras. La Santidad sin
abnegación heroica no existe.
“He aquí los ojos del Señor puestos en los que le temen,
y en los que confían en su misericordia;
para librar sus almas de la muerte,
y sustentarlos en tiempo de hambre”.
(S. 32, 18-19).