“La palabra es
una cosa débil, es un soplo, un vientito, unas patas de mosca sobre un papel;
pero aun en el orden humano, es bien rudo aquel que no conoce el tremendo
poder de “las palabras concertadas en
orden”, que dijo Belloc. Mas cuando ese vientito se conecta con el viento
de Pentecostés; cuando sale de la boca de un hombre que se ha vaciado de sí
mismo para ser un simple resonador de la Verdad; de un hombre que cuando tiene
que ir al encuentro de los enemigos de su Dios, no piensa largamente ni
concierta en orden sus dichos y respuestas, porque se siente anonadado, pequeño
y nulo; pero sabe que llegado el trance, el Espíritu le pondrá en la boca la
palabra que Él quiere... entonces el medio pobre de la palabra es fuego y es
luz, es estoque y daga, es alimento y es arma. Y no tiene otra arma la Santa
Madre Iglesia; pues todas las otras son para servir a ésta. ¡Y ay de nosotros
cuando las otras pretenden suplantarla!
Después de la
primera Multipanificación, Jesús dijo en la Sinagoga de Cafarnaum que les iba a
dar el Pan de Vida, el Maná, el Alimento Celeste; y declaró paladinamente que
ese alimento era la palabra de Dios, que se multiplica maravillosamente tanto
más cuanto más pequeñita y pura es; porque si yo reparto una verdad, yo no me
quedo sin ella ni ella disminuye, antes aumenta en mí; y aumenta en todos
aquellos que de mí la reciben y la enseñan, como los panecillos en manos de los
Discípulos. Esta es la verdadera multiplicación del Pan de Vida. “No Moisés os dio a vosotros el pan del
cielo; mi Padre os da el Pan del cielo verdadero. El Pan de Dios es el que
descendió del Cielo y da la vida al mundo. —Señor, danos siempre de ese pan—.
Yo soy el Pan de Vida, el que viene a Mí no hambreará más; y el que cree en Mí
no se ensedientará jamás. Pero vosotros no creéis…” Maldonado advierte que
todo este largo sermón y diálogo de Cafarnaum versa al principio directamente
sobre la Fe y la Palabra de Dios e indirectamente sobre el Sacramento de la Fe,
que es la Eucaristía; para divergir insensiblemente al final a hablar
directamente de la Eucaristía, que presupone la fe y sin la fe nada es. Pero
ambas cosas van y deben ir juntas. Y así San Agustín resume enérgicamente todo
el Sermón diciendo: “Si no comes primero
a Cristo con la mente, de balde lo comes con la boca; si el Verbo hecho carne
no te entra primero al corazón por los oídos, poco ganarás con que te entre en
el estómago”. Esta debe ser la explicación del poco fruto de tantísimas
“comuniones”.
“Tened cuidado con el fermento” añadió Cristo estando
ya en la barca. Los fariseos le habían pedido “un signo en el cielo”, es decir,
un milagro como el de Josué por ejemplo: que hiciese parar el sol. “¿Y tú qué milagro mayor haces?”. Cristo
había gemido en su corazón y había gritado con los labios: “Esta generación bastarda pide un signo en el
cielo; os juro que no se dará ese signo”. Los Apóstoles cuchicheaban entre
sí: “Porque nos hemos olvidado de traer
pan, por eso nos dice: cuidado con la levadura”. Cristo les dijo: “¿No veis que os hablo de la levadura de los
fariseos (“fermen- tum pharisaeorum”)?”.
La “levadura de los fariseos” consiste en la
palabrita que hace levantar toda la masa, pero para volverla agria y venenosa;
es también un vientito sutil. El fariseo no miente del todo ordinariamente, se
contenta con decir media verdad y callar la otra. El fariseo cuando es
Superior dice: “¡Debéis obedecer a vuestros superiores!” lo cual es verdad;
pero no dice: “Mas los Superiores deben mandar según la palabra de Dios, y
deben incluso poner su vida por sus súbditos”.
“Dijiste
media verdad.
La
partiste por el eje.
Ahora
ya es mejor que calles.
Porque
mentirás dos veces”.
Esas medias
verdades que son a veces peores que mentiras penetran y fermentan la mente
colectiva, contaminando imperceptiblemente incluso los ánimos buenos y
bienintencionados, que las repiten inocentemente; como las repetían en su
conversación los discípulos al mismo tiempo que remaban, mientras Cristo en la
popa del bote acunaba su tristeza. “Cierto, nunca ha hecho ningún signo en el
cielo; y ¿por qué será?”. Había hecho un signo en el cielo cuando nació; y
había de hacer otro al morir.
Así pasó la
segunda multiplicación de los panes; y largo trecho después, el Evangelista
interrumpe otro relato para decir rememoriosamente: “Porque ellos no habían entendido aún La Palabra de los Panes”.
Padre Leonardo
Castellani, Sermón del Domingo sexto
después de Pentecostés, El Evangelio de Jesucristo.