Una Fraternidad en
orden de combate
Esto quiere decir
que nosotros, la Fraternidad, trabajamos en medio de un inmenso combate, donde
justamente la conservación de la fe, la defensa de todos esos valores que
todavía están en nosotros se revelan más que nunca, no solamente actual, sino
urgente, en el sentido de urget.
Es necesario que
estemos presentes en este combate. De allí la urgencia de salir de este clima
de confusión que se ha extendido entre nosotros y que causa trastornos.
Verdaderamente es necesario salir de allí. Si ustedes todavía tienen la mínima
duda sobre el hecho que se buscarán acuerdos con Roma, puedo asegurarles que no
es verdad. Y siento mucho si las torpezas han podido dar esta impresión. Les
aseguro que no es verdad.
Reserva mental: acuerdo no,
pero reconocimiento unilateral sí.
Si todavía hay
contactos, es por ejemplo sobre un punto muy preciso, concerniente a la
obtención de visas para nuestros sacerdotes en Argentina. Sobre este
expediente, puramente administrativo, el cardenal Bergoglio, cuando todavía era
arzobispo de Buenos Aires, se comprometió a ayudarnos: “Ustedes son católicos,
escribiré a vuestro favor”.
El Estado
(Argentino) que es de izquierda, aprovechando el Concordato, logró
neutralizar la carta del Cardenal Bergoglio pasando por el nuncio. Nos
encontramos en una situación de “ahogado” (término de ajedrez). Un magistrado
que se ocupa de nuestro expediente se reunió con el papa Francisco en otoño
pasado, y el papa insistió de nuevo en ayudarnos sobre este punto particular.
Él se dice comprometido por su palabra, su promesa de ayudarnos. Se trata
entonces de un punto extremadamente preciso: la obtención de visas, el permiso
de estadía de nuestros sacerdotes en Argentina. Él prometió que lo haría, ahora
lo veremos, pero no es esto lo que nos guiará. Lo que nos guía es la voluntad
de permanecer católicos.
(…)
No hay que entrar
en las dialécticas o contradicciones estériles. No se trata de dejar nuestro
priorato dejando a las 99 ovejas para ir a buscar la perdida; no se trata de
eso. Por principio tenemos nuestro deber de estado que está allí donde estamos,
donde el Buen Dios nos puso a cada uno de nosotros… Luego, si podemos hacer
bien a nuestro alrededor, lo haremos.
Si podemos hacer
el bien a Roma, trataremos de hacerlo. Eso viene después, pero no se excluye,
más bien está incluido. Hay que evitar ciertas dialécticas donde fácilmente se
ponen en oposición las cosas, entonces se jerarquizan. Como la famosa cuestión
de la vida interior y la vida apostólica, o la vida en comunidad y la vida
apostólica. No se deben poner en oposición, van de la mano.
(…)
Las tensiones o
las divisiones internas, actualmente, las encuentro estúpidas. Veo que hay
razones y que hay que evitar las torpezas, etc. pero estamos sospechando unos
de los otros, estúpidamente, de manera que estamos haciendo verdaderamente el
juego del enemigo. Esta división interna nos debilita. ¿De qué sirve? Solo el
demonio se beneficia de esto.
Mons. Fellay olvida que el causante de la
división ha sido él.
Verdaderamente, si
ustedes tienen preguntas, plantéenlas. No duden en plantearlas a las autoridades.
Yo no creo haber “masacrado” a cualquier cofrade que me haya escrito, incluso
una carta desagradable. Puedo no estar contento, pero jamás he castigado a un
cofrade que me haya escrito.
¿Y los más de 30 expulsados u obligados a
renunciar en esta crisis? Ménzingen se vale de malas artes para eliminar
opositores: unas veces los induce a renunciar a la congregación; otras veces se
vale de la estratagema de “provocar la desobediencia”, como en el caso del P.
Altamira, que según Ménzingen fue expulsado “por desobediente” y no por estar
contra el liberalismo de Mons. Fellay, porque aquél no aceptó ser cambiado de
Colombia a Buenos Aires, donde quedaba neutralizado. Pura hipocresía.
Si intervengo
ciertas veces, como lo he hecho estos últimos tiempos, es cuando no se utilizan
los caminos normales. Cuando se utilizan caminos subversivos, que ponen en
peligro la sociedad, debo intervenir. Pero si no, al contrario. Es normal que
se planteen preguntas, que surjan problemas. Esto simplemente pasa y entonces
tratamos de resolverlos.
El gran subversivo o revolucionario acá
es Mons. Fellay. Él es el que está subvirtiendo el orden establecido por Mons.
Lefebvre en la FSSPX.
Es importante.
Desgraciadamente estos últimos tiempos ha habido torpezas. Sin que haya habido
malicias. A pesar de las interpretaciones que pudieron hacerse, yo no veo la
intención, por ejemplo, de dirigirse hacia las comunidades Ecclesia
Dei, o de envidiarlas, o de decir que ese es el camino que hay que
tomar. Yo no lo veo. Sé muy bien que los textos pueden prestarse a confusión.
Lo que recientemente dijo su Primer
Asistente, el P. Pfluger, es bastante claro (acá).
Esto es
lamentable, pero al que aprovecha es al diablo. La debilidad humana está allí,
sucede, luego hay que tratar de corregir.
Yo lo lamento
tanto que yo soy el primero que quisiera volver a dar esta serenidad, esta paz
que es tan importante. El Buen Dios permite esta prueba. Yo suplico que esta
prueba sea por el bien de todos, y que ya no se pierdan sacerdotes. Cada vez
que se pierden sacerdotes es una victoria del demonio. Para nosotros es una
derrota, para los superiores es una desgracia.
Para su Primer
Asistente, que parece bastante más franco y directo, es una “purificación
de la Fraternidad y deben ser vistas como una gracia”.
(…)
Creo que esto
viene del miedo de que el bien de la Tradición sea deshonrado, como si
Menzingen tuviera esta intención. Es como el rumor según el cual habría que
atenuar el combate o ya no hablar.
Ningún miedo rumor: la traidora
Declaración Doctrinal de abril de 2012 deshonró a la Tradición. Los tres otros
Obispos dijeron en su carta del 7
de abril de 2012 que se ve una “disminución de la
confesión de la fe”
Yo veo un momento
donde, de manera deliberada, bajamos el tono, por decirlo así. Fue durante las
discusiones doctrinales, y fue voluntario y reflexionado: para lograr discutir,
había que evitar desencadenar las pasiones. Pues, desde que las cosas están en los
medios de comunicación, se llega a un punto en que ni siquiera se puede
discutir. Nosotros lo vemos ya entre nosotros, entonces imagínense, con Roma,
es la misma cosa.
En un momento
bajamos el tono, pero eso no quiere decir que detuvimos todo.
¿Qué gano con eso, sino causar la peor
división en la historia de la FSSPX? ¿Había realmente necesidad de discutir con
los herejes romanos? ¿Por qué no se atuvo a estas palabras de Mons. Lefebvre?:
“Suponiendo que de aquí
a un determinado tiempo Roma haga un llamado, que quiera volver a vernos,
reanudar el diálogo, en ese momento sería yo quien impondría las condiciones.
No aceptaré más estar en la situación en la que nos encontramos durante los
coloquios. Esto se terminó. Plantearía la cuestión a nivel doctrinal: ¿Están de
acuerdo con las grandes encíclicas de todos los papas que los precedieron?
¿Están de acuerdo con Quanta Cura de Pío IX, Immortale Dei, Libertas de León
XIII, Pascendi de Pío X, Quas Primas de Pío XI, Humani Generis de Pío XII?
¿Están en plena comunión con estos papas y con sus afirmaciones? ¿Aceptan aún
el juramento antimodernista? ¿Están a favor del reinado social de Nuestro Señor
Jesucristo? Si no aceptan la doctrina de sus antecesores, es inútil hablar.
Mientras no hayan aceptado reformar el Concilio considerando la doctrina de
estos papas que los precedieron, no hay diálogo posible. Es inútil” (Mons. Lefebvre, Fideliter Nº 66, 1988)
Esto no quiere
decir que esta es ahora la política, bajar el tono para siempre. En lo
absoluto, es momentáneo. Entonces ¿se tomó una mala costumbre? No lo creo. Pues
me parece que seguimos hablando. Creo que muchas cosas están en el orden de la
interpretación, lo que pasa y lo que pasó. Una cosa es cierta, hay que
continuar luchando contra los enemigos.
Estamos esperando que usted deje su
habitual ambigüedad y su igualmente habitual diplomacia mundana, y retome el
buen combate.
(…)
Continúa...